Segunda parte
” FERNANDO III “EL SANTO
Al
día siguiente, sin pérdida de tiempo, los proclamados reyes con su séquito y
dirigidos por don Lope Díaz de Haro, señor de Vizcaya, emprendieron viaje a
Valladolid desde donde doña Berenguela mandó emisarios a todos los nobles y
obispos que estaban indecisos a la hora de aceptarla como heredera, pero que al
saber que cedería la corona a su hijo Fernando, también acudieron la mayoría.
Cuenta algún historiador de la época que la
ceremonia de coronación así como el traspaso de poderes, se efectúo en la plaza
del mercado de la ciudad (hoy Plaza Mayor) y que doña Berenguela colocó a su
hijo una corona de laurel, para después desde allí ir en procesión rodeados de
nobles y clérigos hasta la colegiata de Santa María, donde después de una misa
solemne, doña Berenguela le impuso la corona y le dio el cetro real,
celebrándose acto seguido el besamanos de la nobleza en actitud de homenaje
mientras don Lope Díaz enarbolaba el
pendón de Castilla.
Este amor entrañable entre madre e hijo
duraría toda la vida; Fernando III reinó en Castilla como rey con plenos
poderes, pero el consejo prudente y sabio de su madre siempre le acompañaría
cada vez que él tenía que tomar alguna decisión importante, y cuando ya mayor
Fernando III se lanzó a la conquista de las tierras andaluzas, doña Berenguela
quedaba en Castilla, bien en Valladolid o bien en Burgos, gobernando con
sabiduría el reino y apoyando con el envío de refuerzos las campañas de su
hijo.
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El
día tres de julio y días sucesivos, Valladolid bullía en fiestas por la
coronación de Fernando III. La ciudad era un hormiguero de toda clase de
personas y todas con ánimo de divertirse y de mostrar a sus soberanos la
fidelidad que por ellos sentían. Lujosos carruajes, briosos corceles, las
plazas y calles llenas de tenderetes, charlatanes, trovadores, buhoneros y
prostitutas llenaban la ciudad ofreciendo cada uno su cuerpo o su mercancía. En fin, que desde el más noble al más plebeyo
olvidó sus pesares y se dedicó aquellos días a demostrar su alegría por el
nuevo y joven rey.
La reina madre doña Berenguela, no había
olvidado a su difunto hermano Enrique I oculto en una torre del castillo de
Tariego de Cerrato, por eso, terminadas las fiestas de la coronación decidió
recuperar su cadáver.
Don Tello Téllez, obispo de Palencia, tenía
muy bien controlada la diócesis a través de todos los clérigos que estaban a su
servicio, y a través de alguno de ellos le había llegado la noticia que muchos tarequenses
(habitantes de Tariego de Cerrato) habían observado
entrar y salir del castillo a personas que parecían médicos; y si Enrique ya
estaba muerto sólo cabía la conclusión de que lo estaban embalsamando. Doña
Berenguela ordenó a Lope Díaz de Haro que marchara sobre Dueñas con su ejército
y una vez ocupada la ciudad, diera escolta a don Tello Téllez, obispo de
Palencia, y a don Mauricio, obispo de Burgos, hasta Tariego de Cerrato y
recuperado el cuerpo de Enrique I fuera llevado al Monasterio de las Huelgas
Reales de Burgos. Así se hizo y hasta Burgos fue también doña Berenguela,
ordenando que se celebrasen solemnes exequias fúnebres por el alma del finado,
exequias que ella misma presidió con dolor de hermana y entereza de reina. Después fue sepultado su cuerpo en un
sepulcro al lado de los de sus padres Alfonso VIII y Leonor Plantagenet.
Cráneo trepanado de ENRIQUE I
He visitado en la ciudad de Burgos el
Monasterio de la Huelgas y como no, las tumbas de las que aquí hablo y puedo
asegurar que me impresionó ver al lado del sarcófago de Enrique I, la
fotografía de su cráneo perforado por la trepanación que los cirujanos hicieron
en Palencia intentando salvar aquella joven vida. También he visitado Tariego
de Cerrato y de aquel castillo medieval donde se guardó el cuerpo del joven
Enrique no queda nada. Algunos confunden el torreón construido durante la
segunda guerra carlista como “telégrafo óptico” que servía,
gracias a una sucesión de torres, para comunicar las provincias vascas con
Madrid y que prácticamente durante todo el tiempo fue usada por el ejército
isabelino.
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El tiempo manda en la historia de la
humanidad. El tiempo transforma los niños en jóvenes, los jóvenes en hombres y
los hombres en polvo; y como no podría ser una excepción, Fernando III pronto
pasó de adolescente a adulto, aunque en este proceso también le tocó sufrir.
Enterado el rey de León Alfonso IX,
exesposo de Berenguela y padre de Fernando III, de la estratagema que madre e
hijo habían hecho para hacerse con la corona de Castilla a la que él también
tenía aspiraciones, se puso en contacto con don Álvaro Núñez de Lara y le
concedió permiso para atacarlos; y éste reuniendo a sus mesnadas cercó
Valladolid a sabiendas de que el rey de León no intervendría ya que había sido
burlado. No contento con permitir al de Lara sumir a Castilla en una guerra
civil, él con su ejército invadió las tierras castellanas arrasándolas y
saqueándolas; ocupando Villalar, Villagarcía, Urueña y San Cebrián de Mazote,
llegando hasta Arroyo, muy cerca de Valladolid.
Fernando III, haciendo gala de ser buen
hijo, no quiso mandar sus ejércitos contra su padre, y continuamente le mandaba
mensajes haciéndole ver que como hijo suyo que era y debido al amor que le
procesaba no pelearía con él a no ser que tuviera que defenderse; y además le
decía que Castilla nunca sería enemiga de León mientras él fuera rey. Tantos
mensajes recibió el rey leonés, que hicieron mella en su ánimo y cansado de
hacer sufrir a las personas que tanto había amado, se retiró a León poniendo
fin a sus correrías por tierras castellanas.
Poco a poco parte de la nobleza que
apoyaban a los Lara fueron abandonándolos y pasándose al bando de Fernando III
y su ejército acaudillado por Lope Díaz de Haro y el obispo de Palencia Tello
Téllez, fueron arrebatando a don Álvaro muchas de las posesiones que tenía,
hasta que por último cerca del castillo de Ferreruela, situado entre Palenzuela
y Palencia, cogieron prisionero al conde de Lara y lo llevaron preso a Burgos.
Estando prisionero don Álvaro Núñez de Lara
en Burgos, doña Berenguela, que estaba siempre al lado de su hijo le dijo:
.- Vos sois el rey de Castilla y ahora
tenéis preso al noble más poderoso del reino. Es momento de negociar la paz y
su libertad a cambio de que él devuelva todos los castillos que tiene en
tenencia y te rinda obediencia y lealtad.
.- Podría arrebatarle todos los castillos
que tiene, los que tiene en tenencia y los suyos propios, pues los que tiene en
tenencia fueron cedidos por la corona para su disfrute pero no son de su
propiedad.
.- Así es Fernando, pero no debemos olvidar
que la misericordia es una virtud que debemos practicar los cristianos y
nosotros como tal nos tenemos. Cuando de muy pequeño te encomendé a la Virgen,
prometí que siempre te aconsejaría para que obraras con justicia, y como rey
que sois, así debéis obrar, pues de otra manera os comportaríais tan
injustamente como el rey galo Breno.
.- ¿Quién era ese rey galo que a mí me
suena a bárbaro?
.- Breno era un rey de los
galos que en el año 390 antes de nacer Jesús, venció a los ejércitos de Roma
y puso férreo sitio a la ciudad. Los romanos viéndose
perdidos ofrecieron mil libras de oro a cambio de que levantaran el cerco y se
marcharan. Breno aceptó, pero cuando estaban pesando el oro en una balanza, los
romanos observaron que esta estaba trucada y protestaron. Breno se echó a reír
y arrojando su espada en el lado de las pesas dijo: “Vae victis” (Ay de
los vencidos); queriendo decir que el vencido no tenía derecho a protestar.
.- Tenéis razón madre no seré como el
bárbaro Breno y haré huso de la virtud del perdón, pues no puedo olvidar que la
Virgen, a quien rezo desde niño, es madre de misericordia.
Y así se hizo, y después de que don Álvaro
devolviese los castillos que se le demandaron y que jurase fidelidad a los
reyes, fue puesto en libertad. El Señor de Lara marchó a tierras leonesas y un
año después la muerte le sobrevino en Toro.
Castilla se iba apaciguando, pero doña
Berenguela había hecho llegar al Sumo Pontífice el desasosiego que reinaba en
los reinos cristianos, y el Papa Honorio III medió entre Castilla y León para
que pusieran fin a sus rencillas ya que lo importante era la lucha contra el
Islán; así que el día 26 de agosto de 1218 se firmó el llamado Pacto de Toro,
con el cual se ponía punto final a las hostilidades entre padre e hijo y entre
Castilla y León.
Apaciguado el reino, doña Berenguela
inteligente y previsora se preocupó de buscar esposa para su hijo, pero no
quería caer en el error de casarle con ninguna princesa de los reinos hispanos
y tampoco de los portugueses, franceses o ingleses pues todas ellas tenían más
o menos parte de consanguinidad con su hijo.
