martes, 1 de septiembre de 2020

 

ALMANZOR EN LAS FUENTES

DEL RÍO ESGUEVA

  Durante siglos las tierras españolas se vieron bañadas por la sangre de los cristianos y de los sarracenos que en el año 711 invadieron España; y si estos tardaron 11 años en llegar al norte de nuestra Patria, los cristianos tardamos casi 800 años en recuperarla. Estos años fueron tiempos de lucha, de sangre y de muerte. Tiempos de devastación, de rapiñas, de secuestros y de vergonzosos tributos.

    La historia que aquí narro, como todo relato histórico, está fundamentada en hechos y lugares reales, en un periodo real de nuestra historia castellana, con unos personajes verídicos y otros ficticios que sirven, estos últimos, para enlazar los hechos y hacer más ameno el relato.

    Durante los primeros años, después de la batalla de Covadonga, los cristianos se defendieron en las montañas cántabro-astures, hasta que poco a poco, haciéndose cada vez más fuertes, fueron avanzando hacia el sur. Pero el paisaje cambiaba drásticamente y lo que eran montañas y riscos inexpugnables a los ataques enemigos, cambió por llanuras inmensas sin defensas naturales; y estas llanuras se ganaban y se perdían continuamente. Eran tierras inseguras que nadie quería repoblar, pero  que poco a poco se fueron llenando de fortalezas artificiales, los castillos, que servían para dar protección a los habitantes y colonos de las tierras conquistadas. Fueron tantos los castillos construidos en estos llanísimos campos que, las tierras de la antigua Bardulia, pasaron a llamarse Castilla (tierra de castillos). Y es así como se fueron repoblando estas tierras de nuestra vieja Castilla, construyendo pueblos, villas y ciudades, al principio, sin alejarse mucho de las montañas por si había que retroceder para buscar refugio en ellas, pero más tarde estos asentamientos se fueron fortificando más y más hasta hacerse fuertes en sí mismos. Así nació Brañosera, el primer municipio de España como lo demuestra la Carta Puebla en la cual el Conde Munio Nuñez, concede derechos y obligaciones a media docena de familias que se asentaron en esa localidad en el año 824. A estos habitantes se les concedió el derecho a organizarse en concejo de ciudadanos y a ser hombres libres de los señores feudales.

    Mucha sangre, mucho sudor y muchas lagrimas hubo que derramar y muchas tumbas que cavar, en nuestro suelo español, para ir empujando hacia el sur a los invasores musulmanes hasta que, a finales del siglo IX, las victoriosas tropas de Alfonso III el Magno llegaron al valle del río Esgueva, el cual repobló y fortificó con castillos y murallas en todos sus pueblos para que sirvieran de retaguardia a la línea del río Duero. El curso de este gran río lo fortificó aun más sólidamente que el curso del Esgueva  con castillos y fortalezas, estableciendo en él la frontera de sus reinos.

    Un  siglo después surge en Córdoba, Almanzor “El Victorioso por Alá”. Había nacido en Torrox cerca de Algeciras hacia el año 939 aunque, según cantaban los juglares y se transmitía de boca a boca por los reinos cristianos, había surgido del mismísimo infierno y estaba poseído por Lucifer. Almanzor asoló los reinos cristianos en 56 campañas en las que se dedicó a arrasar los campos, destruir castillos y ciudades matando a todos sus hombres y llevándose cautivas a todas sus mujeres e incluso niños. Almanzor fue durante muchos años una autentica pesadilla para los cristianos. Un caudillo feroz, despiadado e invencible que golpeó los reinos de la Península allá donde más les dolía: en las iglesias y monasterios símbolos de la cristiandad.

Almanzor

    El día 21 de junio del año 1000, el háyib musulmán Almanzor, el azote de la España cristiana, la victoriosa espada del Islán, salió con su ejército de Córdoba con el propósito de castigar los reinos cristianos, era su campaña número 52. Enterado de tal propósito el conde de  Castilla Sancho García y ya harto de los desmanes de este guerrero al que, el mundo cristiano, consideraba poseído por Satán, decidió salir a su paso y presentar batalla. Formó un poderoso ejército bajo sus órdenes al que se unieron las huestes de García Gómez, conde de Saldaña, Sancho Garcés de Pamplona y las tropas de Alfonso V de León, sin que él estuviera presente en la batalla pues todavía era un niño.

   Las tropas cristianas se dirigieron hacia el sur con tiempo suficiente para encontrar un lugar favorable donde entablar batalla, con las tropas y la moral muy altas ascienden por Barriosuso en la sierra de la Demanda hasta el alto de la Valdosa   desde donde se divisa el bellísimo anfiteatro donde nace el río Esgueva, y desde allí, los mandos del ejército, eligen donde instalarán sus tropas en el momento de iniciar la Lid.  

    Descendiendo desde el alto de la Valdosa, Sancho García  instala sus lares en el alto de Cervera, vigilando así el estrecho valle. Quien intentara cruzar la sierra hacia el norte, por aquel paso, quedaría atrapado pues caerían sobre él, desde aquel inexpugnable alto, como el águila cae sobre su presa. Por otro lado a espaldas del ejército estaba el fresco valle de las fuentes del Esgueva con ricos prados y aguas frescas y puras para animales y personas. Ahora sólo cabía esperar a que el astuto e invencible Almanzor cayera en la trampa.

    Pasaban los días en el campamento cristiano preparándose para la gran batalla  y todos los líderes del ejército juraron, por la cruz de sus espadas, no retroceder en la pelea ya que de hacerlo Castilla quedaría a merced del Musulmán.

    Mientras tanto, Almanzor  que había hecho alto en Medinaceli, se dirigía hacia el norte pasando por   Gormaz (la más grande fortaleza de la antigüedad), Osma  y Clunia. Todas estas fortalezas estaban en posesión de los árabes y en todas ellas fue fortaleciendo con armas y engrandeciendo con hombres su ejército.

   Cabalgaban en esta campaña, al lado de Almanzor, dos de sus hijos: Al-Muzaffar, que era su hijo más querido y Abderramán “Sanchuelo” llamado así por ser nieto de Sancho II Garcés, rey de Navarra que entregó a su hija Urraca como esposa a Almanzor para firmar la paz. Urraca se convirtió al islam y cambió su nombre por el de Abda. Estos hijos, con un nutrido número de soldados, iban en la vanguardia del ejército recorriendo villas y poblados,  recaudando grano, dineros y toda clase de víveres, sembrando el terror y logrando la devastación de estos lugares, ya que a este gran saqueo y destrucción había que añadir el llevarse cautivas a sus mujeres y  asesinar a todos los varones.

    Cuando el grueso del ejército llegó a Villajimeno, pueblo de “presura” cerca de Valdeande, acampó al lado de la gran laguna que allí había y plantando sus tiendas en este lugar, espero a la llegada de sus hijos que, pasados tres días regresaron con multitud de carros bien cargados de grano para alimentar a hombres y caballos. Traían también todos los objetos de valor que habían saqueado en las casas e iglesias profanadas y, por último, un gran cargamento de doncellas que les habían entregado como tributo o que  habían apresado por la fuerza en  los pueblos del Valle Esgueva. Aquellos lugares que se resistían salían peor parados, pues no sólo eran saqueados sino que además eran quemados  y destruidos.

    El día 25 de julio del año 1000 de nuestra era, junto a la gran laguna de Villajimeno, el ejército musulmán ya estaba al completo y totalmente confiado en su gran poderío. Almanzor nunca había sido derrotado y nadie, entre sus hombres, pensaba que la poderosa espada de Alá, lo iba a ser esta vez. El campamento era todo bullicio y algarabía, se habían repartido el botín recaudado en los pueblos de Valle, que eran muchos ya que, los célebres hijos del caudillo moro, habían descendido en su “razia” hasta más allá de donde las aguas del Esgueva cruzaban la ruta que unía Roa con Lerma.

    Aquella noche un hombre que andaba emboscado cerca del campamento musulmán, salió de su escondite y, cual “vulpes” reptante, se deslizó sigiloso hasta estar fuera del alcance de los ojos y oídos de los centinelas bereberes. Cuando llegó a un pequeño bosquecillo donde había dejado su caballo, montó en él con  felina ligereza, muestra evidente de que se traba de un hombre joven y diestro en la equitación. Primeramente al paso y después al galope dejó atrás Valdeande, desierto y semidestruido, y cruzando el Esgueva junto a las ruinas romanas de Ciella, cabalgó en dirección a Santa Mª del Mercadillo, también abandonado por sus habitantes ante la inminente llegada de Almanzor, y aún no rayaba la aurora cuando el nocturno jinete, enfilaba el camino de Ciruelos de Cervera que cruzó amaneciendo en dirección a Briongos, buscando a toda prisa el campamento cristiano.

    En lo alto de las Peñas de Cervera, en el campamento del Conde Sancho García se estaban  apagando las hogueras que, durante la noche, habían servido para iluminar la multitud de tiendas que estaban asentadas en lo alto del cerro. La aurora que anunciaba el nuevo día, empezaba a iluminar con su luz las cresta de los pétreos picachos de la sierra de la Demanda y todo presagiaba que iba a ser otro gran día de calor, como no podía ser de otra manera en el mes de julio.

    Por el camino de Briongos se divisó una nubecilla de polvo que se acercaba a la velocidad del rayo. Un brioso corcel empapado en sudor, no corría sino que volaba devorando la distancia mientras bebía los frescos vientos del amanecer serrano por sus  dilatados ollares. Inclinado sobre su montura el jinete animaba con la voz a su cabalgadura mientras clavaba sus espuelas en los ijares del noble animal; no había tiempo que perder, el enemigo estaba cerca y su señor el Conde de Castilla debía saberlo cuanto antes. “Toma uno de mis mejores caballos” le había dicho el Conde y “cuando avistes al enemigo reviéntalo, si es preciso, pero no pierdas tiempo, porque ahora el tiempo es lo más valioso para preparar la batalla”. Ascendió la colina con las últimas fuerzas del caballo, mientras gritaba a los centinelas que le salieron al paso: “vía franca al mensajero del Conde, traigo valiosas noticias que no pueden ser demoradas”. Los centinelas se hicieron a un lado y el jinete no se detuvo hasta llegar a la tienda de Sancho García, donde refrenó su caballo entre una nube de polvo. Los guardias cogieron al tembloroso corcel de las riendas y el jinete saltó de él como un gamo, al tiempo que el Conde, que había oído los gritos y el galope del caballo, salía de la tienda.



    Sancho García levantó al joven jinete que, al ver a su Señor, había puesto su rodilla en tierra y bajado su cabeza en actitud de reverencia y  sumisión.

   _ Levanta Alonso, le dijo al sudoroso joven, sacude tus polvorientas ropas y entra conmigo en la tienda ya que veo que tienes muchas cosas que decirme.

   _ Señor, el caudillo Almanzor y sus bereberes están ya en Villajimeno y no tardarán en llegar.

   El Conde llamó a uno de sus criados y le dijo:

   _ Trae agua y toalla para asearse y también comida y bebida para que este soldado recobre sus fuerzas, pues la conversación, me temo que va a ser larga.

   Mientras el joven se aseaba, Sancho García le preguntó:

   _ ¿Qué te ha parecido el caballo, Alonso?, es el castaño que a ti siempre te gustó.

   _ Es magnífico Señor; es noble, valiente, resistente y muy veloz; obediente a las riendas y no se niega nunca a las órdenes. Un magnífico caballo propio de un gran señor como Vos.

   _ Pues el caballo es tuyo, te lo has ganado en esta misión tan arriesgada que te encomendé.

   Sentenció el Conde con voz grave y firme.

   _ Con él podrás entrar en batalla empuñando la espada que te regale hace tres años cuando cumpliste 18. ¡Cómo pasa el tiempo!, parece que fue ayer cuando entraste, siendo aún un niño, a mi servicio y ya eres uno de los hombres más leales que tengo.

   _ Señor, para mí ha sido un honor y un orgullo ser vuestro escudero y pelear a vuestro lado todos estos años. Cuando nos enfrentemos a Almanzor, yo sabré hacerme digno de tales regalos.

   Mientras así hablaban, se presentó en la tienda el Conde de Saldaña García Gómez con sus tres hermanos:  Velasco, Sancho y Munio.

 Después, Alonso les dio toda clase de informes: de cómo se había acercado tanto al campamento de los “Hijos de Alá”, que se había enterado del saqueo de los pueblos del Valle Esgueva hasta la ruta que unía las villas de Roa y Lerma. Les habló del cuantioso botín que los hijos de Almanzor habían saqueado y de las numerosas doncellas que habían traído cautivas y que, con toda seguridad, serían llevadas a Córdoba para los harenes de las gentes poderosas. Del mismo modo les informó, que las tropas que formaban el ejército musulmán estaban formadas por soldados andalusíes y  bereberes, que eran, sobre todo estos últimos, soldados muy profesionales y aguerridos.

   Cumplida su misión, Alonso guardó silencio y, a una señal de su Señor, salió de la tienda del Conde y recogiendo su caballo, que ya estaba limpio del sudor y repuesto de la fatiga, se retiró a su tienda, aledaña a la de Sancho García, para descansar y prepararse para el combate que se aproximaba.

   El día 27 de aquel mes de julio, era domingo y todo el ejército lo dedicó a oír la misa dominical que, varios sacerdotes se dedicaron a oficiar en diferentes lugares del campamento. Después se decretó descanso, ya que el domingo era el día dedicado al Señor; y solamente los sacerdotes fueron visitando las tiendas  bendiciendo y oyendo en confesión a los soldados que querían el mencionado sacramento. Todos eran conscientes de que el peligro de morir en aquella contienda, que se ofrecía tan inminente, era más que probable, pues los sarracenos no acostumbraban a recoger heridos.

   Alonso, como servidor del Conde Sancho García, pasó el día atento a las órdenes de su Señor, al que había entrado a servir a la edad de doce años cuando, en una de las razias musulmanas, había perdido a toda su familia. El Conde  había cuidado su educación  y su preparación militar con mucho esmero, y Alonso no sólo le respetaba y obedecía sino que además  le profesaba un amor cuasi filial. Desde que hubo cumplido 18 años y recibió del Conde aquella magnífica espada que colgaba de su cintura, no se apartó jamás de él en las batallas, protegiéndolo como el mejor de sus escoltas; y ahora que tenía aquel maravilloso caballo, no podía fallar a su Señor, solamente la muerte podría apartarlo de él.

   Estaba Alonso delante de su tienda: Era  un joven de 21 años cumplidos, no sabía cuando, de alta estatura, de anchos hombros, largas piernas calzadas con botas hasta las rodillas y fuertes brazos capaces de manejar el caballo y la espada durante horas sin desmayar. Aquel tórax amplio y atlético, cubierto por una nívea camisa de algodón, estaba rematado por una cabeza altiva de largo y ondulado pelo castaño al que, los rayos del sol, arrancaban reflejos dorados; la frente amplia y despejada, la nariz recta y bien proporcionada, el mentón prominente y orgulloso que, unido a la mirada limpia y sin temor de unos grandes ojos verdes, daban a su persona un aire distinguido, noble y altanero.

    El día 28, el campamento bullía por las continuas idas y venidas de los soldados,  el herraje y cuidado de los caballos de guerra y por el bullicio de los corrillos de soldados que bebían, bromeaban y jugaban a los dados queriendo espantar con sus gritos y bromas el miedo que hasta el hombre más valiente siente ante la proximidad de una muerte posible.

   Hay que añadir a este peligro que el año 1000 se creía que iba a producirse el fin del Mundo, al menos así lo había predicho el Cardenal Cesare Baronio, que además había dicho que este fin vendría acompañado de otros signos y presagios tan horripilantes que ponían los vellos de punta. ¿Qué signo más demoledor y terrorífico que el propio Almanzor que tres años atrás había saqueado Santiago de Compostela, el núcleo más importante de la cristiandad en el occidente europeo, y que ahora se aproximaba hacia las Peñas de Cervera?. Si ese año debía producirse el fin del Mundo, no había día, lugar ni personaje más apropiado para ello. Por eso el nerviosismo era tan grade, que cuanto antes se entrara en combate, antes se acabaría con aquella tensión.

    El día 29 de julio, apenas el sol empezó a anunciar con su luz el nuevo día, se empezaron a ver en la lejanía densas nubes de polvo que iban avanzando. Pronto, llegó al campamento cristiano el son de trompetas, añafiles y tambores; sobre todo mucho redoble de tambores, eran los célebres tambores de Almanzor, temidos en todos los reinos cristianos de la Península.


LA BATALLA

    Los Condes de Castilla y de Saldaña salieron de la tienda del Conde Castellano, donde había pasado gran parte de la noche planeando el encuentro y donde habían tomado la primera comida del día. Sancho García mandó tocar las trompetas pidiendo a sus capitanes que apremiasen en el desayuno a sus hombres, pues la lucha sería larga y, sin alimentarse, los hombres podrían desfallecer. Después les dio órdenes para que colocasen las tropas en orden de batalla.

    Todo estaba planeado hasta los últimos detalles: Él, Conde de Castilla y caudillo de todo el ejército, sería el primero en atacar, buscando el ala derecha del enemigo, con las tropas castellanas y leonesas atrayendo hacia sí al grueso de las filas adversarias. Ellos serían el yunque donde se estrellarían los sarracenos; y cuando esto ocurriera y el ejército musulmán hubiera girado a la derecha dejando su espalda al descubierto, el Conde de Saldaña con sus hermanos y las tropas de Sancho Garcés de Pamplona, atacarían por la izquierda  y serían en martillo que machacaría a las tropas de Almanzor hasta destruirlas.  

   Cuando todos  los soldados estuvieron puestos en orden de batalla, Sancho García, montando un soberbio caballo alazán y armado con su magnífica armadura, se dirigió a las tropas arengándolas de esta manera: ¡¡¡Todos oís las trompetas y tambores del enemigo, pero nosotros estamos hoy aquí para, con la ayuda del Dios en que creemos, callar esos tambores para siempre!!!. ¡¡¡Soldados castellanos, soldados leoneses y navarros, ahora es el momento de vengar los crímenes, ultrajes y saqueos que estos enemigos de nuestra fe han hecho a nuestra Patria y a nuestras familias!!!. Hay quien ha corrido el rumor de que este año será el fin del Mundo pero yo os repito las palabras de Jesús, escritas en los Evangelios de San Mateo y San Marcos, cuando le preguntaron por ese día. El Hijo de Dios dijo así: “En orden al día y la hora, nadie lo sabe, ni los ángeles de los cielos, ni el Hijo, sino sólo el Padre. ¡¡¡Soldados, los que os vamos a conducir a la lucha, hemos jurado no abandonar el campo sino es como vencedores, pues la única defensa que tienen nuestras tierras, nuestras esposas y nuestros hijos, está en la punta de nuestras lanzas y en el filo de nuestras espadas!!!. ¡¡¡Soldados, si hoy morimos que Dios nos acoja en su seno, pues es mejor morir hoy jóvenes y libres que llegar a viejos como esclavos; y si vencemos, perseguid a esos hijos de Alá hasta su exterminio!!!.

Terminada la arenga y con la sangre hirviendo en las venas, los soldados esperaron decididos y ansiosos el momento de entrar en combate.

MAPA DEL LUGAR DE LA BATALLA

    El ejército de Almanzor “El victorioso por Alá” estaba tan cerca  que ya se podía oír el tronar de los cascos de su caballería bereber al son de los tambores. Siguieron avanzando más y más, hasta que rebasado Briongos y ya casi a los pies de Peña Cervera, Almanzor mando alto a su ejército. En lo alto de la Peña se veían flamear al viento las banderas de Castilla, León y Navarra, rodeadas de un sinfín de pendones y guiones de otras casas condales. Se veía el brillo acerado de miles de lanzas y se oía el piafar de cientos de caballos de guerra.¡¡ La batalla era inminente!!.

  - Maldito peñón de Yarbayra (Cervera), entablar aquí la lucha hacia arriba es empresa suicida.

   Dijo Almanzor, al tiempo que mandaba llamar urgentemente a sus consejeros para dilucidar la forma de resolver aquel aprieto. Nunca pensó que el Conde castellano pudiera reunir un ejército tan numeroso y que le esperase precisamente allí, en un lugar tan ventajoso e inaccesible. Flanquear el Peñón por cualquiera de los lados era mostrar el flanco de sus tropas al enemigo, y retirarse, no entraba en su cabeza. Él “El Victorioso por Alá” nunca se había negado a presentar batalla y menos aún, nunca mostraría su espalda al enemigo.

