Quisiera parar el Tiempo
Decía
el gran poeta checoslovaco Jaroslav: “Recordar es la única manera de
parar el tiempo”. Bella frase y bello pensamiento si tenemos en cuenta que el tiempo
es lo más valioso que tenemos y que además se nos escapa como una sombra a la
cual queremos alcanzar, o el humo que queremos retener con la mano y nunca lo
logramos. ¡¡¡Cuantas veces a lo largo de mi vida he querido parar el tiempo
recordando a las personas queridas!!!, pero el tiempo nunca se ha parado y
aunque aparentemente, al tener en mi mente y en mi corazón a quien tanto quise
parecía que la vida se paraba
a mi alrededor, todo era mentira,
todo era una vana ilusión; sólo es verdad en una cosa y es que mientras
la persona perdida es recordada parece que no se ha ido del todo. A pesar de
ello, el tiempo sigue implacable llevándose por delante todo aquello que
creíamos imposible que desapareciera. El tiempo a lo largo de los tiempos, ha
hecho desaparecer pueblos, ciudades,
países y personas; y si no fuera porque existen documentos escritos, los
hombres actuales no recordaríamos nada, no tendríamos historia.
Si no hubiera textos escritos, habría
muchas cosas de nuestro Pueblo que no hubiéramos sabido, por ejemplo: No sabríamos
que fue el rey Alfonso III “El Magno” quien al llegar, en el siglo IX, con sus
ejércitos victoriosos hasta nuestro Valle, fortificó Esguevillas con una
imponente muralla que tenía al menos cuatro puertas almenadas para que formara, con las demás fortalezas del valle Esgueva, una
cadena defensiva en la retaguardia de la gran frontera del Duero. No sabríamos
tampoco que Alfonso VIII, otro poderoso rey castellano que venció en el año
1.212 a los almohades acaudillados por Miramamolín, en la más grande
batalla de la reconquista, “Las Navas de Tolosa”, cedió el poblado
de Alcubilla de Valdesgueva, que estaba en el término de Esguevillas, a cambio
del paraje de Matallana, cerca de Villalba de los Alcores. ¡¡¡No sabríamos tantas cosas, de no ser por
los viejos escritos!!!.
Hoy, yo quisiera detener el tiempo
recordando un día del mes de mayo del
año 2013, en el que cinco amigos de Esguevillas: Vicente L., Nicolás H.,
Teodoro G., Ángel M. Y el que suscribe esta historia, realizamos una excursión
campestre por las sierras de Burgos y Palencia. Aquel día de recuerdo feliz, entre otros lugares que vimos destacaré: “Peña Amaya” en Burgos y “El Roblón de Estalaya” en la Montaña
Palentina.
Peña
Amaya
El grupo de amigos ascendimos a “Peña Amaya”, enorme bastión rocoso que
se alza imponente entre en las nórdicas tierras burgalesas, allá donde la
Castilla de ahora termina y empieza Cantabria. En aquella inexpugnable roca,
los hispanos en el siglo uno antes de Cristo plantaron cara a los invencibles ejércitos
romanos del Emperador Octavio Augusto que, una y otra vez, se vieron vencidos y
humillados por un grupo de cántabros que, amantes de su tierra y de la libertad, supieron vender caras sus vidas. Allí
encastillados en su elevada fortaleza resistieron durante años, hasta que cercados
y privados de víveres, tuvieron que sucumbir emulando a la inmortal Numancia
en Soria o la célebre Masadá en el desierto de Judea junto
al Mar Muerto. Un numeroso grupo de guerreros cántabros, rayando en la
desesperación, cayeron en la trampa de aceptar batalla campal en la llanura de
Mave ante un ejército romano mucho más numeroso, perfectamente adiestrado y
formado en orden de batalla.
