jueves, 12 de mayo de 2016

Hacia Esguevillas

“A ESGUEVILLAS LLEGARÁS CON ILUSIÓN Y MARCHARÁS CON MELANCOLÍA”

HACIA ESGUEVILLAS

      Viajero, si de Valladolid has salido con ganas de hacer turismo, y dejas atrás la Ciudad en dirección Este encaminando tus pasos por la carretera comarcal VA.140, habrás entrado en el valle del río Esgueva. Aviva tu paso, alegra tu ánimo y abre bien los ojos para percibir toda la belleza que la naturaleza te ofrece. Piensa que tus huellas huellan rutas de antiguos viajeros, sabe que el camino que recorres fue recorrido antes por vacceos, romanos, visigodos, árabes, y posteriormente cuando las huestes católicas de Alfonso III el Magno reconquistaron estos lares, fue repoblado por cristianos, que fortificaron sus villas formando la retaguardia detrás de la gran frontera medieval del Duero.

    Continúa caminando, deja atrás Renedo que, situado a orillas del Río, guarda la entrada del Valle. En tiempos pasados sus terrenos pantanosos le dieron nombre “Ranedo” (Lugar de las ranas). Sigue valle arriba, no te detengas¸ dejarás a tu izquierda, erguido en un altozano a Castronuevo, cuyo nombre significa “Castillo Nuevo”. La carretera serpentea, se resiste a ponerse recta y tras una de sus curvas te hallarás en Villarmentero de Esgueva, que antaño fue de Cerrato, dando fe de pertenecer a la comarca del mismo nombre. Pocos kilómetros más adelante dejarás Olmos a tu derecha, el lugar está pero sobre todo estuvo poblado de olmos y estos árboles le dieron su nombre. El Pueblo es pequeño, pero aún recuerda con orgullo cuando en 1.520, hombres de Olmos de Esgueva derramaron su sangre, luchando como leones, para ayudar al obispo Acuña a defender Cabezón apoyando a las Comunidades de Castilla.


      Viajero, absorto en tu caminar ya habrás dejado atrás Villanueva de los Infantes, tiene este nombre por haber pertenecido en el siglo XIV a las Infantas del monasterio de las Huelgas Reales de Burgos. Y, si no te has detenido, y has cruzado Piña, pasando al pie del atrio de su iglesia parroquial de Santa María y un poco más en alto la ermita del Santo Cristo, tus pasos te llevan ya en dirección a Esguevillas. Has llegado al corazón del Valle. Te encuentras en la insigne villa de Esguevillas de Esgueva, de la antigua Merindad del Cerrato y considerada desde antiguo la ”Capital del Valle Esgueva vallisoletano”.

      Se encuentra Esguevillas en el centro del Valle  en el cruce de las carreteras que van de Valladolid a Tórtoles y de Dueñas a Peñafiel, en la confluencia del Valle del  Esgueva con el valle de Arranca. Su situación fue, desde tiempos remotos, encrucijada de caminos y de culturas. Poblaron sus tierras los pueblos Celtibéricos, Romanos, Visigodos y Árabes, y por último se sabe que Esguevillas formaba cadena con el resto de las fortalezas del Valle Esgueva, cuando este Río fue alcanzado por las victoriosas tropas de Alfonso III el Magno; su fuerte muralla guardaba celosa el viejo casco urbano que tenía acceso a través de varias puertas almenadas. La Villa mantuvo orgullosa parte de sus murallas hasta bien entrado el siglo XVIII, pero ahora sólo el estudio de la toponimia de alguna de sus calles, recuerda la existencia de aquel recinto amurallado.

    Dejemos atrás, sin olvidar, su vieja historia y abre viajero tus ojos al presente. Recorre pausado sus calles, habla con sus gentes. Son los descendientes de aquellos fijosdalgos que, empuñando unas veces la mancera y otras veces la espada, cultivaron y defendieron estas tierras desde el lejano Medievo hasta nuestros días.

