sábado, 21 de mayo de 2016

"QUISIERA PARAR EL TIEMPO"

Quisiera parar el Tiempo

    Decía el gran poeta checoslovaco Jaroslav: “Recordar es la única manera de parar el tiempo”. Bella frase y bello  pensamiento si tenemos en cuenta que el tiempo es lo más valioso que tenemos y que además se nos escapa como una sombra a la cual queremos alcanzar, o el humo que queremos retener con la mano y nunca lo logramos. ¡¡¡Cuantas veces a lo largo de mi vida he querido parar el tiempo recordando a las personas queridas!!!, pero el tiempo nunca se ha parado y aunque aparentemente, al tener en mi mente y en mi corazón a quien tanto quise parecía que la  vida  se paraba  a mi alrededor, todo era mentira,  todo era una vana ilusión; sólo es verdad en una cosa y es que mientras la persona perdida es recordada parece que no se ha ido del todo. A pesar de ello, el tiempo sigue implacable llevándose por delante todo aquello que creíamos imposible que desapareciera. El tiempo a lo largo de los tiempos, ha hecho desaparecer  pueblos, ciudades, países y personas; y si no fuera porque existen documentos escritos, los hombres actuales no recordaríamos nada, no tendríamos historia. 
    Si no hubiera textos escritos, habría muchas cosas de nuestro Pueblo que no hubiéramos sabido, por ejemplo: No sabríamos que fue el rey Alfonso III “El Magno” quien al llegar, en el siglo IX, con sus ejércitos victoriosos hasta nuestro Valle, fortificó Esguevillas con una imponente muralla que tenía al menos cuatro puertas almenadas para que formara,  con las demás fortalezas del valle Esgueva, una cadena defensiva en la retaguardia de la gran frontera del Duero. No sabríamos tampoco que Alfonso VIII, otro poderoso rey castellano que venció en el año 1.212 a los almohades acaudillados por Miramamolín, en la más grande batalla de la reconquista, “Las Navas de Tolosa”, cedió el poblado de Alcubilla de Valdesgueva, que estaba en el término de Esguevillas, a cambio del paraje de Matallana, cerca de Villalba de los Alcores.  ¡¡¡No sabríamos tantas cosas, de no ser por los viejos escritos!!!.


    Hoy, yo quisiera detener el tiempo recordando un día del mes de  mayo del año 2013, en el que cinco amigos de Esguevillas: Vicente L., Nicolás H., Teodoro G., Ángel M. Y el que suscribe esta historia, realizamos una excursión campestre por las sierras de Burgos y Palencia. Aquel día de recuerdo feliz,  entre otros lugares que vimos destacaré: “Peña Amaya” en Burgos y “El Roblón de Estalaya” en la Montaña Palentina.


Peña Amaya

    El grupo de amigos ascendimos a “Peña Amaya”, enorme bastión rocoso que se alza imponente entre en las nórdicas tierras burgalesas, allá donde la Castilla de ahora termina y empieza Cantabria. En aquella inexpugnable roca, los hispanos en el siglo uno antes de Cristo plantaron cara a los invencibles ejércitos romanos del Emperador Octavio Augusto que, una y otra vez, se vieron vencidos y humillados por un grupo de cántabros que, amantes  de su tierra y de  la libertad, supieron vender caras sus vidas. Allí encastillados en su elevada fortaleza resistieron durante años, hasta que cercados y privados de víveres, tuvieron que sucumbir emulando a la inmortal Numancia en Soria o la célebre Masadá en el desierto de Judea junto al Mar Muerto.  Un numeroso grupo de  guerreros cántabros, rayando en la desesperación, cayeron en la trampa de aceptar batalla campal en la llanura de Mave ante un ejército romano mucho más numeroso, perfectamente adiestrado y formado en orden de batalla.