El resultado de la contienda fue desastroso
para los hispanos. Los romanos se ensañaron con los vencidos, rematando a los
heridos en el campo de batalla y cortando las manos a los guerreros jóvenes,
que habían caído prisioneros, para que ya nunca pudieran volver a guerrear contra
el Imperio. Los supervivientes que consiguieron escapar a la matanza, no
pudiendo refugiarse en la ciudadela, huyeron a los montes remontando el curso
del Pisuerga y se escondieron en lo más alto y agreste de las montañas como El
Curavacas, Espigüete, y las Peñas Prieta y Labra; hasta que ya en las alturas
blancas, como ellos decían por estar cubiertas de nieve, los ejércitos romanos
que les habían seguido y acosado como a fieras, dejaron de perseguirlos.
Cuando el caminante ha llegado a pie de estos
riscos puede oír, los días de fuerte viento, como el aire silba y aúlla filtrándose entre las oquedades de las
rocas y si fuerza su imaginación y recuerda la historia, el tiempo parece pararse; y escuchando con atención
cree oír el vocerío de la lucha, el ruido de las espadas, el relincho de los
caballos y los gritos lastimeros de los soldados moribundos. Después el viento
cesa, regresa la calma y el silencio le despierta de sus pensamientos y se da
cuenta de que allí ya no queda nada, y recuerda aquel viejo proverbio castellano
que dice: “Los años son escobas que van barriendo la historia hacia el olvido
y los hombres a la fosa”.
Si alguna vez te sientes viajero y visitas “Peña
Amaya”, recuerda que aquella roca burgalesa es un símbolo de la lucha
por la libertad pues, no sólo contra los romanos sino contra otros pueblos, los
hispanos allí hicieron historia y, detalle curioso, esa historia no la
escribieron ellos sino los historiadores como Dion Casio y otros que acompañaban a las legiones conquistadoras y
escribían sus gestas, sin darse cuenta que así hacían más grandes a los
vencidos que a ellos mismos.
A media tarde de aquel día los cinco amigos
mencionados hicimos una visita al “Roblón de Estalaya”, que yo ya
conocía por haberle visitado con mi buen
amigo Juan José Gil y nuestras esposas. Aquel día dispusimos del mejor guía que
se pueda desear, ya que Juan José, aficionado montañero, conoce la montaña
palentina palmo a palmo y, todo lo que disfruté con él, quise trasmitírselo a
mis compañeros de aquel día.
Llegando al pantano de Requejada, cogimos
la carretera de Herreruela de Castillería y a menos de dos kilómetros, ya
estábamos en el amplio aparcamiento que hay antes de empezar la marcha a pie.
Se trata de una ruta muy bien señalizada y
con el firme de tierra muy bien cuidado.
Después de pasar un puente sobre el pequeño río Castillería, el camino se
tuerce y empina adentrándose en un frondoso bosque de robles albares, hayas,
rebollos y un sinfín de variedades de árboles y arbustos que, en algunos
lugares, no dejan pasar los rayos del sol, y que dan cobijo a multitud de aves canoras que van
amenizando y haciendo más llevadero el camino que, a decir verdad, cada vez es
de dificultad más dura.
En las primeras rampas del sendero, Nicolás
que ya venía acusando el dolor en una de sus caderas a lo largo de todo el día,
se sentó a la vera del camino y se negó a subir. Los demás poco a poco y
animados por la ilusión de poder ver el roble más viejo de la Montaña Palentina
y posiblemente de toda la Península, fuimos superando poco a poco la dificultad
del serpenteante sendero hasta llegar a lo alto de la colina.
A todos les sorprendió su grandeza pero yo
personalmente experimente gran alegría al comprobar que aquel coloso aún vivía,
ya que por aquellos días de mayo, sus enormes ramas habían empezado a
reverdecer.