    Ellos son hijos de los que hicieron brotar, en el corazón de su Pueblo, la monumental iglesia, de planta basilical,  en honor y gloria de S. Torcuato obispo y mártir; el primer discípulo del Apóstol Santiago y quizás el primer mártir de todas las Españas. ¿ Será este, viajero curioso, el motivo por el cual, en el año 1.660, esta Villa se llamara “Santiago de Esguevillas”?. Seguro que sí; pues has de saber, turista amigo, que grabado en el bronce de la mayor campana de la Iglesia, están los nombres de “Jacobus et Torcuatus”, el del gran Apóstol de Jesús y el de  su mejor Discípulo. En la monumental campana está grabada la siguiente leyenda:” Yo soy la voz del ángel que clama AVE MARÍA GRACIA PLENA. Por eso cuando en tiempos pretéritos la “gran campana” tañía a la hora del “ÁNGELUS”,  la “voz del Ángel” recorría el Valle y hacía estremecer el corazón de los “esguevanos” que, parando sus yuntas y dejando sus labores, se descubrían y, boina en mano, rezaban el Ave María. Hoy la misma campana sigue llamando a la oración a la hora del “Ángelus” pero los labradores, dentro de la cabina de sus potentes tractores, no la oyen, y sólo sus madres y esposas en el recogimiento de su hogar, susurran a la Virgen la celebérrima oración desde lo más profundo del corazón.

      Se oye otra campana y no es de la Iglesia. Quizás el reloj de la Villa de la hora desde la Casa Consistorial. Déjate llevar por su sonido y contempla la grandiosidad de un edificio con méritos propios para albergar el ayuntamiento de una mediana ciudad.
Casa Consistorial



                                                    Escudo de Esguevillas de Esgueva

    Eleva tu mirada sobre su fachada y contempla el escudo de armas del Municipio; está tallado en piedra y en el alma de los esguevanos. El origen de este blasón se remonta a la Edad Media. Era la época de las grandes hazañas, cuando los reyes premiaban a sus súbditos blasonando sus lares; y cuenta la tradición que un rey castellano, que entre batalla y batalla entretenía su ocio en una cacería, ató su mejor perro en una encina “ la Mata del Rey” sita en el término municipal de nuestra Villa. La imagen formada por la encina y el perro pasó a formar parte de la historia del pueblo que ahora pisas.    
 El rey comparó a los esguevanos, en su fortaleza, a la encina y en su fidelidad y fiereza a su mejor alano. Desde entonces los hijos de Esguevillas miramos con orgullo nuestro escudo.

    Dignos de sus blasones fueron los esguevanos que se enfrentaron a los franceses en la Guerra de la Independencia. Mucho sufrió la Villa en aquellos años y mucho plañeron las campanas por sus muertos. Como nota puntual te diré que en diciembre de 1.813, siendo alcalde constitucional D. José Flores López, se enajenaron muchos bienes para paliar  los destrozos que, junto a las pérdidas de vidas humanas, habían causado las tropas francesas en las casas y haciendas de Esguevillas. Pero los esguevanos supimos sufrir y aguantar sin doblegar la cerviz  hasta que los invasores se fueron, y Esguevillas sobrevivió y volvió a resurgir después de haberse lamido sus heridas y enterrado sus muertos. Entonces las campanas de nuestra torre repicaron todas juntas a gloria.
     
  No te vayas aún caminante. En Esguevillas merece la pena quedarse, pues sus habitantes están prontos a abrir su corazón al viajero y su casa al peregrino para darle sustento y cobijo. Mañana habrás de visitar la ermita de S. Vicente Ferrer; está situada en el valle de Arranca, entre las laderas de encina, que la resguardan del gélido Norte y el arroyo que riega el estrecho Valle.


VISITA A SAN VICENTE

      Si pernoctas en la Villa, y has decidido visitar la “Ermita” al día siguiente, un consejo te doy caminante: No seas perezoso, madruga, levántate temprano y encamina tus pasos hacia el valle de “Arranca”. Respira con avidez el aire de la mañana, llena de la pura luz de nuestros amaneceres la retina de tus ojos y, al pasar por la bodegas de “ San Miguel”, llena también tu bota de vino, del sabroso caldo de nuestras vides. Los habitantes de Esguevillas son madrugadores y alguno habrá, ya a estas horas, que te regale el paladar con un poquito de tan sabroso jugo, mientras te orienta y da señas para encontrar la pequeña “iglesia” que desde allí ya se divisa. Apenas habrás caminado tres kilómetros valle arriba, y ya estás en la ermita de San Vicente. Se trata de un edificio de buen porte, de estilo barroco, construida en piedra con amplio pórtico a sus pies.


                                           
    
                                                             Ermita de San Vicente Ferrer




    La ermita fue edificada en el siglo XVIII por Fernando Gutiérrez Gallego y su hijo Fernando Gutiérrez Camino, maestros arquitectos y carpinteros de Valoria la Buena, que cobraron por las obras la cantidad de 2.850 reales de vellón. Traspasa la puesta, entra en la suave penumbra de su interior, y contemplarás su magnífico retablo barroco, sin dorar, recorrido todo su primer cuerpo con estípites muy característicos de la región palentina. Sí, no te sorprendas, has de saber, viajero amigo, que Esguevillas permaneció hasta hace pocas décadas a la diócesis de Palencia.