En junio de 1219, una comitiva de nobles y
personas notables de Castilla acompañando al obispo de Burgos don Mauricio y
los abades de San Pedro de Arlanza y Santa María de Rioseco, además del camerario
(administrador) de Carrión de los Condes, el gran maestre de la Orden de
Santiago y el prior de la Orden de San Juan, llegó a Alemania y, recibidos en
la corte de Federico II, convinieron en los detalles del casamiento de su hija
Beatriz de Suabia con Fernando III.
Cerca de cuatro meses estuvo la ilustre
comitiva en Alemania y al regreso, Beatriz y las damas de su compañía, con
algunos de sus servidores, emprendieron el camino de Castilla unidos al séquito
castellano que les sirvió de escolta.
En el otoño de 1219, en Burgos latía fuerte
el corazón de Castilla. Toda la nobleza se había concentrado en la ciudad
porque el rey iba a ser armado caballero e iba a contraer matrimonio con la
princesa Beatriz de Suabia, que no mostraba ningún impedimento de
consanguinidad y además era considerada por todos como una dama bella, sabia y
recatada.
La princesa Beatriz tenía
veinte años y era, como ya he dicho, una dama bellísima y de gran inteligencia.
Quería conocer la ciudad de Burgos que era la ciudad donde iba a cambiar su
vida para siempre. Fuertemente escoltada recorrió en compañía de doña
Berenguela las partes más importantes de la ciudad y montadas en sendos
caballos eran vitoreadas allí por donde pasaban. A doña Beatriz le extrañó
mucho el que una ciudad castellana situada en un alto páramo a más de 800
metros sobre el nivel del mar, algunas de sus calles importantes estuvieran
recorridas por canales. El señor Obispo don Mauricio que cabalgaba discretamente
al lado de las dos damas, intervino en la conversación explicando:
.- Majestades, esto es obra de un santo.
Sí, hace muchos años, San Lesmes viendo que la ciudad estaba sucia y a falta de
regadío para sus huertas, canalizó las aguas de los ríos Vena y Pico formando
canales que recorrían las calles de nuestra ciudad y que se llaman esguevas.
Estas sirven para el riego de huertos, para hacer funcionar pequeños molinos y
para recoger las aguas fecales de las casas de la ciudad, que antes eran arrojadas
a las calles.
El joven rey Fernando III, fue armado
caballero en el monasterio de Santa María la Real de las Huelgas de Burgos el
día 27 de noviembre de 1219, y aquel día le dieron su espada. La noche
anterior, la pasó Fernando en oración delante de una imagen de la Virgen a
quien, desde su más tierna infancia estaba consagrado por su madre y por él
mismo. Del mismo modo la víspera de su enlace matrimonial, celebrado el día 30
del mismo mes en la catedral y oficiado por el obispo don Mauricio, pasó la
noche entera rezando y pidiendo a Dios que bendijera su matrimonio y la nueva
familia que iba a fundar. A partir de entonces en la mayoría de sus escritos él
se declaraba “Caballero de Jesucristo, siervo de la Virgen Santísima y
alférez del apóstol Santiago”.
Las fiestas de la celebración de sus bodas
con Beatriz duraron varios días, durante este tiempo, en la ciudad de Burgos,
se celebraron banquetes, bailes públicos y privados, justas de caballeros,
misas y procesiones solemnes; todos estaban contentos con sus reyes que
formaban, Fernando joven y apuesto y Beatriz bella y recatada, una gran pareja
que era la esperanza de los castellanos.
Muchas son las cosas que podríamos decir de
este gran rey que a pesar de ser un magnífico guerrero, todos sus actos
buscaban la justicia, la misericordia y la obediencia a los mandamientos de
Dios. Sirviendo al Señor, como él decía, mandó construir templos y monasterios,
sobresaliendo entre todas estas construcciones religiosas, la construcción de
las catedrales de Burgos, Toledo y León auténticas joyas del arte gótico;
templos que se elevan hacia el cielo como si quisieran tocarlo con sus agujas
de piedra.
Fernando III, no quiso reinar como un rey
absoluto, sino que se rodeó de buenos consejeros. Doce varones sabios encabezados
por el arzobispo de Toledo don Rodrigo Jiménez de Rada, a los que pedía consejo
en todas sus acciones, sin olvidar el apoyo constante de la reina madre doña
Berenguela. Fue fiel en su matrimonio, amó la paz y aunque fue un gran guerrero
solo concibió la guerra como cruzada cristiana y para lograr la reconquista de
todas las tierras de España. La historia cuenta de él que cuando cabalgaba con
sus escoltas por los polvorientos caminos y veía en ellos transitar a las
gentes del campo que caminaban a pie, él y sus escoltas se salían del camino
para que los pobres viandantes no respiraran el polvo que los caballos
levantaban. Igualmente, el día de Jueves Santo, imitando a Jesús, lavaba los
pies de doce de sus súbditos más pobres y después los sentaba a su mesa. (Esta
costumbre la mantuvieron los reyes de España hasta Alfonso XIII). Fueron
tantas sus acciones ejemplares que ganó delante de sus hijos, prelados y nobles
la fama de santo.
CONQUISTA DE BAEZA
La
ciudad de Baeza estaba en poder de los musulmanes, y gobernada por un rey moro,
amigo de Fernando III, que tenía el apodo de “El Baezano”, mientras que el
alcázar de la ciudad estaba defendido por la Orden de Calatrava. A la muerte
del rey musulmán, los habitantes de Baeza llamaron a todos correligionarios de
las ciudades vecinas con el objeto de apoderarse del alcázar de la ciudad
defendido por el maestre de Calatrava don Gonzalo Ibáñez de Noboa.
Los castellanos resistieron una y cien
veces el ataque furibundo de las tropas islámicas, sin dejar que un solo pie
enemigo llegara a traspasar la muralla de la fortaleza. Sin embargo, don
Gonzalo, no esperando aquel ataque, no había hecho acopio de víveres para los
defensores, por lo que, según cuenta una vieja leyenda, decidió abandonar el
alcázar al amparo de la noche. Ordenó que durante aquel día se pusieran las
herraduras a los caballos del revés, para que cuando abandonasen la fortaleza,
en realidad pareciera que habían recibido refuerzos de Castilla.
La
noche era oscura como boca de lobo, pero aquellos caballeros no sentían miedo
de la oscuridad sino de la venganza iracunda de las hordas musulmanas, si por
casualidad caían en su poder. Salieron por la puerta que se denominaba “Puerta
del Postigo” que daba a unos precipicios peñascosos difíciles de transitar de
día y por supuesto más difíciles de descender en la oscuridad tétrica de la
noche. Habrían andado como media legua amparados por el oscuro manto de las
tinieblas, cuando al llegar al cerro de la Asomada, volvieron los ojos hacia
Baeza para ver con tristeza su perfil recortado en el cielo nocturno, pero lo
que vieron fue una cruz sobre la puerta principal del alcázar que daba gran
resplandor; un brillo inexplicable en aquella noche tan oscura y que ellos
interpretaron como milagroso. Por lo que el maestre de Calatrava don Gonzalo,
mandó alto, cambiar otra vez las herraduras y volver a la fortaleza, no sin
antes mandar a su jinete más veloz correr hacia Castilla para decir al rey
Fernando que defenderían el alcázar hasta que llegaran refuerzos o hasta la
muerte.
UNA CRUZ RESPLANDECIENTE
Con la luz del amanecer, todas las huellas que los
seguidores de Mahoma vieron indicaban que un número elevado de caballeros había
entrado en la fortaleza durante la noche. Pensaron que si difícil había
resultado el asalto con pocos defensores, ahora con todas aquellas fuerzas de
refuerzo resultaría imposible y por tal motivo cesaron en sus ataques al
alcázar.
Mientras tanto en Toledo, reunido el
consejo del rey, el arzobispo don Rodrigo Jiménez de Rada informaba a Fernando
III de esta manera.
.- Majestad, ha llegado un mensajero de
Baeza que nos trae malas noticias.
.- ¿Qué noticias son esas arzobispo, que
vos calificáis de malas?
.- El Maestre de Calatrava don Gonzalo
Ibáñez de Noboa, está cercado en el alcázar por millares de infieles que intentan
hacerse con su cabeza. El maestre ante esta situación tan desventajosa pensó
abandonar el castillo, pero la visión de una cruz resplandeciendo sobre sus
murallas, le hizo volver y jurar que defendería la fortaleza hasta que llegaran
refuerzos o hasta morir si era necesario.
.- Vuestro relato me ha conmovido y no hay
tiempo que perder, mañana mismo al despuntar el día, don Lope Díaz de Haro con
500 lanzas escogidas de entre los caballeros infanzones que ahora están en la corte, saldrán a socorrer
al maestre de Calatrava y sin ninguna tardanza, yo mismo acudiré con mi
ejército a tomar de una vez por todas Baeza.
Antes que la aurora anunciase el
resplandor del nuevo día, los quinientos lanceros de don Lope Díaz de Haro
cruzaron el río Tajo por el Puente de Alcántara, para después girar hacia el
sur siguiendo el camino real de Consuegra. No había tiempo que perder, la
distancia hasta Baeza era de más de 50 leguas castellanas y los días en el mes
de noviembre eran muy cortos. Hicieron el camino a marchas forzadas teniendo en
cuenta no agotar los caballos, ya que si eran sorprendidos por tropas
sarracenas tendrían que combatir. Retroceder no estaba en su ánimo pues el
defensor del alcázar de Baeza esperaba su ayuda luchando a vida o muerte sin víveres
y con un enemigo muy superior en número. Por fin en la noche del día 29 de
noviembre, pudieron ver desde un altozano las antorchas que coronaban la
fortaleza y los fuegos del campamento musulmán cercándola.