El
“Roblón de Estalaya” es un ejemplar que tiene 800 años de vida y un perímetro en la base del tronco de
más de 10 metros. Su vida no ha sido siempre fácil y tranquila, pues hace unos
años en un día en que la tormenta se
aferraba a las montañas que rodean el pantano, un rayo se clavó en su tronco
hiriéndole hasta lo más hondo de su corazón; pero el viejo “Abuelo”, pues así se le
conoce entre la gente de esta comarca palentina, sobrevivió al rayo y al fuego
que éste le produjo dejando en su tronco una fea y profunda cicatriz. Hoy día
este hermoso ejemplar se encuentra protegido y catalogado como uno de los
árboles más notables de Castilla y León.
Y todos los años cuando al llegar mayo el viejo roble echa sus primeras
hojas, los montañeros se alegran y regocijan pues es señal de que “El abuelo” del monte aún vive.
No llevábamos mucho tiempo contemplando el
famoso roble, cuando una respiración ruidosa y entrecortada nos hizo volver la
cabeza hacia el último repecho de la subida y allí, renqueante, fatigado,
sudoroso y con el rostro contraído por el sufrimiento que le producía el dolor
de su cadera, estaba “Colás” que había decidido subir apoyado en un palo seco
recogido en el camino. Se quedó mirando al viejo roble y después se abrazo a él
durante unos segundos que, a mí personalmente, me parecieron emocionantes.
Yo os aseguro que, en
aquella acción, vi el abrazo de dos abuelos. Después se volvió, yo estaba
sonriendo pero él, mirándonos uno a uno,
dijo con cara seria y voz serena: “Tenía que subir a verlo, quizás no vuelva a venir más por aquí”. Me di cuenta entonces de que
Nicolás era de esa raza de castellanos viejos que, según decía Machado, son cortos
en las palabras pero hondos en las sentencias. De
esa raza de hombres duros que cuando se proponen un fin, siempre lo logran sin
importarles el trabajo ni el sufrimiento; no hay dificultad que no superen ni
enemigo que los frene, sólo la muerte acaba con ellos.
Hoy yo se que aquella frase era una
premonición y que Nicolás no volverá a ver el viejo “Abuelo” del monte
palentino, por eso yo hoy quiero
parar el tiempo recordando aquel día, no quiero que el viento del
olvido borre de mi mente y de mi corazón a las personas que he querido, y por eso he
recordado a los amigos que, aquel 21 de
mayo del año 2.013, fuimos felices por las sierras de Burgos y Palencia, viendo las mismas tierras, las mismas rocas y
el mismo roble que hace siglos vieron nuestros antepasados. He recordado de un
modo especial a Nicolás Herrero
Loisele
y al viejo “Roblón de Estalaya”, dos abuelos de las tierras de Castilla. El primero
un hombre singular entre las gentes de
Esguevillas y el segundo un roble singular en la Montaña Palentina.
Decía Gustavo Adolfo Bécquer que “El
recuerdo que deja un libro es más importante que el libro mismo”. Yo Nicolás te dedico esta frase pero corregida
para Ti: “El recuerdo que deja un buen hombre es más importante
que el hombre mismo”; y ese recuerdo tuyo es el legado que nos dejas a
todos tus amigos.
Al “Roblón de Estalaya” que tanto admiro, le
he dedicado un soneto que expresa los
sentimientos que en mí despertó su contemplación aquel día.
EL ROBLÓN DE ESTALAYA
Endurecido, viejo y retorcido,
clavando
sus raíces en el suelo,
permanece erguido el viejo “Abuelo,”
durmiendo el
largo sueño de los siglos.
Roblón de Estalaya; quiero cantar
a tu
longeva vida de guerrero;
al amor con que abrazas a tu suelo;
a la fuerza que en mi alma
haces brotar.
Hijo fiel del monte palentino,
en él
quieres vivir eternamente
negándole
a la muerte tu destino.
Y aunque iracundo, el rayo, hirió tu frente,
permaneciste firme y bien erguido,
saliendo victorioso de la muerte.
M. Díez