sábado, 19 de marzo de 2016

El día que a Esguevillas llegó "El Cuarto Jinete"


EL DÍA QUE A ESGUEVILLAS LLEGÓ

“EL CUARTO JINETE”


     El cuarto jinete es mencionado en la Apocalipsis 6:8, de esta manera: “Miré, y he aquí que vi un caballo amarillento y el que lo montaba tenía por nombre Muerte, y el “Hades” le seguía; y le fue dada potestad sobre la cuarta parte de la tierra, para matar con espada, con hambre, con enfermedades y pestes.”

   Cuando llegó a  Esguevillas el cuarto jinete de la Apocalipsis, en su brillante guadaña llevaba escrita la palabra “Cólera”. El cólera, esa enfermedad endémica desde tiempos remotos en la India y más concretamente a orillas del río sagrado “Ganges” (de ahí que su nombre en la lengua nativa fuera “Medno-neidan” o enfermedad de los habitantes del Ganges. Fue propagada en un principio por los ejércitos que invadían y conquistaban países y después por los barcos mercantes que, navegando de un lugar a otro de nuestro globo, llevaban, sin querer, la muerte de puerto en puerto. En Europa, desde 1817 a 1885, se produjeron cinco grandes pandemias, pero a nosotros, los   esguevanos, nos interesa solamente la quinta pandemia que es la que tristemente afectó a nuestro querido Pueblo.

    En el año 1884, un mercante a vapor de nombre “Buenaventura” atraca en Alicante y entre sus mercancías desembarca escondido y furtivo  el terrible habitante del Ganges, que rápidamente se multiplica y propaga por las localidades de Novelda, Balaguer,  Gandía, Monforte, etc., produciéndose ese año en España 900 infectados y 596 fallecidos por esta terrible enfermedad. De momento, a finales del 1884 parece adormecerse, pero en el mes de marzo de 1885, con los calores de la primavera, rebrota en la capital del Turia con redoblado furor y desde allí, como una mancha de aceite sobre un blanco mantel, de propaga por toda España, produciendo 120.000 fallecidos, después de haber alcanzado la enfermedad a casi medio millón de personas.   
    Es tal el pánico que el cólera  causa que como ejemplo de ello podemos leer en la hemeroteca del  Norte de Castilla de julio de 1885, en el “Correo del Ayer” en su apartado de SALUD PÚBLICA la siguiente noticia que transcribo literalmente: “El terrible y desolador huésped asiático causó verdaderos estragos en el pueblo valenciano de Vall de Gallinera. El cólera se ensañó con sus habitantes y estos, amilanados ante el peligro,  huían despavoridos en busca de refugio en las casas de campo, cuevas y demás alojamientos lejanos de la población.
    Era tan grande el temor que se apoderó de sus gentes, que muchas personas dejaron abandonados a sus parientes si estos se encontraban invadidos por la cruel enfermedad”.
    Como vemos en estas noticias, el enemigo era terrible y el miedo irresistible pero, ¿qué ocurría en nuestro Valle?.

EL VALLE ESGUEVA

    El río Esgueva, a finales del siglo XIX, estaba muy mal encauzado y esto suponía que en los meses de otoño, invierno y primavera, sus aguas inundaban constantemente las tierras bajas de la vega quedando ineptas para el cultivo y siendo, al llegar el verano, un lugar propicio para la proliferación de todo tipo de insectos portadores de enfermedades. Por otro lado, al pasar dicho Río por algunos pueblos del Valle, sus habitantes lavaban en él sus ropas y menajes de cocina, al mismo tiempo que arrojaban a sus aguas los desperdicios y basuras; convirtiendo su escaso caudal veraniego en una cloaca foco de infecciones.
    Esguevillas de Esgueva era, en las postrimerías del siglo XIX, una villa floreciente, con una población de más de 1000 habitantes y con abundantes negocios comerciales que, aunque medianos y pequeños, constituían juntos un centro de comercio bastante importante para todos los pueblos limítrofes. No obstante nuestro pueblo era fundamentalmente agrícola y esto conllevaba que, en la mayoría de las viviendas, el corral era el estercolero o muladar donde se juntaban las basuras del ganado de labranza, con las de los cerdos, gallinas, cabras, ovejas y como no los excrementos humanos. Esto sumado a la falta de alcantarillado, ausencia de agua corriente y la deficiente higiene personal, suponía un riesgo grave a la hora de poder contraer enfermedades. Hay que señalar que el señor alcalde de Esguevillas, D. Anastasio González, consciente del peligro que un río mal encauzado suponía, se había preocupado, ya a mediados de mayo, de limpiar su cauce, de sanear las aguas de las fuentes y arroyos aledaños y de encalar interiormente las paredes de los edificios públicos.