.- Dejemos descansar unas horas a nuestras
cabalgaduras y nosotros también repongamos fuerzas pues mañana será un día muy
duro para todos; antes de amanecer,
romperemos el cerco musulmán y entraremos en el alcázar para socorrer a
nuestros hermanos cristianos. Después don Lope continuó diciendo:
.- Se que la noche es fría pero hoy no
prenderemos fuego, pues aunque estamos en esta loma rodeados de olivos
centenarios, los atacantes de Baeza verían el resplandor de nuestras hogueras y
no deben saber que estamos cerca de ellos, ya que nuestra principal arma será
la sorpresa.
Era todavía noche cerrada cuando don Lope
dio la orden de ensillar los caballos y prepararse para la batalla.
.- Caballeros, os quiero ver a todos
armados, sois guerreros profesionales y aunque los atacantes de Baeza son muy
numerosos, primero no nos esperan y segundo son gentes de los pueblos y
ciudades cercanas que no tienen la experiencia de atacar en formación como
nosotros sabemos hacerlo. No ha amanecido todavía y yo os juro por la cruz de
San Andrés, santo que hoy se celebra y a quien yo profeso enorme devoción, que
hoy almorzaremos dentro del Alcázar.
Todos asintieron en silencio o con pocas
palabras, estaban deseosos de entrar en combate y perfectamente formados
emprendieron la marcha hacia Baeza con el Señor de Vizcaya a la cabeza. Poco a
poco se iban viendo las hogueras del campamento enemigo cada vez más cercanas,
los musulmanes dormían confiados de que la luz del nuevo día les traería la
victoria definitiva en el asalto del castillo; pero de pronto, el silencio de
la noche se quebró cuando la voz firme y rotunda de don Lope Díaz de Haro
ordenó a sus hombres:
.- ¡¡Lanza en ristre, protéjanse con los
escudos, manténganse unidos en la formación y al ataque!!. ¡¡Santiago y cierra
España!!.
La tierra tembló con el galope acompasado y
firme de los quinientos caballeros, que enfilaron hacia el centro del
campamento musulmán que guardaba las puertas de la ciudad. El ataque cristiano
no dio tiempo a que los soldados del Islán se armaran y prepararan para repeler
a un enemigo que no esperaban y cuyo número ignoraban. Los caballeros de don
Lope atravesaron el campamento quemando tiendas, espantando caballos y matando
hombres como la hoz del segador siega las mieses en verano. El campamento
islamista estaba sumido en un gran desconcierto, las voces de los sorprendidos,
los quejidos de los heridos, el fuego de las tiendas y el relincho de los
caballos asustados, formaban una escena verdaderamente apocalíptica.
Don Lope Díaz, al tiempo que ordenaba a sus
hombres seguirle, enfiló directo a las puertas de la ciudad, que aún no se
había despertado, y que estaban abiertas ya que no esperaban ningún enemigo de
fuera; arrollaron a la guardia con sus lanzas y emprendieron el serpenteante
camino que llevaba hasta lo alto del alcázar. En estos momentos, el sol empezó
a iluminar el desastre del campamento musulmán y el centinela de la torre del
castillo dio la voz de alarma y llamó a don Gonzalo Maestre de Calatrava.
.- Señor, alguien ha atacado el campamento
enemigo y después de sembrar la muerte y el desconcierto se dirige hacia
nosotros con toda la caballería, he podido distinguir el pendón de Castilla y
el del Señor de Vizcaya ondeando al viento en cabeza de la tropa.
.- ¡¡Abrid las puertas, subid el rastillo y
demos la bienvenida a nuestros libertadores!!.
La puerta por donde entró en la ciudad el
conde don Lope aquel día 30 de noviembre de 1227, después se llamaría “La
puerta del Conde” y los historiadores dicen que estaba entre dos torres.
Reunidos ya en el alcázar sitiados y
libertadores, don Lope hizo brillar la cruz de San Andrés en todas las almenas
de la fortaleza para celebrar aquel día tan señalado. Durante toda la tarde y
la noche de aquel día, desde las almenas del castillo, se pudo observar un
continuo ajetreo y un ir y venir de las gentes de Baeza que, con carros,
caballerías y a pie, abandonaban sus casas y salían de la ciudad camino de
Úbeda llevándose cuanto podían.
Al amanecer del siguiente día, las fuerzas
de don Lope unidas a las del maestre de Calatrava, hicieron una salida del
alcázar para atacar, vencer y poner en fuga a todos musulmanes que quedaban
cercando la ciudad. La mayoría de ellos eran oriundos de Úbeda y cuando huyendo
de las fuerzas cristianas llegaron a su ciudad, no los dejaron entrar y
tuvieron que seguir huyendo hasta Granada, donde sí que fueron acogidos y se
les cedió un cerro para que edificaran sus casas. Aquel barrio allí construido,
le llamaron los granadinos el barrio de los “baezanos” y después
con el tiempo se denominó “El Albaicín, que es como
ha llegado a nuestros días.
A los pocos días de esta gran victoria
llegó el ejército de Fernando III, que sintiéndose muy satisfecho nombró a don
Lope Díaz de Haro “Tenente” de Baeza, para que de esa tenencia se beneficiase.
También repartió tierras concejiles entre los caballeros que habían llevado a
término aquella conquista; premiando así a todos aquellos que quisieron
repoblar aquellas tierras de Baeza, Andújar y Martos. Mandó también que la Cruz
de San Andrés se pusiera como divisa en sus banderas y estandartes, y a
petición de don Lope le permitió añadir al escudo de armas heredado de su
padre, que eran dos lobos, ocho cruces en aspas de oro en campo rojo orlando el
escudo.
Aquel año 1227, Baeza se convirtió en la
primera ciudad que se reconquistó de forma definitiva al Islán y ostentó la
capitalidad civil y religiosa del valle alto del río Guadalquivir siendo
después sede episcopal (ese es el motivo de que exista catedral en la ciudad).
Durante los dos años siguientes a la toma
de Baeza, Fernando III emprendió varias campañas conquistando castillos y
ciudades que dejaba en posesión de las órdenes militares y de la nobleza.
Consolidando así las conquistas que se iban haciendo, y repoblando de este modo
parte de la cuenca del Guadalquivir. Es en esta época cuando se empiezan a
hacer notar en la frontera los “almogávares”, fuerzas de élite que
actuaban por su cuenta guiados por sus “adalides”, pero con firme fidelidad
a la corona.
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En
el mes de septiembre de 1230, Fernando III tenía cercada la ciudad de Jaén que
estaba a punto de caer después de cuatro meses de cerco y de firme resistencia.
Una noche fría después de un largo día de lucha bajo una gélida y pertinaz
lluvia, estaba el rey en su tienda de campaña rodeado de sus generales, cuando
un jinete con el capote calado por la lluvia y con el caballo exhausto por el
esfuerzo llegó al campamento cristiano preguntando por el rey Fernando. Los
centinelas le dieron el alto y cogiendo el animal por las riendas, dos de
ellos, llevaron al recién llegado hasta la tienda real. Fernando III dio orden
de que pasase y el mensajero entró en la tienda quitándose el sombreo que traía
calado hasta los ojos y de cuya ala cayó algo de agua al suelo. De momento
quedó un tanto sorprendido al ver a tantos nobles y clérigos allí reunidos, y
también bastante deslumbrado al pasar de la oscuridad de la noche a la luz
intensa de las antorchas que iluminaban la tienda real. Descubrió al rey puesto
de pie, esperándole delante de su escaño, y dando unos pasos hacia él, hincó su
rodilla en tierra al tiempo que con su mano derecha extendida ofrecía a
Fernando un pequeño cilindro metálico diciendo:
.- Majestad, es correo urgente de vuestra
madre la reina doña Berenguela, he cabalgado día y noche bajo la lluvia porque
así ella me lo ha requerido.
.- Levantaos soldado, dijo el rey Fernando III
al tiempo que recogía aquel cilindro cerrado herméticamente para preservar el
contenido de las inclemencias del tiempo, despojaos de esas ropas mojadas y
marchad con mis criados; ellos os darán otras secas y os pondrán de comer para
reponer las fuerzas. Después volviéndose hacia los dos criados que habían
acudido a su llamada, les dijo: “Haced cuanto he dicho y añadir un jarro de
buen vino para que al lado del fuego pueda calentarse”.
Abrió el cilindro cuya tapa estaba cerrada
con el sello en lacre de doña Berenguela, y extrayendo el pergamino que venía
dentro, lo leyó con calma mientras su rostro iba tomando tintes de pesadumbre y
preocupación. Después sin mediar palabra se lo pasó al señor arzobispo de
Toledo don Rodrigo Jiménez de Rada; este lo leyó y mientras lo sostenía todavía
en la mano, miró a los nobles allí reunidos y dijo:
.- El mensaje de doña Berenguela no deja
lugar a dudas, el rey de León Alfonso IX ha muerto y el hijo varón que está el
primero en los derechos de primogenitura es nuestro rey Fernando, por lo que en
esta noche fría y lluviosa ante las murallas de Jaén, yo reclamo la corona de
León para nuestro rey. ¡¡Viva el rey Fernando III!!. Todos los presentes
gritaron al unísono un ¡¡Viva el rey!!, que se oyó en gran parte del campamento.