    El resultado de la contienda fue desastroso para los hispanos. Los romanos se ensañaron con los vencidos, rematando a los heridos en el campo de batalla y cortando las manos a los guerreros jóvenes, que habían caído prisioneros, para que ya nunca pudieran volver a guerrear contra el Imperio. Los supervivientes que consiguieron escapar a la matanza, no pudiendo refugiarse en la ciudadela, huyeron a los montes remontando el curso del Pisuerga y se escondieron en lo más alto y agreste de las montañas como El Curavacas, Espigüete, y las Peñas Prieta y Labra; hasta que ya en las alturas blancas, como ellos decían por estar cubiertas de nieve, los ejércitos romanos que les habían seguido y acosado como a fieras, dejaron de perseguirlos.

    Cuando el caminante ha llegado a pie de estos riscos puede oír, los días de fuerte viento, como el aire silba y  aúlla filtrándose entre las oquedades de las rocas y si fuerza su imaginación y recuerda la historia, el tiempo parece pararse; y escuchando con atención cree oír el vocerío de la lucha, el ruido de las espadas, el relincho de los caballos y los gritos lastimeros de los soldados moribundos. Después el viento cesa, regresa la calma y el silencio le despierta de sus pensamientos y se da cuenta de que allí ya no queda nada, y recuerda aquel viejo proverbio castellano que dice: “Los años son escobas que van barriendo la historia hacia el olvido y  los hombres a la fosa”.

    Si alguna vez te sientes viajero y visitas “Peña Amaya”, recuerda que aquella roca burgalesa es un símbolo de la lucha por la libertad pues, no sólo contra los romanos sino contra otros pueblos, los hispanos allí hicieron historia y, detalle curioso, esa historia no la escribieron ellos sino los historiadores como Dion Casio y otros que acompañaban a las legiones conquistadoras y escribían sus gestas, sin darse cuenta que así hacían más grandes a los vencidos que a ellos mismos.

    A media tarde de aquel día los cinco amigos mencionados hicimos una visita al “Roblón de Estalaya”, que yo ya conocía por haberle  visitado con mi buen amigo Juan José Gil y nuestras esposas. Aquel día dispusimos del mejor guía que se pueda desear, ya que Juan José, aficionado montañero, conoce la montaña palentina palmo a palmo y, todo lo que disfruté con él, quise trasmitírselo a mis compañeros de  aquel día.
    Llegando al pantano de Requejada, cogimos la carretera de Herreruela de Castillería y a menos de dos kilómetros, ya estábamos en el amplio aparcamiento que hay antes de  empezar la marcha a pie.

    Se trata de una ruta muy bien señalizada y con el firme de tierra muy  bien cuidado. Después de pasar un puente sobre el pequeño río Castillería, el camino se tuerce y empina adentrándose en un frondoso bosque de robles albares, hayas, rebollos y un sinfín de variedades de árboles y arbustos que, en algunos lugares, no dejan pasar los rayos del sol, y que  dan cobijo a multitud de aves canoras que van amenizando y haciendo más llevadero el camino que, a decir verdad, cada vez es de dificultad más dura.
    En las primeras rampas del sendero, Nicolás que ya venía acusando el dolor en una de sus caderas a lo largo de todo el día, se sentó a la vera del camino y se negó a subir. Los demás poco a poco y animados por la ilusión de poder ver el roble más viejo de la Montaña Palentina y posiblemente de toda la Península, fuimos superando poco a poco la dificultad del serpenteante sendero hasta llegar a lo alto de la colina. 

    A todos les sorprendió su grandeza pero yo personalmente experimente gran alegría al comprobar que aquel coloso aún vivía, ya que por aquellos días de mayo, sus enormes ramas habían empezado a reverdecer.

    El “Roblón de Estalaya” es un ejemplar que tiene 800 años de  vida y un perímetro en la base del tronco de más de 10 metros. Su vida no ha sido siempre fácil y tranquila, pues hace unos años en un día en  que la tormenta se aferraba a las montañas que rodean el pantano, un rayo se clavó en su tronco hiriéndole hasta lo más hondo de su corazón; pero el viejo “Abuelo”, pues así se le conoce entre la gente de esta comarca palentina, sobrevivió al rayo y al fuego que éste le produjo dejando en su tronco una fea y profunda cicatriz. Hoy día este hermoso ejemplar se encuentra protegido y catalogado como uno de los árboles más notables de Castilla y León. Y todos los años cuando al llegar mayo el viejo roble echa sus primeras hojas, los montañeros se alegran y regocijan pues es señal de que “El abuelo” del monte aún vive.