LLEGADA DEL CÓLERA

    A pesar de todos los miedos, esfuerzos y precauciones, con los calores del verano, el cólera llegó a Valladolid y a finales de julio de 1885, el caballo del “Cuarto jinete” alcanzó con su demoledor galope los pueblos de Villanueva de los Infantes, Piña de Esgueva, Villafuerte y Amusquillo; frenando su loca carrera en Esguevillas y sometiendo a los habitantes de nuestro pueblo al más férreo, demoledor y cruel cerco que se pueda imaginar, hasta tal punto que, como veremos más adelante, fue nuestra Villa la más atacada y la que más sufrió los efectos de la enfermedad en toda la provincia de Valladolid.
    El día uno de agosto algunas personas empezaron a sentir los efectos del mal y D. Alberto Valverde Bastardo, medico titular, informó a las autoridades municipales de que sospechaba que el cólera había llegado a Esguevillas, pero el Sr. Alcalde y concejales no quisieron reconocer que las sospechas del galeno eran ciertas y, dado que para la economía de la Villa podría suponer grandes pérdidas, callaron de momento esta información a pesar de que las órdenes dadas el día 22 de julio, por el señor gobernador de Valladolid D. Joaquín García Espinosa, eran tajantes y claras, pidiendo los partes sanitarios de todos los pueblos de la provincia donde hubiera enfermos por el “cólera morbo”.

    El día 2 de agosto el gélido aliento de la “Parca” entró en la casa de María Parra Coloma de 70 años de edad y le arrebató la vida. Surgió el pánico cuando el mismo día murió Dora González González de 34 años; en los días 3, 4 y 5 mueren María Coloma Sanz, los hermanos Noverto y Francisco Velasco Zazo de 5 y 10 años respectivamente y Ángela Zazo López de 38 años. En estos momentos, hay bastantes habitantes invadidos y no se puede silenciar más la enfermedad empezando a mandar los partes médicos a la Capital.
    El pánico se apodera de los esguevanos que no saben cómo ni de qué manera se producen los contagios; el pueblo se encuentra inmerso en los trabajos de recolección de la cosecha, con las gentes esparcidas por los campos y eras, lo que dificulta aún más el control de los infectados, pues los agosteros duermen, comen y conviven con mulos y caballos en las casetas de las eras entre los efluvios del estiércol y las moscas que, volando de las basuras al plato y viceversa, son agentes de contagio.  

    El médico multiplica sus esfuerzos y pone tratamientos bastante acertados para la época, como  friegas en las extremidades que se quedan frías, infusiones de todo tipo, agua de arroz, teínas, revulsivos y sobre todo beber mucha agua hervida o mezclada con vino. Las infusiones no es que curasen pero como había que beber  muchos líquidos y el agua de las infusiones era hervida, esto suponía evitar aguas contaminadas.

    En algunos pueblos, como Renedo, se crea un hospital de coléricos o “lazareto”, y Esguevillas, más poblado, no podía ser menos y el Ayuntamiento aconsejado por el Doctor, crea un “lazareto” habilitando como “hospital de coléricos” una gran caseta de labranza a las afueras  del Pueblo, siguiendo la calle de la Saliega, en lo alto de una pequeña loma ventilada a los cuatro vientos; y en ella se adecentan suelo y paredes y se colocan somieres y colchones donde instalar a los enfermos que pronto ocupan todos las plazas.   