   Mientras las tropas musulmanas ya apercibidas se preparaban para el combate, el Conde Sancho García, dio la orden de ataque y descendió, desde lo alto del Peñón, como desciende un impetuoso torrente desde la cumbre de las montañas. Antes de que los hijos de Alá se hubieran dado cuenta, castellanos y leoneses atacaron con saña el flanco derecho del enemigo, rompiendo filas y haciendo mucho estrago entre las tropas contrarias. A la cabeza del ataque iba Sancho García con su escolta, en la cual estaba Alonso luchando con furia sobre su brioso caballo. Pero los bereberes no eran unos soldados cualquiera y pronto recompusieron sus filas y presentaron batalla a las tropas del Conde. No obstante el impetuoso ataque sólo se frenó en parte, pues los cristianos con la inercia de la bajada y el ímpetu de su corazón, iban haciendo retroceder a golpes de lanzas y mandobles de espadas a los enemigos, hasta tal punto  que pronto necesitaron el refuerzo de todo el ejército. Este fue el momento en el que el Conde de Saldaña García Gómez y sus hermanos, capitaneando sus mesnadas y las tropas de Navarra, descendieron del Peñón para atacar al enemigo por el ala izquierda que mostraba su espalda por haber ido a apoyar a sus compañeros. Igual que un huracán derriba los viejos pinos de un pinar, así derribaban los cristianos los soldados enemigos. Sorprendidos estos, por ambos flancos, no veían los capitanes la forma de cerrar filas para contener aquel ataque que los había cogido en medio.

   El ruido del combate era sobrecogedor, los gritos, las imprecaciones, el sonar de las espadas y las hachas hiriendo y mutilando, junto con los impactos de las lanzas horadando corazas y el sonido zumbón de las flechas rasgando el viento,  formaban un espectáculo dantesco. Todo esto unido a un campo lleno de heridos y muertos sobre cuyos cuerpos se seguía peleando, daba la impresión que los ángeles y los demonios se disputaban el dominio de la Tierra.

   Almanzor, retirado de la contienda, no daba crédito a sus ojos. Sus tropas, los hijos del Islán estaban siendo vencidos y masacrados, las filas estaban rotas y algunos de sus hombres ya desanimados se batían en retirada.

    Vio “el Victorioso por Alá” a sus hijos a los cuales no había dejado entrar en combate y llamando a su hijo preferido Al-Muzaffar, le dijo: “Coge veinte de mis mejores escoltas y socorre el ala derecha de nuestro ejército, pues el Conde Sancho, ese perro infiel,  está destrozando nuestras filas”. Después lo estrechó contra su pecho y con lágrimas en los ojos lo mandó a la lid, dándolo ya por perdido. Luego llamó a su otro hijo, Abderramán “Sanchuelo” y con otro pelotón de jinetes le mandó a socorrer el ala izquierda.

   La entrada en la lid de los hijos de Almanzor con aquellos guerreros bereberes elegidos para su séquito y escolta, supuso una inyección de fuerza y ánimo entre los ya desmoralizados musulmanes. Las tropas islamitas, al ver pelear a su lado a los hijos de su Caudillo, se armaron de coraje, recompusieron sus filas y se lanzaron al contraataque con renovado ánimo.

   La batalla ahora era total, los escuadrones estaban rotos y los soldados de Ala y los de la Cruz, estaban mezclados en un maremágnum  de caballos, infantes, heridos y muertos. Los capitanes, de ambos lados, gritaban dando órdenes e infundiendo aliento a sus hombres, y los heridos, tanto cristianos como musulmanes, lanzaban sus lamentos al cielo pues, a la hora de la muerte, unos y otros  se acordaban de su Dios.

   Almanzor mientras tanto, que había salido precipitadamente de la hondonada en que le sorprendió la batalla y había subido a  un promontorio, ordenó a todos los criados que le rodeaban que instalaran en  dicho alto sus tiendas e izaran sus estandartes para dar ánimo a sus hombres; apremiándolos con grades voces y amenazándoles con grandes castigos si no obraban con la celeridad que él quería.

   Alonso peleaba junto al Conde de Castilla y su empuje era tal que no permitía que ningún sarraceno pudiera acercarse por la espalda a su Señor. Cada tajo de su espada era una cuchillada mortal para sus enemigos, que caían a su lado como la mies segada por la hoz del segador. Su caballo galopaba se refrenaba y revolvía como si el pensamiento de su jinete fuera su propio pensamiento, arrollando, derribando, pisoteando a cuantos adversarios se le ponían por delante. Alonso, su espada y su caballo, formaban una perfecta máquina de matar. La sangre de los enemigos de la Cruz le manchaba la cara y su cota de malla estaba tinta en sangre; sangre que resbalaba de su espada y corría por su antebrazo hasta el codo.

   En medio de aquella carnicería, Sancho García  vio como los bereberes rodeaban a los Condes de Saldaña, poniendo a los nobles hermanos, que tan bravamente estaban peleando, en un grave aprieto; y entonces ordenó a parte de su escolta que acudieran a socorrerlos. Demasiado tarde, un soldado islamita de la escolta de Almanzor, que con su hijo Al-Muzaffar, había entrado en combate, se lanzó sobre Velasco Gómez, hermano de García Gómez Conde de Saldaña y lo derribó, mal herido, de su caballo. Después se apeó de su montura, sujetó al herido de los cabellos y de un solo tajo le separó la cabeza del cuerpo, sin que sus hermanos ni los escoltas pudieran hacer nada. Se trataba de Kayaddayr al-Dammari al- Abra apodado “El Leproso”, príncipe de una tribu bereber, muy sanguinaria,  del norte de África. Acto seguido  atando, por los cabellos, la cabeza al arzón de su silla de montar siguió peleando con más saña aún de lo que venía haciendo.


Batalla de “Las Peñas de Cervera” Ilustración de Johnny Shumate

    Este acto sanguinario, macabro y cruel, y el renovado empuje de los sarracenos, empezaron a poner muy cara la victoria. Mientras tanto  el Conde de Castilla que vio  en lo alto, donde se había situado Almanzor,  tantas banderas y estandartes con el Caudillo musulmán a la cabeza, pensó que venían nuevos refuerzos para entrar en combate. Sancho García ante tal visión se sintió vencido y para evitar una autentica masacre, olvidando su juramento de no abandonar el campo sino era como vencedor, dio la orden de replegarse.

   Lo que en un principio empezó por una retirada en formación, ante el empuje del ejército de Mahoma, pronto se convirtió en una huída en desbandada sin orden ni concierto. Todos corrían, en un ¡sálvese quien pueda!, abandonando el campo de batalla y buscando el amparo de las montañas y la protección de los bosques de robles y sabinas que poblaban las laderas del incipiente valle del Esgueva, que por aquellos “pagos” le llaman Esgueva-Rebriongos.

   La desbandada de los cristianos ya no se interrumpió a pesar de los gritos de sus capitanes, ordenando mantener unidas las formaciones. La diestra y ya victoriosa caballería musulmana, mató sin piedad a cuantos cristianos de a pie alcanzaron en su huída y según fuentes islamitas los soldados derrotados fueron perseguidos en todas las direcciones en un radio de diez “pasarangas”(leguas) llenando las Peñas de Cervera de cadáveres insepultos.

   Alonso cubría la retirada de su Señor como podía, luchando con renovadas fuerzas con todos aquellos  que intentaban dar alcance al Conde Castellano. En un momento determinado vio como cuatro jinetes se acercaban peligrosamente y, tirando de las riendas a su caballo, se volvió, puso la lanza en ristre y se lanzó al encuentro del primero que venía, atravesándole el pecho con  su lanza y  derribándolo sin vida; después desenvainó su espada y esperó la llegada de los otros tres con el caballo encabritado y deseoso de ir al encuentro de los enemigos, ¡¡qué gran caballo era su caballo!!, derribó malherido al segundo enemigo, pero no oyó un zumbido semejante al vuelo de un moscardón, y una flecha de ballesta se le clavó en la espalda. No sintió dolor, sólo un golpe seco que le hizo tambalearse en la silla; embrazó su escudo y levantó su espada justo a tiempo de  parar el golpe mortal del tercer adversario, luego la vista se le nubló, las fuerzas le abandonaron y cayó de su caballo quedando boca abajo sobre el suelo y sin moverse; ya no vio como sus oponentes, sin frenar sus cabalgaduras, se lanzaban en persecución del Conde de Castilla, Sancho García.

   La derrota era un hecho, el campo de batalla, al pie de Peña Cervera, estaba sembrado de cadáveres de ambos ejércitos y aunque la victoria se había inclinado a favor de los hijos del Islán, el propio Almanzor reconoció, un  tiempo después, que había sido una victoria “pírrica” con gran número de bajas en sus filas y que nunca se había visto tan cerca de ser derrotado como en aquella ocasión a los pies de  Peña  Yarbayra.

   Mientras sus hijos con gran parte de la caballería perseguían al desperdigado ejército cristiano, Almanzor con el grueso del ejército remató su victoria apoderándose del campamento de Sancho García con todas sus tiendas y objetos de valor, así como  animales de carga, armas y criados. Después dio la orden de recoger a sus heridos que eran centenares y dejar en el campo de batalla los cadáveres de su ejército junto con los muertos y heridos de los seguidores de la Cruz. Al día siguiente sus hombres recorrerían el campo recogiendo sus muertos junto con lanzas, espadas, armaduras y todo aquello que tuviera valor para ser reutilizado después.

-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.

-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-

-.-.-.-.-.-.-.-.-

 

    El día se acababa y a esa hora en la que el sol se pone dando paso a los astros de la noche, ya los fuegos en el campamento musulmán iluminaban el campo e indicaban bien quienes eran ahora los señores de aquel lugar. Alonso sintió que un aire cálido y húmedo le movía sus cabellos, abrió los ojos y aunque no podía moverse, se dio cuenta de la causa de aquel aire, era... ¡¡era el resuello de su caballo!!, el noble animal había corrido hasta el bosque cuando derribaron a su amo, pero ahora había regresado a su lado. ¡¡Qué gran caballo!! Pensó,  y con gran esfuerzo se inclinó sobre un costado y pudo ver el campo sembrado de cadáveres, la sangre derramada era tan abundante que teñía la hierba del prado regado por el Esgueva, algún caballo malherido o con alguna extremidad rota se revolcaba impotente esperando los lobos de la noche y los cuervos y buitres del nuevo día. ¿Sería también ese su final?; ¿qué habría sido de su Señor el Conde de Castilla?.

   Estas preguntas y muchas más corrían por la mente de Alonso cuando, ya a la luz de la luna, vio la silueta de un soldado bereber que iba registrando a los muertos  en busca de algunas monedas o de otros objetos de valor. Le vio rematar a un herido que aunque moribundo todavía respiraba. Miró en su derredor, vio su espada que estaba cerca de él y la empuñó pero sin fuerza; no me dejaré matar como un cordero, pensó. De pronto observó como aquel hijo de la Media Luna miró hacia él y atraído quizás por aquel soberbio animal que comía hierba a su lado, se dirigió veloz para capturarlo, un caballo como ese era un magnífico botín después de aquella batalla.

   Al llegar a su lado se dio cuenta que Alonso tenía una buena cota de malla y una excelente espada que, aunque la estaba empuñando nada podía hacer con ella pues aquel hombre no podía moverse. Levantó su cimitarra para rematar al herido que impotente esperaba el golpe fatal, cuando una sombra surgió detrás de una sabina y, con la agilidad y el sigilo de un leopardo, saltó sobre la espalda del islamita, le tapó la boca con la mano izquierda y con la derecha  le segó la garganta con un cuchillo cachicuerno. El musulmán dejó escapar un sonido sordo, ahogado y cayó muerto al suelo cerca de Alonso.

    A la desvaída luz de la Luna, Alonso se quedó mirando con atención; se trataba de un joven adolescente de tez blanca, tostada por el sol, que rayaba los dieciocho años, pero que, de momento, le había salvado la vida.

  -Deja la espada, soy amigo, este hijo de Satanás te iba a asesinar para robarte.

    Mientras hablaba arrebató  al muerto la bolsa y un puñal con guarniciones doradas.

   Alonso se dio cuenta de que el muchacho parecía un vagabundo de esos que rondan los campos de batalla para robar a los muertos, pero vagabundo o no  le había salvado de una muerte segura. Después el joven, dirigiéndose a Alonso, le preguntó:

  -¿Puedes montar en el caballo?

  - Si me ayudas quizás pueda pero…

    Alonso no pudo terminar la frase, sintió que la espalda se le rompía de dolor, que todo le daba vueltas y volvió a caer sobre la hierba.

 

JUNTO A LA CUEVA DE SAN GARCÍA

   Aquel día, el tórrido sol del mediodía caía de plano sobre las estribaciones de la sierra, y las cigarras, con su monótono y estridente sonido, ensordecían el bosque, donde los pájaros aplanados por aquel calor abrasador buscaban la sombra de los árboles para cobijarse. Alonso sintió que algo fresco se posaba sobre su frente y abrió los ojos. Sorprendido, se vio tumbado sobre un limpio lecho con una hermosa joven que lo cuidaba; ella era la que había depositado un limpio paño de agua fresca sobre su frente para aliviar el calor que le producía la fiebre. Aquella muchacha no se parecía en nada al joven que le había salvado la noche de la Batalla, era de estatura alta, de grácil figura y cuando se movía lo hacía con movimientos tan armoniosos, que hacían que sus largos,  rubios y ondulados cabellos, se movieran como mueve la brisa los trigales maduros en el verano.

  -¿Dónde estoy?, ¿quién eres?, ¿por qué me cuidas?, ¿dónde está el Conde Sancho García, mi Señor?.

   -Has despertado por fin, no tengas tanta prisa en hacer preguntas que tiempo tendrás para oír las respuestas. Ya sabemos que te llamas Alonso pues nos lo has dicho semidormido, pero ahora calla y descansa.

   - Estaban en una tienda de campaña y la muchacha dirigiéndose a la puerta, dijo en voz alta: ¡¡“El herido ha despertado”.!!

   En un abrir y cerrar de ojos entró en la tienda una anciana vestida con ropas pobres pero limpias. Su edad era indescifrable, su cara llena de arrugas dejaba entrever una sonrisa agradable de abuela.

  -Es la abuela Remedios, ella te curó cuando estabas a punto de morir, la flecha se había roto y su punta de hierro se había quedado dentro de ti muy cerca del corazón. Quizás tu cota de malla impidió que la herida fuera mortal, pero aún así has tardado seis largos días en despertar de tu sopor.

   -Bueno no ha sido para tanto, dijo Remedios, estoy acostumbrada a coser heridas y sacar flechas a muchos de los animales que me traen después de las batallas. También he cosido y curado muchas heridas de hombres, pues los hombres se hieren y se matan por cualquier discusión, sobre todo por dineros y mujeres.

   -Gracias, buena mujer, pero quiero saber dónde estoy y como he llegado a esta tienda y a este lecho.

   - Estás junto a la cueva de San García cerca del nacimiento de río Esgueva, en el campamento de Rafael Zaldúa, somos una familia de “Agotes” de Navarra que dejamos aquellas tierras perseguidos y despreciados por todos. Somos miembros de un pueblo maldito que vivimos escondidos en los montes como los lobos, y como los lobos nos buscamos el alimento de la forma que podemos.

Cueva de SAN GARCÍA

  - ¿Dónde está el muchacho que me salvó, evitando que me asesinaran?.

  - Es Angelillo, el te trajo atravesado sobre tu montura pero no está, ha bajado de la sierra, con su hermano mayor Fermín, para vender unos ganados que recogieron heridos de la batalla y a los que hemos curado como a ti. En los pueblos que han sido saqueados por la morisma, es fácil venderlos ya que a los pocos habitantes que han vuelto a sus casas les han robado todo.

   Alonso intentó levantarse y miró a través de la puerta de la tienda con verdadera ansiedad.

  -No te preocupes, tu caballo está muy bien, limpio y cuidado. Es un bellísimo animal y es tuyo, además, dijo sonriente y sarcástica, en estos puebluchos saqueados no hay dinero para pagarlo.

   Alonso cayó otra vez sobre su lecho, estaba cansado pero sabía que ahora viviría. La anciana salió de la tienda aunque antes se volvió, y con una sonrisa celestinesca le dijo: “Se me olvidaba, la muchacha que tan bien te cuida se llama Beatriz, no es de nuestra etnia pero la queremos igual que si lo fuera”.

   Beatriz se sonrojó y sus mejillas adquirieron el color de las amapolas de los campos castellanos; después empapó un paño en agua fresca, se lo puso en la frente y suavemente presionó para que apoyara la cabeza en la almohada. Mientras, Alonso cerraba los ojos y volvía a sumirse en un sueño reparador.

   Al caer la tarde, despertó mucho más lúcido y animado, parecía que el sueño le había devuelto parte de sus fuerzas y además, Beatriz le tocó suavemente la frente y observó, con alegría contenida, que no tenía fiebre.

   Quiso levantarse pero la joven con una suave presión de su mano se lo impidió.

  -Quieto, todavía no puedes levantarte hasta que la abuela lo diga; además ¿no te das cuenta que estás desnudo?.

   Alonso, se palpó la leve sábana que le cubría y se dio cuenta que la muchacha tenía razón, estaba tan desnudo como el día que nació, pero se encontraba bastante mejor y le dijo que quería dejar el lecho.

   -¿Dónde están mis ropas?, es necesario que vaya tras del Conde Castilla, soy su escudero y creerá que he desertado o muerto.

    La vieja Remedios, que estaba cerca, oyó hablar  y entró en la tienda. Le tocó la frente  y  dijo:

  -Estás mucho mejor pero todavía tu herida está sin cicatrizar. Ahora mismo te voy a quitar ese vendaje y te pondré otro con unas hierbas que yo uso.

   Y diciendo esto giró al herido en el lecho hasta ponerlo boca abajo, y con esmerado cuidado le quitó el vendaje dejando al descubierto la profunda herida que, a decir de ella, tenía buen aspecto pues no se veían signos de infección. Después le puso otro emplaste, le vendó con telas limpias y girándolo de nuevo le dijo:

   -Ahora debes tomar un poquito del caldo que tengo hecho para ti y después descansarás. Mañana esperamos a los chicos y podrás saludar a nuestro Angelillo y, por supuesto al patriarca Rafael Zaldúa y al resto de la tribu. Todos te han visto ya, hasta los chiquillos, pero tú estabas tan malamente dormido que no te has enterado.

   Marchó y al poco tiempo, Remedios apareció con un cuenco de barro cocido lleno de un caldo humeante que revolvía con una cuchara de madera. Se lo entregó a Beatriz y le dijo:

  -Ten extremado cuidado de que se tome todo, después dormirá hasta mañana y cuando despierte estará mucho mejor. Mañana ya le podremos dar de comer. Ya le has velado bastante chiquilla, creo que va siendo hora de que tú también duermas un poquito.

   A la mañana siguiente, Alonso despertó muy despejado y con ganas de comer, signo evidente de su mejoría. Giró la cabeza y vio a Beatriz que se había quedado dormida en la silla de mimbre donde le había velado aquellos días y, al contemplar a tan joven y hermosa muchacha, vencida por el cansancio que le habían acarreado todos los días y noches que había dedicado a su cuidado, un sentimiento, aun desconocido para él, empezó a anidar en lo más profundo de su corazón.

   Estaba absorto en tan bella contemplación y ensimismado en sus pensamientos, cuando la buena curandera entró en la tienda y, en actitud jovial, despertó a Beatriz y les anunció a los dos que aquel día se levantaría con mucho cuidado y comería en la mesa comunitaria con el Patriarca y todos los integrantes de la tribu incluido Angelillo.

 

                                                                  -.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-

-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-

-.-.-.-.-

  

   Aquella mañana tan luminosa de agosto, corría una suave brisa que hacía muy soportable el estar dentro de la tienda, pero Alonso deseaba con todas sus fuerzas  poder levantarse y conocer al resto del clan Zaldúa de la etnia de los agotes. Sobre todo quería conocer a aquel muchacho que, aún siendo tan joven, había tenido los arrestos de degollar a un soldado musulmán para salvar la vida a un desconocido.

   Por fin llegó el momento deseado, Beatriz le trajo sus calzones, las botas y su camisa limpia y cosida que se colocó sobre el vendaje. Después con la ayuda de Remedios salió al exterior de su tienda donde le esperaban todos los miembros del clan.