    No llevábamos mucho tiempo contemplando el famoso roble, cuando una respiración ruidosa y entrecortada nos hizo volver la cabeza hacia el último repecho de la subida y allí, renqueante, fatigado, sudoroso y con el rostro contraído por el sufrimiento que le producía el dolor de su cadera, estaba “Colás” que había decidido subir apoyado en un palo seco recogido en el camino. Se quedó mirando al viejo roble y después se abrazo a él durante unos segundos que, a mí personalmente, me parecieron emocionantes.

El ABRAZO

    Yo os aseguro que, en aquella acción, vi el abrazo de dos abuelos. Después se volvió, yo estaba sonriendo pero él,  mirándonos uno a uno, dijo con cara seria y voz serena: “Tenía que subir a verlo, quizás no vuelva a venir  más por aquí”. Me di cuenta entonces de que Nicolás era de esa raza de castellanos viejos que, según decía Machado, son cortos en las palabras pero hondos en las sentencias. De esa raza de hombres duros que cuando se proponen un fin, siempre lo logran sin importarles el trabajo ni el sufrimiento; no hay dificultad que no superen ni enemigo que los frene, sólo la muerte acaba con ellos.

    Hoy yo se que aquella frase era una premonición y que Nicolás no volverá a ver el viejo “Abuelo” del monte palentino, por eso yo hoy  quiero parar el tiempo recordando aquel día, no quiero que el viento del olvido borre de mi mente y de mi corazón a  las personas que he querido, y por eso he recordado a los amigos que,  aquel 21 de mayo del año 2.013, fuimos felices por las sierras de Burgos y Palencia,  viendo las mismas tierras, las mismas rocas y el mismo roble que hace siglos vieron nuestros antepasados. He recordado de un modo  especial a Nicolás Herrero Loisele y al viejo “Roblón de Estalaya”, dos  abuelos de las tierras de Castilla. El primero un hombre singular  entre las gentes de Esguevillas y el segundo un roble singular en la Montaña Palentina.
     Decía Gustavo Adolfo Bécquer que “El recuerdo que deja un libro es más importante que el libro mismo”. Yo  Nicolás te dedico esta frase pero corregida para Ti: “El recuerdo que deja un buen hombre es más importante que el hombre mismo”; y ese recuerdo tuyo es el legado que nos dejas a todos  tus amigos.

    Al “Roblón de Estalaya” que tanto admiro, le he dedicado  un soneto que expresa los sentimientos que en mí despertó su contemplación aquel día.


EL ROBLÓN DE ESTALAYA

      Endurecido, viejo y retorcido,
clavando sus raíces en el suelo,
           permanece erguido el viejo “Abuelo,”
               durmiendo  el  largo sueño  de los siglos.

           Roblón de Estalaya; quiero cantar
a tu longeva vida de guerrero;
         al amor con que abrazas a tu suelo;
                  a la fuerza que en mi alma haces brotar.

   Hijo fiel del monte palentino,
en él quieres vivir  eternamente
     negándole  a la muerte tu destino.

                         Y  aunque iracundo, el rayo,  hirió tu frente,
       permaneciste firme y bien erguido,
   saliendo victorioso de la muerte.

M. Díez





jueves, 12 de mayo de 2016

Hacia Esguevillas

“A ESGUEVILLAS LLEGARÁS CON ILUSIÓN Y MARCHARÁS CON MELANCOLÍA”

HACIA ESGUEVILLAS

      Viajero, si de Valladolid has salido con ganas de hacer turismo, y dejas atrás la Ciudad en dirección Este encaminando tus pasos por la carretera comarcal VA.140, habrás entrado en el valle del río Esgueva. Aviva tu paso, alegra tu ánimo y abre bien los ojos para percibir toda la belleza que la naturaleza te ofrece. Piensa que tus huellas huellan rutas de antiguos viajeros, sabe que el camino que recorres fue recorrido antes por vacceos, romanos, visigodos, árabes, y posteriormente cuando las huestes católicas de Alfonso III el Magno reconquistaron estos lares, fue repoblado por cristianos, que fortificaron sus villas formando la retaguardia detrás de la gran frontera medieval del Duero.