  Se nombra un equipo de personas que han de transportar en carro los enfermos más graves a dicho hospital, donde el médico puede tratarlos sin tener que recorrer tantas casas. Teodoro Sardón, Nicolás Escudero y Agustín Díez, son estos hombres valientes y voluntarios que, por este trabajo y por el de enterradores reciben la sustanciosa paga de CINCO PESETAS diarias cada uno. Los habitantes de Esguevillas apodaron a estos hombres con el calificativo de "Barruntas". Se nombra también un equipo de fumigadores formado por Pio Miguel y Agapito Lázaro, con la obligación de fumigar las casas de los coléricos y sus familias, pagados también a CINCO PESETAS diarias cada uno. Se recomienda tener la máxima limpieza y quemar con azufre las ropas y enseres que hayan estado en contacto con los afectados de cólera. Se encargó a la farmacia Calvo y Cacho de Valladolid todo género de desinfectantes y útiles para poder usarlos; también se compra vino y cerveza para los enfermos pobres, encargando su distribución a D. Isidoro García, farmacéutico de la Villa.

    En los archivos eclesiásticos se puede apreciar la labor religiosa y las precauciones que el señor cura D. Francisco Prieto Pérez realiza; y así se puede leer, como a todos los enfermos les administra la confesión y la extremaunción pero, dice en todos y cada uno de  sus partes de defunción,  no se les dio el Santo Viatico a causa de no ser aconsejable por padecer el “cólera morbo”. ¡¡¡Tan grande era el pánico al cólera, que el sacerdote no daba la comunión al moribundo!!!.

     Se llenaba nuestra iglesia de madres, esposas y hermanos que, postrándose ante el altar pedían a Dios por la curación de sus enfermos. Se hizo un novenario a San Roque, protector contra las pestes, y se le sacó en procesión por las calles de nuestra Villa.

  A pesar de todas estas medidas la sombra de la muerte arrebata la vida, el día 8 a Isabel Simón Elvira, el día 9 a Mariano Calvo Parra, el 10 a Tomás González Coloma, el 11 a Escolástica Montero Puerto y el día 12 y 14 se lleva la vida de dos inocentes hermanos Juliana y Juan Saiz Moretón de 6 meses la niña y  26 meses el niño. Y antes de acabar el mismo día muere, en la flor de la vida, Eulogio Calvo López de 33 años de edad. En estas fechas los invadidos por la enfermedad se cuentan por decenas.

  Es muy difícil, en nuestros días, imaginarnos el panorama dantesco y aterrador en que se encontraba Esguevillas en aquellas fechas. El verano era excesivamente caluroso con tórridas temperaturas  de cuarenta y más grados, el llanto unas veces contenido y otras desgarrado de madres y esposas que ven llevar en el carro a sus seres queridos, el lastimero miserere de las continuas procesiones funerarias hacia el camposanto donde se daba el último adiós a  los muertos, y por las noches…,¡¡¡las claras noches de luna de nuestro agosto castellano!!!, se vieron ensombrecidas por la humareda de  las hogueras donde se quemaba con azufre, ácido fénico y cal viva, las ropas que habían estado en contacto con los invadidos. Y este era otro problema, pues por desgracia el descarnado jinete de la muerte, se cebó de bestial y singular manera con las gentes humildes como jornaleros y pequeños labradores; y a estas familias, quemar sus pobres ajuares les suponía un gasto y un dolor añadidos a las terrible pérdida de la vida de sus familiares.

     La peste atacó menos a artesanos, comerciantes y ricos propietarios. Al principio no se sabía el motivo pero después se comprendió ya que el “modus vivendi”  y  las  medidas higiénicas de estos eran muy diferentes. 

    Llegaron los días 15 y 16 de agosto dedicados a  la Virgen y a San Roque, llenándose la iglesia con el final de la novena y la procesión dedicadas a este último. Y en estos dos días, en vez de aminorarse la mortandad, el jinete de la muerte, poniendo una macabra sonrisa en su satánico rostro, parece despreciar la devoción religiosa de los esguevanos, y arrebata la vida de seis personas más: Mario Muñero Merino, Antonia Sanz Justos, Modesta Plaza Asegurado, Nicolasa Parra López, Vicenta Duque López y Ambrosio Moro Pablos. Pero el pánico aún es mayor porque se corre el rumor de que el señor Doctor puede estar contagiado y además son muy pocas las personas que quieren acudir al pobre “hospital de coléricos” a llevar víveres o  ayudar al médico a cuidar  los enfermos. Mas siempre ante situaciones extremas surgen personas excepcionales; y en Esguevillas fue así.