   Sabemos que en 1.750 el Visitador del Obispado mandó construir un  retablo, con el dinero recaudado por la venta de un cerdo en pública subasta. La fecha de la orden y el estilo del retablo concuerdan, pero la imagen de San Benito en el ático y las de dos abadesas benedictinas (Sta. Gertrudis y Sta. Escolástica) a ambos lados del retablo, nos hace pensar que fuera comprado, y por lo tanto proceda de algún cenobio benedictino. En el centro del retablo, en una gran hornacina, se encuentra la imagen de San Vicente Ferrer. La escultura es del siglo XVIII,  y es visitada en peregrinación, todos los años un día, por los vecinos de la Villa. Esto viene sucediendo, durante siglos los lunes de pentecostés, y así lo seguiremos haciendo siempre, mientras exista con vida un solo hijo de Esguevillas.
    Unos cientos de metros valle arriba está la piedra de la Pililla; es el lugar donde según la tradición se encontró la primitiva imagen de S. Vicente. Hasta allí se lleva en procesión al Santo entre música y bailes de los cofrades y devotos. ¿Qué no entiendes porqué esta tradición?, pues para que comprendas la fiesta lee con atención estos versos, que yo mismo escribí hace años para que nuestros hijos no olvidaran esta bella historia.



PROMESA Y TRADICIÓN

      Era el año treinta y tantos,
siglo dieciséis  corría,
cuando un gran santo del Cielo
vino a vivir a Esguevillas.

Venían tres carreteros
por el valle Arranca un día,
de los montes de Tablada
en dirección a la Villa.
Un día del mes de Junio
en un año de sequía,
cuando al llegar a un lugar
denominado Pililla,
muy cerca de una fuente
que allí a la vera nacía,
el buey más delantero,
el más fuerte que traían,
parose muy bruscamente
por la visión que veía.

Las carretas se pararon,
los carreteros se miran,
y con cautela se acercan
a ver qué resplandecía;
quedando anonadados
al ver la visión divina.

La imagen de un dominico
la campiña bendecía.
Un libro tiene en la mano,
la vista en el cielo fija,
y con el índice diestro,
hacia el mismo Cielo indica.

El cielo pronto oscurece,
la tarde al punto se enfría,
y un nubarrón, de repente,
riega el campo de Esguevillas,
salvando ya una cosecha
que perdida se veía.

Perdió la imagen su luz,
y aquella gente sencilla,
reponiéndose del miedo
quieren traerla a Esguevillas.
Y cogiendo con respeto
aquella imagen bendita,
la cargan con gran cuidado
en la carreta más limpia.

Pero al llegar al lugar
donde hoy se asienta la ermita,
vuelve la luz a la imagen
y a los bueyes la fatiga,
no pudiendo ir adelante
por más tirones que tiran,
aunque uncen todos los bueyes
que en las carretas venían.

Comprenden los carreteros
todo cuanto sucedía,
y bajando unos el Santo
otros corren a Esguevillas,
contando a sus habitantes
el portento que ocurría.

Pronto se enteraron todos
habitantes de la Villa,
y echan campanas al viento
publicando la noticia.

Al punto un grande tropel
se dirige valle arriba,
llegando donde está el Santo
en confusa romería.

Unos cantan, otros rezan,
todos se hincan de rodillas
dando gracias a la imagen
que tanto bien les hacía.

Se reconoció al Santo,
y nadie explicar sabía
¡Como un fraile de Valencia
se acordase de Castilla!;
¡Como el mismo San Vicente
quiso venir a Esguevillas!.

Los campesinos del Pueblo
unidos en cofradía,
acordaron al momento
construir allí una ermita;
y que de allí en adelante,
mientras el Pueblo exista,
se guardara para el Santo
todos los años, un día,
para poder  visitarle
en ferviente romería.

Y allí, en el centro del valle,
entre el arroyo y la encina,
surgió de rústica piedra
una solitaria ermita.

Han pasado cientos de años,
y la promesa no escrita,
aún la sigue manteniendo
todo el pueblo de Esguevillas,
que guarda a San Vicente
todos los años un día,
para poder  visitarle
en alegre romería.

        Amigo viajero, ¿Verdad que ha merecido la pena el viaje?. Y ahora que dejas atrás con nostalgia nuestro Pueblo, tu corazón te dice que algún día volverás. Sí así lo hicieras, puedes estar seguro que el pueblo de Esguevillas te recibirá con los brazos abiertos. Pues es verdad, a Esguevillas se llega con ilusión y cuando te vas el corazón se llena de melancolía.
                                                                       M. Díez








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