    Continúa caminando, deja atrás Renedo que, situado a orillas del Río, guarda la entrada del Valle. En tiempos pasados sus terrenos pantanosos le dieron nombre “Ranedo” (Lugar de las ranas). Sigue valle arriba, no te detengas¸ dejarás a tu izquierda, erguido en un altozano a Castronuevo, cuyo nombre significa “Castillo Nuevo”. La carretera serpentea, se resiste a ponerse recta y tras una de sus curvas te hallarás en Villarmentero de Esgueva, que antaño fue de Cerrato, dando fe de pertenecer a la comarca del mismo nombre. Pocos kilómetros más adelante dejarás Olmos a tu derecha, el lugar está pero sobre todo estuvo poblado de olmos y estos árboles le dieron su nombre. El Pueblo es pequeño, pero aún recuerda con orgullo cuando en 1.520, hombres de Olmos de Esgueva derramaron su sangre, luchando como leones, para ayudar al obispo Acuña a defender Cabezón apoyando a las Comunidades de Castilla.


      Viajero, absorto en tu caminar ya habrás dejado atrás Villanueva de los Infantes, tiene este nombre por haber pertenecido en el siglo XIV a las Infantas del monasterio de las Huelgas Reales de Burgos. Y, si no te has detenido, y has cruzado Piña, pasando al pie del atrio de su iglesia parroquial de Santa María y un poco más en alto la ermita del Santo Cristo, tus pasos te llevan ya en dirección a Esguevillas. Has llegado al corazón del Valle. Te encuentras en la insigne villa de Esguevillas de Esgueva, de la antigua Merindad del Cerrato y considerada desde antiguo la ”Capital del Valle Esgueva vallisoletano”.

      Se encuentra Esguevillas en el centro del Valle  en el cruce de las carreteras que van de Valladolid a Tórtoles y de Dueñas a Peñafiel, en la confluencia del Valle del  Esgueva con el valle de Arranca. Su situación fue, desde tiempos remotos, encrucijada de caminos y de culturas. Poblaron sus tierras los pueblos Celtibéricos, Romanos, Visigodos y Árabes, y por último se sabe que Esguevillas formaba cadena con el resto de las fortalezas del Valle Esgueva, cuando este Río fue alcanzado por las victoriosas tropas de Alfonso III el Magno; su fuerte muralla guardaba celosa el viejo casco urbano que tenía acceso a través de varias puertas almenadas. La Villa mantuvo orgullosa parte de sus murallas hasta bien entrado el siglo XVIII, pero ahora sólo el estudio de la toponimia de alguna de sus calles, recuerda la existencia de aquel recinto amurallado.

    Dejemos atrás, sin olvidar, su vieja historia y abre viajero tus ojos al presente. Recorre pausado sus calles, habla con sus gentes. Son los descendientes de aquellos fijosdalgos que, empuñando unas veces la mancera y otras veces la espada, cultivaron y defendieron estas tierras desde el lejano Medievo hasta nuestros días.

    Ellos son hijos de los que hicieron brotar, en el corazón de su Pueblo, la monumental iglesia, de planta basilical,  en honor y gloria de S. Torcuato obispo y mártir; el primer discípulo del Apóstol Santiago y quizás el primer mártir de todas las Españas. ¿ Será este, viajero curioso, el motivo por el cual, en el año 1.660, esta Villa se llamara “Santiago de Esguevillas”?. Seguro que sí; pues has de saber, turista amigo, que grabado en el bronce de la mayor campana de la Iglesia, están los nombres de “Jacobus et Torcuatus”, el del gran Apóstol de Jesús y el de  su mejor Discípulo. En la monumental campana está grabada la siguiente leyenda:” Yo soy la voz del ángel que clama AVE MARÍA GRACIA PLENA. Por eso cuando en tiempos pretéritos la “gran campana” tañía a la hora del “ÁNGELUS”,  la “voz del Ángel” recorría el Valle y hacía estremecer el corazón de los “esguevanos” que, parando sus yuntas y dejando sus labores, se descubrían y, boina en mano, rezaban el Ave María. Hoy la misma campana sigue llamando a la oración a la hora del “Ángelus” pero los labradores, dentro de la cabina de sus potentes tractores, no la oyen, y sólo sus madres y esposas en el recogimiento de su hogar, susurran a la Virgen la celebérrima oración desde lo más profundo del corazón.