UNA MUJER O UN ÁNGEL


    Habían llegado a Esguevillas, por San Pedro del año anterior, un matrimonio de pastores con el padre de la mujer que estaba viudo. Los cónyuges  de ya cumplidos los cuarenta años, se dedicaban él al oficio de pastor y ella a las  labores de la casa y al cuidado de su padre ya que  hijos no tenían. Era una mujer extremadamente limpia y hacendosa, muy dispuesta a prestar ayuda a quienes lo necesitaban y muy cariñosa con los niños, quizás porque eran estos los que a ella le  faltaban. Se hizo querer en el pueblo y todos, grandes y pequeños la conocían con el nombre de “La tía Cirila” (costumbre en los pueblos sobre todo en aquella época de poner el tío y la tía delante de los nombres propios de la gente humilde). Pues bien quiso la mala fortuna que estos días macabros de la peste, el temible cólera infectase gravemente al padre de Cirila; mas ella no se arredró, contuvo el llanto y el dolor que le desgarraba las entrañas y, siguiendo el carro que transportaba su cuerpo hasta el lazareto, se presentó en el mísero hospital decidida a cuidar de su padre y de todos los enfermos que mal atendidos necesitasen de sus cuidados. Y así se lo expuso a D. Alberto Valverde  que, habiendo ya experimentado en su cuerpo los primeros síntomas del mal, la recibió con agrado pues todas la ayudas eran pocas, y aceptó que Cirila trabajase gratuitamente codo con codo con Casimira González que con una paga de CUATRO PESETAS diarias hacía de enfermera del Doctor.

     La “Tía Cirila” veía con desesperación como la enfermedad se apoderaba día a día de su padre; las enormes diarreas y vómitos, las extremidades frías como el hielo en un verano caluroso, la delgadez extrema y los ojos hundidos en sus cuencas, eran el preludio de la muerte; y entonces, en una arrancada desesperada de fe, de dolor y de valentía, miró con los ojos del alma  a Dios y, como si hablara  cara a cara con él, igual que Moisés en el Sinaí,  le pidió por su padre prometiendo cuidar de todos los enfermos, si él salvaba la vida.

   Aquellos días, entre el 17 y 19 de agosto, murieron Vicenta Elvira Ruiz, Cándido González Coloma, Martina Sardón Serrano, Casimiro Callejo Martín, Lucila Olmedo Loysele, Saturnina Montero Puerto, Lucía Martín García, Eugenio Parra Ortega y Eloy Gutiérrez Villa, un niño de tres años, un ángel al que la parca se llevó llevándose también la alegría de sus padres.

    La “Tía Cirila” se transformó, de la noche a la mañana, en una enfermera ejemplar; limpiaba a los enfermos, los cambiaba y lavaba las ropas de las camas, ayudaba al doctor a suministrar los medicamentos y bajaba al Pueblo en busca de alimentos para todos los infectados, pidiendo por las casas a pesar de que en algunas no se le abría la puerta y en ninguna se la dejaba pasar. La pobre Cirila se había convertido en una apestada a la que nadie quería tocar por miedo al contagio, al igual que el camino que llevaba al hospital y que sólo era recorrido por ella y por el carro que transportaba los moribundos apestados. Sin embargo ella era una mujer fuerte y sana y redoblaba sus esfuerzos en el cuidado de los coléricos; y más cuando empezó a ver que algunos de ellos se curaban y se reintegraban, aunque débiles y convalecientes, a la vida normal del Pueblo. Pronto empezó a ver señales de recuperación en su propio padre y, cuando el médico así se lo confirmó, su alma se llenó de alegría.

    A pesar de todos los esfuerzos de D. Alberto que luchaba noche y día, sin abandonar su puesto, contra la enfermedad propia y la de los demás, mueren el día veinte: Cayetana López González, León Martín del Rey y Sergio Muñoz Elvira.

    El día 21, el Doctor cae en cama y viendo llegar el fin de su vida, manda a su esposa Dª Regina Alonso llamar al señor notario D. Cesáreo Martínez que a la sazón residía en Fombellida, para dictar su testamento. Una vez dictado éste, agrega una manda en la cual pide se le haga entierro mayor, se visite su sepultura un año por cada uno de sus tres hijos llamados Alberto, Mª Dolores y Ramón; y en sufragio de su alma se celebren 300 misas a CINCO reales cada una. D. Alberto Valverde era un hombre muy religioso y si en vida había luchado con todas sus fuerzas por salvar las vidas de los demás, a la hora de su muerte no lo fue menos al dictar con entereza y fe cristianas como serían sus funerales y las grandes limosnas que suponían las 300 misas.

