miércoles, 27 de abril de 2016

"Un esguevano olvidado por su Pueblo"

“UN ESGUEVANO OLVIDADO POR SU PUEBLO”

    ¿Qué diríamos de la madre que olvida al hijo que llevó en sus entrañas y al que dio la vida?, ¿qué diríamos del padre que olvida al hijo que engendró y por el que trabajó para criarlo? y ¿qué podremos decir de un pueblo que olvida a uno de sus hijos más preclaros?; todas las respuestas que demos a estas preguntas serán duras y severas. Pues bien, Esguevillas ha dejado caer en el olvido a uno de sus hijos más insignes, un hombre que brilló en su época como solamente brillan los próceres, pero que debido a su gran humildad, a la lejanía donde desarrolló su obra y a causa de haber tenido una muerte que, ya en el libro sagrado del Levítico, era calificada de inmunda, se apagó su estrella, se olvidaron sus méritos y el Pueblo que lo vio nacer y crecer no supo o no quiso guardar su memoria.
    Hoy remuevo las entrañas de la historia de mi Pueblo, hurgo en sus archivos civiles y eclesiásticos y saco a la luz la historia de “VICTOR COLOMA BAJÓN,” un hombre brillante, un teólogo esclarecido y un santo varón cuyos méritos merecen que el Pueblo que fue su cuna le recuerde con orgullo y satisfacción.
    La historia comienza así: A las ocho de la noche, en una casa de la calle Esgueva,  un  17 de octubre de 1873, nace un niño sano y hermoso, como hermosos son todos los niños al nacer. Es el milagro de la vida con el que Dios bendice las familias, y en esta ocasión bendijo la familia de Pedro Coloma, natural de Esguevillas  y Vicenta Bajón natural de Piña de Esgueva, padres del recién nacido y residentes en la calle Esgueva de nuestra Villa. Al día siguiente, en el juzgado de Esguevillas de Esgueva, es inscrito en el registro civil con el nombre de VÍCTOR siendo sus apellidos COLOMA por parte de padre y BAJÓN por parte de madre. Dicha inscripción se hace por D. Manuel Sancho, secretario del juzgado y en presencia del señor juez D. Anastasio González; firmando como testigo D. Gregorio Flores.
     El día 21 de octubre  es bautizado en el Templo parroquial de San Torcuato, por el sacerdote D. Dionisio Carranza de Diego, párroco de Villavaquerín, poniéndole por nombre Víctor y dándole por abogado a San Mariano;  siendo sus padrinos Vicente de Andrés y Micaela Coloma; y firmando como testigos: Ezequiel Coloma y Maximino Casado. En este alegre bautizo estaban también presentes sus abuelos paternos (Cándido Coloma  y Rufina González) y sus abuelos maternos (Germán Bajón  y Teresa Ortega).
    El Niño era una bendición. Como el Niño Jesús crecía en edad y sabiduría delante de Dios y de los hombres; y digo como Jesús porque, ¡oh casualidad!, el padre de Víctor también era carpintero. Obediente y juguetón, correteó por las calle de nuestro Pueblo como hacían y hacen todos los niños. En aquellas fechas en las que Esguevillas pasaba de mil habitantes, niños eran lo que más abundaba en la Villa. Los nombres de los niños no los puedo repetir pero si los apellidos que muchos de ellos tenían, pues algunas de las familias que por aquel tiempo poblaban nuestro Pueblo se apellidaban así:  Aragón, Burgueño, Calvo, Calzada, Camino, Coloma, Díez, Duque, Fernández, Flores, García, González, Hernández, Herrero, López, Martínez, Medina, Medrano, Monedero, Moras, Muñoz, Ordejón, Ortega, Padilla, Parra, Pérez, Rey, Rodríguez, Ruiz, Sancho, Simón, Torres, Vallejo, Vitoria y Zazo. Por supuesto había muchos más pero aquí he transcrito los más conocidos ya que algunos de ellos han llegado hasta  nuestros días.