      Se oye otra campana y no es de la Iglesia. Quizás el reloj de la Villa de la hora desde la Casa Consistorial. Déjate llevar por su sonido y contempla la grandiosidad de un edificio con méritos propios para albergar el ayuntamiento de una mediana ciudad.
Casa Consistorial



                                                    Escudo de Esguevillas de Esgueva

    Eleva tu mirada sobre su fachada y contempla el escudo de armas del Municipio; está tallado en piedra y en el alma de los esguevanos. El origen de este blasón se remonta a la Edad Media. Era la época de las grandes hazañas, cuando los reyes premiaban a sus súbditos blasonando sus lares; y cuenta la tradición que un rey castellano, que entre batalla y batalla entretenía su ocio en una cacería, ató su mejor perro en una encina “ la Mata del Rey” sita en el término municipal de nuestra Villa. La imagen formada por la encina y el perro pasó a formar parte de la historia del pueblo que ahora pisas.    
 El rey comparó a los esguevanos, en su fortaleza, a la encina y en su fidelidad y fiereza a su mejor alano. Desde entonces los hijos de Esguevillas miramos con orgullo nuestro escudo.

    Dignos de sus blasones fueron los esguevanos que se enfrentaron a los franceses en la Guerra de la Independencia. Mucho sufrió la Villa en aquellos años y mucho plañeron las campanas por sus muertos. Como nota puntual te diré que en diciembre de 1.813, siendo alcalde constitucional D. José Flores López, se enajenaron muchos bienes para paliar  los destrozos que, junto a las pérdidas de vidas humanas, habían causado las tropas francesas en las casas y haciendas de Esguevillas. Pero los esguevanos supimos sufrir y aguantar sin doblegar la cerviz  hasta que los invasores se fueron, y Esguevillas sobrevivió y volvió a resurgir después de haberse lamido sus heridas y enterrado sus muertos. Entonces las campanas de nuestra torre repicaron todas juntas a gloria.
     
  No te vayas aún caminante. En Esguevillas merece la pena quedarse, pues sus habitantes están prontos a abrir su corazón al viajero y su casa al peregrino para darle sustento y cobijo. Mañana habrás de visitar la ermita de S. Vicente Ferrer; está situada en el valle de Arranca, entre las laderas de encina, que la resguardan del gélido Norte y el arroyo que riega el estrecho Valle.


VISITA A SAN VICENTE

      Si pernoctas en la Villa, y has decidido visitar la “Ermita” al día siguiente, un consejo te doy caminante: No seas perezoso, madruga, levántate temprano y encamina tus pasos hacia el valle de “Arranca”. Respira con avidez el aire de la mañana, llena de la pura luz de nuestros amaneceres la retina de tus ojos y, al pasar por la bodegas de “ San Miguel”, llena también tu bota de vino, del sabroso caldo de nuestras vides. Los habitantes de Esguevillas son madrugadores y alguno habrá, ya a estas horas, que te regale el paladar con un poquito de tan sabroso jugo, mientras te orienta y da señas para encontrar la pequeña “iglesia” que desde allí ya se divisa. Apenas habrás caminado tres kilómetros valle arriba, y ya estás en la ermita de San Vicente. Se trata de un edificio de buen porte, de estilo barroco, construida en piedra con amplio pórtico a sus pies.