    El día 22 de agosto el calor es insoportable y la enfermedad alcanza su punto más álgido, muriendo ese mismo día: Bernardo Calvo Parra, Juan Moro Calvo, Romualdo Calvo Simón, Juana Coloma Sanz y Pedro Parra Maté.  El “cuarto jinete de la apocalipsis” parece que está ganando la batalla, Esguevillas indefenso y sin médico se resigna ante la muerte que le cerca por todos los lados; algunos niños lactantes quedan huérfanos y no encuentran nodriza que los alimente, pues la madres que amamantan a sus propios hijos no quieren dar de mamar a los niños de madres muertas por el cólera; teniendo que alimentarlos con leche de cabra.

    El amanecer del día 23 fue  de un color plomizo que presagiaba un día extremadamente caluroso y, antes de salir el sol, cuando todavía humeaban las hogueras de azufre en nuestra Villa, la noticia de la muerte de D. Alberto Valverde Bastardo corrió como la pólvora de boca en boca, añadiendo más dolor al sufrimiento de nuestro Pueblo. Según consta en su acta  de defunción, la muerte del Doctor ocurrió a las dos y media de la mañana, en su domicilio de la Plaza Mayor nº 15. Tenía D. Alberto 35 años y era natural de Mucientes, hijo legítimo de D. Ramón Valverde y de Dª Gregoria Bastardo, naturales de Mucientes y ya por entonces fallecidos. Ese mismo día le acompañaron en “el último Viaje”: Leandra Moro López, Ramón Gutiérrez Villa y  Mateo Moro Rivas.

    El entierro del Doctor fue multitudinario y con misa solemne como el mismo había dispuesto en su testamento; aunque parece ser que no todas las mandas se cumplieron ya que pasado el tiempo, D. Fernando Prieto Pérez, párroco de Esguevillas de Esgueva, dice que  las 300 misas nunca se celebraron; y así lo hace constar en el margen del acta de defunción eclesiástica ya que en la civil no se menciona esto. Posiblemente Dª Regina Alonso, muerto y enterrado su marido, marchase con sus hijos a Medina de Rioseco de donde era natural, para vivir con su familia.

    Estando grave D. Alberto, la Junta de Sanidad de Esguevillas insta al Sr. Alcalde a que, acompañado de D. Ángel Revilla miembro de la Junta, vaya a Valladolid en busca de un médico que se haga cargo de la gran cantidad de enfermos coléricos, que a la sazón había en Esguevillas. Después de muchas y rápidas gestiones traen a D. Gencio Santillana, con una paga de SETENTA Y CINCO pesetas diarias y 750 ptas. más como adelanto a cuenta de los días que sirviese. Pocos días sirvió, pues el día 25 del mismo mes de agosto el Doctor Santillana, manifestó que se encontraba gravemente enfermo y quería trasladarse en coche a Valladolid para ser cuidado por  su familia. Y así lo hizo verificándose que a los tres días de haber llegado a Valladolid, murió víctima de la cruel enfermedad.

    El mismo día 25 de agosto, se sabe por los archivos municipales, hay 120 personas invadidas por el cólera y ante tal situación se recurre a nombrar médico ese mismo día a D. Joaquín Llano, hijo de Esguevillas y Licenciado en Medicina, poniéndole de sueldo el mismo  que al Dr. Santillana; además se nombra como ayudante suyo a D. Pedro González Murillo alumno aprovechado de 5º curso de la Facultad de Medicina de Valladolid. Se alojan en la calle del Carmen nº 5 y a ambos se les comunica que su servicio será para todo el vecindario de la Villa y su contrato durará hasta que decida el excelentísimo Ayuntamiento. De esta manera el Pueblo siguió teniendo médico en unos momentos tan críticos.

    Parecía que el “cuarto jinete” no cesaría nunca de segar vidas con su guadaña entre los habitantes de Esguevillas; pero si el ángel de las tinieblas aleteaba sobre el Pueblo provocando la muerte, la Tía Cirila se había convertido ya en el ángel de la vida luchando con ahínco y sin descanso por salvar a todos y cada uno de los infectados; muchos de los cuales ya habían superado la enfermedad y hacían vida normal con su familia, demostrándose que quien había superado el cólera no volvía a recaer.  