   Remedios le presentó primeramente a Rafael, el patriarca, y después le fue enumerando uno a uno los nombres de cada uno de los integrantes de aquella gran familia, exceptuando a los niños que correteaban alrededor de los mayores. Cuando Angelillo se acercó a saludarle, con una sonrisa picaresca de oreja a oreja, Alonso apretando su mano, le atrajo hacia sí y le abrazó al tiempo que le decía:

  -Gracias muchacho, gracias por salvar mi vida. Aquella noche demostraste más valor que la mayoría de los hombres que yo conozco;  aquel soldado que mataste era bereber y cualquier descuido tuyo te habría costado la vida, pues son muy diestros y muy sanguinarios en la lucha cuerpo a cuerpo. Por cierto, no veo en tu cinto el puñal que le quitaste.

   Angelillo, sonreía orgulloso al oír aquellas palabras que Alonso decía delante de su padre y de toda su familia, después y sin dejar de sonreír dijo:

   -Serán muy diestros y estarán muy bien armados pero yo soy más silencioso y veo mejor en la noche que ellos, además el muy ladrón había recogido ya buena bolsa sin hacer distinción entre los suyos y los cristianos. En cuanto al puñal era demasiado valioso para un agote y lo vendí a un caballero pudiente.

   Después se sentaron a la mesa que las mujeres habían puesto a la sombra de una centenaria encina y Rafael mando a Alonso que se sentara a su lado.

   -Mucho miedo nos has hecho pasar por tu vida. Aquella fatídica noche de la batalla, cuando te trajo Angelillo, todos creíamos que morirías, pero la abuela Remedios es una gran curandera y pudo sacarte la maldita saeta que tenías alojada muy cerca del corazón.

     Las tropas de Sancho García estuvisteis a punto de ganar la batalla, nunca Almanzor, al que Dios maldiga, estuvo tan cerca de ser derrotado. Cuatro días tardó en recomponer su ejército y partir hacia el norte arrasando todo a su paso; sin embargo fueron muchos los muertos que dejó en el valle del Esgueva y las aguas que en su nacimiento en la Fuente de los Casares, tan puras y limpias nacen, al discurrir por el valle, se tiñeron de la sangre de muchos islamitas. Pero al final, ese hombre al que el Diablo posee, alcanzó la victoria. Mandó enterrar a sus muertos y dejó a los nuestros para pasto de buitres y otras alimañas.

   La comida estaba servida y Rafael al que todos habían escuchado con reverente cortesía, dio gracias a Dios por los alimentos que iban a tomar, se santiguó y dio la orden de poder empezar a comer.

   -Nosotros somos cristianos y creemos en Dios a pesar de que en nuestra tierra de Navarra, seamos despreciados como leprosos y no nos dejen entrar a la iglesia por la misma puerta que los demás. Por eso vivimos así, libres en la sierra, preferimos ser flacos lobos libres que no gordos perros esclavizados. Se echo a reír y todos rieron a carcajadas.

   Alonso solamente esbozó una ligera sonrisa; aquella gente era demasiado buena para llevar el tipo de vida que llevaban. Él había oído hablar de los agotes, de cómo eran despreciados y perseguidos en los valles navarros pero no los había conocido hasta ahora.

   -Los hombres no somos justos y sólo puedo decir que yo os estaré eternamente agradecido por lo que habéis hecho. Pero ¿sabéis si los musulmanes alcanzaron a mi señor el Conde de Castilla?.

   -Hemos oído, dijo el Patriarca, que Sancho García consiguió escapar, no así muchos de sus hombres, sobre todo soldados de a pie, que fueron perseguidos y cazados como a fieras por la caballería bereber.

   Alonso comía con ganas un plato de carne guisada con patatas y como le supiera tan bien, preguntó  qué clase de carne era, y La vieja Remedios echándose a reír le dijo:

   -Yo no puedo curar todos los mulos  y caballos que me llegan heridos y cuando es así los sacrificamos y nos los comemos.

   Todos rieron la gracia y Alonso también pero siguió comiendo ya que aquel guiso no solamente estaba muy bueno sino que además notaba que le devolvía las fuerzas.

   Rafael siguió hablando de Almanzor y, para asombro de Alonso, dijo que el caudillo musulmán estaba ya tocado por el dedo de la muerte, pues desde que hacía tres años entró a saco en Santiago de Compostela, el Apóstol le había condenado a una muerte segura y cercana. Desde entonces, siguió diciendo el patriarca, no anda bien de salud.

  - Me contó un primo hermano mío que vive cerca de Covarrubias que, Almanzor con su ejército,  quiso herir a la cristiandad en su corazón, y ya sabes que ese corazón no es otro que la tumba del Apóstol Santiago. El obispo de Santiago, ante la imposibilidad de que la ciudad se defendiera de un ejército tan poderoso, ordenó su evacuación hacia los montes cercanos.

   Cuando “La espada Victoriosa por Alá” entró en Santiago, no encontró ningún ser vivo y, llena su alma de cólera, ordenó hundir  todo lo edificado y quemar todo lo que ardiera, dirigiéndose a la Catedral para destruir la tumba del Apóstol que tanto veneraba la cristiandad. Entró con su caballo en el Templo que ya empezaba a ser destruido y, con el mayor desprecio a la religión cristiana, le dio de beber en la pila bautismal. El caballo cayó muerto en el acto y este hecho y ver a un anciano orando junto a la tumba del Santo, le hizo reflexionar. El anciano, mirándole fijamente a los ojos con una mirada que llegaba al corazón,  le dijo que era un fiel servidor de la tumba del Apóstol de Jesús y que no le importaba morir allí.

   Almanzor, ante la valentía de aquel anciano, dio orden a sus soldados de no destruir el Santo Sepulcro y, durante el tiempo que las tropas estuvieron en Santiago, puso una guardia de varios soldados para custodiarlo. Después, mientras la ciudad aún ardía, mandó coger las puertas de la Ciudad y las campanas de la Catedral y colocándolas sobre los hombros de la multitud de prisioneros que sus tropas habían hecho en los pueblos del rededor,  volvió para Córdoba siguiendo la Vía romana de la Plata. Muchos de sus hombres habían enfermado y Él también, por eso digo que a partir de entonces, la muerte le señaló con su dedo.

Las Campanas de Santiago a hombros de los cristianos.

   Fermín el hermano mayor, que estaba sentado con su esposa frente a Rafael, tomando la palabra dijo:

  - Padre, esa historia aún no nos la había contado. ¿Quién sería aquel anciano tan valeroso?.

   -Hay muchas versiones, hay quien asegura que era el mismo Apóstol que, reencarnado en simple peregrino, quiso defender su propia tumba de tan sacrílega profanación. Pero parece ser que la explicación más fidedigna es que era el propio Obispo de Santiago, Pedro Mezonzo, disfrazado de peregrino. Sí hijo sí, ese santo Obispo es el que compuso la más bella canción a la Virgen María: El “Salve Regina”; y quizás por ese motivo, la Virgen y Santiago le protegieron.

   Todos estaban ensimismados oyendo aquella historia del Patriarca pero Beatriz, con cara de asustada, se levantó diciendo:

   -Abuela, Alonso está manchando los vendajes.

   Se interrumpió la sobremesa, Alonso estaba perdiendo el color y entre Fermín y Angelillo lo cogieron en brazos y le llevaron a su lecho. La abuela Remedios le destapó la herida y moviendo la cabeza repetidas veces dijo:

   -Le hemos levantado demasiado pronto, esta herida es muy grave y se ha vuelto a abrir, se la curaré y no debe moverse de la cama en unos días para nada si es que queremos que viva; es un joven muy fuerte pero no es inmortal.

-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-

-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.

-.-.-.-.-.-

-.-.-.-.

   Pasaron un día y otro y otro y la fiebre que había vuelto a apoderarse de Alonso, no remitía a pesar de los esfuerzos y conocimientos de Remedios y de los cuidados de la joven Beatriz. Si aquella calentura seguía así, el desenlace podría ser fatal. No tenía ganas de comer y lo poco que comía no le sentaba muy bien, hasta que una mañana, pasada ya una semana, se despertó y vio a su lado a Beatriz que le tenía cogido de la mano. La miró a los ojos y se dio cuenta de que había llorado; sin decir nada oprimió aquella mano angelical y llevándosela a los labios le dio un beso de agradecimiento. La joven se soltó de la mano como si aquel beso le hubiera quemado, después le tocó la frente y vio que la fiebre había desaparecido. Se levanto rauda y salió de la tienda rápidamente para volver al momento con la abuela Remedios.

   -Bien soldado, dijo la Anciana después de reconocerlo, creo que esta batalla sí que la has ganado, me has tenido tan preocupada como la fatídica noche en la que te trajo Angelillo, pero ahora ya puedo asegurarte que tu vida no corre peligro, aunque esta vez has de seguir todos mis consejos y hacer todo aquello que te mande. Luego sonriendo pícaramente continuó, si no lo haces por ti al menos lo harás por esta pobre mujer que casi se  muere de cansancio y sufrimiento.

   Beatriz se sonrojó, bajó la mirada y se encogió de hombros, no queriendo dar importancia a todos sus desvelos.

   -Sí muchacha, ahora te toca a ti también cuidarte pues has adelgazado tanto que se te notan todos los huesos. No sabes Alonso todo lo que ha hecho este ángel por ti.

   -Ya lo veo abuela, dijo Alonso que parecía bastante animado, ha perdido el color de sus mejillas y está pálida y ojerosa. Nunca podré pagar todos los cuidados que me ha otorgado.

   - Remedios se marchó murmurando, jóvenes, jóvenes, se mueren el uno por el otro y ni siquiera lo saben.

   A los pocos días, Alonso estaba muy recuperado, había vuelto a ganar peso y caminaba por el campamento hablando con unos y otros e incluso jugaba con los chiquillos que se le acercaban con recelo. Beatriz ya no pasaba las noches velándole y  se dio cuenta que ocupaba una tienda para él solo. Un día dirigiéndose al patriarca le dijo:

  -Rafael, he observado que son muchas las personas que integran su familia y pocas las tiendas que tenemos. No es justo que yo ocupe una entera sólo para mí.

   Rafael levantando su dedo índice le dijo:

 -Mira Alonso, mi campamento es mi casa y en mi casa mando yo, y se trata a los invitados todo lo mejor que podemos, así que no hay más que hablar, además algunos duermen en los carromatos. Si algún día alguno de esta familia o yo mismo necesitáramos algo de ti, tú sabrás como debes portarte.

   -Si algún día, alguno de tu familia o tu mismo Rafael necesitarais ayuda mía todo lo mío e incluso mi vida pondría a vuestro servicio, os debo la vida que es lo más grande que un hombre puede tener. Cuando marche a reunirme con el Conde Sancho García le contaré cuanto os debo y estad seguros que él os sabrá recompensar.

-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.

-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.

-.-.-.-.

      Alonso ya estaba totalmente recuperado y según se iba acercando el día de marchar, Beatriz se iba poniendo cada vez más triste. Desde su recuperación hablaba poco con Alonso que siempre estaba con los hombres contando cosas de guerras y aventuras; en su corazón algunas veces anidaba el deseo de que aún estuviera enfermo y dependiera de sus cuidados. ¡¡Fueron tan duros y a la vez tan hermosos aquellos días en que, aquel joven fuerte y apuesto, dependía de sus cuidados como si fuera un frágil niño!!, ¡¡fue tan hermoso velar sus sueños aquellas largas noches!! Y sobre todo ¡¡fue tan hermoso aquel beso que le dio en la mano en agradecimiento a sus desvelos!!. Era verdad que Alonso la miraba constantemente y cuando sus ojos se encontraban, la mirada era tan intensa que algo se encendía dentro de ella, pero aquel joven y apuesto caballero no podría fijarse en una muchacha recogida por los agotes, cuando huérfana vagaba perdida por los caminos, asustada como una gacela. Él nada sabía de su vida cuando muerto su padre por las tropas moras, huyó con su madre de pueblo en pueblo pidiendo limosna y pasando calamidades hasta que, muerta su madre a causa del hambre y unas fiebres malignas, se vio sola y desamparada pidiendo de comer por esos caminos de Dios. ¿Qué habría sido de ella si no hubiera topado con los agotes del clan de Rafael Zaldúa?. No podía ni quería imaginarlo…  

   -Beatriz, le dijo Alonso, ¿de dónde traes este agua  fresca en días  tan calurosos?

   -Del manantial que hay junto a la cueva de San García, si quieres yo te puedo llevar para que lo veas.

   -Pues claro, llévalo, dijo Remedios, el manantial está muy cerquita y Alonso sólo conoce el campamento escondido en medio de este espeso bosque. Y sonriendo dio media vuelta y se dirigió al carro donde dormía acompañada de Beatriz.

   -Los dos jóvenes con sendos cántaros vacíos de dirigieron por el sendero, que Beatriz conocía, hasta llegar al manantial que manaba limpio y fresco cerca de la Cueva de San García. Alonso se acercó a la cueva y preguntó:

   -¿Es muy profunda la cueva?, ¿has entrado tú alguna vez?.

   -Creo que sí que es bastante profunda y que ha sido habitada por gentes hace cientos y cientos de años, pero yo no he entrado nunca y además me da miedo sólo en pensarlo.

Manantial de la cueva  San García

   La muchacha llenó su cántaro en el manantial y lo mismo hizo Alonso con el suyo, después le dijo a Beatriz:

   -He notado estos últimos días que estás triste y melancólica, acaso ¿hay algo que te disguste?. Creo que desde que besé tu mano estás molesta conmigo y créeme que jamás, por nada del mundo, yo quise ofenderte. Quiero que sepas que no hubo en mi ningún mal pensamiento, sólo el más profundo agradecimiento y… 

   -No has terminado la frase Alonso, agradecimiento y que más.

   -No te lo podría decir…pero creo que aquella muestra de ternura por tu parte, acompañada de tu delicada belleza, despertó en mi pecho un sentimiento que nunca hasta entonces había sentido, ese fue el motivo de aquel furtivo beso que tanto te disgustó.

   Beatriz echó su cabeza hacia atrás y su larga cabellera ondeó al viento como flamea la bandera en lo alto de una torre. Al mismo tiempo, la muchacha, reía con todas sus ganas y Alonso atónito, sin saber que había provocado aquella risa, se sonrojó como un colegial.

   -No me disgusté, tonto, además quiero confesarte que yo también te he besado más veces que tú a mí. En las largas horas en las que te debatías entre la vida y la muerte, y doblegado por el gélido sudor que la fiebre te producía, te movías y hablabas palabras inconexas, yo limpiaba tu sudor, yo te ponía paños frescos y más de una vez besé tu frente. Al principio me engañaba a mi misma diciéndome que era para comprobar mejor la calentura que te devoraba pero, con el paso de los días, me di cuenta que en mi corazón había anidado un profundo sentimiento hacia ti que yo tampoco había sentido jamás.

   Los dos jóvenes callaron y se miraron sin saber qué decir ni cómo continuar la conversación. Alonso alargo su brazo y cogiendo la mano de la joven le iba a decir algo cuando, desde la curva del sendero, la voz de Remedios decía:

   -¿Cuándo va a llegar ese agua? que ya vamos a comer. Después refunfuñando siguió diciendo: Estos jóvenes, se ponen a hablar de sus cosas y se les pasa el tiempo volando sin preocuparse de los demás.

   Cuando llegaron al campamento, Alonso se dio cuenta que había dos hombres desconocidos que estaban hablando con Rafael y en voz baja preguntó a Beatriz:

   -¿Conoces a esos dos hombres que están en el campamento?

   -No los conozco pero me da la impresión que son dos campesinos que han subido a la sierra buscando ganado. Todo el mundo sabe que recogemos animales heridos o abandonados después de las batallas y una vez repuestos los vendemos.

   Los campesinos hablaron animadamente con Rafael y después de un rato cogieron del ramal un mulo y un borrico y, tras haber satisfecho el importe convenido al patriarca, se los  llevaron monte abajo.

   Durante la comida, Fermín dijo que aquellos campesinos eran de un pueblo bastante alejado río Esgueva abajo. Contó que las tropas sarracenas, antes de la batalla, habían arruinado todos aquellos pueblos y además los habían dejado sin jóvenes y sin ganado. Los hombres que se resistieron fueron degollados y sus mujeres esclavizadas. También dijeron, que habían oído, que en un pueblo cercano al suyo, llamado Villa Teudela (en la actualidad Villatuelda), queriendo librarse de la destrucción total tuvieron que pagar gran rescate en trigo y dineros, además, y  he aquí lo más doloroso, obligaron a su párroco a entregar a la morisma a una señora viuda llamada Josefa y a sus cuatro bellísimas hijas aún vírgenes, cualidad esta que los hijos de Alá estiman más que las riquezas.

   El sacerdote, según ellos contaban, quiso resistirse a aquel sacrificio pero los habitantes del pueblo le forzaron diciendo que de no hacerlo las acusarían de brujería y deberían ser ajusticiadas. El pobre cura entre el crimen y el pecado de cometer una injusticia, prefirió pecar y entregarlas. Dijeron que el sacerdote, desde aquel día, no podía conciliar el sueño a causa del remordimiento que le corroía el alma.

   -Mala semilla es esta de los seguidores de Mahoma y entre todos ellos el peor es ese Almanzor a quien el Apóstol Santiago borre de la faz de la Tierra.

   Dijo Rafael al terminar Fermín su relato, mientras recorría con una mirada llena de cariño a los miembros de su familia. Después añadió:

   -He recibido noticias de que Almanzor, después de la batalla de Las Peñas de Cervera, donde tú Alonso participaste, irrumpió en los reinos cristianos, sin ejércitos importantes que le salieran al paso, y saqueó villas y ciudades como la plaga de langosta devora los campos. Así asoló gran parte de la Rioja y las ciudades de Zaragoza y Pamplona. Según los mismos informes ahora se dirige en dirección al castillo de Carcastrillo que pondrá fin a esta aceifa para después iniciar su regreso hacia el sur.

   Bebió un sorbo de café que le había servido Beatriz y continuó diciendo:

   -Estamos a primeros  de septiembre y según mis cálculos Almanzor pronto volverá a cruzar la Sierra, no sé por dónde pero seguro que en dirección hacia Medinaceli y Córdoba. Según mis fuentes de información, trae consigo multitud de carros cargados con el botín así como miles de prisioneros que serán llevados a Córdoba. No hay ninguna duda de que en esa magna expedición habrá muchos caballos y animales de carga que bien por heridos, bien por enfermos o por su escaso valor tendrán que ser abandonados en el costoso tránsito de las montañas; y esta será la misión de Fermín y Angelillo, averiguar el lugar por dónde será el paso y nosotros levantaremos nuestro campamento y nos dirigiremos hacia allí.  

   -Rafael, dijo Alonso, creo que ha llegado el momento en que yo deje esta familia que durante más de un mes ha sido también mía. Estoy totalmente curado y mi deber es unirme a las tropas de Sancho García que, con toda seguridad, estará en la casa condal de Burgos. Conmigo va el más bonito recuerdo de todos ustedes y el mayor agradecimiento que corazón humano puede albergar. El deber me llama y mi estancia aquí no se puede dilatar más.

   Mientras así hablaba sus ojos buscaban los de Beatriz que turbada bajó la cabeza, prorrumpió a llorar y se echó a correr hacia el carromato que compartía con la abuela Remedios.

   Todos se miraron sorprendidos, pero la anciana curandera, encarándose con Rafael, le dijo en un tono  que nadie allí se hubiera atrevido a usar con el patriarca:

   -¿Es qué no te has dado cuenta de que la niña que  cuidas como si fuera tu hija, se ha enamorado?. ¿Es que todos en esta familia estáis ciegos?. Algo habrá que decir a esta pareja de tórtolos, antes que a mi niña se le rompa el corazón, y creo que quien más autoridad tiene para ello es el jefe del clan.

   Rafael perplejo y cariacontecido miró a Alonso que firme aguantó la mirada sin negar ni afirmar nada. Después iba a decir algo pero el patriarca le hizo callar y dijo:

   -Abuela ve en busca de Beatriz y llévala a mi tienda, allí os estaré esperando con Alonso y Fermín, mi hijo mayor.

   Después haciendo una señal a Alonso se dirigieron a la tienda donde debía acudir  Remedios con la muchacha.

   Cuando las mujeres llegaron en presencia de Rafael, Beatriz mantenía la cabeza baja con la mirada fija en el suelo y Alonso la miró con tanta ternura que sólo la anciana pudo comprender. El patriarca, muy solemne, preguntó a Beatriz por el motivo de sus cuitas, pero la muchacha no respondía, por lo que la anciana Remedios dijo:

   -Lo que pasa es lo que ha venido pasando entre hombres y mujeres desde el principio de los tiempos. Lo que pasa es que tu niña, Rafael, se ha enamorado de este joven y no puede resistir el dolor que le produce su alejamiento. Además el tonto de él ni siquiera se ha enterado. Yo al principio pensé que se trataba de un amor juvenil y pasajero pero ya ves la niña sin este joven, que parece ciego ante el amor, se nos muere de dolor y languidece día a día como la rosa que se abrasa con el sol del verano.