                                           
    
                                                             Ermita de San Vicente Ferrer




    La ermita fue edificada en el siglo XVIII por Fernando Gutiérrez Gallego y su hijo Fernando Gutiérrez Camino, maestros arquitectos y carpinteros de Valoria la Buena, que cobraron por las obras la cantidad de 2.850 reales de vellón. Traspasa la puesta, entra en la suave penumbra de su interior, y contemplarás su magnífico retablo barroco, sin dorar, recorrido todo su primer cuerpo con estípites muy característicos de la región palentina. Sí, no te sorprendas, has de saber, viajero amigo, que Esguevillas permaneció hasta hace pocas décadas a la diócesis de Palencia.

   Sabemos que en 1.750 el Visitador del Obispado mandó construir un  retablo, con el dinero recaudado por la venta de un cerdo en pública subasta. La fecha de la orden y el estilo del retablo concuerdan, pero la imagen de San Benito en el ático y las de dos abadesas benedictinas (Sta. Gertrudis y Sta. Escolástica) a ambos lados del retablo, nos hace pensar que fuera comprado, y por lo tanto proceda de algún cenobio benedictino. En el centro del retablo, en una gran hornacina, se encuentra la imagen de San Vicente Ferrer. La escultura es del siglo XVIII,  y es visitada en peregrinación, todos los años un día, por los vecinos de la Villa. Esto viene sucediendo, durante siglos los lunes de pentecostés, y así lo seguiremos haciendo siempre, mientras exista con vida un solo hijo de Esguevillas.
    Unos cientos de metros valle arriba está la piedra de la Pililla; es el lugar donde según la tradición se encontró la primitiva imagen de S. Vicente. Hasta allí se lleva en procesión al Santo entre música y bailes de los cofrades y devotos. ¿Qué no entiendes porqué esta tradición?, pues para que comprendas la fiesta lee con atención estos versos, que yo mismo escribí hace años para que nuestros hijos no olvidaran esta bella historia.



PROMESA Y TRADICIÓN

      Era el año treinta y tantos,
siglo dieciséis  corría,
cuando un gran santo del Cielo
vino a vivir a Esguevillas.

Venían tres carreteros
por el valle Arranca un día,
de los montes de Tablada
en dirección a la Villa.
Un día del mes de Junio
en un año de sequía,
cuando al llegar a un lugar
denominado Pililla,
muy cerca de una fuente
que allí a la vera nacía,
el buey más delantero,
el más fuerte que traían,
parose muy bruscamente
por la visión que veía.

Las carretas se pararon,
los carreteros se miran,
y con cautela se acercan
a ver qué resplandecía;
quedando anonadados
al ver la visión divina.

La imagen de un dominico
la campiña bendecía.
Un libro tiene en la mano,
la vista en el cielo fija,
y con el índice diestro,
hacia el mismo Cielo indica.

El cielo pronto oscurece,
la tarde al punto se enfría,
y un nubarrón, de repente,
riega el campo de Esguevillas,
salvando ya una cosecha
que perdida se veía.

Perdió la imagen su luz,
y aquella gente sencilla,
reponiéndose del miedo
quieren traerla a Esguevillas.
Y cogiendo con respeto
aquella imagen bendita,
la cargan con gran cuidado
en la carreta más limpia.

Pero al llegar al lugar
donde hoy se asienta la ermita,
vuelve la luz a la imagen
y a los bueyes la fatiga,
no pudiendo ir adelante
por más tirones que tiran,
aunque uncen todos los bueyes
que en las carretas venían.

Comprenden los carreteros
todo cuanto sucedía,
y bajando unos el Santo
otros corren a Esguevillas,
contando a sus habitantes
el portento que ocurría.

Pronto se enteraron todos
habitantes de la Villa,
y echan campanas al viento
publicando la noticia.

Al punto un grande tropel
se dirige valle arriba,
llegando donde está el Santo
en confusa romería.

Unos cantan, otros rezan,
todos se hincan de rodillas
dando gracias a la imagen
que tanto bien les hacía.

Se reconoció al Santo,
y nadie explicar sabía
¡Como un fraile de Valencia
se acordase de Castilla!;
¡Como el mismo San Vicente
quiso venir a Esguevillas!.