    Por aquel entonces, dicen los anales de la época que  habían desaparecido de nuestro Pueblo las ermitas de: San CIBRIÁN (San Cipriano), San CRITÓBAL, San  MIGUEL y Santa MARINA. Teniendo en cuenta que la “hagiotoponimia” estudia los topónimos relacionados con los santos, estas ermitas habrían estado situadas en los términos que todavía llevan estos nombres y que muy perfectamente conocen los labradores esguevanos. No obstante, Víctor y sus padres, bien podían practicar sus devociones religiosas pues aún en Esguevillas había cuatro lugares de culto: La monumental Iglesia de San TORCUATO, que sigue siendo el orgullo de todos los esguevanos, La ermita de Santa MARÍA de San JUSTO y PASTOR, el Santo CRISTO y la ermita de San VICENTE FERRER conservada hasta nuestros  días, debido a la devoción que los esguevanos le tenemos y  le seguiremos teniendo. Esta devoción se ha mantenido a través de los siglos, porque los hijos de Esguevillas seguimos fieles a la promesa que según la tradición hicieron un día nuestros antepasados, y que se viene  cumpliendo todos los años el lunes de pentecostés, yendo  a visitar a San Vicente  en ferviente romería.



                                              Ermita de San Vicente Ferrer

    Víctor, en su infancia, visitó la Ermita y participó en las romerías que año tras año se celebraban en honor al Santo. No sabemos si  en una de esas visitas, el índice diestro de San Vicente le indicó el cielo mientras su mirada penetraba en el corazón del Niño; lo cierto es que Víctor se sintió llamado por Dios hacia la vida religiosa e ingresó, como no, en un seminario de padres dominicos. San Vicente Ferrer que tanto quiere a Esguevillas, eligió a uno de sus hijos para que siguiera sus pasos en la Orden de Predicadores.

    Fue un estudiante ejemplar y muy adelantado en sus estudios, consagrándose a Dios en Ávila y más tarde, completado provechosamente su currículo académico, fue elevado al sacerdocio. Ya en aquel momento manifestó sus deseos  de predicar y llevar la palabra de Dios a tierras lejanas.




    En el año 1889, cumple su deseo y embarca para las misiones de Asia llegando a la ciudad de Hong Kong donde fue asignado a Tonkín, y allí en la “nonas de agosto” (día cinco) fue nombrado Vicario Central. Su labor en el Vicariato fue digna de alabanza, siempre se mostró humilde y comprensivo con los errores  de las personas a su cargo; se dedicó de lleno al estudio de la teología y a los trabajos propios de su Orden de Predicadores.
   
   Cuando en sus ratos de ocio o meditación, por la orilla del mar, miraba hacia poniente, siempre soñaba con España;  y en las noches estrelladas con los ojos puestos en el cielo recordaba su pueblo de Esguevillas, sus amigos de la infancia, el olor a madera en la carpintería de su Padre, su casa en la calle Esgueva, su ermita de San Vicente Ferrer y a sus padres, sí  aquellos padres que ya nunca volvería a ver.

    Entre la añoranza de todo lo que había dejado atrás, y la firme decisión de entregarse a los demás en aquellas lejanas tierras, trabajó en la Misión durante 28 años como el siervo más fiel de la comunidad dominica. Primero se le encomendó la dirección del Seminario Menor, más tarde asistió a la misión de Thai Binh, y por último se hizo cargo de la dirección del Seminario Mayor. Allí, a satisfacción de todos, ejerció al mismo tiempo como Rector, como Profesor y como Director espiritual. Para desempeñar tales cargos, primeramente amplió sus estudios a conciencia dominando las lenguas francesa y annamita a la perfección. Redactó en esta última lengua muchos escritos útiles para el seminario, en el cual dirigió construcciones que todavía se conservan y que son, con mucho, las más  bellas de las allí realizadas. 