Después don Fernando habló así:
.- Primeramente señor arzobispo vamos a
rezar por el alma de mi difunto padre para que Dios Todopoderoso le acoja en la
Gloria. Después dirigiéndose a don Lope continúo: Mañana, señor de Vizcaya,
quiero que el ejército levante el cerco de Jaén y a la máxima urgencia
viajaremos hacia el norte donde, en el reino de León, reclamaré mis derechos a
la corona.
Camino de León, su madre Berenguela le
salió al encuentro en Orgaz, en la noche que pasaron allí, la reina madre le
explicó que era necesario acudir a la ciudad de León lo antes posible, pues
tenía noticias de que su exesposo y padre de Fernando había manifestado su
voluntad de conceder la corona de León a sus dos hijas, doña Sancha y doña
Dulce. Hijas que había tenido en su primer matrimonio con Teresa de Portugal.
Doña Berenguela, que demostró en esta ocasión y en otras muchas ser una mujer
de estado magnífica, tenía noticias de que Teresa de Portugal y sus dos hijas
se dirigían también hacia León con objeto de reclamar la corona para ellas
siguiendo la voluntad paterna.
Aquel otoño, en los yermos páramos
meseteños, resultó ser frío y lluvioso, los caminos eran auténticos cenagales
donde los caballos chapoteaban continuamente al caminar por los múltiples
barrizales que se habían formado a causa de la incesante lluvia que parecía no
cesar nunca.
.- Hijo_ le había dicho doña Berenguela a
Fernando_ el tiempo está desapacible, el frío sobre las ropas mojadas parece
llegar hasta los huesos, pero el llegar a León nos urge y además es necesario
que os acompañen todos los nobles y obispos que son fieles a vuestra causa,
pues esto y las huestes que nos siguen, harán que vuestros partidarios os
reciban con alegría y las villas y ciudades que dudan en apoyaros, lo harán por
miedo a las consecuencias.
.- Vuestra madre tiene razón, dijo el
obispo Jiménez de Rada, los objetivos que se logran con esfuerzo y sufrimiento
son frutos más sabrosos que aquellos que nos vienen regalados.
Este mismo obispo que también era
historiador, nos cuenta que Fernando III fue reconocido rey y como tal aclamado
por todos los lugares que pasaban. Así ocurrió en Villalpando, Toro, Mayorga y
Mansilla. Estando en esta villa, llegaron mensajeros de la ciudad de León.
.- Majestades, dijo el arzobispo Jiménez de
Rada, en León tengo desde hace tiempo a algunas personas de mi total confianza
y estos han mandado dos mensajeros disfrazados de comerciantes.
.- ¿Qué dicen esos mensajeros?, preguntó
Fernando III, que cada villa que pisaba le hacía sentirse más rey de León.
.- Dicen que la ciudad de León se halla
dividida entre los partidarios de vos y los partidarios de vuestras
hermanastras doña Sancha y doña Dulce.
.- ¿Quiénes son los que se oponen?
.- El merino mayor ha ocupado con sus
huestes el palacio real y Diego Froilaz con las suyas se ha hecho dueño de la
iglesia de San Isidoro. De vuestra parte el señor obispo y un gran número de
burgueses han ocupado la catedral y el resto de las iglesias de la ciudad.
Doña Berenguela estaba pensativa mientras
oía las noticias que el señor arzobispo de Toledo les iba dando con todo
detalle, al final preguntó:
.- ¿Qué se sabe de doña Sancha y doña Dulce
que, con su madre Teresa de Portugal, se dirigían a León?, ¿acaso están ya
allí?.
.- No majestad, parece ser que Sancha y
Dulce no han sido bien recibidas por algunos de los lugares que han pasado y se
han refugiado con sus huestes en Zamora, donde las respalda el hijo del conde
Froilán y otros nobles leoneses. Todo me induce a pensar que habrá guerra.
.- No la habrá si se puede evitar
_intervino el rey Fernando_ me negué a guerrear contra mi padre y ahora, si
puedo evitarlo, tampoco guerrearé contra mis hermanastras. Veamos qué pasa
cuando entremos en León con mi ejército.
.- Majestad, dijo el arzobispo, el que
penséis así me alegra como sacerdote, pues demostráis con ese comportamiento
seguir la doctrina de Jesús; pero cuando hay que defender la justicia, se debe
hacer la guerra. Propongo que vuestras majestades se queden aquí en Mansilla
con don Lope Díaz de Haro y parte de la tropa. Yo con el resto del ejército iré
a León, me entrevistaré con el obispo de la ciudad y cuando vea como están las
cosas os lo haré saber y os tendré siempre informados de lo que pase en la
ciudad ya que de León a Mansilla hay poca distancia.
Así se hizo, y al día siguiente don Rodrigo
Jiménez de Rada arzobispo de Toledo, entraba con sus huestes en León
comprobando que tanto el palacio real como la iglesia de San Isidoro estaban
fuertemente defendidas. Sin embargo, pronto la situación iba a cambiar a su
favor pues Diego Froilaz el defensor de San Isidoro se puso enfermo y una noche
abandonó León con todas sus tropas, quedando San Isidoro en poder del
arzobispo.
El arzobispo mandó mensajeros a Mansilla
para comunicar a los reyes que serían bien recibidos en León puesto que, si
exceptuamos al merino mayor que seguía acuartelado en el palacio real, ya toda
la ciudad era partidaria del rey Fernando III.
La noticia de que Fernando y Berenguela
estaban en León con su ejército corrió por todo el reino; los correos a caballo
volaban de castillo en castillo y de ciudad en ciudad llevando la noticia de
que nobles, obispos y magnates de las ciudades estaban llegando a León para
rendir pleitesía al nuevo rey.
La cabeza de doña Berenguela seguía
pensando que, aunque los asuntos de la sucesión parecían ir por buenos caminos,
las cosas no estaban bien atadas, pues sabía que existían cartas de su exmarido
en las cuales otorgaba por escrito la corona de León a sus hijas Sancha y
Dulce. Por tal motivo concertó con Teresa de Portugal una reunión de madre a
madre para tratar de los asuntos de sus hijos; dicha reunión se llevó a cabo en
la localidad de Valencia de don Juan.
En aquel encuentro, Berenguela que era una
mujer muy inteligente y acostumbrada a tratar los asuntos de estado, hizo ver a
Teresa que sumir a Castilla y León en una guerra no era nada bueno para ninguna
de las dos partes, además su hijo Fernando III disponía del ejército de
Castilla y la mayor parte de la nobleza y el clero leonés.
Teresa de Portugal, al contrario que su
oponente, era una mujer que solamente pensaba en dejar bien situadas a sus
hijas, pues ella quería acabar sus días en un convento como así hizo después.
Después de una larga negociación y como,
desde que el mundo es mundo, el dinero todo lo compra y por él todo se vende,
convinieron en que Doña Sancha y doña Dulce, renunciarían a sus derechos a la
corona de León en favor de su hermanastro Fernando, a cambio de recibir una
sustanciosa pensión anual de quince mil maravedíes en oro que les producirían
diversos señoríos que les eran concedidos. No conforme doña Berenguela con esa
renuncia exigió que las cartas de Alfonso IX en las que las concedía el derecho
a heredar la corona, debían ser destruidas en su presencia; además si alguna de
las infantas contraía matrimonio perdía todas las rentas y si profesaba en
algún convento la renta se reduciría a diez mil maravedíes.
Cerrado el acuerdo, se encargó a los
notarios del reino que se redactase el correspondiente documento y que el día
11 de diciembre de 1230, se firmaría por ambas partes y en presencia de los más
notables nobles y clérigos del reino, en la villa de Benavente (hoy ciudad de
Benavente).
Después de la solemne firma del convenio
que la historia recuerda con el nombre de “Concordia de Benavente”,
Alfonso fue coronado rey de León en la Plaza Mayor de dicha villa, uniéndose
así y ya definitivamente los reinos de Castilla y de León y quedando Fernando
III con las manos libres para continuar con la reconquista.
RECONQUISTA DE CÓRDOBA
Pacificado el reino, unidas
definitivamente las coronas de Castilla y León bajo su cetro, Fernando III
tiene ahora treinta años, está en plenitud de vida, con una esposa fiel y
dedicada a la crianza de sus hijos y con una madre capaz de gobernar sus
territorios y darles prosperidad. Con todas estas circunstancias a su favor, es
el momento de centrarse en continuar con la reconquista.
Fernando III, como gran estratega que era,
se dirige con sus ejércitos hacia los reinos de Córdoba, Jaén y Sevilla, pero
no ataca sus capitales, sino que se centra en la toma de castillos y plazas
fuertes, que va incorporando a la corona de Castilla, hasta que el emir de
Córdoba Ibn Hud, ante la amenaza que suponían las tropas cristianas, firma una
tregua de un año en la que se compromete a pagar a Fernando III la cantidad de
430.000 maravedíes de oro.
En 1235, la reina Beatriz se puso
inesperadamente de parto y lo que debería haber sido fácil para una mujer que
ya había alumbrado nueve hijos, esta vez resultó muy complicado. Su hija a la
que bautizaron con el nombre de María nació con tantos problemas de salud que
no consiguió superarlos y la madre tuvo tantas perdidas de sangre y tantas
complicaciones, que murió poco después de la niña, el cinco de noviembre de
1235, en la ciudad de Toro.