   Rafael, serio y taciturno, había oído la alocución de Remedios y cuando se volvió interrogante hacia Alonso este, sin ser preguntado, respondió:

   -Es verdad que he estado ciego al amor de Beatriz, pero también es verdad que yo la amo con tanta intensidad como un corazón puede amar. La he amado desde el primer día que al despertar de mis heridas la vi a la cabecera de mi lecho. En un principio creí que aquel amor era producto del agradecimiento por tantos cuidados y desvelos, pero luego me di cuenta de que era más profundo, más intenso, más bello, algo que yo nunca había experimentado pero, yo que no temo a ningún enemigo en los campos de batalla, tuve miedo a decírselo a ella, tan frágil, tan inocente y tan bella. Yo que tantos cuidados y amor he recibido en su clan, señor Zaldúa, sólo les he devuelto dolor.

   Beatriz levantó la cabeza y, al oír de sus labios aquellas palabras de amor tan sinceras,  se soltó de Remedios y casi de un salto se echó en brazos de Alonso que, emocionado y con el corazón inundado de amor, la estrechó contra su pecho. Después, sin soltar aquel abrazo tan dulce para él, se dirigió a los tres testigos de la escena y les dijo:

   -Ni el mejor padre, Rafael, ni el mejor hermano, Fermín, ni la mejor abuela, querida Remedios, se hubieran portado conmigo mejor que todos ustedes, por eso he de ser franco. Yo soy un hombre de armas y la mujer que se una a mí va a estar en continuo sufrimiento, pues vivimos tiempos difíciles, hace poco casi muero en la Batalla de las Peñas de Cervera, pero créanme son muchas las batallas que me esperan al lado de mi Señor el Conde de Castilla, él también me recogió de niño y a él le debo todo lo que soy.

   -Veo que eres un hombre de los pies a la cabeza, veo que las razones que das tienen mucho peso y tu agradecimiento y fidelidad a Sancho García te honra, y por tanto nada puedo decir sobre tu conducta, pero el amor verdadero se presenta una vez en la vida y hecha tu exposición, es Beatriz la que debe decidir lo que quiere hacer; el futuro que la espera con nosotros también es incierto, vivimos despreciados y perseguidos y no podemos hacer por ella nada mejor. El horizonte que le espera en nuestra compañía es aún menos luminoso que el que le puede esperar a tu lado.

  Alonso seguía apretando contra su pecho a Beatriz como el que sujeta el tesoro más preciado ante el temor de perderlo, después, dirigiéndose a Rafael le dijo:

   -Ahora yo tengo que marchar en busca de mi Señor que como todos sabemos está en guerra con Almanzor. Contaré al Conde lo que me ha ocurrido y estoy seguro que nos ayudará a todos. Mientras dure esta guerra yo pongo a Beatriz en  vuestras manos, pues estoy seguro no podría confiarla a nadie mejor, y cuando esto acabe o antes si es necesario, yo vendré a buscarla. Cada vez que cambiéis de lugar vuestro campamento, solamente tendréis que hacérmelo saber por escrito o de palabra y, pongo a Dios por testigo que volveré.

   Beatriz se abrazaba a Alonso como el naufrago se aferra a la tabla de salvación, otra vez lloraba en silencio, pero cada vez más tranquila susurró en voz baja:

   -Te creo Alonso, te creo y confío en ti. Sé que volverás y yo te estaré esperando, pero hasta que esto ocurra contaré los días y las noches rezando a la Virgen por nosotros y pidiendo al Apóstol Santiago que vele por ti en las batallas para que las flechas y las espadas de los hijos de Mahoma no lleguen nunca a tocarte.

-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.

-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-

-.-.-.-.-.-.-.-.-.

-.-.-.-.-.

 

   Tres días después, Alonso se despidió de Beatriz y de todo el clan de Rafael Zaldúa. Con su cota de malla brillando al sol de la mañana, su espada al cinto y montando su magnífico caballo, ascendió por las fuentes del Esgueva hasta el “Alto de la Valdosa”, desde allí, parando su caballo, volvió a mirar hacia el fondo del valle que, regado por el incipiente Esgueva, era el escenario dónde se había librado aquella singular batalla donde casi pierde la vida pero donde había encontrado el amor. Después se pasó la mano por la frente, como el que quiere despejar sus pensamientos, y siguió camino hacia Barriosuso y luego siguiendo el camino real llegó a Covarrubias donde paró para descansar y pasar la noche.

    Se alojó en una sucia y oscura “Casa de hospedaje” (posada) para arrieros que pagó con los dineros que Rafael le había dado. Mientras cenaba a la luz de un candil de humeante y maloliente aceite, descubrió en el poco iluminado local, que un solitario y taciturno comensal, cercano a su mesa, tenía cicatrices en la cara y parecía haber sido soldado; quizás hubiera participado en la batalla de las Peñas de Cervera y herido o perseguido se habría escondido en los montes. El individuo, se dio cuenta Alonso, que de vez en cuando le miraba de soslayo con cierto temor en el semblante. ¿Sería acaso algún desertor que al verlo vestido y armado como un soldado, tuviera miedo de ser descubierto?.

  Alonso inmerso en sus pensamientos, se terminó la cena que el posadero le había servido y después, con la mayor naturalidad, llenó su jarro de vino y se acercó a la mesa de aquel hombre que por un momento creyó que iba a salir corriendo.

  -Hola amigo, te invito a un trago ya que los dos estamos solos y no nos vendrá mal beber en compañía, además  yo necesito alguna información.

    Mientras así le hablaba le tendió el jarro y el sujeto lo cogió bebiendo un buen trago de él, pero sin borrar de su cara la intranquilidad que la espada y la presencia de Alonso le producía.

   -No temas nada, te hablo en son de amigo, sólo quiero saber hacia dónde se dirigió el ejército de Sancho García después de ser vencido en la batalla de Peña Cervera; pero no me preocupa nada relacionado con tu vida, si tú no me lo quieres contar.

   -Yo estuve en aquella batalla y luché como el que más, prueba de ello son las heridas que ves y las que mis pobres ropas cubren. Creo que te vi pelear cerca del Conde de Castilla y por eso al verte ahora armado pensé que buscabas desertores.

    Mordió un trozo de pan más oscuro que sus pensamientos y volvió a beber del jarro. Alonso hizo una señal al posadero y le trajo un plato de comida que empezó a devorar con extremada prisa y enorme deleite, mientras daba las gracias con los ojos más que con las palabras.

  -Una vez abandonado el campo de batalla, la mayoría de los soldados de infantería quedamos a merced de la caballería de Almanzor. Muchos murieron y otros quedamos escondidos en lo más profundo de los montes o en lo más escarpado de los riscos de la sierra. A pie resultaba imposible seguir la caballería de Sancho García. Yo soy navarro y yo no deserté de la batalla, fue el Conde de Castilla quien se retiró con toda su caballería y con el grueso de su ejército. Yo ahora sobrevivo por estas tierras con el único fin de volver a las mías.

   -¿Qué sabes de aquella retirada?, ¿Hacia dónde se dirigió el Conde de Castilla?. Es mi Señor y yo ahora le ando buscando. Según las últimas noticias creo que se encuentra en Burgos preparando un nuevo ejército.

   -Así es, primeramente perseguido por el ejército de Almanzor que no le dio tregua para que se rehiciera y pudiera presentar batalla, se refugió con todas sus tropas en la fortaleza de la  Peña del Carazo, lugar inexpugnable que el “Hijo de Lucifer” no se atrevió a atacar.

                      La inexpugnable PEÑA DEL CARAZO                       

                                       Del castillo, de su cima, sólo queda un torreón derruido

    Ya sin enemigos que se lo impidieran, se dedicó a saquear y arrasar todos los territorios que quiso, incluidos los de Navarra motivo por el cual yo no he podido volver a mi tierra. Ahora, según dicen las gentes con las que he hablado, ya va de regreso hacia Córdoba con todas las riquezas y cautivos que ha podido recoger. Por cierto, a tu pregunta contestaré que ahora el  Conde Sancho García se encuentra en Burgos como dijiste hace un momento.

  Alonso le puso su mano en el hombro y dejó sobre la mesa dos monedas de cobre.

   -Poco es, le dijo, pero espero que te ayuden a llegar a casa.

   Al día siguiente, antes de la salida del Sol, Alonso emprendió camino pasando por Mecerreyes, Cuevas de San Clemente y, ya caída la tarde, llegaba a Serracín que estaba a legua y media de Burgos. Eran tierras que él conocía muy bien y hasta el caballo hubiera preferido seguir para llegar cuanto antes, pero no le parecía bien entrar en la Ciudad de noche como un furtivo; y decidió buscar alojamiento para él y su caballo. Descansarían y a la mañana siguiente se presentaría a su Señor el Conde de Castilla

   Era media mañana cuando los cascos del brioso caballo de Alonso resonaban en el brillante empedrado de Burgos. Había entrado por el Arco de San Martín para dirigirse al Camino de los Curas que comunicaba la ciudad, que era el corazón de Castilla, con la fortaleza del Conde. Las calles estaban repletas de gente y de vez en cuando se veían soldados castellanos que curioseaban en los puestos de los mercadillos  o que, en pequeños pero bulliciosos grupos, salían alegres de las tabernas, diciendo algún requiebro a las mozas que se afanaban en llenar la cesta de la compra. La ciudad estaba en paz y parecía que aquel gentío ya sabía que Almanzor, la gran amenaza, ya marchaba para Córdoba arrastrando con él riquezas y cautivos, como el águila se lleva, en sus garras, la presa hacia el nido.


El destruido Castillo de Burgos (ilustración de J. Gil)

 

   Los centinelas le echaron el alto pero el capitán de la guardia le reconoció y con la cara igual que si hubiera visto un fantasma, mando conceder “paso franco”.

   -Por Santiago, Alonso, todos te dábamos por muerto, incluso nuestro Señor el Conde, que ha sufrido mucho con tu pérdida, pasó muy malos días y todavía anda apesadumbrado. Él esperó durante días verte llegar, a lomos de tu caballo, al Cerro del Carazo donde nos dio orden de refugiarnos y donde los restos del ejército reunidos nos hicimos fuertes. Se alegrará mucho de verte.

  Alonso había desmontado de su caballo y con él de las riendas caminó al lado del capitán de la guardia hasta el patio de armas, donde se armó gran alboroto pues algunos de aquellos soldados le reconocieron. Después encargó el cuidado de su caballo a uno de los mozos de cuadra que él conocía y subió al primer piso de la torre, donde estaba el salón de recepciones del Conde Sancho García, que estaba reunido con otros nobles. Una vez allí, Alonso, dio su nombre a uno de los guardias de la puerta y pidió ser recibido.

   Rápidamente las puertas se abrieron de par en par y Alonso entró en el Salón Condal, donde Sancho, que se había levantado de su escaño, ya le esperaba.

   Acompañado por el son de sus firmes pasos y el tintineo de sus espuelas en el pulido enlosado de la sala, avanzó erguido hasta el final del salón y llegando a la presencia del Conde clavó su diestra rodilla en tierra, inclinó la cabeza y dijo:

    -Señor, por fin estoy aquí ante vuestra presencia y, a pesar de sólo ser un simple soldado, con la misma veneración de siempre os renuevo mi juramento de fidelidad hasta, si fuera necesario, dar mi vida por vos.

    El Conde, no le dio orden de levantarse, antes bien desenvainó su espada y mandando levantarse a todos los presentes, dio con ella tres golpes sobre el hombro del joven y dijo en alta y solemne voz:

    -“Alonso, tú te has arrodillado ante mí como simple soldado, pero ahora yo te ordeno que te levantes ante todos los presentes como caballero.” No quiero en este momento más explicaciones, todas me las darás esta noche durante la cena a la que asistirás en mi compañía y en la de algunos de los aquí presentes. Ardo en deseos de conocer tu relato pues te creía muerto y ahora te veo en mi presencia sano y salvo.

   -Señor, armándome caballero habéis hecho en mí la merced más grande que un soldado puede esperar. Renuevo ante Dios, y ante todos los presentes mi juramento de fidelidad a Vos. Mi espada, mi brazo y mi vida estarán siempre a vuestro servicio hasta mi muerte y nada ni nadie podrán romper este juramento.

   Después, erguido como había entrado pero con la fuerza y el orgullo interior de ser ya un caballero, se retiró entre los aplausos de los nobles y demás personajes que acompañaban al Conde de Castilla.

   Durante el banquete, Sancho García se interesó por lo que había ocurrido a Alonso desde el día de la batalla.

  -Yo te vi luchar a mi lado como al más bravo de mis caballeros, vi como arriesgabas tu vida en medio de las filas enemigas, al pie de Peña Cervera, sin retroceder nunca; y vi también como me guardabas las espaldas de los ataques de mis enemigos. Luego, en la retirada vi, con asombro y desagrado, como volvías tu caballo para encarar aquel grupo de jinetes bereberes que venían en mi persecución. Digo que lo vi con desagrado pues me di cuenta que estabas solo y temí por tu vida. Después, al no verte entre los soldados de mi guardia, pregunté por ti y más de uno me contó con que bravura te enfrentaste a los enemigos y como una saeta traicionera había acabado contigo.

   Alonso contó al Conde y a los presentes toda la historia vivida aquellos días: Como había caído mortalmente herido, como un muchacho desconocido le había salvado de morir asesinado por un nocturno islamita, ladrón de cadáveres y asesino de heridos. Como aquel joven lo había llevado a su campamento de Agotes de Navarra y allí, cerca de la Cueva de San García, le habían curado y cuidado durante semanas, rescatándolo de la muerte y devolviéndolo prácticamente a la vida.

   Alonso, en pie, contó como aquel clan de Rafael Zaldúa no sólo le habían cuidado mejor que a ninguno de ellos sino que también habían cuidado sus armas y su caballo, a pesar de las estrecheces en las que vivían, ya que, como muchos de los presentes sabían, la etnia de los Agotes era odiada, vilipendiada y perseguida por toda Navarra.

    La parte más íntima de su historia, relativa a Beatriz, se la calló hasta el momento en que a solas, pudiera hablar con su Señor.

    Durante los días siguientes de ser armado caballero, Alonso pasó muchos ratos a solas hablando con su Señor y contándole pormenorizadamente todos los detalles de su convivencia con el clan de los Agotes. Le contó también como se había enamorado de una doncella que no pertenecía a dicho clan, pero que ellos habían recogido al quedar huérfana y desamparada. Le contó como aquella joven  le había cuidado durante todos los días con sus noches, en los que había estado postrado en el lecho luchando entre la vida y la muerte.

    Sancho García, cuando se hubo enterado de de toda aquella historia le dijo a Alonso:

   -Se de buena tinta que nuestros aliados, los navarros, no quieren a los agotes, es más los desprecian y persiguen como si estuvieran manchados por la terrible enfermedad de la lepra, pero el Conde de Castilla no tuvo nunca  nada contra esa etnia, y ahora que sabemos todo lo que esa familia ha hecho por tu persona, te aseguro que sabré recompensarlos con largueza y, en todo el reino de Castilla, serán bien acogidos y por nadie serán tratados como extraños. Mañana mismo partirá un mensajero con dos escoltas y llevarán a Rafael Zaldúa, además de una suma de dinero, una Cédula Condal que les permitirá moverse por Castilla con total libertad.  En cuanto a ti tendrás ahora, como caballero a mi servicio, alojamiento digno en propiedad y una asignación suficiente para vivir con holgura tú y la familia que formes.

   -Señor, no soy merecedor de tantas mercedes, siempre me he sentido dichoso y recompensado con haber estado a vuestro servicio, estar cerca de Vos es para mí un gran honor y poder pelear a vuestro lado, para engrandecer Castilla, es el hecho más glorioso al que puedo aspirar como caballero.

 

-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-

-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-

-.-.-.-.-.-.-.-.-.

-.-.-.-.-.

 

   Durante los meses restantes del año 1000 y el año 1001, el Conde Sancho García lo pasó recorriendo el reino de Castilla, recomponiendo su ejército y fortaleciendo sus alianzas con los reinos de Navarra y León. La actitud del Conde con respecto a Almanzor había cambiado mucho, por primera vez se había dado cuenta que aquella “Bestia salida del Averno”, había estado a punto de ser vencida en la Batalla de las Peñas de Cervera y ya estaba decidido a acabar con él.

  Es verdad que Almanzor había sido y aún era un enemigo terrible, que había arrasado Santiago de Compostela, en Galicia y que incluso había destruido en el año 985, Barcelona de una manera cruel, atacando la Ciudad con catapultas que durante días estuvieron arrojando, por encima de las murallas, cientos de cabezas de cristianos por día, con el único objeto de amedrentar a sus defensores.  Más tarde cuando, asaltados los muros entró en la ciudad, pasó a cuchillo a todos los hombres, quemó todas sus viviendas y esclavizó a todas mujeres jóvenes y niños para ser llevados y vendidos en Córdoba.

   Almanzor era temido y respetado no sólo por sus enemigos sino que también lo era por sus propios soldados. Para mantener esta férrea disciplina, solía hacer escarmientos ejemplares: Se cuenta y así lo relata R. Dozy en su libro “Los musulmanes en España”, que un día que Almanzor había mandado formar a su ejército para pasarle revista, vio brillar el acero de una espada entre las filas de soldados y, llamando a uno de sus capitanes, le ordenó que trajera rápidamente aquel soldado ante él.

  -¿Por qué has sacado  tu espada?

  -Señor, estaba enseñándola a mi compañero y la he desenvainado sin querer, por lo cual os pido perdón.

    -En mi ejército nadie desenvaina su espada sin que yo lo haya ordenado primero.

    Después llamó a un soldado de su escolta de feroces bereberes y con poderosa voz ordenó:

   -Corta la cabeza de este soldado con su propia espada y después pásala por delante de las filas de todos ellos para que sepan que, en mi presencia e incluso sin estar yo presente, mis órdenes son y serán siempre respetadas.

   Así que el temor que sus propios soldados le tenían, hacía que no sólo sus órdenes, o  sus deseos, sino también su mera presencia, infundiera tanto respeto y pavor que ni los caballos se atrevían a relinchar delante de él.

   Pero, después de la Batalla de Las Peñas de Cervera, aquel guerrero invencible, feroz y sanguinario que había sembrado el terror por todos los reinos cristianos de la Península, había dejado de amedrentar a Sancho García. 

   Durante el resto del año 1000 y el año 1001, Almanzor respetó bastante el Condado de Castilla y dirigió sus razias hacia otros lugares como Montemor-o-Velho, en la campaña 53 que esta vez dirigió por Portugal.  En el año siguiente sus razias se dirigieron contra Pamplona y la Rioja, pero de su mente no se iba el hacer un escarmiento al Conde de Castilla que tan duramente le había castigado en aquella batalla de las Peñas de Cervera, donde el río Esgueva tiene su nacimiento.

  En estas campañas ofensivas, El General Musulmán, no pretendía la ocupación de territorios, solamente pretendía atacar, destruir y saquear los puntos más importantes de la cristiandad, tanto en lo civil como en lo religioso. Quería sembrar tal pánico entre los cristianos, que no les dejase asentarse en los territorios que no estuvieran debidamente protegidos por castillos o ciudades fortificadas. Sobre todo se dedicó en todas sus algaras o aceifas a recopilar riquezas y esclavos para enriquecer el reino de Córdoba. Entre los esclavos eran preferidos las mujeres jóvenes y los niños. Todos ellos eran subastados en Córdoba, las jóvenes preferidas eran las vírgenes de cabellos rubios o pelirrojos, que se destinaban para los arenes de los nobles ricos; y los niños para esclavos después de haber sido convertidos, la mayoría de ellos, en eunucos.

 

-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-

-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-

-.-.-.-.-.-.-.-.-.

-.-.-.-.-.