    Así transcurría la vida de nuestro conciudadano en las lejanas tierras asiáticas aventajando a todos en inteligencia y prudencia, causas estas por las que en el año 1925 es nombrado Vicario Provincial y más tarde cuando el Ilmo. Muñagorri, natural de Berastegui (Guipúzcoa)  marchó de la Misión, logra la máxima distinción al ser elegido VICARIO GENERAL. De todas estas grandísimas distinciones, poco o nada se sabía en nuestro Pueblo, pues en aquellas fechas, y en aquellas tierras inestables políticamente, la correspondencia tardaba meses y meses en llegar; y el Reverendo Padre Víctor tenía tanto y tanto que hacer… que poco a poco se perdió su recuerdo en Esguevillas. Solamente cuando en la carpintería del Sr. Pedro algún cliente o amigo le decía: “Dicen que tu Hijo está en la Cochinchina”,  Él solía responder: “Por allí anda y creo que aún más allá”. Después seguía cepillando la madera y como si hablase consigo mismo continuaba: “Las cosas de Dios son así. Él te da un hijo maravilloso y después lo reclama para su servicio”.  Respiraba profundamente y susurraba “¡¡Bendito sea Dios!!”; y cambiando de conversación  seguía trabajando.  Razón tenía el pobre Padre; Thai Binh era la antigua  “Cochinchina” hoy Vietnam  y cuando estuvo en Hong Kong y  después marchó a las Filipinas aún  era más allá.

    El Clima de vientos húmedos y grandes lluvias, no iba muy bien para la salud de un hombre acostumbrado al clima seco de los veranos castellanos y a los altos y límpidos cielos de su Esguevillas natal. Los tifones, los ululantes vientos húmedos y huracanados de aquellas latitudes, minaron y debilitaron poco a poco su salud.

    Los viejos cristianos, aquellos cuya fe está bien arraigada en el  corazón, sabemos que Dios pone a prueba con mayor rigor a los hombres que más quiere; y también probó duramente  a nuestro compatriota, pues si en la infancia comparé a Víctor niño con el Niño Jesús por su bondad y por ser hijo de un carpintero, a la hora de la muerte también tiene similitud con el Hijo de Dios, ya que el Todopoderoso destinó para los dos una muerte muy cruel.

     Un día, de forma inesperada, su cuerpo se vio infectado por la más terrible, más odiosa y, por aquellos tiempos, más inmunda enfermedad: ¡¡La lepra!!. Asumió con resignación su suerte y siguiendo la prescripción de los médicos, se despidió de la Misión donde había dejado parte de su vida y se embarcó hacia Manila, para ingresar en la leprosería de San Lázaro. Cuando llegó allí, pudo darse cuenta de que aquello no era un lugar de curación, sino un sórdido e infecto lugar de desesperación y muerte, donde el fétido olor de la carne podrida infectaba todo y a todos. Fue alojado en un  lúgubre y hediondo cubículo sin apenas ventilación ni lugar para dormir, y donde tenía que hacer sus necesidades delante de otros dos leprosos que con él estaban allí hacinados. Todos podemos apreciar lo duro que tenía que ser para Él aquella coyuntura. Un hombre pulido, limpio, extremadamente culto y pudoroso, tenía que afrontar aquella situación sin poder hacer en privado aquellas necesidades que la naturaleza aconseja ocultar. No es fácil resumir en estas líneas el dolor y sufrimiento que nuestro querido Padre Víctor sufriría en aquella calamitosa celda, donde no podía recibir ni siquiera el consuelo que le habría reportado las visitas de sus hermanos dominicos, ya que esto también  estaba prohibido.  