Los campesinos del Pueblo
unidos en cofradía,
acordaron al momento
construir allí una ermita;
y que de allí en adelante,
mientras el Pueblo exista,
se guardara para el Santo
todos los años, un día,
para poder  visitarle
en ferviente romería.

Y allí, en el centro del valle,
entre el arroyo y la encina,
surgió de rústica piedra
una solitaria ermita.

Han pasado cientos de años,
y la promesa no escrita,
aún la sigue manteniendo
todo el pueblo de Esguevillas,
que guarda a San Vicente
todos los años un día,
para poder  visitarle
en alegre romería.

        Amigo viajero, ¿Verdad que ha merecido la pena el viaje?. Y ahora que dejas atrás con nostalgia nuestro Pueblo, tu corazón te dice que algún día volverás. Sí así lo hicieras, puedes estar seguro que el pueblo de Esguevillas te recibirá con los brazos abiertos. Pues es verdad, a Esguevillas se llega con ilusión y cuando te vas el corazón se llena de melancolía.
                                                                       M. Díez








martes, 3 de mayo de 2016

“LA MATA DEL CAÑON”

     Siempre he querido saber donde se escribe la historia de los pueblos que no tienen historia escrita. ¿Se escribirá en el aire?, ¿se escribirá en las cosas inertes como las piedras y los ladrillos?, o se quedará en el recuerdo de los que la vivieron, para  después  caer en el pozo del olvido esfumándose  en la tumba y en  el tiempo. Otras veces he pensado que quizás estas historias sigan vivas en una tercera dimensión y nosotros no las podemos ver ni oír.

   En el aire estoy seguro que no pueden escribirse, en las cosas inertes como las piedras de nuestros castillos, la historia perdura cierto tiempo, incluso siglos, pero después desaparece y se convierte en polvo que el viento se lleva.  De lo que si estoy seguro es que la historia no escrita sólo la pueden transmitir los seres vivos que coexistieron con ella. Los hombres y mujeres que vivieron aquellos tiempos y que de generación en generación se la  han ido contando a sus hijos y nietos. Esa es la forma más fidedigna y más real de conocer los hechos históricos; y aún así, la historia se va perdiendo si alguien no la escribe para conservarla.

   Un día soleado del mes de mayo, con ganas de caminar y de llenar mis pulmones del aire límpido y puro de la mañana, salí de Esguevillas en dirección a Población de Cerrato, por la carretera que va desde Peñafiel a Dueñas.  Había caminado unos dos kilómetros y medio, cuando a mi izquierda vi, sobre un altozano, la imponente y majestuosa silueta de  “LA MATA DEL CAÑÓN” recortándose contra el cielo azul turquesa de aquella espléndida mañana de primavera. No pude resistirme a la tentación, y decidí subir a contemplarla de cerca pues aunque, a lo largo de mi ya dilatada vida,   la he visto  decenas de veces, no me canso nunca de admirarla.

    Ascendí, sin gran esfuerzo, por el estrecho sendero que lleva al caminante desde la carretera a la cima, y allí estaba como siempre yo la había visto: majestuosa, imponente, gigantesca, dominando desde su altura todo el campo que se extiende a sus pies.  Así era cuando la conocí de niño un día que mi tío Gabriel Loisele y Adriano Moro, su mejor amigo, me llevaron de caza por aquellos pagos. Así era y así es todavía mi querida “Mata del Cañón”.

    Me senté en la fresca hierba que siempre hay bajo sus ramas y recosté mi espalda en el fornido tronco. Desde allí la visión del paisaje cambia por completo; la vista se dilata y al tiempo que los ojos se llenan de luz, el alma se inunda de paz.  Desde este punto, se divisa el Caserío del Monte de San Cristóbal, Esguevillas, Villafuerte y una gran extensión de terreno hasta donde la vista alcanza. Miré en derredor mío y vi el montón de piedras que atestigua la historia que los viejos de mi juventud contaban. Allí decían, había una caseta donde se guardaba un “cañón granífugo” (de ahí viene su nombre), que servía para disipar las tormentas de granizo que tanto miedo producían, y que aún producen a los labradores de Castilla en general y de nuestro pueblo en particular. Yo, de muchacho, conocí la caseta ya empezándose a derruir pero  después alguno o algunos desaprensivos, en vez de reconstruirla, se llevaron las piedras mejores que formaban las esquinas y la puerta, y por último quedaron en un montón  los cantos rodados que, para vergüenza de quienes no saben conservar las cosas, dan testimonio de que esto que os cuento es verdad.