Ante estas circunstancias y habiendo
firmado el convenio de no agresión con el emir de Córdoba, Fernando III
abandonó los campos de batalla y se dirigió hacia el norte para celebrar las
exequias de su difunta esposa, dejando las fronteras protegidas por las órdenes
militares, algunos nobles y tropas almogávares que le eran extremadamente
fieles. Estas tropas a cambio de defender la frontera contra el Islán estaban
autorizadas a hacer incursiones de saqueo en territorio enemigo que les
proporcionaban, en algunas ocasiones, buenos botines.
Cuando Ibn Hud, emir de Córdoba, se enteró
de que los ejércitos de Fernando III se habían marchado hacia Castilla, decidió
no pagar la suma convenida y declararse en rebeldía. En esta situación las
tropas de Fernando que guardaban la frontera se vieron con las manos libres
para hacer incursiones y saquear villas y poblados del reino cordobés.
En una de esas incursiones de saqueo
cogieron prisioneros musulmanes para después pedir rescate por ellos, cosa muy
corriente por ambos bandos durante la reconquista, pero esta vez ocurrió que a
cambio de la libertad algunos de aquellos musulmanes, informaron de lo confiada
y poco defendida que estaba la ciudad y cual era el lugar más débil de sus
defensas. Dicho lugar no era otro que el barrio de la zona Este de llamado la
Axarquía.
Ante noticias tan favorables, se reúnen
algunos de los cabecillas de las tropas almogávares , entre otros
Martín Ruiz Argote, Domingo y Diego Muñoz, Diego Martínez el Adalid y Álvaro
Colodro, y deciden asaltar el arrabal de Córdoba. Sin embargo, las murallas
cordobesas eran difíciles de escalar por lo que en la reunión había disparidad
de opiniones.
.- Creo compañeros que, según las
informaciones recibidas, ahora es el momento oportuno para atacar Córdoba. Dijo
el Adalid Diego Martínez.
Todos callaban, pero en sus rostros se veía
la indecisión entre atacar o esperar. De pronto se alzó la voz de Martín Ruiz
Argote
.- Córdoba es para los musulmanes su
principal ciudad desde que en ella se instaló el califato, y su mezquita es tan
importante para ellos como puede ser para nosotros Santiago de Compostela. Por
tanto, debemos pensar que estará bien defendida y sólo un gran ejército como el
de nuestro rey podría asaltarla.
.- Porque es importante y porque tiene un
gran número de soldados en su interior, se creen seguros y duermen tranquilos.
Es nuestro momento y debemos allanar el trabajo a nuestro rey.
.- ¿Desde cuándo los almogávares tenemos
miedo a emprender un ataque?, preguntó Álvaro Colodro que había permanecido
callado. No hay empresa que no se pueda realizar ni muralla que no se pueda
escalar. Ya sabéis conque facilidad soy capaz de escalar con la ayuda de una
simple cuerda; yo me comprometo a escalar la muralla y después facilitar el
ascenso con escalas de algunos compañeros voluntarios, y luego con la ayuda de
Dios, abriremos las puertas de la ciudad para que entre nuestra caballería.
Los ánimos se calentaron y Diego Martínez
“El Adalid” dio la orden de avanzar sobre la Axarquía cordobesa que era la zona
menos protegida de la ciudad.
La noche del 23 de diciembre de 1235,
ocultos por el manto oscuro de una noche sin luna ya que el cielo estaba
cubierto por grandes nubarrones que jarreaban agua como si las compuertas del
cielo se hubieran propuesto inundar la Tierra, llegaron a las proximidades de
las murallas y permanecieron ocultos y en silencio. Álvaro Colodro y una docena
de almogávares vestidos con ropas árabes, avanzaron protegidos por la oscuridad
y la inclemencia del tiempo; un racheado aire proveniente de las montañas
azotaba el rostro de aquellos avezados soldados que de tres en tres portaban
unas escalas de madera para facilitar el asalto. Llegados al pie del muro de
piedra, se aplastaron contra el suelo encharcado y Álvaro Colodro se adelantó a
sus compañeros, lanzó a lo alto un garfio de madera atado a una cuerda y el
garfio que entró por entre dos almenas se quedó fuertemente trabado; después
sin dejar la tensión de la cuerda, empezó a escalar con tanta facilidad, que a
pesar del aire y la lluvia que le zarandeaba contra la pétrea pared, pronto
llegó a lo alto de las almenas. Miró a ambos lados del adarve y
lo encontró vacío; en lo alto de la muralla el aire era más intenso y el
centinela cubierto con su capote aguantaba como podía la ventisca en el cubo de
una torre. Se dirigió hacia allí tan sigiloso como el leopardo recechando a la
gacela y, cuando el árabe quiso darse cuenta, la daga de Álvaro le había
seccionado el cuello, un pequeño ronquido y una bocanada de sangre demostraron
la certeza de la muerte. Después se asomó a sus compañeros y les señaló el
lugar por donde poner las escaleras y así pronto todos llegaron a lo alto de la
muralla para después siguiéndole, avanzar por el adarve e ir haciéndose con las
demás torres una a una, aquella oscura noche la muerte no gritaba y en el
máximo silencio fueron degollando uno a uno a los centinelas hasta llegar a la
puerta de Martos, allí había más soldados pero al ver a los atacantes
vestido de musulmanes, pensaron que era el relevo de la guardia y con ese
pensamiento y con la sorpresa reflejada en su rostro hallaron la muerte sin
tiempo a reaccionar.
La avanzadilla de Álvaro Colodro abrió la
puerta de Martos y don Pedro Ruiz Tafur con la caballería y el resto del
pequeño ejército cristiano entró en la Axarquía cordobesa con tal estruendo que
todo el barrio se despertó, rindiéndose la mayoría de sus habitantes, huyendo
hacia el interior de la vieja Medina (ciudad) y muriendo todos
aquellos que ofrecieron resistencia.
La Axarquía era grande y populosa, pero
muchos de sus habitantes eran mozárabes y algunos partidarios de los
cristianos. Cuando todo el barrio estuvo conquistado se encontraron con otra
dificultad mayor; el alboroto y algarabía ocasionados por la lucha, el
relinchar y el ruido producido por los cascos de los caballos que al galope
recorrían las calles estrechas de aquel extenso barrio, y algún que otro
incendio producido en alguna de las casas que se resistieron a la conquista,
despertó a toda la ciudad de Córdoba que rápidamente puso todas sus tropas en
alerta, poblando de lanzas las murallas
que separaban la ciudad del barrio de la Axarquía. Una y otra vez los
cristianos intentaron el asalto al casco histórico de la ciudad, pero una y
otra vez fueron rechazados por unas fuerzas bien organizadas y numerosas que
defendían valientemente las murallas. Los nobles almogávares habían luchado
como leones, pero Córdoba resultaba ser un bocado demasiado grande para un
pequeño número de leones. Así que, dominada y asegurada la Axarquía, los nobles
almogávares decidieron pedir ayuda al rey Fernando para culminar con la toma de
la ciudad.
Fernando III se encontraba con algunas de
sus tropas en la ciudad de Benavente donde había pasado las fiestas de la Natividad
del Señor, cuando llegó un correo de Córdoba que quería ser recibido
urgentemente por el rey.
El rey estaba, en aquellos momentos,
reunido con el arzobispo Jiménez de Rada, don Lope Díaz de Haro y otros nobles,
y hasta allí fue llevado el mensajero.
.- ¿De dónde venís y porque tenéis tanta prisa en verme?, a judgar por vuestra
apariencia el camino que habéis recorrido ha sido largo, pues dais muestras de
agotamiento y vuestras ropas están sucias y embarradas.
.- Majestad hace días que salí de Córdoba
enviado por don Diego Martínez “El Adalid” con la misión de comunicaros que las
fuerzas de la frontera, al saber que el Emir de la ciudad se negaba a pagaros,
hemos tomado la Axarquía de Córdoba y reclamamos vuestra ayuda para dar el definitivo
asalto a la ciudad.
.- No veo que me traigas ningún pergamino
escrito. ¿Cómo sabré si es cierto lo que decís?
.- Señor he pasado muchos peligros para
llegar hasta aquí, de haber muerto o cogido prisionero, el mensaje ahora
estaría en manos de vuestros enemigos. Lo que he contado es cierto y en ello
empeño mi palabra de almogávar, fiel a vos hasta la muerte; por eso pido volver
con vuestras tropas hasta el lugar donde están mis compañeros.
Después de este relato, convencido el rey
de que lo que decía aquel soldado era cierto, consultó con los presentes y el
señor arzobispo intervino diciendo:
.- Majestad, si lo que el mensajero ha
dicho es cierto y estoy seguro de que lo es, debemos partir hacia Córdoba lo
más rápido posible. No debemos olvidar que dicha ciudad es para el Islán muy
importante, en ella está la Gran Mezquita y en su interior las campanas que un
no por lejano menos aciago día, arrancó Almanzor de la catedral de Santiago de
Compostela, con el agravante de que se las hizo llevar a hombros de los
prisioneros cristianos.
Las palabras del arzobispo causaron gran
impacto entre los presentes, se encendieron sus ánimos y todos de acuerdo
esperaron órdenes del rey para marchar hacia Córdoba.