    Víctor sin embargo sobrellevaba la enfermedad con la misma entrega y resignación que Jesús sobrellevó su pasión; y Dios que da consuelo a medida que nos da los pesares, le concedió el don de mantener intacta su inteligencia y sus manos. Y así aquel hombre con el cuerpo corroído por la terrible enfermedad, aún tuvo arrestos para pedir pluma, tinta y papel y escribir en la lengua annamita el más bello tratado de “TEOLOGÍA MORAL”, que se ha conocido en dicha lengua; y todo esto para uso de aquel Seminario que siempre llevó en su corazón y al que nunca más volvió.

    En  el acta del CAPÍTULO celebrado en MANILA por la ORDEN DE PREDICADORES del 25 de abril al 6 de mayo de 1931, en recuerdo de aquel preclaro miembro de la Orden y cuyo resumen por casualidad ha llegado a mis manos, se dice  que aunque veía que la enfermedad avanzaba rápidamente y su cuerpo se iba deshaciendo  sin remedio, nunca le faltó el ánimo; es más Él animaba y cuidaba de los demás leprosos con los que convivía, hasta que se dio cuenta de que el fin de su vida era inminente y pidió la extremaunción. Todavía en estos críticos momentos tuvo tal presencia de ánimo, que hablaba a los presentes que habían querido acompañarlo a recibir los Últimos Sacramentos; y los hablaba de tal manera que quienes le oían no podían contener las lágrimas. Y de esta manera, confortado por el Santo Viático y rebosante de fe y serenidad, el día 29 de junio de 1.929, se durmió suavemente en los brazos del Señor, encomendando como Jesús su espíritu a las manos del Padre.

    Esta es la historia de nuestro compatriota el R.P. Fr. VÍCTOR COLOMA BAJÓN, un dominico que llegó muy lejos y muy alto dentro de la Orden de Predicadores. Posiblemente Dios, en el cual creo, no quiso que su Pueblo le olvidara e  hizo llegar esta historia a mis manos hace años por casualidad. No sé quien ni cuando me la dio, pero me pareció tan bella y, al mismo tiempo, tan dolorosa, que no pude por menos de investigar algunos datos más de su biografía hasta completar este relato. Relato con el cual pretendo reivindicar el recuerdo de este gran hombre, de este santo varón, de este hijo de Esguevillas que no merece que su nacimiento, su vida, su obra y su muerte caigan en el olvido, y que el tiempo, que todo lo borra, devore su memoria como la lepra devoró su preciosa carne.  

   ¡¡ Cuantos políticos, artistas de poca monta y personas grises y mediocres tienen una placa, una calle o un monumento en su lugar natal!!. Sin embargo Esguevillas olvidó a su Hijo más notable, Víctor Coloma Bajón (Gran teólogo y Vicario General de los Dominicos en Extremo Oriente).  Pero Dios no se olvidó de Víctor Coloma; y antes que su cuerpo terminara de podrirse bajo la tierra, su alma inmortal subió al Cielo junto a sus padres el carpintero Pedro y su esposa Vicenta.

    Cuando, en los Archivos Diocesanos, leía su partida de bautismo y vi que el sacerdote en el día de su bautizo había nombrado a san Mariano como abogado de Víctor Coloma, no pude por menos de sonreír ante la coincidencia del nombre. Pensé que ya que yo no era el santo abogado de Víctor ante Dios, sí que podía ser su abogado ante las gentes de mi Pueblo. Por tal motivo: ¡¡Hijos de Esguevillas!!, a vosotros me dirijo, sobre todo a los miembros de esa maravillosa Asociación Juvenil que tanto se preocupa de nuestro Pueblo; vosotros sois los hijos  de los hijos… de aquellos hombres del siglo XIX y principios del XX que convivieron con Víctor Coloma; recordad esta historia, contadla a los amigos, enseñádsela a vuestros hijos el día de mañana,  y haced todo lo posible para que el Reverendo Padre Fray Víctor Coloma Bajón,  hijo de nuestro Pueblo, no caiga en el profundo pozo del olvido.

     M.Díez