    A primeros de mayo del año 1002, Burgos era un hervidero de soldados castellanos, leoneses y navarros. El Conde de Castilla había llamado a sus aliados leoneses y navarros y todos habían acudido a la capital de Castilla. Algo gordo se estaba preparando pues todo el mundo sabía que Sancho García había jurado enmendar el fracaso que tuvo en la batalla de las Peñas de Cervera

   La sala condal del castillo estaba repleta de caballeros y hombres de armas. Al Conde de Castilla, que presidía la reunión, le acompañaban: el “Alférez Mayor” del rey Sancho III de de Pamplona y el Conde Melero González en nombre del rey Alfonso V de León que, por ser todavía menores  de edad, estos reyes, delegaban en ellos cuanto concernía al mando del ejército

   -Nobles y Caballeros de León, Navarra y Castilla, el momento que desde hace dos años hemos estado esperando y para el cual nos hemos preparado, ha llegado por fin. Hace una semana, unos  arrieros llegaron a Burgos conduciendo una gran recua de 30 mulas que transportaban, entre otras mercancías, un valioso cargamento de lana, trigo, sal, vinagre y pellejos de vino. El mayoral de estos arrieros se entrevistó conmigo y me contó como un grupo de agotes, les había ayudado a cruzar la sierra por caminos que ellos desconocían, ya que las rutas más transitadas estaban vigiladas por tropas musulmanas.

   Este arriero traía dos mensajes, uno dirigido a mi persona y otro a uno de mis caballeros, y aunque no miró a nadie en particular Alonso supo que, aquel caballero al que el Conde se refería, era él.

   -Señor Conde, dijo  Melero González de León, teniendo en cuenta que el contenido de dicho mensaje ha sido la causa de esta reunión, todos los aquí presentes ardemos en deseos de conocer el contenido de dicha misiva.

   -Pues bien, según Rafael Zaldúa, Almanzor se dirige ya hacia Castilla con un poderoso ejército y por ese motivo ha mandado avanzadillas para controlar los pasos de la sierra y no ser sorprendido.

  Los nobles estaban exaltados y alguno de ellos propuso al Conde salir al encuentro de los musulmanes y presentarles batalla, idea esta que muchos de los asistentes aprobaron con gestos y con voces.

   Sancho García, aplacó los ánimos y con la autoridad que todos le habían concedido se dirigió a los presentes y dijo:

  -Puede ser que vuestros deseos se cumplan. Según algunos de mis consejeros, es posible que Almanzor quiera atacar la fortaleza del Peñón del Carazo, para no dejar enemigos a su espalda. Además no podemos olvidar que este castillo inexpugnable, un día no muy lejano, fue baluarte del Islán hasta que Gonzalo Téllez se lo conquistó no sin gran esfuerzo. Si es así, Almanzor no tardará en ponerle cerco y cuando concentre todos sus esfuerzos en el asalto de la fortaleza, será el momento en que nosotros, con nuestro ejército, caeremos sobre ellos de improviso.

   -Vos decís que Almanzor pondrá cerco a Carazo, dijo el Alférez Mayor de Pamplona, y si es así  la Fortaleza aunque está situada en un lugar prácticamente inexpugnable y defendida por una fiel guarnición al mando del Infanzón de Ahedo, no podrá resistir mucho tiempo el ataque de un ejército tan superior.

    Entonces Alonso, que como caballero perteneciente a la guardia de Sancho García, estaba presente en la reunión, pidió la palabra y dijo:

   -Señor, el bastión del Carazo resistirá el tiempo que sea necesario, hasta que vuestro ejército llegue a romper el cerco musulmán. Y esto será así, si me permitís salir hoy mismo hacia allí con un escuadrón de cien soldados de caballería para reforzar la guarnición que lo defiende.

   La propuesta de Alonso,  dejó a los concurrentes estupefactos y levantó un cierto murmullo entre los nobles. Ofrecerse voluntario para aquella misión tan arriesgada, era como encaminarse a una muerte casi segura, y este acto de valentía les llenaba de asombro y de envidia. Más de uno de aquellos nobles pensaban que aquel joven caballero pecaba de orgulloso, de osado o de valiente.

   -Creo que tu idea Alonso es arriesgada pero certera. Sabes muy bien que te expones a perder la vida en esta misión y aunque no quiero que esto ocurra, he de reconocer que pocos caballeros podrán hacer lo que te propones mejor que tú. Así que mañana al despuntar el día partirás con cien jinetes castellanos hacia El Carazo y empeño mi palabra que allí acudiremos a socorreros lo antes posible.

   Con las primeras luces del amanecer, salían de Burgos Alonso y cien soldados de caballería  voluntarios de las tropas del Conde. La marcha era rápida y las palabras, entre los jinetes, escasas o nulas, se cabalgaba en silencio pues había que llegar a la fortaleza antes que Almanzor. Al cruzar la sierra cerca del Monasterio de San Pedro de Arlanza observaron un destacamento de soldados de caballería bereber que pretendía cerrarles el paso pero al comprobar que el escuadrón cristiano embrazaba sus escudos y ponía sus lanzas en ristre, formando un compacto grupo de ataque, se retiraron sin pelear ya que estaban en inferioridad numérica.

   -Ahora ya saben que estamos aquí y saben también a donde nos dirigimos, dijo a sus hombres Alonso. Ya no hay marcha atrás, todos sabíamos dónde íbamos y a lo que nos exponíamos. Pararemos aquí cerca del Arlanza para comer y dar un respiro a nuestros caballos, a los que no quitaremos las sillas por si fuera menester montarlos de forma precipitada. El descanso será breve pues quiero llegar al Carazo antes que el sol se ponga.

    Y efectivamente, aún el astro rey no había dejado de iluminar la Tierra, cuando aquellos soldados terminaban de cubrir las once leguas que separan Burgos de la Peña de Carazo; y entraban en la bien defendida fortaleza situada a casi 1.500 metros de altura y desde  donde se divisa, como si desde un nido de águilas se tratase, la extensa llanura de Castilla.

   El Infanzón de Ahedo y también señor de la villa de Carazo, que prestaba servicio de “Anubda” al Conde de Castilla, había encerrado en lo alto de la fortaleza a todos los hombres de estas  villas, con grandes cantidades de grano y rebaños de cabras y ovejas que les podían dar sustento en caso de que el cerco fuera largo.

   Alonso se presentó a él con un documento del conde que le convertía en el segundo en el mando del castillo. Y pronto se dio cuenta que aunque los víveres eran bastante abundantes, haría falta almacenar forrajes para los animales y llenar los aljibes de agua que estaban bastante mermados.

   Encargado él de todo lo concerniente a la preparación de la defensa, ordenó a todos los hombres, no de armas, que con mulas y jumentos acarreasen agua desde el manantial del río Mataviejas que  tiene su nacimiento en Fuente la Mora en la falda de la Peña de Carazo. Ordenó También colocar haces de flechas al lado de las saeteras de los muros y almenas, así como piedras arrojadizas junto a los matacanes de las torres y murallas.

   En pocos días todo quedó perfectamente preparado para resistir el ataque sarraceno. Ahora solamente faltaba esperar a que los enemigos llegaran y que los muros de la fortaleza aguantaran la envestida del poderoso ejército enemigo, el tiempo suficiente para que la tropas del Conde Sancho García llegaran en su auxilio.

-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-

-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-

-.-.-.-.-.-.-.-.-.

-.-.-.-.-.-.-

 

    Almanzor al frente de su ejército se dirigió contra Castilla siguiendo el mismo camino que había recorrido dos años antes.

 


ALMANZOR al frente de su caballería

Ilustración de G. Padamkand

   Salió de Córdoba para después desde Medinaceli, dirigirse con su poderoso ejército hacia  Gormaz pasando por Bordecorex, donde parece ser que volvió a sentir que sus dolencias aumentaban. Las leyendas populares dicen que allí “El Caudillo Victorioso” tuvo el presentimiento de que su muerte estaba cerca. ¿Le diría el demonio, que llevaba dentro, que aquel lugar sería donde en dos meses más o menos acabarían sus días?; nadie lo sabe, lo cierto es que aquel mal que sufría desde la destrucción de Santiago de Compostela, se agravaba de día en día produciéndole grandes dolores.

   Desde Gormaz de dirigió a Clunia y desde allí, no queriendo pasar por Las Peñas de Cervera que tan ingratos recuerdos le traían, se desvía por Huerta de Rey hacia Mamolar, para luego dirigirse hacia La Peña Carazo. Aquel peñasco indómito era un contratiempo en su camino pero él lo aplastaría como el que aplasta un alacrán con la suela de su bota.

   Desde lo alto de la torre del castillo de Carazo el vigía hizo sonar la campana dando la alarma a todos los defensores que, movidos como por un resorte, ocuparon rápidamente su lugar en las almenas. El enemigo aún estaba lejos pero ya se podía oír el son de sus trompetas, añafiles y timbales. La inmensa nube de polvo que aquel ejército levantaba en la reseca llanura, semejaba las nubes que anuncian las temibles tormentas.

   Alonso había subido a las murallas y pudo comprobar cómo la inmensa llanura se iba llenando de jinetes, soldados de infantería y potentes maquinas de guerra como torres de asalto y catapultas. Observó que algunos de los soldados se miraban unos a otros y temió que el pánico se apoderara de ellos, por eso levantando la voz les dijo;

   -¡¡Soldados ha llegado el momento de demostrar nuestro valor!!. Los que ya estabais en la fortaleza, al mando del Señor de Ahedo, sabíais que vuestra misión era defenderla y los que hemos llegado después, hemos venido voluntarios y sabíamos a lo que nos exponíamos. Es verdad que el enemigo es muy numeroso pero nosotros estamos muy bien defendidos por la Peña y por estos pétreos muros construidos sobre ella; además, cuando entremos en combate, pensad que muchos de vosotros tenéis aquí a vuestras familias y eso y el saber que la tierra que pisamos es nuestra Patria, nos infundirá el valor suficiente para resistir hasta la llegada del Conde Sancho García con su ejército.

¡¡ Estad seguros que el Apóstol Santiago cuyo templo fue sacrílegamente mancillado por Almanzor, estará ahora a nuestro lado!!.

   Terminada la arenga, una descarga de ardor guerrero recorrió las venas de todos aquellos defensores que por primera vez miraron al enemigo sin temor y con el deseo de que llegara la hora  del enfrentamiento.

   Las huestes de Almanzor fueron ocupando la llanura y cerrando el cerco del Peñón hasta rodearlo por completo. Las tiendas fueron instaladas en la llanura y eran tantas que era imposible contarlas. Después poco a poco se fue llegando la noche y se encendieron los fuegos en el campamento musulmán, y eran tan numerosos que iluminaban la noche anulando la luz de la Luna y las estrellas.

   El Señor de Ahedo que estaba con Alonso en lo alto de la Torre le dijo:

   -Creo Alonso que son más numerosos los fuegos del enemigo que las estrellas que tenemos, sobre nosotros, en el cielo.

   -La fuerza de un ejército no reside en el número más o menos grande de los hombres que lo forman. La verdadera fuerza del soldado radica en saber por qué y por quién  lucha y nosotros sabemos que luchamos por nuestro Dios, por nuestra Patria y por nuestras familias, y esto nos hace tan fuertes que el número de unos enemigos mercenarios no nos importa.

   -Esta mañana, al primer toque de alarma que dio el centinela, mandé a uno de mis mejores hombres hacia Burgos para avisar al Señor Conde. Todo más tarde, mañana por la mañana habrá llegado a Burgos y Sancho García vendrá en nuestra ayuda.

   -Creo Señor, dijo Alonso, que ese mensaje será difícil de llevar pues ya hace semanas que los pasos de la sierra están todos vigilados por las tropas sarracenas. Por tanto no confiemos demasiado en que lo logre y dispongámonos para la lucha que, con toda seguridad, se dará mañana.

   No había la aurora enviado las primeras luces del día sobre la Tierra, cuando ya Alonso estaba armado y vigilante en lo más alto de los muros. Pronto los campos se fueron iluminando por el sol del amanecer, y las luces de las hogueras se fueron apagando en el campamento enemigo. Desde lo alto del castillo se podía oír con nitidez la llamada del “Almuecín” llamando a la primera oración del día a los hijos de Alá. Después el revuelo fue enorme como enorme fue el ejército que en formación avanzó hacia la fortaleza.

   Al llegar al pie de la montaña, los atacantes se detuvieron y de la primera línea de la formación salió un jinete a caballo que, al principio a galope y después al paso, fue ascendiendo, por el tortuoso camino que ascendía a la fortaleza. El caballo, que al parecer no era bien controlado por su jinete, parecía conocer bien el camino y no dudaba en recorrer las curvas y vericuetos que aquella senda de cabras tenía.

   Cuando el animal se fue acercando a la cima, todos observaron que el soldado que cabalgaba a sus lomos estaba muerto y atado a la silla. Se trataba del mensajero que el Señor del Castillo había enviado al Conde de Castilla y que, cuando cruzó el puente levadizo y se le abrieron las puertas se vio que tenía tres saetas clavadas en la espalda y en sus manos traía una bandera blanca con un mensaje escrito.  

   En aquel mensaje se decía que, puesto que los cercados no tenían forma de resistir mucho tiempo, era mejor que se rindieran y para ello solamente tenían que izar sobre la torre del castillo aquella bandera blanca. De hacerlo así, perderían sus bienes pero sus vidas serían perdonadas y se les permitiría salir desarmados de aquella fortaleza. De otra forma, el castillo sería arrasado y todos sus defensores pasados a cuchillo o esclavizados.

   Ante la proximidad de aquel gigantesco ejército situado al pie de Peña Carazo y la propuesta de Almanzor, muchos de los defensores empezaron a vacilar y un rumor que iba “in crescendo” hizo temer a Alonso que la moral de lucha se hubiera disipado; por lo que, tomando la palabra, gritó desde lo alto de la muralla, a todos los soldados que se habían reunido en el patio del castillo junto al mensajero muerto:

   -¡¡Soldados de Castilla!!, yo no necesito tiempo para deliberar. Esta espada que me veis empuñar, me la dio el Conde, mi Señor, y no la pienso rendir a ningún enemigo por muy Almanzor que se llamé, y sólo después de muerto, podrán arrebatármela de la mano. El Señor del Castillo, que le debe servicio de “Anubda” a Sancho García, puede hacer lo que crea conveniente y ya rendirá cuentas al Conde de Castilla. Mis cien soldados y yo mismo, hemos venido para luchar y esta peña no se rendirá mientras uno de nosotros quede con vida. ¡¡Señor de Ahedo!! ¿Qué decidís?. 

   El Señor del Castillo espoleado por las palabras de Alonso, llenas de valentía y fidelidad, desenvainó su espada y elevándola hacia el cielo gritó: ¡¡Lucharemos!!, ¡¡guerra a los hijos de Alá!!. Y todo el castillo fue un clamor alzando sus armas y gritando:¡¡Lucharemos, lucharemos!!.

   Alonso, con una antorcha encendida, quemó aquel lienzo blanco y lo arrojó desde lo alto de la muralla a la vista de todos los enemigos, y aquel acto fue el detonante que hizo lanzar al asalto al ejército musulmán.

   Igual que las impetuosas olas de un océano embravecido se estrellan contra los acantilados, así se estrellaban una vez y otra vez las tropas bereberes y andalusís contra los peñascos y las murallas de Peña Carazo, sin conseguir lograr hacer mella en sus defensas. Cada vez que los soldados de Mahoma llegaban escalando y con grandes esfuerzos a los pies de las murallas, una nube de flechas y piedras caía sobre ellos haciéndoles retroceder ante el asombro y la ira incontenida de sus generales que, vociferando y amenazando, les alentaban al ataque una y otra vez.

   El castillo resistía las repetidas embestidas musulmanas sin que uno solo de los defensores mostrase el más mínimo desaliento ni muestra de temor. Alonso, como poseído de una fuerza sobrenatural, se movía de un lado a otro de la muralla buscando siempre el lugar más peligroso para ayudar y dar ánimos a sus caballeros. Las mujeres en el patio de armas y los cobertizos curaban a los heridos, la mayoría por  flechas de ballesta.

   A la hora del mediodía, cuando el sol de Castilla despliega todo su calor y parece que el cielo mandase cataratas de fuego sobre la Tierra, los ataques se hicieron más lentos y débiles, las trompetas anunciaron el cese del asalto y las tropas enemigas se replegaron, dejando al pie de los muros y en la ladera de la montaña decenas y decenas de muertos y heridos que, calcinados por aquel sol abrasador, gemían y se arrastraban buscando ayuda o alivio a la sombra de las zarzas y los peñascos. Los defensores lazaron jubilosos gritos de victoria desde lo alto de las almenas, pero Alonso sabía que aquella batalla no había hecho más que empezar, reorganizó a sus hombres y los mandó hacer acopio de armas para cuando la batalla continuase.

   Mientras tanto, en la tienda de Almanzor, había revuelo de médicos. “El Victorioso” había vuelto a sentir que su enfermedad se agravaba. Aquella enfermedad que contrajo después del saqueo y destrucción de Santiago de Compostela, cada vez le hacía más y más sufrir como si estuviera pagando un divino castigo por aquel sacrilegio.

   Aquella tarde no hubo más ataques. Un mensajero con bandera blanca se acercó a tiro de ballesta y a voz en grito dijo que “El Enviado de Alá” solicitaba permiso para retirar sus muertos del campo de batalla. El Señor del Castillo se lo concedió y durante horas los soldados musulmanes estuvieron recogiendo sus muertos y heridos. Después llegó la noche y otra vez el fuego de las hogueras alejó las sombras nocturnas y dio luz al campamento del Islam.

   La noche fue larga para los defensores. Alonso, en lo más alto de la torre, permanecía vigilante mirando sin cesar el campamento enemigo, mientras se palpaba una y otra vez el pecho en el lugar donde, debajo de la cota de malla, guardaba la carta de Beatriz que su Señor le había dado y donde le decía con que fervor rezaba a la Virgen por él y como contaba los días esperando su regreso. En estos pensamientos estaba, cuando le sorprendió el amanecer del nuevo día; y sin perder ni un momento la observación del enemigo, se dio cuenta que algo raro pasaba en el campo musulmán. A las pocas horas de amanecer, vio como se desmontaban las tiendas de campaña y hombres y carros se ponían en movimiento abandonando el asedio.

   Uno de sus soldados se le acercó y entre sorprendido y alegre dijo:

   -¡¡El enemigo se va!!. ¡¡El enemigo abandona la batalla!!. Señor ¡¡Hemos vencido!!.

   -Poca cosa le hemos hecho a un ejército tan poderoso como el de Almanzor para decir que le hemos vencido, di más bien que hemos resistido.

   Durante todo el día las tropas sarracenas estuvieron desfilando por delante de Peña Carazo mientras enfilaban el camino que se dirigía a Salas de los Infantes; y al caer la tarde no quedaba de aquel poderoso ejército nada más que el recuerdo de sus furibundas envestidas y dos interrogantes: ¿Por qué abandonaban la lucha? y  ¿a dónde se dirigían?.

   Había una explicación. La noche del ataque, Almanzor sufrió una grave recaída en su enfermedad, los médicos no sabían decir el motivo pero lo cierto era que el mal había avanzo mucho y los dolores se hacían insoportables hasta para un guerrero tan duro como Almanzor. 

   El “Defensor de Alá”, con 64 años se veía viejo y enfermo, y se había propuesto en aquella campaña herir a Castilla en el corazón de sus creencias. Se había propuesto destruir el monasterio de San Millán de la Cogolla que, junto a Santiago de Compostela, era uno de los pilares de la España cristiana, y tenía prisa por hacerlo, pues algo le decía que aquella campaña sería la última que iba a realizar, ya que sentía la muerte muy cercana. Miró hacia Peña Carazo y viendo que el primer día de ataque había dado como resultado una carnicería entre sus hombres, se dio cuenta de que aquel peñasco no merecía tanto esfuerzo, tanta sangre  y tanta pérdida de tiempo; pues tiempo era lo que él necesitaba y cada vez, se daba cuenta, le iba quedando menos. Por esos dos motivos “El Victorioso” dio la orden de levantar el campamento y avanzar hacia su objetivo final.

   Las huestes de Almanzor avanzaron hacia el norte saqueando y destruyendo cuantos pueblos y villas encontraban y así podemos destacar que sufrieron la fuerza devastadora de sus armas, entre otros: Salas de los Infantes, Pinilla de los Moros, Vizcaínos, Barbadillo de  Herreros (lugar por donde cruzó la sierra) y siguió su razia por Monterrubio y Canales de la Sierra para llegar a San Millán de la Cogolla (hoy San Millán de Suso). El monasterio se encontraba en el reino de Pamplona pero muy cerca de la frontera de Castilla y los peregrinos de uno y otro reino acudían a él en peregrinación, pues San Millán estaba considerado como el santo patrono del condado de Castilla.