Fernando III, mandó mensajeros a ciudades y
villas como León, Salamanca, Zamora y Toro entre otras, además de a las órdenes
militares para juntar fuerzas con las que poder socorrer a los que habían
tomado la Axarquía cordobesa y al mismo tiempo reconquistar la ciudad.
A pesar de ser lo más crudo del invierno,
Fernando III hizo avanzar a su ejército a marchas forzadas atravesando los
campos yermos de Castilla, con muchos arroyos helados y soportando los vientos
racheados del norte que helaban a los soldados hasta los huesos.
Al cruzar el Sistema Central, la nieve
teñía de blanco las cumbres de las montañas y la ventisca helada formaba
carámbanos en las crines de los caballos y escarcha en el pelo y barbas de los
hombres que, embutidos en sus capas, intentaban ocultar el rostro del impacto
de las celliscas. El esfuerzo fue ímprobo, pero merecía la pena, todos
confiaban en aquel rey que invariablemente iba a la cabeza de todos y que en
las paradas siempre rezaba a la Virgen cuya imagen llevaba consigo y cuya
protección infaliblemente le había dado la victoria. Entre la soldadesca se
corría el rumor de que en las batallas algunos habían visto pelear al Apóstol
Santiago al lado de su rey protegiéndolo y ayudándole a conseguir la victoria.
Por todos estos motivos algunos ya le llamaban santo.
El ejército castellano-leonés llegó a
Córdoba el día 7 de febrero de 1236 pero no entra en la Axarquía conquistada,
Fernando manda a los ocupantes resistir allí y él cruza el río y coloca su
campamento en la orilla izquierda, sirviendo de muro de contención del puente
romano por el que podían llegar los refuerzos provenientes de Écija o Sevilla.
No se había equivocado el rey castellano,
pues los cordobeses ya habían pedido ayuda al rey Ibn Hud, que con un poderoso
ejército salió de Murcia y ya cerca de Córdoba acampó en Écija sabiendo que el
rey Fernando III, cortaba la entrada a la ciudad, pero sin saber que su
ejército era mucho más numeroso que el cristiano.
La estrategia de los cristianos era buena,
pero teniendo en cuenta el gran número de combatientes del ejército musulmán,
era muy comprometida. Otra vez la Santísima Virgen, a la que continuamente
rezaba e invocaba pidiendo amparo, o simplemente la fortuna, estuvo de parte
del rey castellano. Militaba por entonces en el ejército del Ibn Hud un
caballero cristiano que capitaneaba una mesnada de doscientos hombres armados,
dicho caballero había sido desterrado de Castilla por su mala conducta y el rey
agareno le quiso aprovechar como mensajero y a la vez espía. Le
ordenó que fuera a parlamentar al campamento cristiano y que se enterase bien
de las fuerzas cristianas que integraban el ejército de Fernando III y cómo
estaban situadas. Lorenzo Suárez, que así se llamaba dicho caballero llegó con
bandera blanca al campamento cristiano y se entrevistó con el rey castellano.
.- ¿Cómo os atrevéis vos a venir a
parlamentar en nombre de un rey musulmán sabiendo que habéis sido desterrado de
nuestros reinos?. ¿Cómo puede un cristiano servir de emisario a un rey que
profesa la religión del profeta Mahoma?
.- Majestad, quizás por ser castellano de
profundas raíces, quizás por haberme arrepentido de mi conducta pasada, quizás
por ser cristiano de corazón y además sabiendo
que vos, rey justo y bondadoso, nunca maltrataríais a un mensajero
aunque tal mensajero fuera un desterrado como yo, quizás por todo lo señalado
es por lo que he aceptado esta ingrata misión que, por lo que he visto, será
una más de las bendiciones que Dios os viene concediendo.
.- No entiendo don Lorenzo, de que
bendiciones me habláis por el hecho de haber sido vos y no otro el que ha
venido a parlamentar.
.- Alteza, digo bien que el haber sido yo
el enviado, ha sido una bendición que Dios nuestro Señor os ha dispensado. He
atravesado vuestro campamento y he podido apreciar con mis ojos de guerrero,
que vuestro ejército es muy inferior al del rey Ibn Hud. En un encuentro en
batalla campal con toda seguridad el ejército cristiano sería arrollado por
completo.
Fernando III pasó de tener una actitud de
intransigencia a quedar profundamente pensativo.
.- Me habéis dicho que los hijos del Islán
son mucho más numerosos que los seguidores de la Cruz. Pero aún no veo donde
está la bendición de que me habláis.
.- La bendición consiste en que he sido yo
el mensajero que además de parlamentar debía espiar vuestro ejército para
informar al rey musulmán. De haber sido otro, en dos días habríais sido atacado
y derrotado con toda seguridad.
.- Y siendo así ¿qué es lo que proponéis?
.- Señor, esta noche y las sucesivas,
cuando yo ya me haya ido, vuestros soldados triplicarán el número de hogueras
en el campamento y fuera de él para dar la sensación de que ocupan más
extensión, y que parezca que es verdad
el informe que yo daré de vuestro gran número de guerreros.
.- ¿Por qué he de fiarme de vos, que sois
un desterrado?
.- Yo fui desterrado, quizás con razón, y
debido a las circunstancias vivo con mi mesnada de 200 hombres y lucho como
mercenario bajo unas banderas que no son las mías. Daría mi vida por poder
volver a Castilla y recuperar la dignidad perdida y ahora os pediría quedarme
con vos, pero eso sería abandonar a mis hombres y condenaros a ser derrotado
por el inmenso ejército agareno.
.- Don Lorenzo, me fío de vuestras palabras
y de vuestras intenciones, volved al campamento enemigo e informad a Ibn Hud
como habéis dicho. A partir de hoy las puertas del reino castellano estarán
abiertas para vos y vuestros hombres.
De vuelta al campamento musulmán, Lorenzo
Suárez informó a Ibn Hud del gran número de soldados y caballería que tenía el
ejército cristiano, y para que se fiara más de él, recomendó que de noche
algunos jinetes espiaran las luces del campamento cristiano; y estos dijeron
que eran tan numerosas como las estrellas del cielo.
Ibn Hud, ante tal noticia y estando, como
en verdad estaba, muy preocupado por la suerte que podía correr Valencia
amenazada por Jaime I de Aragón, decidió abandonar Córdoba a su suerte y partir
para Valencia.
Cuando los habitantes de Córdoba supieron
que las tropas de su rey los abandonaban, decidieron negociar la paz con
Fernando III, pidiendo que les dejase marchar con cuantos enseres y propiedades
pudieran llevar; pero en las negociaciones se dieron cuenta de que las tropas
castellano-leonesas no eran tan numerosas como ellos creían y de vuelta a la
ciudad decidieron seguir resistiendo.
Fernando III libre ya del ejército de Ibn
Hud, siguió apretando el cerco hasta que la ciudad hambrienta y desgastada se
rindió, el día 29 de junio de 1236, fiesta de los santos apóstoles Pedro y
Pablo. Era triste ver, para los musulmanes, como mientras famélicos y
desfallecidos la multitud abandonaba su ciudad, su príncipe Abu-i Hassan,
entregaba las llaves de la ciudad al rey castellano que, como primera orden
mandó que sobre la altísima torre de la Mezquita, después de quitar la media
luna, se colocara la cruz de Cristo en un lugar más alto que el pendón Real.
Este hecho llenó de luz los ojos y de gozo los corazones cristianos y de
tinieblas y dolor los corazones musulmanes. Córdoba la que había sido capital
del emirato y más tarde califato había sido conquistada.
Fernando III llamó a su lado al señor
obispo de Osma y al Maestre don Lope Fitero, este último había sido el primero
en subir a la torre de la Mezquita para colocar en lo más alto la cruz de
Cristo, símbolo de la cristiandad.
.- Señores, hemos ocupado las murallas de
la ciudad y el Alcázar andalusí, por cierto bella construcción palaciega que
desde mañana tomaré como mi residencia, pero no entraré en la Gran Mezquita
hasta que vos, señor obispo y vos don Lope, no hagáis lo necesario para
purificarla y sacralizarla, pues quiero convertir la Gran Mezquita, símbolo del
Islán, en una gran catedral símbolo de nuestra religión cristiana, y le daré
como advocación la de “La Asunción de la Virgen María”.
El mismo día 29, cuando el sol vespertino
iluminaba la cruz de Jesús instalada en lo más alto de la Mezquita, el obispo
de Osma y el Maestre don Lope Fitero, acompañados de un gran número de
religiosos, entraron en la Mezquita rezando salmos, aplicando exorcismos y
diciendo letanías, al tiempo que rociaban por aspersión de agua bendita el suelo
y paredes de la misma, hasta que terminada la ceremonia consideraron que el
templo había sido purificado.
.- Majestad, dijo el señor obispo de Osma,
el templo ha sido exorcizado y bendecido. Mañana mismo estará todo preparado
para poder celebrarse la santa misa, pero tengo que informaros de algo que ha
causado asombro y gran admiración a todos los asistentes a la bendición.
.- Hablad, por Dios, hablad que me tenéis
en ascuas.
.- Señor, mientras recorríamos la inmensa y
maravillosa mezquita, derramando agua bendita y prodigando exorcismos y
bendiciones, hemos encontrado unas campanas que puestas hacia arriba y
conteniendo aceite servían de grandes pebeteros para iluminar una parte de la
mezquita. Todos quedamos maravillados pues, por las inscripciones de sus
advocaciones, no pueden ser otras que las que el diabólico Almanzor arrancó en
el año 997 de la catedral del apóstol en Santiago de Compostela, y las hizo
traer hasta Córdoba a hombros de los prisioneros cristianos.