     Había, según nuestros mayores, otro cañón en el “Pico Fragalobos”, pico que se encuentra   al otro lado de la carretera y  justo enfrente de  la “Mata del Cañón”. Entre los dos cerraban el paso a las tormentas que desde el Pisuerga llegaban a nuestro Valle Esgueva. ¿Podrían aquellos viejos cañones contener las tormentas de granizo?; sonreí y para mis adentros pensé que esto era tan difícil como lo que, mi buen amigo y compañero de profesión Santiago, me contó un día en el colegio donde desarrollábamos nuestra labor docente. Él decía que en Camporredondo, su pueblo natal, disipaban las tormentas de granizo tocando el “Tente nube”  con una de las campanas de la torre de la Iglesia. Si difícil era lo uno, más difícil era lo otro; pero son la historia y las tradiciones de nuestros pueblos que deben ser respetadas y recordadas.

    Absorto en mis pensamientos, el tiempo pasó veloz, como pasa el corcel desbocado sin hacer caso al freno ni a las riendas; y el sol de aquella mañana de mayo, caía ya casi perpendicular sobre los sembrados que, aún de color verde esmeralda, presagiaban una buena cosecha. Levanté la mirada y pude ver la luz solar filtrarse hecha jirones, entre los ciclópeos brazos de la encina que me protegía con su sombra. Aquellos brazos de gigante y aquel tronco hercúleo, si que habían presenciado historias de los hombres de nuestro Pueblo. Desde su altozano habría presenciado el paso por aquella carretera que comunica el valle del “Arroyo Maderón” con el valle del “Río Esgueva”, de tantas gentes: labriegos, pastores, comerciantes, arrieros y soldados. ¡¡¡Cuántas vivencias, cuantas historias podrías contarme, vieja amiga, si yo conociera el lenguaje de las encinas!!!. Entonces una ligera brisa movió sus ramas y el sonido de un suave murmullo fue su contestación.   

   Por eso hoy, antes que el hacha inmisericorde de algún desaprensivo, ponga fin a tu larga vida centenaria, quiero dejar constancia de tu existencia; si de tu existencia y de tu ubicación que ya sólo conocemos los mayores de Esguevillas. Quiero que los más jóvenes motivados por la curiosidad que la lectura de estas líneas les ha de provocar, te visiten, te vean, te admiren y veneren tu inmensa grandeza; y que los responsables de protegerte, pongan manos a la obra y limpien tu derredor de las  zarzas y arbustos que  perjudican y afean tu entorno. Tú debes estar sola como siempre estuviste, dominando el paisaje, guardando en tus venas de madera la sabiduría de una historia de siglos y llenándonos de gozo con tu contemplación. ¡¡¡Ay, si yo pudiera...!!!.

LA   ENCINA DEL CAÑÓN




     ¿ Qué haces, airosa y solitaria encina,
clavando altiva tu pie en el otero,
mientras, bajo tus brazos, el tempero,
celoso guarda la futura vida?.

     ¡ Oh!, cuanto labrador de parda pana,
guardándose del sol bajo tus brazos,
merendó el duro pan de sus trabajos,
o soñó en duermevela con su amada.

     Pero Tú, dura, humilde y parda encina,
¡Cuántos secretos guardas en tus ramas!.
de los crudos inviernos las heladas
y del verano el sol que te calcina.

     A tus pequeñas hojas los rigores,
convirtieron en mísera hojarasca;
y en tus ramas, los días de borrasca,
secretearon los vientos mil rumores.

     Encina que dominas  la llanura,
¿por qué siendo tan sobria, ruda y parca,
tu sombra la enorme Castilla abarca,
y me colmas el alma de ternura?.

                                                           M. Díez