   Su padre recuperó la salud y abandonó el lazareto, pero ella continuó cuidando de los enfermos como había prometido y recorriendo una y mil veces aquel camino, que nadie quería transitar, llevando comida, medicamentos  y líquidos  para infusiones. Pronto aquella mujer humilde pero heroica, pobre en bienes terrenales pero rica en valores espirituales, valiente como Juana de Arco o Agustina de Aragón, aquella mujer que se había plantado ante el peligro y había sido capaz de mirar a la muerte cara a cara, fue querida y respetada por todas  personas del Pueblo y sobre todo querida  por los enfermos ya curados que, habiendo sido atendidos por ella, le mostraban su agradecimiento.

    Pero la muerte seguía y entre el día 24 y 25 mueren: Benigno Rey Coloma, Aquilina Velasco Zazo, Tomasa Merino Yagüe, Alejandro Fernández Ortega, Bernardo López Varona y Regina Velasco Puerto.

    En estos días llega a Esguevillas una ayuda del Ministerio de la Gobernación de 150 pesetas, de las 4.000 que dicho ministerio había aprobado para todos los pueblos epidémicos de la provincia. La ayuda se emplea en medicinas para los enfermos, en ayuda a las viudas y también para los niños huérfanos, pues ni el hospicio de Valladolid quería acoger a los niños esguevanos para no contagiar a los internos  residentes.

    Los días 26 y 27 de agosto la mortandad es grande y podemos decir que, una vez vistos los partes médicos, entre muertos, enfermos y curados, en estas fechas, había sido afectada más del 60 por ciento de la población de Esguevillas; y aunque el consuelo era que la mayoría se curaba, en estos dos días murieron: Alipio Simón Duque, Trinidad Martín Andrés, Mauro Velasco Medrano, Rafaela López Simón, Zacarías Velasco Zazo, Inés Ortega Rodríguez, Trinidad Martín Andrés, María Gómez Camarón, Josefa Díez Valerio y Manuel Camino López. Sé que el poner en este  escrito el nombre y apellidos de todos y cada uno de los muertos, puede resultar aburrido para algunos, pero es la historia de nuestro Pueblo y sus apellidos son algunos de nuestros apellidos, porque en definitiva ellos son nuestros antepasados y creo firmemente que a muchos de los que leáis estas líneas os gustará conocerlos.

    Podemos imaginar que a estas alturas del mes de agosto, nuestro Pueblo parece estar maldito y que ya no puede resistir más. La mayoría de la gente viste de luto pues  todos tienen muertos en sus familias, las campanas de San Torcuato no cesan de tañer llorando a los cuatro vientos por las almas de los difuntos, las tristes procesiones de los entierros que se dirigen al camposanto, hacen estremecer el aire con sus lúgubres misereres; la campanilla que el monaguillo hace sonar acompañando al sacerdote que acude a dar la extremaunción a los moribundos, hace sobrecoger el ánima de los que se cruzan en su camino, y por último las incesantes hogueras con el fétido olor a azufre, nos siguen recordando que “El Cuarto Jinete” no abandona su presa y quiere exprimir a Esguevillas hasta lo último; y el día 28 arrebata la vida de Mª Cruz Ruiz Escudero, Felipe Calvo López y un angelito de dos meses llamado Salustiano Moro Escudero.

    El día 29 y 30 la mortandad es tremenda y parece no tener fin, sin embargo el número de enfermos ha disminuido enormemente y se cuentan por cientos las personas que han superado la enfermedad. Los muertos en estos días son: Felipe Calvo López, Emilia Parro, Feliciana Álvarez Fernández, Rosa Duque López, Tomás López Velasco, Pedro Calvo Arranz, Felisa Esteban Ruiz, Benilde Duque Simón y José Alba Simón.

    Para alivio de los esguevanos, a partir del día 30 de agosto la muerte se ralentiza y prácticamente ya no hay nuevos contagiados, aunque todavía hay algunos que se debaten entre la vida y la muerte. De estos, el último día de agosto, muere Ángela Montero Puerto.