 

Monasterio de San Millán de la Cogolla (de Suso) 

   ¿Por qué había elegido Almanzor la destrucción del Monasterio de San Millán como objetivo principal de su última campaña?. Porque se consideraba el máximo defensor del Islán y su lucha contra los cristianos fue siempre para él una “Guerra Santa”. Quería también vengarse del Conde de Castilla Sancho García y del Rey de Pamplona que, junto al de León, habían estado a punto de derrotarle en la batalla de Las Peñas de Cervera, junto al nacimiento del río Esgueva. Almanzor sabía que las tropas castellano-leonesas y navarras estaban en Burgos, llamadas por Sancho García, para marchar contra él. Por ese motivo avanzó rápido y devastador encontrando escasa o nula resistencia a su avance que esta vez se dirigía hacia Salas de los Infantes.

 

-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-

-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.

-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.

-.-.-.-.-.-

 

    El conde Sancho García con su ejército llegó a Carazo seis días después y allí, durante la cena, fue puesto al corriente de todo lo sucedido. El Conde de Castilla escuchó, de labios de Alonso, el relato de los hechos con gran orgullo y mayor preocupación

   Al finalizar la cena se dirigió a sus caballeros en estos términos:

  -Me llena de orgullo el heroico comportamiento que todos habéis demostrado en el cumplimiento de vuestra misión. Al pasar el tiempo y no recibir noticias vuestras, supuse que algo grave estaba pasando y nos pusimos en marcha para socorrer la fortaleza y enfrentarnos de una vez por todas con Almanzor, pero este hombre, que parece estar poseído por el demonio, tiene una forma de proceder imposible de adivinar. Quizás fue avisado de que veníamos hacia acá y no creyó que este lugar era el más idóneo para la batalla o quizás…

   Sancho García interrumpió su alocución pues uno de los soldados, que guardaban  la puerta, le avisó de que había llegado un joven campesino que con urgencia quería hablar con él.

   El Conde ordenó que le llevaran a su presencia y delante de todos le preguntó:

   -Dime aldeano, ¿qué noticia es esa tan urgente que hace que el Conde de Castilla interrumpa la cena que celebra con sus caballeros?.

   El aldeano seguía postrado, rodilla en tierra, delante de la mesa de su Señor y sólo cuando este de lo ordenó, se puso en pie y dijo:

   -Señor, mi nombre es Gabriel, y vengo a informar que las tropas de Almanzor han pasado por Salas de los Infantes arrasando todo lo que a su paso han encontrado. Queman villas, ermitas e iglesias no sin antes profanarlas y robar todos los objetos de valor. Del mismo modo también  violan y después matan a muchas mujeres de nuestros pueblos, para solamente llevarse cautivas a las más jóvenes y bellas así como a niños de corta edad. Me he podido enterar que en estos momentos, pasado ya Salas, se dirige a Barbadillo de Herreros por donde piensa cruzar la sierra y dirigirse a Canales y después a San Millán de la Cogolla que, como hizo con la catedral de Santiago de Compostela, piensa arrasar y no dejar piedra sobra piedra. Hecho esto piensa regresar a Córdoba, por consejo de sus médicos, pues se encuentra enfermo.

   -¡¡¡Por Santiago!!, ¡¡¡Por Cristo crucificado!!!, ahora lo veo todo claro, dijo Sancho García, pegando con su puño en la mesa, ese ha sido el motivo de no querer enfrentarse con nosotros aquí. Se desplaza veloz para no ser alcanzado y poder cumplir su sacrílega venganza antes de que lo encontremos.

   Después dándose cuenta de que el campesino estaba sangrando, le dijo:

   -Veo que estás sangrando Gabriel, ¿acaso estás herido de gravedad y no lo has dicho?.

   -Señor, estoy herido pero creo que no es grave. Después levantando la cabeza con orgullo, continuó diciendo, aunque soy un humilde campesino también soy castellano como vos y los castellanos no hemos nacido para ser esclavos o ser sacrificados como corderos. En las aldeas que Almanzor, Dios le maldiga, ha atacado y reducido a cenizas, los hombres nos hemos defendido y hemos vendido caras nuestras vidas. Hemos luchado hasta el último hombre y hemos causado buen número de bajas a los seguidores de Mahoma. A mí me dieron por muerto y pude oír a uno de sus generales como ordenaba la marcha hacia los lugares que antes he mencionado. Señor,  en esta lucha ha ardido mi casa, han muerto mis padres y mi hermano menor, y por último han hecho prisionera a mi joven esposa y a mi hija de cinco años. Por todo ello, os pido que me admitáis en vuestras tropas y así podré vengarme del daño que me han infringido.

   -Estás admitido y yo te prometo que pronto tendrás la ocasión de descargar toda tu ira contra esos herejes que tanto daño te han hecho. Ahora este soldado te llevará donde te puedan curar y alimentar para reponer fuerzas ya que pronto las vas a necesitar. 

   El Alférez Mayor del rey Sancho III de Pamplona, se puso en pie diciendo:

   -Señores, Almanzor se dirige al monasterio de San Millán con ánimo de destruirlo y, como todos los presentes sabéis, el Monasterio está en tierras pamplonesas y es mi deber defenderlo y solicitar de todos vuestra colaboración como aliados que somos.

   -Creo, dijo el Alférez Mayor de León, que mi igual de Pamplona  tiene mucha razón en exigirnos ayuda para tal defensa y por mi parte estoy decidido a dársela, pero el ejército musulmán está formado principalmente por  caballería y se desplaza con rapidez; esto y contando que nos llevan una semana de ventaja, hace imposible que le podamos interceptar antes de que llegue a  San Millán de la Cogolla; por lo que nuestro esfuerzo  será en vano y el desgaste de fuerzas de nuestras tropas será grande e inútil.

   -El Conde de Castilla tenía mucha confianza en el parecer de Alonso, por lo que le buscó con la mirada y éste sintiéndose preguntado dijo:

   -Señor, sabéis que no sólo en Castilla sino en todos los reinos se os conoce con el apelativo de Sancho García el de los Grandes Fueros, el de las grandes alianzas, el Señor prudente que negocia con el cerebro antes que dejarse llevar por la ira o la desesperación. El Conde Melero de León tiene razón, nunca daremos alcance a nuestro enemigo ya que según parece piensa cruzar la sierra por el lugar más recto hacia San Millán y visto así, en mi humilde parecer, debemos atajar la marcha de Almanzor en su retirada.

  Un murmullo de aprobación recorrió la sala y hasta el Alférez pamplonés aceptó con un leve movimiento de cabeza que estaba de acuerdo a pesar de que su corazón le incitaba a perseguir a aquel “Hijo del Averno”.

   -Caballeros, volvió a decir el Conde de Castilla, he oído vuestras opiniones y me he dado cuenta que, casi por unanimidad, estamos de acuerdo en esperar la retirada del ejército musulmán para hacerle frente y acabar, de una vez por todas, con esa diabólica amenaza que ya hace demasiados años nos está mortificando.

   Almanzor, una vez conseguido su sacrílego objetivo, sólo tiene dos caminos para regresar a Córdoba. Uno de ellos y quizás el más previsible es volver por el mismo sitio que ha ido y si así fuera le estaríamos esperando en Carazo para dar la batalla final. El otro camino aún más duro y tortuoso sería cruzando la sierra de Cameros por desfiladeros abruptos y calcinados por un calor tan agobiante que diezmará sus fuerzas; pero este hijo de Satanás tiene una mente tan retorcida que pudiera pensar hacerlo. De ser así el lugar más idóneo para interceptarlo sería Calatañazor.

   -Señor Conde, dijo el Alférez Mayor de León, la estrategia es muy buena pues mientras Almanzor hace sufrir a sus tropas por tan inhóspitos caminos, nuestras tropas estarán frescas esperando el encuentro definitivo; pero ¿cómo saber qué decisión tomará Almanzor?.

   -Se me ocurre que Alonso con sus cien jinetes salga mañana mismo hacia Canales de la Sierra y desde allí vigile si las tropas de Almanzor han elegido esa ruta. De ser de ese modo, mandará a su mensajero más veloz para darnos aviso y nosotros nos pondremos en marcha hacia Calatañazor, donde con la ayuda de Santiago y San Millán pondremos fin a nuestros enemigos. Después de avisarnos, él con sus jinetes seguirá la marcha de los sarracenos y hostigará su retaguardia siempre que le fuera posible para retrasar su desplazamiento, hasta que, llegado el día, encontrarse con nosotros en la batalla final.

   Alonso se puso en pie y dio con su puño en el pecho en actitud de haber entendido la estrategia y de haber acatado la orden.

   Al día siguiente, todos los soldados, caballeros al lomo de sus cabalgaduras, esperaban la orden de partir pero, mientras el Conde Sancho García estaba dando las últimas órdenes a Alonso, apareció en el patio de armas Gabriel, el joven campesino, y dirigiéndose al Conde dijo:

   -Señor, el descanso y la comida me han devuelto las fuerzas y, como yo conozco los caminos y sendas de esta sierra como la palma de mi mano, solicito permiso para formar parte de la expedición y servir de guía por las trochas y veredas de estas intrincadas sierras. Se montar a caballo y aunque no soy un experto en el manejo de la espada, se manejar el arco como el que mejor, pues la caza ha sido siempre una ayuda en la alimentación de los pobres.

   Al Señor y a Alonso les pareció bien el ofrecimiento y momentos después Gabriel montaba al lado de Alonso introduciéndose en los bosques de la montaña, por un laberinto de sendas y atajos que servían para cruzar la sierra. Avanzaron por caminos tortuosos, sendas intrincadas que  discurrían sobre profundos precipicios, pero que acortaban el camino de  forma considerable y por fin, sin ningún contratiempo de importancia, llegaron a Canales de la Sierra. Allí acamparon y Alonso, haciendo uso de su buen criterio, mandó a tres parejas de soldados, equipados con víveres para tres días, para vigilar los diferentes lugares que Gabriel le indicó como más propicios para el paso de un ejército en caso de que este se produjera.

   Habían pasado dos días cuando se presentaron dos de sus vigías, venían escoltando a dos rústicos montados en sendos mulos que traían otra mula herida y dos pollinos atados a las colas de sus monturas; los pollinos portaban amplias alforjas que contenían utensilios de clases muy variadas, por lo que causaban la impresión de ser dos ladrones de aquellos montes.

   Cuando Alonso los vio, su cara se iluminó y avanzando hacia ellos, ante el estupor de todos, los abrazo diciendo:

   -¡¡¡Fermín, Angelillo!!!.¿Qué hacéis por estas tierras?. ¿Cómo está Rafael y la familia?. ¿Qué me podéis decir de Beatriz?. ¿Dónde están ahora?. Por Dios, ¡¡cuánto me acuerdo de todos vosotros!!. Después, dirigiéndose a los soldados, ordenó que los dejasen tranquilos, que eran amigos suyos y que no necesitaban que se les vigilase.

   Después mientras todos comían, Fermín, que era el mayor de los dos hermanos, tomo la palabra y contó lo siguiente:

   -Alonso, como bien sabes, nosotros nos dedicamos a seguir, sin ser vistos, la marcha de los ejércitos para recoger todo aquello que van dejando atrás, sobre todo animales heridos o cansados que después nuestra familia cura y revende para sacar algo de lo que vivir.

   En esta aceifa de Almanzor, que Dios castigue, las tropas musulmanas han arruinado pueblos, han profanado iglesias, han derruido castillos aniquilando a todos sus defensores, han exterminado a todos los seres vivos de los lugares por donde han pasado y por último han profanado, incendiado y derruido el Monasterio de San Millán de la Cogolla, pensando que así daban la estocada final a la religión cristiana.  

   Alguien, algún demonio del Averno, le ha dicho que las tropas castellano-leonesas y navarras al mando de Sancho García le están esperando en el camino de regreso y por ese motivo ha decidido regresar a Córdoba atravesando estas sierras inhóspitas de Los Cameros. Desde San Millán se dirigió a Anguiano y luego por el valle del Najerilla se adentró en la sierra. Este camino es largo, tortuoso, y muy peligroso para el tránsito de todos los carros cargados con el botín que traen, y las cuerdas de prisioneros que llevan para vender en Córdoba. Algunos carros se han despeñado y varias caballerías han muerto y las han dejado abandonadas para pasto de los buitres que, veleros en alas del viento, continuamente patrullan  los cielos del desfiladero. Ha sido tan difícil el camino, que Almanzor, que se encuentra enfermo, ha sufrido un verdadero martirio y ha tenido que dejar de montar en su caballo y ha mandado que lo lleven en litera, después ha dado orden de descansar  en Viniegra de Abajo.

   Mi hermano y yo que habíamos recogido estas bestias y objetos de escaso valor de un carro despeñado, nos dirigíamos al encuentro de nuestra familia a través de las montañas, cuando hemos sido sorprendidos por tus soldados.

   -¿El trato que os han dado a sido bueno?

   -Sí, muy bueno, nosotros les hicimos saber que el Conde Sancho García había concedido una Cédula Condal a nuestra familia para que pudiéramos movernos de un lugar a otro sin que nadie nos lo pudiera impedir, y quizás ese haya sido el motivo de su buen trato.

   Alonso sonrió y volvió a preguntar a los dos hermanos qué más sabían de Almanzor: ¿Por qué camino seguiría su viaje?. ¿Cómo de poderoso era su ejército? Y sobre todo cómo de prisa avanzaban.

   -El ejército musulmán, a pesar de las bajas sufridas en los combates, sigue siendo muy poderoso pero camina lento y todos los capitanes están muy preocupados por la salud de su Caudillo. Seguirán por los Cameros hacia Vinuesa.

   En cuanto a nosotros, y señaló a su hermano Angelillo, nos dirigimos a un lugar cercano a Duruelo de la Sierra donde nos espera nuestro padre Rafael y el resto de la familia.

   -¿Están todos bien?. ¿Cómo están Remedios y Beatriz?

   Ahora el que sonrió pícaramente fue Angelillo, que dijo: Las dos se encuentran muy bien, pero Beatriz se pasa los días rezando por ti y languidece cada día que pasa sin que vayas a buscarla como prometiste.

  -Decidle que la espera está llegando a su fin, que en breves días el ejército cristiano nos enfrentaremos al musulmán y, de una vez por todas y definitivamente, acabaremos con la pesadilla de Almanzor. Ese será el momento en que iré a buscarla y ya nunca nos separaremos.

   Alonso mandó a uno de sus jinetes para avisar al Conde de Castilla diciendo que el camino que los sarracenos llevaban era el de Calatañazor y que allí, él y sus jinetes, se unirían a ejército cristiano para la batalla final.  Mientras tanto, siguiendo sus órdenes, hostigarían siempre que fuera posible la retaguardia musulmana.

 

-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-

-.-.-.-.-.-.-.-.-

-.-.-.-.-

   El camino que Almanzor había escogido, siguiendo el estrecho valle del río Najerilla, es un estrecho cañón que serpentea entre las sierras de la Demanda, Los Picos de Urbión y la sierra de Los Cameros. Este camino retrasaba, por su peligrosidad y dureza, la marcha del ejército con toda la carga del botín y prisioneros que traían.

   Mientras tanto Alonso, que había decidió tomar contacto con el enemigo cerca de Montenegro de Cameros, se desplazó rápidamente con su escuadrón de caballería y la valiosa ayuda de Gabriel en el conocimiento del terreno,  a un lugar de la sierra cerca del Puerto de Santa Inés, donde acamparon emboscados y ocultos procurando no ser vistos por las avanzadillas de exploración del ejército sarraceno. Su plan era dejar pasar el grueso de las tropas sin ser descubiertos y después atacar la retaguardia enemiga.

   Si el camino entre Viniegra de Abajo y Viniegra de Arriba era difícil, no menos difícil y peligroso era el acceso al puerto de Montenegro, mucho más duro pues se termina en gran parte la vegetación y en los calurosos días de verano, el sol calcina la tierra y hace sufrir al caminante que osa ascender por el tortuoso camino lleno de curvas que convierten la ascensión en un suplicio interminable.

   El escuadrón de Alonso, emboscado entre las rocas que jalonaban el estrecho sendero, dejó pasar el grueso del ejército e incluso vieron como el invencible Almanzor, incapaz de soportar los dolores y el sufrimiento que aquel calor le producía, no montaba en su caballo sino que era transportado en una cómoda litera de mano con dosel, para que le hiciera sombra, y que era  llevada por doce  prisioneros vigilados por guardias bereberes de su escolta. Detrás de los escuadrones de soldados, transitaba con enorme esfuerzo un gran rosario de animales de carga y carros cargados, con el enorme botín que habían cosechado con el saqueo de todos los lugares que habían arrasado. Más atrás, largas hileras  de prisioneros atados por el cuello, mal vestidos y muchas de ellos descalzos con los pies sangrando por el roce de las afiladas piedras. Los niños y niñas de corta edad y las jóvenes doncellas, eran tratadas con más cuidado e iban hacinadas en carretas para que sus pies no se estropeasen con la dureza del camino.

  Cuando la mayor parte de las filas de soldados se habían alejado hacia la cumbre del puerto, un alud de piedras y troncos se desprendió de los cantiles de la ladera y acto seguido, aprovechando el desconcierto de la escolta de la retaguardia, el escuadrón de jinetes cristianos irrumpieron en el camino con gran ímpetu y vocerío, hiriendo, amputando, matando y dispersando a cuantos soldados musulmanes integraban la escolta. Cortaron muchas de las cuerdas que sujetaban a los prisioneros y gran parte de ellos se dispersaron por el monte.

  Cuando gran parte de las tropas se volvieron para repeler la agresión de aquellos intrusos, los atacantes conducidos por Gabriel, conocedor del terreno, ya habían desaparecido por las trochas y veredas de aquellos montes, como si de fantasmas se trataran.

   Mucho tiempo tardaron las tropas de Almanzor en recuperar gran parte de aquellos prisioneros escondidos entre el monte, pero tan cansados que apenas podían huir, aunque algunos de ellos no lograron encontrarlos. También perdieron mucho tiempo en recuperar los carros que se habían volcado y en recoger los muertos y heridos, además de  despejar el camino cerrado por las piedras arrojadas en él.

   El principal objetivo estaba cumplido, se trataba de entretener el mayor tiempo posible la marcha del enemigo, para que el Conde de Castilla, con su ejército, llegase a Calatañazor antes que los seguidores de Mahoma.

   Pasado el puerto de Montenegro de Cameros, el camino hacia Quintanarejo, Vinuesa y Avejar, era mucho más fácil, y como las noticias, sobre todo si son malas, se desplazan como el viento, estos pueblos ya habían sido abandonados cuando las tropas musulmanas llegaron a ellos.

   Las tropas de Alonso siguieron atacando, molestando y retardando al ejército musulmán hasta que, pasada ya la tierra de pinares, cruzó con sus hombres el Río Abión, para después, marchando por profundos barrancos y espesos montes, avanzar siempre oculto, hasta llegar a Calatañazor donde ya estaba acampado el Conde Sancho García, al pie de aquel castillo que todo el mundo denominaba “Nido de Águilas” y que, situado cerca de las aguas del río Milanos, que casi circunda la fortaleza, le servía para abastecer de agua a soldados y animales.  

   Almanzor no dio la orden de parar hasta que, muriendo el día y sobrepasado Cabrejas del Pinar, desembocó en la gran llanura desde la que se adivinaba, como un inalcanzable nido de aquilino, el castillo de Calatañazor.


Calatañazor

 

      Estaba cansado del largo camino y muy enfadado por los contratiempos y bajas sufridos en su retaguardia, así que en cuanto se vio en campo abierto, donde él siempre se consideraba invencible, mandó instalar el campamento para pasar la noche. Mandó exploradores para ver cuán expedito estaba el camino y puso escuchas y centinelas para no ser sorprendidos durante las tinieblas nocturnas.

   Apenas la aurora empezó a anunciar el nuevo día, las voces de los almuecines ya convocaban a todos los musulmanes a la primera oración. Terminada está un jinete bereber prorrumpió en el campamento y se paró delante de la tienda de campaña del “Azote de los cristianos”.

   -Señor “As-salam-u-alaikum” (La paz sea contigo). Malas noticias son las que traigo para empezar esta nueva jornada. He visto con mis propios ojos como el ejército cristiano del Conde de Castilla, ¡¡¡que Alá maldiga!!!, está acampado en la llanura junto al castillo de Calatañazor. Señor, ¡¡¡que Alá derrame sus bendiciones sobre Ti!!!, el ejército cristiano es muy numeroso y le acompañan el Conde Melero González al mando de las tropas de León y el Alférez Mayor de Pamplona al mando de los navarros.