.- Esa es una gran noticia que aunque
sorprendente yo tenía esperanza de que ocurriera. Pues bien, si esas campanas
fueron robadas a la iglesia catedral de nuestro apóstol Santiago, allí serán
restituidas, y si vinieron a hombros de prisioneros cristianos, a hombros de
prisioneros musulmanes regresarán, y cada vez que suenen, cantarán a los cuatro
vientos la gran victoria de la Cruz sobre la media luna.
El día 30 de junio entraba Fernando III en
la ciudad de Córdoba. La inmensa medina
aparecía desierta, no había muertos por las calles pues, a pesar de que algunos
nobles habían pedido pasar a cuchillo a sus habitantes, Fernando III había
dejado marchar con los bienes que pudieron llevarse a cuantos cordobeses
quisieron, que fue un inmenso número de ellos. El rey se instaló en el Alcázar
y en día sucesivos repartió las casas más nobles y lujosas entre sus
nobles y capitanes, los soldados tenían tantas donde elegir, que hasta años
después cuando Fernando III repartió tierras y posesiones a quienes acudieran a
repoblar la ciudad, esta no se vio del todo poblada.
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RECONQUISTA DE SEVILLA
Fernando
III permaneció en Córdoba hasta el mes de agosto. Córdoba era una ciudad
bulliciosa y muy bella y el alcázar, donde vivía el rey, era un magnífico
palacio con bellos jardines llenos de murmuradoras fuentes y frescas alamedas
por donde paseaban los nobles y doncellas de la corte. La reina Berenguela
sabía que su hijo ya viudo, pero con 36 años era todavía un hombre joven. Sabía
de las tentaciones carnales a las que no tardando se vería sometido y él, que
había llevado una vida ejemplar de casado con Beatriz, podía caer en alguna
relación inapropiada para un rey que
como hombre había consagrado su vida a la Virgen María.
Berenguela decidió encontrar otra esposa
para su hijo y lo consiguió casándolo con Juana de Ponthieu, después de haber
obtenido dispensa papal ya que ambos eran descendientes de Alfonso VII de León.
Juana era una doncella de diecisiete años de bellas facciones y porte muy
gentil, No tenía este matrimonio la prioridad de tener hijos que heredasen el
reino, pues Fernando III ya había tenido con Leonor 10 hijos de los cuales le
vivían ocho, sin embargo, Juana vivió siempre junto a su esposo acompañándolo
incluso en el campamento mientras el asedio de Sevilla, y también le dio 5
hijos más.
Con su vida sentimental bien asentada y con
su madre Berenguela rigiendo y administrando muy bien el reino, Fernando III al
que ya algunos empezaban a llamar “El Santo”, se dedicó de lleno a la
reconquista de la parte del al-Ándalus que iba quedando en posesión de los
hijos del Islán; Así cayeron: Jaén, Écija, Marchena, Zafra y Morón de la
Frontera entre otras plazas. Se trataba de ir desmembrando poco apoco los
territorios enemigos con el único fin de acabar reconquistando Sevilla que era
para el rey castellano su objetivo principal. Habría atacado antes, pero la
muerte de Berenguela le sorprendió después de conquistar Alcalá de Guadaira y
dejando el mando a don Rodrigo Álvarez, él marchó hacia el norte para las
exequias de su querida madre en las Huelgas Reales de Burgos.
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Terminados los actos fúnebres
celebrados en Burgos por la reina Berenguela, Fernando III pasó un tiempo
desolado. Había perdido uno de los pilares más firmes que sustentaban el reino
y la consejera más fiel y sincera que pudiera tener. Sin embargo, la vida
seguía y sus tropas esperaban impacientes que la célebre espada “Lobera”
(así se llamaba la espada de Fernando III) volviera a brillar
delante de sus tropas para llevarlas a la victoria.
El rey de
Castilla dejó Burgos y se dirigió a Jaén donde pasó el invierno preparando la
que sería su mayor operación militar, la reconquista de Sevilla. Pero esta no
era una ciudad cualquiera, su muralla medía siete kilómetros y medio y
encerraba dentro de sus fuertes muros una extensión de más de 300 hectáreas.
Tenía doce puertas almenadas y muy bien protegidas y en muchos lugares la
muralla era doble. Sevilla estaba circundada por el río Guadalquivir y el
Tagarete que es un afluente del primero, también estaba jalonada por potentes
fortalezas que la rodeaban sobresaliendo entre todas la de Triana que estaba
unida a la ciudad por un puente de barcas unidas con fuertes cadenas; y la
fortaleza o castillo de Gabir al que los cristianos después de su conquista le
dieron el nombre de San Jorge. Todo esto la convertía en una ciudad
prácticamente inexpugnable.
Para conquistar
Sevilla Fernando III reunió el más poderoso ejército hasta entonces conocido,
con casi un centenar de generales y más de cien famosos caudillos, destacando
entre ellos los maestres de las Órdenes de caballería de Calatrava, Santiago,
Alcántara, el maestre de la Orden del Temple y de la Orden de San Juan. Allí
estaban también el príncipe Alfonso y el infante Fadrique con gran cantidad de
nobles castellano-leoneses y todos los concejos de los reinos pertenecientes a
la corona de Castilla.
El obispo Jiménez
de Rada realizó gestiones con el Papa Inocencio IV y obtuvo de él una bula de
cruzada, que permitía a Fernando III aprovecharse de las tercias de la
Iglesia (los dos novenos de los diezmos que recaudaba la Iglesia), dinero
que el rey empleó en financiar los gastos de la guerra. Fue tan famosa esta
cruzada que hasta Francia, Alemania e Italia contribuyeron con apoyos
económicos y de soldados.
Sevilla, la gran
ciudad que se pretendía conquistar, además de estar bien fortificada y
defendida por un gran número de tropas, tenía el río Guadalquivir por donde le
llegaban todo tipo de suministros e incluso podrían llegarle refuerzos. Ante
esta situación Fernando III llamó a Jaén al marino Ramón Bonifaz y le dio
cartas reales con el mandato de preparar una flota en los puertos del norte y,
bordeando la península, entrar por la desembocadura del Guadalquivir hasta Sevilla.
El gran marino
así lo hizo y reunida su flota entre las villas de Santander, Laredo,
Castro Urdiales y San Vicente de la Barquera, puso rumbo hacia
Galicia donde reclutó nuevos barcos y gran número de tripulantes. Sin demora y
fiel al mandato recibido, Bonifaz llegó a la desembocadura del Guadalquivir a
principios del mes de agosto de 1247.
Los nobles musulmanes cercados en Sevilla
nombraron jefe del ejército al joven Axataf, que era hijo del príncipe
almohade Abu Alí, y este esperaba que los barcos almohades del norte de África
mantuvieran expedito el curso del río Guadalquivir. Mientras tanto él tomó la
decisión de defender las torres y murallas de la ciudad con gran número de
soldados, mandando también un buen contingente de tropas a las fortalezas de
Triana y Aznalfarache.
Fernando III ya
ante Sevilla, reunió en su tienda a todos sus principales generales para
explicarles, delante de un mapa colocada en medio de todos sobre una gran mesa
circular, su plan de ataque y recibir de ellos sus consejos y opiniones.
.- .- He
contemplado Sevilla desde el cerro de Cuarto y he podido comprobar cuan valiosa
y grande es la ciudad, pero también me he dado cuenta de lo difícil que va a
resultar su conquista. El ejército que sus muros encierran es muy numeroso y
está bien preparado para la lucha, por tal motivo me he encomendado a la
Santísima Virgen con la expresión “¡Valme, Señora, que si te dignas
hacerlo, en este lugar te labraré una capilla, en la que a tus pies depositaré
como ofrenda, el pendón que a los enemigos de España y de nuestra Santa Fe
conquiste” !, y prometo que si conseguíamos la ciudad construiré en
este cerro una capilla. Aquí estáis reunidos los generales y grandes hombres de
la corona de Castilla, si la ciudad cayera y yo muriera quiero que esta promesa
también se cumpla.
Como un solo
hombre todos asintieron, aunque algunas voces dijeron que la muerte no
alcanzaría a su rey.
.- Señor, dijo
López de Haro, todos los aquí presentes sabíamos de esa promesa y todos estamos
decididos a que se cumpla, pues algunos también hemos oído que vos Majestad
hicisteis brotar una fuente como Moisés en el desierto, de ser así ¡es un
milagro Señor!.
El rey calló,
todos callaron y permanecieron expectantes, pero Pelay Correa habló:
.- Eso fue así
caballeros, su Majestad, después de hacer la promesa descrita y viendo que en
aquel secarral faltaba agua para su ejército me ordenó a mí clavar la espada en
el suelo, lo hice así y en aquel mismo momento brotó una fuente que dio agua
para todos. Yo estaba allí, yo lo hice y de todo ello hoy y ahora doy
testimonio.
Todos quedaron
admirados y miraban a Fernando III como el santo que llegaría a ser, sin
embargo, el rey siguió hablado como si nada hubiera oído.