    El mes de septiembre empieza de manera esperanzadora, aunque el día uno muere la niña Nicolasa Galindo Nieto de solamente 4 años de edad. El día dos no se produce ninguna muerte y ya hace unos días que el carro que recogía los moribundos para llevarlos al pobre e improvisado hospital de coléricos, ha dejado de hacer sonar el hierro de sus ruedas por el empedrado de las calles, entre otras razones, porque no se producen nuevos infectados. El día 3 muere Pedro Sanz Parra que estaba muy grave y había recibido, por parte del párroco D. Francisco,  los sacramentos de confesión y extremaunción, aunque como dije antes, y es verdad corroborada en las actas de defunción que se guardan en el archivo catedralicio, sin recibir la comunión por tratarse del cólera morbo. Los días 4 y 5 no hay ningún fallecimiento, ¡¡¡la muerte está perdiendo la batalla!!!, el 6 y 7 mueren: Pedro Rodríguez Díaz y la niña Modesta Pérez Molinero de sólo 2 meses de edad. Y el día nueve de septiembre Guillermo López Ferrero de 72 años de edad y el niño Felipe López Esteban de 15 meses, cierran esta fatídica lista de defunciones causadas por el temible cólera, no habiendo ya más muertes ni contagios.

   “El Cuarto Jinete” que tanto había hecho padecer a Esguevillas, tuvo que marchar vencido y humillado por un Pueblo que sabía luchar y resistir; o ¿es que no supimos aguantar apenas 80 años atrás la opresión de las tropas napoleónicas?; las dos veces Esguevillas luchó contra enemigos cuasi invencibles, pero las dos veces sobrevivió. En esta ocasión el rival era LA PESTE, y aunque la victoria fue una “Victoria Pírrica” y, en el intento, perdieron la vida muchos hombres, mujeres y niños, antepasados nuestros, nuestro Pueblo no dio un paso  atrás, nadie escapó a cuevas u otros lugares alejados de sus familias; los hombres permanecieron en sus puestos de trabajo recogiendo la cosecha, y las mujeres en sus casas cuidando de la familia. Todos  ellos plantaron cara a la muerte y al final encontraron la vida; y así se puso de manifiesto cuando el domingo día 13 de septiembre de 1885, D. Francisco Prieto Pérez ofició misa solemne de acción de gracias, ya que se consideraba que el cólera había sido erradicado y arrancado a cuajo del corazón de nuestro Pueblo. D. Francisco que había realizado una labor encomiable visitando, confesando y dando la extremaunción a todos los enfermos graves y por supuesto a todos los que murieron, como he podido constatar en los archivos eclesiásticos, recordó en dicha misa a los muertos, haciendo especial mención a D. Alberto Valverde, a D. Gencio Santillana y a todas las personas que habían sufrido en sus carnes o en su familia el ataque implacable de la “Parca”.

    Preguntareis ¿Qué fue de la Tía Cirila?, No lo sé, es la única parte de esta historia que no he podido constatar con documentos escritos. Como se trataba de una familia humilde de pastores que había llegado un año antes al Pueblo y al año siguiente marchó a otro lugar, no he podido seguir su rastro, ya que afortunadamente para ella Dios la había protegido y nadie de su familia murió. Detalle este último que habría permitido leer en su acta de defunción, al menos, el lugar de nacimiento suyo y de sus padres y marido. Por otra parte la gente humilde es grande hasta en estas cosas; hacen el bien y nunca esperan recompensa. Sólo sé lo que me contaron aquellos de nuestro Pueblo, que eran viejos cuando yo, que ya  tengo la cabeza cubierta por la nieve de los años,  era joven.

    Además empezaba este relato preguntando: ¿sería una mujer o un ángel?, pues pudo ocurrir como con “El niño de la playa” de San Agustín de Hipona en el siglo IV, o la “Dama de azul” de los indios Jumanos en el siglo XVII; ambos aparecieron y desaparecieron sin dejar documento escrito, pero si dejando huella de su existencia. De la “Tía Cirila” no he podido encontrar documento escrito que atestigüe de manera fidedigna de donde vino ni a donde se fue, pero la huella de su existencia ahí está; ya que al camino sin nombre que partía de la parte alta  de la calle de la Saliega y que tantísimas veces holló con sus pies, en las innumerables subidas y bajadas que hacía a diario para cuidar y servir a los enfermos, pronto recibió su nombre y ahora todavía se le conoce como el “Camino de la Tía Cirila”.