-Llevamos varios días mirando atrás,  pensando que el ejército de Castilla nos seguía los pasos y atacaba nuestra retaguardia y resulta que sólo era un medio de distracción para poder cortarnos el paso. Hoy montaré en mi caballo, me pondré al frente de mis tropas, y mi espada victoriosa, alcanzará una rotunda victoria sobre esos infieles seguidores de la Cruz.

   Después llamó a sus capitanes y les dio órdenes para preparar la gran batalla que se aproximaba.

   A media mañana, las tropas del Islán con Almanzor al frente empezaron a marchar hacia Calatañazor en busca de las tropas Castellano-Leonesas y Navarras. Al sonido de trompetas, añafiles y tambores, se sumó el ruido de los cascos de millares de caballos que hacían retumbar el suelo de los campos.

   ¿Qué pasaba mientras tanto en el campamento cristiano?. El Conde Sancho García, dividió las tropas en tres cuerpos: El ala izquierda lo formaban las tropas de León con el Conde Melero González a la cabeza, el ala derecha estaba integrada por las tropas de Pamplona al mando de su Alférez Mayor y en el centro de ataque estaba el Conde Chancho García con las tropas castellanas. A su lado estaba Alonso al mando de las cien lanzas que le había encomendado su Señor y que tan bien habían combatido.

   Los tambores sarracenos estaban cada vez más cerca y Sancho García se adelantó a sus hombres y volviendo su caballo hacia las tropas ya formadas, les dijo:

   -¡¡¡Soldados!!!. ¿Oís cómo suenan los tambores de Almanzor?, pues yo os digo que con la ayuda de Dios y de las Santos Santiago y San Millán, que tan cruelmente han sido mancillados, hoy callaremos esos tambores y ya nunca más volverán a amedrentarnos. ¡¡¡Soldados!!!, vuestros capitanes saben todo lo que hay que hacer, obedecedles en todo y luchad como nunca habéis luchado. Hoy en la llanura de Calatañazor, el ejército cristiano no tendrá la opción de retirarse o rendirse. Hoy solamente podremos vencer o morir. ¡¡¡Soldados!!!, ¡¡¡Luchad por nuestro Dios!!!, ¡¡¡Luchad por nuestra Patria!!!, ¡¡¡Luchad por vuestra vida y la de vuestras familias!!! y ¡¡¡Guerra a los hijos de la Media Luna!!!.

   Del corazón de todos los soldados brotaron los gritos de:¡¡¡Por Santiago!!!, ¡¡¡Por San Millán!!!; y el Conde Sancho García remató ¡¡¡Por la Cruz de Cristo, adelante!!!. Y el ejército cristiano se puso en marcha hacia el enemigo.

   Alonso que cabalgaba al lado del Conde le dijo:

   -Señor, quiero que me concedáis el favor de pelear en la vanguardia e iniciar con mis jinetes el ataque al centro del ejército musulmán. Almanzor seguro que mandará a su caballería ligera para romper nuestro frente y quiero ser yo con mis hombres quien tenga el honor de contenerlos. Después me tendréis a vuestro lado como siempre, seré vuestra sombra y a vuestra espalda nadie se acercará mientras yo viva.

   -Alonso, dijo Sancho, hoy es el día en que si Dios no nos concede la victoria, moriremos en la llanura de Calatañazor. Bien sabes lo que te aprecio y no quiero que mueras, pero te concedo el honor que me pides, reúne a tus caballeros y que el Creador, en cuyas manos están nuestras vidas, te bendiga y proteja.

   Los dos ejércitos estaban tan cerca que se podía oír los gritos de sus capitanes dando las últimas órdenes. Alonso, con los cien lanceros que habían sido sus compañeros  desde hacía días, se adelantó diciendo:

   -Caballeros, ahí delante tenéis la cusa de todas nuestras desdichas, ellos se creen invencibles pero, con la ayuda de Dios nuestro Señor, hoy les demostraremos que se equivocan. Hemos tenido el honor de ser  nosotros los que iniciemos el ataque, así que, ¡¡¡Por Santiago y San Millán,  seguidme!!!.

   Embrazando sus escudos con el brazo izquierdo y sujetando fuertemente la lanza con la diestra mano, se lanzaron, primero al trote y después al galope, contra las primeras líneas enemigas.

   El choque fue brutal, aquel escuadrón de jinetes escogidos atravesó con sus lanzas los pechos de los primeros soldados y después, perdidas estas, desenvainando sus espadas, tajaron, mutilaron, hirieron y mataron a muchos sarracenos entrando en cuña entre sus filas. Pronto se vieron rodeados de enemigos que les acosaban por todas partes y  cayendo, algunos de ellos de sus monturas, seguían peleando hasta morir con la espada en la mano. Todos habrían muerto si Sancho García no hubiera dado la orden de ataque para socorrerlos.

   -¡¡¡Por Cristo Crucificado, socorred a esos valientes!!! Y su caballería atacó en masa como una ola arrasadora.

   Con la llegada del Conde con el grueso del ejército castellano, las fuerzas se igualaron  y las primeras filas musulmanas empezaron a retroceder. Almanzor montado en su caballo mandó a su caballería ligera atacar los flancos, y cuando la caballería de León y Navarra les hicieron frente, empezaron a retroceder incitándolos a la persecución. Era la táctica del “tornafuye” que consistía en llevar lejos a la caballería cristiana, para después, el grueso de las fuerzas de élite bereberes y andalusíes, envolver y destrozar al ejército enemigo. Pero ni el Conde Melero de León ni el Alférez Mayor del Rey Sancho III de Navarra cayeron en la trampa, antes bien, cerraron filas a ambos lados de Sancho García y las primeras líneas  musulmanas empezaron a retroceder.

   En este punto la caballería ligera sarracena, viendo que su trampa no había dado resultado, volvió a la carga intentando envolver al ejército cristiano que avanzaba imparable por el centro y, Sancho García, dándose cuenta de la estratagema, dio la orden de parar el ataque y reorganizar las filas apoyando con la caballería las dos alas leonesa y navarra, que siguieron haciendo retroceder al enemigo.

   La batalla se había iniciado al mediodía y ya era caía la tarde y el resultado era indeciso con continuos ataques y contraataques sin que la victoria final se viera clara para ninguno de los dos ejércitos; si bien las huestes cristianas habían ganado mucho terreno y combatían sobre los cadáveres de los soldados sarracenos que estos habían dejado en su repliegue.

   Antes de morir el día, Sancho dio la orden de lanzar el ataque definitivo, y del mismo modo hicieron las fuerzas de los hijos de Alá que también avanzaron buscando la victoria pero ya sin tanta convicción de ser invencibles. El encuentro de ambas fuerzas hizo temblar la tierra y el ruido de las armas, los gritos de los guerreros, el relincho de los caballos era estremecedor. Paso a paso y embestida tras embestida las tropas cristianas fueron ganando terreno hasta que, llegada la noche, las tropas árabes se retiraron del campo de batalla. Los cristianos sin haber podido rematar la lucha, también se retiraron saboreando la victoria que sin lugar a dudas y visto como había transcurrido la jornada se produciría al amanecer, y más oyendo, como habían oído durante el combate, que Almanzor, “El Victorioso” “el Azote de los cristianos”, “el Caudillo invencible”, había sido herido durante la batalla.

   Aquella noche en el campamento cristiano, pocos soldados dormían, muchos estaban siendo atendidos de sus heridas o consolados por los sacerdotes preparándolos para bien morir, y los que más, velaban sus armas esperando ansiosos la victoria ya segura que, las sombras de la noche, les había arrebatado de las manos.

   Alonso, situado en un altozano, miraba pensativo hacia el campo de batalla cubierto de impenetrable oscuridad. Muchos de sus compañeros yacían muertos en aquel valle con muchos también de sus enemigos. La muerte había juntado a los unos y a los otros y todos habían pasado a la otra vida, los cristianos confiados en el Cielo prometido por el Señor, y los islámicos esperando el paraíso prometido por Alá.

   Estaba en estos pensamientos, y al momento le vino a la mente el recuerdo de aquella noche hacía dos años, después de la batalla de las Peñas de Cervera, cuando el yacía en el campo herido de gravedad, esperando la muerte y Angelillo, aquel muchacho agote le salvó la vida llevándolo a su campamento. Recordó a la vieja Remedios, excelente curandera, a Rafael el patriarca del clan y cómo no a su ángel de la guarda, la bellísima

Beatriz, que desde entonces anidaba en su corazón y a la que había prometido volver a buscar.

Pasó la noche en vela, viendo arder, en la tenebrosa lejanía, las hogueras del campamento musulmán, y cuando amaneció el nuevo día, el espectáculo que se podía contemplar en aquel valle, era sobrecogedor, cientos y cientos de cadáveres cubrían el campo y ya los buitres, cuervos y demás aves rapaces formaban círculos en el cielo esperando su festín, eran tantos los muertos, eran tantas y tantas las vidas perdidas y tanta la sangre derramada que, desde entonces aquel lugar, se conoce con el nombre de “El Valle de la Sangre”.

   Los soldados hicieron la primera comida del día y pronto las trompetas llamaron a todos para integrarse a las filas. El ejército formó de la misma forma que lo había hecho el día antes y el Conde Sancho García los arengó diciendo:

   -¡¡¡Castellanos, leoneses y navarros!!! Hoy ha llegado el día definitivo, hoy terminaremos la victoria que ayer dejamos inconclusa. En la jornada anterior juramos vencer o morir y ahora, que la victoria está cerca y con Almanzor herido, ese juramento adquiere más fuerza que nunca. Dios está de nuestra parte e igual que hace un momento habéis visto apagarse las hogueras del campamento enemigo, así hoy veréis apagarse la aureola victoriosa del gran Caudillo del Islán. ¡¡¡Por Santiago y San Millán, adelante!!! ¡¡¡Si el enemigo no viene a nosotros, seremos nosotros quienes les saquemos de su campamento!!!.

   Las huestes cristianas, en perfecta formación, empezaron a avanzar en dirección al campamento de la “Media Luna”. Por delante, el Conde de Castilla, había mandado exploradores para evitar sorpresas ya que el enemigo no era de fiar pero, cuando el campamento enemigo estaba ya muy cerca, uno de los batidores volvió grupas a su caballo y, acercándose a la cabecera de las tropas, le dijo a Sancho García:

   -Señor, no se observa ningún ser vivo en el campamento sarraceno, las hogueras aún están humeantes pero no se ve movimiento de soldados en él. Creo que, sintiéndose vencido, Almanzor se ha marchado aprovechando la oscuridad de la noche, en dirección a Nafría.

   -¡¡¡Mal rayo, el pecho, le parta!!! Otra vez nos ha engañado, ese hijo de Satanás, con las tiendas montadas y los fuegos encendidos. Seguro que quiere llegar a Medinaceli, pero hoy no se saldrá con la suya, porque le perseguiremos y le haremos soltar su botín, como el lobo, perseguido por los mastines, suelta a la cordera que ha robado del rebaño.

   Después el Conde, mandó a parte de los soldados de infantería, con algunos de sus capitanes, custodiar el campamento cristiano, recoger todo cuanto de valor hallasen en el sarraceno y enterrar a los muertos cristianos que, aunque no tan numerosos como los musulmanes, también eran muchos. Luego organizó a toda la caballería e inició la persecución de aquel enemigo que se le había marchado de las manos.

   Pronto llegaron a Nafría de la Llana y comprobaron que aunque les llevaban ventaja, la marcha de la caballería cristiana era más rápida que la del ejército enemigo. Un aldeano, que había permanecido oculto al paso de los moros, les informó que Almanzor viajaba en una cama-litera llevada por doce prisioneros, y que un dosel le cubría de la vista de sus soldados para que estos no viesen la gravedad de su Caudillo.

   Entre las localidades de Fuentelárbol y Fuentepinilla, la caballería cristiana alcanzó la retaguardia del ejército musulmán. Esta retaguardia estaba integrada por todos los carros  que transportaban el botín de aquella sangrienta aceifa de Almanzor: Prisioneros, carros cargados con las riquezas saqueadas en las villas, iglesias, castillos y monasterios arrasados, así como muchos víveres para el ejército en retirada.

   Mas aquella retaguardia caminaba lenta pero no desprotegida, los caudillos bereberes, sabedores de la persecución que se les venía encima, habían decidido sacrificar una parte de sus hombres, no sólo para salvar el botín sino también para permitir que su Señor, enfermo y herido, tomase ventaja y alcanzase la plaza fuerte de Berlanga de Duero.


BERLANGA DE DUERO 

 

   El combate de la caballería cristiana con las tropas musulmanas que custodiaban el botín, fue duro, encarnizado y sangriento, pero desigual. Los cristianos, más numerosos y con la moral de victoria más alta que los sarracenos, hirieron, mataron, y pusieron en fuga, con gran número de bajas, a las tropas bereberes que, aun a sabiendas de que iban a ser derrotados, habían decido sacrificarse y ganar tiempo para que la vanguardia del ejército se pusiera a salvo con su Señor, y para ello habían luchado terca y valientemente hasta el final.

   Recuperado el gran  botín y liberados todos los prisioneros, El Conde Sancho García, dio orden de regresar victoriosos al campamento de Calatañazor ya que Almanzor habría pasado ya por la localidad de Andaluz y estaría llegando a la gran fortaleza de Berlanga de Duero.

  El Conde de Castilla, ordenó que los hombres, libres ya de sus ataduras, enterrasen a los muertos y ayudasen a las mujeres y los niños a subir a los carros donde viajarían desde ese momento. Dándose el caso de que algunos padres recuperaron a sus esposas y otros a sus hijos, con toda la alegría y emoción que esto conllevaba.

   Cuando la caballería cristiana llegó a Calatañazor, era tal el estado de algunos de los liberados que hubo que descansar varios días para que se restablecieran ellos y los heridos en la batalla. Las tropas de infantería que habían permanecido en el campamento, ayudaron a instalarse a los recién llegados y a suministrar todos los cuidados necesarios para su recuperación. Y he aquí, que Dios que no sólo da dolor a las almas, sino que también da consuelo a los que le aman, dio una gran alegría a Gabriel, el joven campesino. Este, como los demás soldados, había peleado bravamente en la batalla y ahora ayudaba a los recién liberados mientras preguntaba, a unos y a otros, si habían visto a una joven mujer con una niña de corta edad. No obtuvo respuestas a sus preguntas pero, sus ojos pronto descubrieron, en el grupo de las mujeres a una joven madre con cara de gacela asustada que, abrazada a su llorosa hija, pretendía consolarla y protegerla de los peligros que ya no existían. ¡¡¡María, María!!!, gritó con el corazón en la garganta mientras corría en dirección al grupo femenino. Dos soldados se interpusieron en su camino sin dejarle continuar, pero Sancho García que con su escolta supervisaba todos los trabajos, se percató de lo que ocurría y dijo:

   -Gabriel, son muchos los favores que nos has hecho y por todo ello espero recompensarte. ¿Qué ocurre ahora que tan tercamente forcejeas con mis soldados?. ¿Es que acaso no sabes que está prohibido ir al lugar donde habitan las mujeres?. ¿Te has vuelto loco?.

   -Señor, sí que creo que me he vuelto loco, pero loco de alegría. No necesito recompensas por un trabajo que he realizado con gusto, pero he visto, con mis propios ojos, a mi esposa y a mi hijita entre las demás mujeres y quiero abrazarlas.

   El Conde con la serenidad y el aplomo que le caracterizaban le dijo:

   -Si es así, y estoy seguro que lo es, dos soldados te acompañarán hasta donde están ellas y después, como la familia que sois, los mismos soldados os llevarán hasta mi presencia.

   Gabriel, María y su niña se fundieron en un fuerte abrazo con los corazones henchidos de alegría y los ojos inundados de lágrimas, pero de unas lágrimas tan dulces como la miel que liban las abejas en los olorosos rosales. Después fueron  llevados ante el Conde, el cual los miró de forma paternal, sonrió a la niña y dándole, a Gabriel, una bolsa de monedas dijo:

   -Me has servido bien, y es justo recompensarte, toma estas monedas y coge dos mulas, una para que montes tú y la otra para tu esposa e hija, y regresa a tu lar destruido. Con las mulas trabajarás tus campos y con el dinero podrás reconstruir tu casa y podréis vivir hasta que la tierra te de sus frutos.

   Dicho esto, Gabriel y su familia partieron montados en sendas mulas, hacia el pueblo de donde habían sido arrancados por la morisma ahora vencida.

    Mientras tanto las noticias volaron en todas las direcciones, como vuelan las palomas liberadas del palomar. Y cuando el ejército, ya organizado y repuesto, inició el camino de regreso hacia Burgos, las gentes de todas las villas y poblados por donde pasaba, salían a vitorear a Sancho García y a las tropas castellano-leonesas y navarras que tanto bien les habían hecho.

   Entrando ya en la villa de Covarrubias, donde las tropas iban a pernoctar, Sancho García, el Conde Melero y el Alférez Mayor de Navarra, encabezaban la marcha. Montaba el Conde de Castilla, un caballo tordo rodado, de gran alzada y con aires de tal nobleza que llamaba la atención de cuantos le veían. A su lado Alonso cabalgaba el semental castaño oscuro, regalo de su Señor, que marchaba con el cuello erguido, piafando se vez en cuando y con tan altas elevaciones que le daban un aire  majestuoso y señorial. Alonso, armado de reluciente armadura, la espada ceñida a la cintura y con el regatón de la lanza, que sujetaba con la mano derecha, descansando en el estribo, representaba la más bella estampa de un joven caballero. Un caballero que arrancaba la  admiración de los hombres que aplaudían y el deseo de las jóvenes doncellas que arrojaban flores a su paso. Inesperadamente de entre la multitud, una voz fortísima y varonil se hizo oír por encima de las demás voces que vitoreaban y jaleaban a los vencedores:

   -¡¡¡Alonso, Alonso!!!, ¡¡¡estamos acampados fuera de las murallas, al otro lado del río  Arlanza!!!.

   El joven caballero, se levantó sobre los estribos de su cabalgadura y pudo distinguir entre la multitud a la persona que gritaba su nombre y levantaba los brazos con verdadero frenesí. Se trataba de Angelillo que lleno de alegría saltaba y gritaba intentado llamar la atención de aquel aguerrido jinete que era su amigo.

   Alonso acercó su caballo al del Conde y habló con Él. Después, cuando Sancho García hubo llegado a su alojamiento, salió de la formación y atravesando el puente sobre el río Arlanza buscó y no tardó en encontrar el clan de Rafael Zaldúa. Estaba instalado en una umbrosa chopera que cobijaba y daba frescor con su sombra a todas las personas y animales del campamento. El joven caballero, fue recibido por toda la chiquillería que le salió al paso y rodeando su caballo le sirvieron de infantil escolta hasta la presencia de Rafael que, firme y serio como siempre, le estaba esperando al frente de toda la familia.

   Alonso, puso pie en tierra  y dando las riendas de su caballo a uno de los muchachos se dirigió hacia el Patriarca y le saludo con un fuerte apretón de antebrazo, después fue saludando y abrazando a todos los integrantes de aquella familia que dos años atrás le habían salvado la vida; y cuando había saludado a todos echó de menos a la anciana Remedios y a Beatriz, por lo que, no dando crédito a lo que pasaba, inquirió con su mirada a Rafael.

   -La Abuela le está poniendo guapa para ti. Dijo sonriente, Fermín, el hijo mayor; mientras dirigía su mirada hacia el carromato de Remedios.

   A los pocos minutos, salieron de su alojamiento la anciana curandera y Beatriz, cuya belleza dejó atónitos y boquiabiertos a todos que la esperaban. Vestía un vestido largo de color azul celeste  ceñido a su grácil cintura por un lazo de seda de color blanco. Lazo que hacía juego con la blanca rosa que adornaba su cabeza, cuyos  áureos cabellos  ligeramente ondulados, caían sobre sus hombros.

   Los dos enamorados, se miraron sin mediar palabra, después lentamente empezaron a caminar el uno hacia el otro y al final Beatriz corrió, con los brazos extendidos, a refugiarse entre los de su amado, como la paloma busca la protección del palomar.

   -Te he esperado con ansiedad todos los días y todas las noches de estos dos largos años, sin saber si volverías o morirías en las batallas donde has estado envuelto. Por favor Alonso, no me vuelvas a dejar sola, pues mi corazón no lo resistiría.

   -Nunca más, amor mío, hoy he vuelto por ti y ya nunca nos separaremos. El peligro de Almanzor parece que ha pasado y ahora podremos vivir cerca de mi Señor, en la casa que él me ha proporcionado y en la paz que nos hemos ganado con tantas guerras y sufrimientos.

   Beatriz, seguía sollozando y también seguía abrazada a Alonso como una lapa se aferra a la roca que la protege de los embates furibundos de las olas marinas. Alonso la separó con ternura y sin soltar su grácil talle se dirigió a Rafael y a todos los presentes diciendo:

   -Hoy, si me lo permitís, Rafael, quiero pasar la noche en vuestro campamento y mañana vos, Beatriz y yo mismo, iremos a ver al Conde Sancho García, pues está muy interesado en conoceros a los dos. Así me lo ha comunicado y yo se lo he prometido.

   -Hace tiempo que tú sabes que puedes considerarte de nuestra familia, por tanto es para nosotros una inmensa alegría que compartas nuestra cena y pases la noche con nosotros. Mañana, si Dios quiere y como el señor Conde  desea, acudiremos contigo a su presencia y él dirá qué es lo que quiere de nosotros.

   La presencia de Alonso en el campamento, convirtió el resto del día, la cena y la velada posterior, en un día de fiesta. El Caballero fue asaeteado a preguntas de unos y de otros y él, sin apartar sus ojos de Beatriz, contestaba a todos los interrogantes y daba satisfacción a todas las curiosidades de los miembros del Clan. Era ya entrada la noche y nadie se movía del rededor de la gran hoguera, que habían encendido para iluminar el lugar. Estando en esta tesitura, llegó al campamento un hombre desconocido para Alonso pero no así para Rafael que, acercándose con confianza al grupo, pidió hablar en privado con el cabeza de familia y éste, pidiendo disculpas a Alonso, se levantó del círculo y se puso aparte a dialogar con el recién llegado. Después se dieron un fuerte apretón de manos y el recién llegado se marchó silencioso como había venido. En este momento Remedios, dando unas suaves palmadas, dijo a Beatriz:

   -Es momento de retirarse, no quiero que mañana el Señor Conde vea tu lindo rostro con ojeras de no haber dormido.

   Y cogiendo a la joven de la mano, la separó de su amado y se la llevó hacia su carromato para descansar. Mientras, Rafael mandaba a sus hijos varones y a Alonso que se quedaran un rato, pues tenía que hablar con ellos.

   -Todos habéis visto a la persona que ha estado hablando conmigo; se trata de un arriero, antiguo conocido mío, que hace el viaje de Medinaceli a Burgos y está acampado con su recua cerca de aquí. Me ha dicho, y es persona de fiar, que Almanzor ha muerto hace tres días en Bordecorex y sus hombres se lo han llevado hacia Medinaceli para ser enterrado allí. Ya os dije hace tiempo que, desde que el “Seguidor de Mahoma” había destruido Santiago de Compostela, la muerte le había señalado y no le había arrebatado de repente, porque le había querido hacer sufrir los grades dolores que ha sufrido.

   Alonso, con cara de satisfacción por la noticia recibida, ya que suponía el fin momentáneo de las razias continuas a las que, el célebre caudillo, sometía a la cristiandad, dijo así:

   -Los dolores de la enfermedad, las heridas sufridas en Calatañazor y la vergüenza de haber sido derrotado, han sido la causa de su muerte. Él quiso ser, como Lucifer, más grande y más poderoso que Dios y nadie puede compararse con El Altísimo, sin ser condenado por tan grave pecado. Es, amigo  Rafael, una maravillosa noticia que daréis mañana al propio Sancho García que espero que le alegrará.

   A la mañana siguiente, Alonso, Rafael y Beatriz, acudieron al palacio condal donde el propio Sancho García ya los estaba esperando. Alonso caminaba en medio de  Beatriz que iba a su derecha y a su izquierda iba Rafael. Cuando llegaron a presencia del Conde, ambos varones hincaron su rodilla y Beatriz hizo una gentil reverencia, dejando baja su frente, hasta que Sancho les dio orden de levantarse.

   -Os he invitado a venir a mi presencia por dos razones: la primera, es que quería conocer a la futura esposa de Alonso, al que he tratado siempre casi como a un hijo, y veo con satisfacción que su hermosura es digna de alabanza y de ser la esposa de tan noble y bravo caballero. La segunda, quería conocer a Rafael que tanto bien nos ha hecho, cuidando de Alonso y dándonos valiosa información sobre los movimientos de las tropas musulmanas. Espero que la Cédula Condal que os di, os haya servido de provecho, si no es así este es el momento de decirlo.

   -Señor Conde, mi familia y yo nos hemos sentido muy bien pagados con todos favores recibidos de Vos: Los dineros y la Cédula Condal nos han servido de mucha ayuda, pues la vida nómada, escondidos en las agrestes sierras, es muy dura; pero la satisfacción más grande que hemos experimentado, es saber que aquel valiente joven al que libramos de la muerte, cerca del nacimiento del río Esgueva, nos quiere a los miembros de mi familia y quiere a esta bellísima doncella que pretende hacer su esposa, si Vos bendecís esa unión, pues la bendición mía ya la tienen.

   -Bien has hablado Rafael, no sólo tienen mi bendición sino que además yo estaré presente con vosotros en esos esponsales. Alonso ya tiene casa y medios para vivir, pues la casa que le dejé, ahora se la doy en propiedad como regalo de bodas, y a esa casa solo le faltas tú, y miró a Beatriz, para que se convierta en un verdadero hogar, que espero que Dios bendiga con numerosos hijos.

   -Señor, dijo Alonso, es mucha la felicidad que estos días embarga mi corazón, pero Rafael tiene una muy buena noticia para Vos.

   -Habla Rafael, por el amor de Dios, ¿cuál es esa buena noticia que me habéis de dar?.

   -Señor Conde, las sierras tienen muchos ojos y muchos oídos, así las noticias vuelan, de monte a monte y de valle a valle, tan rápidas como el viento. Pues bien anoche mismo me llegó al campamento la noticia de la muerte de vuestro mayor enemigo, Almanzor. Acaeció en Bordecorex dos o tres días después de la batalla de Calatañazor. La noticia es fidedigna y bien pueden estar seguros los reinos cristianos, que en Calatañazor sonaron por última vez los tambores de Almanzor.

   -¡¡¡Dios sea loado.!!! Esa es la mejor noticia que me has podido dar. Si esa noticia se confirma a lo largo del día, oiréis repicar a gloria todas las campanas de Covarrubias  y, durante la próxima semana, todas las campanas de todos los reinos cristianos que han tomado parte en esta guerra, sonarán a la hora del Ángelus para dar gracias y alabar a Dios que tanto favor nos ha hecho. Después mirando a Rafael añadió:

   -Antes de huir de tu tierra, ¿Cuál era tu oficio?, siempre he oído decir que los agotes navarros erais magníficos canteros. 

   -Bien decís Señor, los varones de mi familia hemos trabajado en la piedra muchos años. Canteros fueron nuestros abuelos, canteros nuestros padres y canteros hemos sido nosotros hasta que tuvimos que marchar de Navarra.

   -Bien, después de los esponsales de Alonso y Beatriz, os daré cartas de presentación para los maestros de obras que tengo en Oña, pues allí quiero levantar el mayor monasterio, en piedra, que se ha conocido nunca en Castilla, en honor a “San Salvador.”Serán cientos de personas las que trabajen en él, además en Oña se os dará alojamiento  para ti y tu familia y podréis vivir bajo techo y libres de las inclemencias del tiempo, al menos durante los años que dure la construcción del Monasterio. ¿Qué decís?.


Monasterio de San Salvador de Oña


   -Digo que es muy grande la merced que nos hacéis y que por supuesto aceptamos. Iremos gustosos a trabajar a vuestro monasterio y nos esforzaremos para no desdecir de los demás canteros que allí trabajen

   -Bien, la entrevista ha sido muy provechosa. Podéis retiraros. 

   Antes de media tarde, todas las campanas de Covarrubias repicaron a gloria, la noticia se había confirmado y la alegría inicial acabó en una grande y espontánea fiesta entre todos los cristianos. También en el campamento de Rafael todos estaban alegres por las noticias que el Patriarca les había trasmitido.

   A los pocos días, pasada ya la euforia de la fiesta por la victoria y muerte de Almanzor, se celebraron los esponsales de Alonso y Beatriz con la presencia del Señor Conde y toda la familia Zaldúa. La ceremonia careció de grandes pompas y solemnidades pero la presencia del Conde de Castilla le dio un matiz de importancia fuera de lo común.

   Acabado el ritual del matrimonio, Beatriz se despidió de todos los miembros de la que, hasta entonces, había sido su familia y partió con Alonso y las tropas de Sancho García  hacia Burgos. Fueron muchas las lágrimas de felicidad que derramó en la despedida sobre todo de la anciana Remedios que, muy seria y con los brazos en jarras, dijo a Alonso:

   -Espero que la cuides y la ames como has prometido en el altar, que ya arto ha sufrido la pobre criatura. Ah, y antes de que marchéis, quiero que me hagas  la promesa firme de que nos haréis alguna visita en Oña, donde parece ser que estaremos ahora sin la necesidad de deambular de un lado para otro.

   Alonso y Beatriz, así lo prometieron y marcharon hacia su hogar en Burgos, mientras el clan Zaldúa recogía el campamento y emprendía la marcha hacia Oña, con cartas del Conde Sancho García, donde se les daría un techo y trabajo para trabajar en la construcción del monasterio de San Salvador. 

-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-

-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-

-.-.-.-.-.-.-.-

-.-.-

   Pero ¿Qué había pasado con Almanzor “La Espada Victoriosa por Alá”?.

   Cuando atacada su retaguardia, su tropas lograron llevarlo, enfermo y herido, a Berlanga de Duero, era ya entrada la noche y, a pesar de los cuidados de sus médicos, sus males empeoraron tanto que, temiendo por su vida y sabiendo que su deseo era llegar a Medinaceli, decidieron pernoctar allí y emprender viaje al día siguiente. Nadie sabía, aunque sus médicos lo sospechaban, que aquella sería la última noche de su vida y que, el gran guerrero, el invicto caudillo, el gran general del Islán, ya no volvería a ver la media Luna de su Fe en el firmamento.

   Aquella noche y la mañana siguiente, se negó a comer y a tomar líquido alguno, por lo que sus generales preocupados en extremo aceleraron la marcha, mas al pasar por los pueblos de Ciruela y Casillas, su estado era tan grave que quitaron a los esclavos que lo transportaban y fueron sus propios hombres quienes con todos los cuidados y precauciones se encargaron de ese trabajo hasta llegar a Bordecorex, donde tuvieron que parar.



Almanzor llevado por sus hombres

(Cuadro de Rodríguez Losada)

Almanzor ordenó llamar a su hijo predilecto Abd al-Málik conocido como Al- Muzafar, al que nombró su sucesor y dio sus últimas instrucciones para su entierro que quería fuera ajustándose a la ley del Corán: “Enterrad a los mártires según les coge la muerte, con sus vestidos, sus heridas y su sangre. No los lavéis, pues sus heridas en el día del juicio despedirán el aroma del almizcle”.

   Su Hijo, ante la entereza de aquel valiente soldado, que era capaz de organizar su sucesión y ordenar los sepelios que se harían al producirse su propia muerte, rompió a llorar, y cuando salió de la estancia Almanzor dijo a sus más fieles generales:

   -En las lágrimas de mi querido hijo, hoy he visto el principio del fin del Califato de Córdoba por el que tanto he luchado.

   Después se sumió en un profundo letargo y antes de amanecer el día 11 de agosto, el ángel de la muerte, que desde la sacrílega destrucción de la Catedral de Santiago de Compostela, le había señalado con su dedo, le arrebató la vida sin que sus médicos pudieran hacer nada para evitarlo.

   Sus hombres de confianza callaron la muerte de su Líder, de hecho en algunos libros de historia se dice que esa muerte se produjo en Medinaceli. ¿Por qué callarían su muerte?, ¿quizás se negaban a creer que el invicto caudillo, que había sido capaz de vencer en todas las batallas, no hubiera podido vencer los designios de la parca?, ¿quizás creyeran que el ejército cristiano aún les seguía y las tropas musulmanas, sabedoras de la muerte de su líder, saldrían en desbandada ante un posible ataque?; lo cierto es que, en el máximo sigilo y con la mayor tristeza y respeto, sus hombres trasladaron el cadáver en reverente y respetuosa  procesión hasta Medinaceli.

   Al pasar por Barahona, cerca de “La Piedra de las Brujas”, lugar donde estos seres demoniacos celebraban, durante siglos, sus aquelarres y brujerías, dicen algunas lenguas que del agujero de aquella misteriosa piedra salían risas y carcajadas al ver transitar el cadáver de Almanzor. También contemplaron el paso del lúgubre desfile las localidades de Romanillos de Medinaceli, Yelo y Miño de Medinaceli.

   En Medinaceli, los restos del “Defensor del Islán”, fueron recibidos con todo boato y  solemnidad. Sus funerales duraron varios días y  su cuerpo fue cubierto con un lienzo de puro lino que sus hijas habían tejido con sus propias manos y habían costeado con su propio pecunio. Y por último, después de ser metido en un majestuoso ataúd, se extendió sobre su cuerpo el polvo que, sus fieles servidores, habían recogido de sus ropas después de cada batalla, poniendo sobre su tumba unos versos que según el historiador árabe Ibn Idari decían así:

   “Sus hazañas te enseñarán sobre él,

Como si lo vieras con tus propios ojos.

¡Por Alá!, que jamás volverá a dar el mundo nadie como él,

Ni defenderá las fronteras otro que se le pueda comparar.”

   Pero, ¿Dónde fue enterrado Almanzor?. Se da como cierto que el gran caudillo fue depositado en una grande y fastuosa tumba, solemnemente y con muchas riquezas, entre las cuales se encontraban su armadura de oro y su valiosa espada; pero el lugar exacto es todavía un misterio. Algunos historiadores dicen que fue inhumado en el patio del Alcázar de Medinaceli, otros que su tumba se encuentra bajo el Convento de las monjas Clarisas y, hay quien dice que su tumba, con inmensos tesoros, está en un lugar muy profundo en el Cuarto Cerrillo hacia poniente.   Pero aunque muchos son los que la buscan, nadie hasta el día de hoy la ha encontrado. Y el paradero de su tumba ha pasado a engrosar la lista de famosas tumbas de personajes históricos como: Gengis Kan, Alejandro Magno, Atila (El Azote de Dios) que se cree que está en Hungría, o la tumba del rey godo Alarico que, tras saquear Roma que era la Cabeza del Mundo, murió y fue enterrado con todos los tesoros de la Ciudad, entre los que estaría el famoso Menorah (candelabro de siete brazos hebreo que pesaba unos 70 kilogramos de oro y plata. Se dice que para excavar su sepultura, obligaron a miles de prisioneros a desviar el curso del río Busento, y después de hacer una inmensa y bien edificada tumba subterránea debajo del lecho del río, depositaron allí el cuerpo y los tesoros de su rey, para más tarde, y después de matar a todos los que había trabajado en las obras,  hacer volver el río a su cauce.

   Pero antes de terminar este relato del declive de Almanzor, que comenzó en las fuentes del Río Esgueva y terminó en Calatañazor, y deciros dónde está enterrado, os diré que he recorrido, sólo con mi esposa que siempre me acompaña, todos los pueblos y lugares citados en esta historia: he visitado el nacimiento del río Esgueva en Briongos de Cervera, he entrado en la Cueva de San García y doy las gracias al pueblo de Briongos que nos facilitó la llave para acceder a su interior, he llegado al Carazo, he recorrido el tortuoso camino que atraviesa la sierra de la Demanda hasta San Millán de la Cogolla, he transitado por los desolados caminos de la sierra de los Cameros, duros ahora por carreteras asfaltadas ¡¡cómo serían hace más de mil años aquellos sederos recorridos por Almanzor en su retirada!!.

    Cuando visité Calatañazor y contemplé desde su castillo, “nido de águilas”, la llanura del “Valle de la Sangre”, era un atardecer de agosto, un sol de color púrpura se ocultaba en el horizonte y teñía del mismo color las nubes que le acompañaban en su ocaso, mi imaginación voló sobre los campos y pude imaginar el choque de los dos ejércitos: caballos contra caballos, hombres contra hombres, choque de espadas y armaduras, enardecidos gritos de guerra y lastimeros ayes  de dolor. Miles de hombres luchando por su tierra, miles de hombres muriendo por su religión. El Sol se puso apagando el día y mi imaginación también apagó aquella maravillosa visión que me hizo recordar la historia, que los castellanos somos muy proclives a olvidar.

   Quise seguir el viaje del derrotado Almanzor. Al pasar por Fuentelárbol y cruzar el paraje de “El Perujal” me sorprendió el ver numerosas piedras de molino en perfecta formación. Pensé que conmemorarían alguna de aquellas batallas, pero no era así, se debe a la antiquísima costumbre  que tenían los mozos que se casaban con muchachas del Pueblo que, para ser vecinos de pleno derecho, tenían que tallar y clavar allí una piedra de molino.

   Pasé por Berlanga de Duero y al visitar su castillo, grandioso, fuerte, inconquistable, imagine la última noche de aquel adalid del Islán. Después Bordecorex donde la “parca” puso fin a su agonía. Seguí el viaje hasta Medinaceli y al pasar por Barahona pude ver la “Piedra de las Brujas”, no pude oír risas ni maleficios pero el viento que pasaba por aquella abertura, algo de misterioso tenía, pues sus ráfagas recordaban los espíritus de muchas de aquellas mujeres de Barahona que fueron quemadas por brujas, acusadas de hacer aquelarres y maleficios en torno a aquella piedra milenaria.

 


Piedra de las BRUJAS (Barahona)

   Recordé al escritor Gumersindo García Berlanga que, hablando de las brujas de Barahona,  nombra a Quiteria de Morillas, una bruja de las más importantes que decía que ella y otras más del oficio, que venían volando de muchos lados, invocaban a Belcebú untándose las ingles y sobacos con un ungüento hecho con cera, pez, culebra y otras pócimas; y allí bailaban con los diablos y hacían conjuros, reniegos y ofrecían sus almas a Satán.

   Por fin, siguiendo los pasos de aquella fúnebre comitiva, llegué a Medinaceli, bellísima e histórica ciudad donde han dejado sus huellas hombres de muy distintas culturas; al pasear por sus calles, plazas y callejas se respira historia de los antiguos pueblos que la habitaron: celtíberos, romanos, árabes y cristianos.

   Todos dejaron su impronta en la ciudad, pero a mí en esta ocasión me interesaba el recuerdo de Almanzor “El Victorioso” y su tumba. ¿Dónde estaría?, ¿Dónde se encontraría aquella tumba de tanto valor histórico y de tantas riquezas?. En el patio del Alcázar está el cementerio cristiano de la Ciudad, y por supuesto nadie podrá escavar removiendo tumbas y difuntos. Dirigí mis ojos hacia poniente, buscando el cuarto cerro, donde supuestamente estaba escondida a bastante profundidad la grande, rica y famosa tumba y, hacia poniente de Medinaceli hay bastantes cerros que pueden ser confundidos. Por fin, decidí creer al célebre historiador y obispo Lucas de Tuy, llamado “El Tudense”, que dice claramente que: Lucifer, que durante toda su vida lo había poseído, llegada la hora de su muerte lo arrebató y lo sepultó en el infierno. Y muy parecido sentencia el Chronicón  Burguense al decir: “ Mortuus est Almanzor, et sepultus est in inferno”. (Murió Almanzor y fue sepultado en el infierno). Ante estas afirmaciones tan categóricas, me dije, mal lugar para buscar, y dejé esa empresa para quien quiera realizarla.

   Quizás, algún día, como ha ocurrido con otros tesoros históricos, alguien descubra y saque a la luz la fantástica tumba del celebérrimo Caudillo del Islán, mientras tanto su paradero será una incógnita sin descifrar.

   M. Díez

Bibliografía  

-Historia General de España (P. Juan de Mariana)

-Las Campañas de Almanzor (Ramón Grande del Brío)

-La Batalla de Cervera (Wiquipedia)

-La Muerte de Almanzor (J. Manuel López Márquez)

-Leyenda del túnel de Villatuelda (Antonio Adeliño)

-Casa Troncal de Caballeros Hijosdalgos de los 12 linajes de Soria (Fco. Mosquera)

-Las Brujas de Barahona (Gumersindo García Berlanga)

-Historia militar de España (Academia de Infantería

-Chronicón mundi (Lucas de Tuy “El Tudense”)

-Los musulmanes en España. (R. Dozy)

-Y otros escritos consultados.