   Siempre he pensado que la historia de los pueblos, es un rosario de anécdotas más o menos importantes que enlazan la parte más antigua de su existencia con nuestros días. Si estas historias y estas personas se olvidan, el pueblo es un pueblo sin pasado y un pueblo así es un pueblo muerto. Por este motivo los que amamos Esguevillas no debemos olvidar que la historia de nuestro Pueblo, la han escrito sus hombres con sus aciertos y sus fracasos, con sus alegrías y, como en esta ocasión, con  sus penas. Es verdad que nuestro Pueblo sufrió el cólera más que ningún otro pueblo de la provincia, pero también es verdad que supo hacer cierta la célebre frase del gran poeta D. José María Pemán: "Saber sufrir y tener el alma recia y curtida es lo que importa saber; la ciencia del padecer, es la ciencia de la vida." Nuestros antepasados, durante el mes y medio que aproximadamente duró el ataque de la peste, supieron sufrir y llorar, pues no es de menos hombres llorar la muerte de sus seres queridos; supieron sufrir y rezar y supieron sufrir y luchar con ese espíritu recio e indomable que tiene el hombre castellano, que sólo humilla su cerviz ante Dios y que no se rinde ni dobla su rodilla ante nadie ni ante nada incluido “ El Cuarto Jinete”.

     Cuentan que un  veterano soldado de los tercios de Castilla del siglo XVI, curtido en cien batallas y acostumbrado a rajar, matar y maldecir; un hombre de los que pusieron a Europa a los pies de España, un hombre cuyos ojos, acostumbrados a ver los campos de batalla llenos de muertos y moribundos, ya era incapaz de tener sentimientos por nada ni por nadie, dijo un día en que se le vio quitarse el sombrero y arrodillarse cuando pasaba  la procesión del Corpus : “El castellano de verdad, sólo dobla su rodilla ante  Dios, pero permanece de pie frente a los hombres”. Y tenía razón pues ¿acaso el Cid no se mantuvo firme y, sin doblar su rodilla,  hizo jurar en Santa Gadea de Burgos a su propio rey?; ¿acaso Padilla, Bravo y Maldonado no plantaron cara a su rey haciéndole ver que no tenía razón?. ¡¡ Estos últimos perdieron su vida pero no perdieron su honor!!, y por eso la historia los recuerda. Los esguevanos del siglo XIX supimos sufrir y luchar contra los franceses en la invasión napoleónica, y luchamos y sufrimos también contra el “Cuarto Jinete” que nos trajo el Cólera. Verdad es que, en las dos ocasiones, muchos de nuestros antepasados murieron y grandes fueron las pérdidas, pero el Pueblo sobrevivió. Por eso, mientras exista un solo esguevano de buen corazón, un descendiente de aquellos hombres y mujeres que tanto añoramos, estos hechos no quedarán en el olvido.

    Hombres y mujeres de Esguevillas supimos restaurar, en el año 2012, el Viejo Cementerio donde estas personas, además de otras, duermen el sueño eterno. Cuando paséis cerca de sus muros, recordad a los allí enterrados y pensad también en los vivos que supieron devolver la dignidad a nuestro “Viejo Camposanto”.

M. Díez Loisele.


       


     

   

sábado, 12 de marzo de 2016

Dedicatoria

       El motivo de crear este blog  no es otro que el de relatar anécdotas, historias y vivencias de mi Pueblo, de mi entorno y mías propias. Como todas las cosas que se comienzan con ilusión, lo lógico es dedicarlas a alguien querido. Por tal motivo quiero dedicar mi blog a la persona que más quiero, a mi esposa; a quien dedico también este soneto.
 
    SONETO a mi ESPOSA

 En plena primavera de tu vida,
            llegaste a mí, cual llega la alborada
         y el hálito de tu alma enamorada,
              despertó amor en mi ánima dormida.

               Después, la parca cruel, abrió una herida
             en tu gran corazón de madre amada;
       y cual pétalo de flor marchitada,
           voló tu juventud,  de edad vencida.

     De la edad y del tiempo yo reniego,
          pues tú eres para mí la primavera,
          y bella te veré, aunque esté ciego.

               Yo siempre te amaré hasta que me muera,
               y después de muerto yo, no lo niego,
         aún te amaré en la vida venidera.

                                                              M. Díez.