.- Como hemos
podido ver, la ciudad tiene 12 puertas
jalonadas por varias fortalezas que las defienden, que junto con el
Guadalquivir y las torres albarranas, hacen más difícil
aproximarse a sus muros. Su legua y media de murallas hace casi imposible
cercarla por completo, así que propongo dividir el ejército y levantar
campamentos frente a las principales puertas y colocar destacamentos de
vigilancia delante de las otras, y así podremos saber si alguien intenta salir
o entrar en la ciudad.
.- Majestad, dijo
Pelay Correa maestre de la Orden de Santiago, Puesto que mis
mesnadas están ya al otro lado del río y con vuestra ayuda nos hemos apoderado
de la fortaleza de Aznalfarache, pido trasladar mi campamento
ante el castillo fortaleza de Triana
que es el más poderoso.
.- Sea así, dijo
el rey, y siguió. En la puerta de la Macarena pondrá su campamento don Diego
López de Haro. El señor de Vizcaya asintió con la cabeza al tiempo que se golpeaba
el pecho con el puño derecho.
Poco a poco fue
disponiendo en qué lugar serían instalados los diferentes campamentos, de tal
forma que unos cerca de los otros pudieran socorrerse en caso de necesidad.
Cuando hubo terminado la distribución de las tropas, continuó diciendo:
.- Como todos
sabéis el mayor problema con el que nos encontramos es el río Guadalquivir cuya
anchura hace imposible vadear, por lo que he mandado venir desde las villas
cántabras a Ramón Bonifaz con una flota de barcos preparados para el combate, y
como se le ordenó ha cumplido, aunque no han sido pocas las vicisitudes que ha
tenido que afrontar.
RECONSTRUCCIÓN DEL CERCO DE SEVILLA
Cuando la flota castellana llegó a la
desembocadura del Guadalquivir, se encontraron con que una flota almohade
enviada por el emir Abu Zakariyya cerraba el paso. Bonifaz que contaba con
menos barcos, pero más grandes y mejor armados viró y dirigió su flota a mar
abierto. Los barcos musulmanes pensando que huían se lanzaron como lebreles en
su persecución, pero cuando el almirante castellano se vio en altamar, hizo
frente a la flota musulmana hundiendo algunos barcos, apresando tres galeras y
poniendo en fuga al resto.
.- Majestad,
¿Dónde se encuentra ahora la flota castellana?. Preguntó don Diego López de
Haro.
.- Ramón Bonifaz,
siguiendo órdenes mías, ha anclado la flota a la altura de Aznalfarache para
dar un descanso a sus hombres y hacer reparaciones en algunos de sus barcos. No
obstante, he mandado llamar al almirante y a alguno de sus hombres para que
vengan a esta reunión y no tardarán.
Todavía estaba
hablando el rey cuando uno de los centinelas anunció desde la puerta al
almirante de Castilla.
El rey mandó
pasar a los marinos que después de saludar respetuosamente tomaron asiento
formando un círculo junto a los demás nobles y eclesiásticos. Después, a una
invitación de Fernando III para que hablara, ramón Bonifaz se expresó en los
siguientes términos:
.- Majestad,
nobles y religiosos de la Corona de Castilla, antes de llegar a esta reunión he
recorrido a caballo, escoltado por caballeros de la Orden de Santiago, la
margen del Guadalquivir y he podido ver que Sevilla será muy difícil tomarla
sin cercarla totalmente también por el río. Pues además del puente de Triana,
por el que entra mucho avituallamiento a la ciudad, hay un montón de pequeñas
barcazas que, aprovechando la oscuridad de la noche, también
traen víveres, armas y soldados para los cercados. La única forma de solucionar
este inconveniente es que mi flota se haga la dueña del río y no deje transitar
por él ni una sola lancha. Limpiado este de enemigos, podremos atacar las
almenas de las murallas desde los barcos con saetas y catapultas, y si fuera
necesario hacer un desembarco de hombres para atacar alguna de las puertas.
Todos los
asistentes eran guerreros profesionales y sabían que era cierto lo que el
marino decía, pero su mente estaba pendiente de algo que Bonifaz había
mencionado de pasada y que para ellos resultaba crucial, por eso haciéndose eco
del pensamiento de todos, el arzobispo de Santiago don Juan Arias, que tenía su
campamento cerca del Tagarete, tomó la palabra y dijo:
.- Señor
almirante, habéis hecho una exposición del plan de batalla, en todo lo que a la
flota se refiere, diáfana y exhaustiva, pero habéis mencionado el puente de
barcas de Triana que une la fortaleza y la ciudad, al parecer sin darle mucha
importancia y habéis de saber que no solamente sirve para la llegada de
víveres, sino que dicho puente convierte a Triana en inexpugnable, ya que en
caso de necesidad recibe a través de él
armas y soldados de la ciudad.
.- Señor
arzobispo, claro que doy importancia al puente de Triana, pero la ruptura de
ese puente lo considero cosa mía y ya en este momento se están preparando las
dos naves de mayor tamaño, reforzando su quilla y armándolas con todo lo
necesario para tal misión. Fijaos, señor arzobispo si lo considero de vital importancia,
que una de esas naves la mandaré yo mismo.
Después
dirigiéndose a Fernando III, dijo con voz calmada y segura como habla todo
aquel que sabe lo que se ha de hacer.
.- Majestad, para
que mi flota llegue al puente de barcas de Triana (este puente estaba
donde está ahora el puente que lleva su mismo nombre) , ha de pasar lugares
peligrosos donde se nos puede atacar desde las orillas, sobre todo me
intranquiliza el paso junto a la torre albarrana que defiende la
ciudad y que los musulmanes llaman “Burj Aldhahab” (“Torre
del Oro”) ; esa torre está muy bien armada y puede causarnos mucho
daño, por lo que propongo que antes de llegar las naves al recodo del río, esa
maldita torre debe ser atacada para distraer las fuerzas y que no puedan
concentrarse todas en la orilla del Guadalquivir por donde vamos a pasar.
.- Así se hará,
dijo el rey, antes que vuestras naves sean avistadas por los vigías de la
torre, mis tropas ya estarán atacándola, y por el lado derecho del río los
caballeros de la Orden de Santiago, se encargarán de que ningún sarraceno se
acerque a la orilla. Quiero que en el palo mayor de las dos naves que atacarán
el puente, se ponga bien visible la cruz de Cristo y que él os guie.
.- Lo haré
Majestad. Ante algunos bulos que corren diciendo que las barcas que hacen de
pilares del puente están todas ellas unidas por una fuerte cadena, me he
informado bien y no es así. Las barcas están unidas unas a otras por gruesos
tablones de madera y atadas con fuertes nudos marineros (así ha estado el
puente de Triana hasta mediados del siglo 19); las cadenas solamente están
en las dos orillas, mas no debemos olvidar que su anchura es de 7 metros, y
sobre él nos encontraremos un buen número de soldados dispuestos a morir antes
de que seamos capaces de romper ese cordón umbilical que une Triana con
Sevilla. No obstante, mis hombres y yo lo intentaremos.
.- No resultará
fácil, dijo el señor arzobispo de Santiago, pues supongo que sabéis que
tendréis que navegar contra corriente y eso hará más difícil vuestra empresa.
.- Con ello
cuento, mas eso son problemas de marinería y los problemas de marinos somos los
marinos los que los tendremos que resolver.
.- Señor
almirante, dijo el rey Fernando III, marchad y haced como habéis dicho, sólo
quiero que cuando consideréis oportuno iniciar el ataque, un mensajero vuestro
me informe con suficiente tiempo para poder acometer contra la torre.
Así se hizo, y el
día tres de mayo la flota se puso en marcha remontando el curso del
Guadalquivir. Bonifaz había esperado a que subiera la marea para que esta
contrarrestase la corriente del río, y como si un milagro de la Virgen que
tanto veneraba Fernando III se realizase, un viento favorable a las naves
arreció con fuerza imprimiendo en ellas gran velocidad.
Todo marchaba
bien aquel día de primavera, el sol brillaba claro en un cielo azul y hacía
resplandecer las cruces colocadas en lo alto de los mástiles. Ramón Bonifaz
había dicho a sus marinos y a los soldados embarcados con él, que el primer
ataque vendría de la Torre del Oro, pero que su principal preocupación debía de
ser defenderse de las flechas que de ella vendrían, ya que no iban a intentar
repeler el ataque. También advirtió que si les llegaba el fuego griego, no
intentasen apagarlo con agua pues era peor, para lo cual les proveyó de mantas
para taparlo y extinguirlo.
Las naves
avanzaban en silencio más cerca del lado derecho del río donde la caballería de
la Orden de Santiago escoltaba la navegación. De pronto, un silbido agudo y
estridente rasgó el aire de la mañana y una flecha enorme disparada por una
ballesta de asedio se fue a clavar con gran estruendo en el palo mayor de la nave
capitana. Había empezado el combate y desde las almenas de la torre empezaron a
disparar flechas, grandes piedras con catapultas y alguna que otra bola de
fuego griego. Pero la torre estaba siendo atacada por el ejército de Fernando
III, y sus defensores tenían que dividir sus fuerzas para repeler el ataque.
Esto hizo más fácil el paso de la flota que con pocos desperfectos, aunque con
las cubiertas, las velas y los mástiles erizados de saetas, enfilaron río
arriba, ahora por todo el centro de la corriente con las dos naves preparadas
para el impacto navegando en cabeza de la formación.
En el puente, un
gran número de musulmanes armados hasta los dientes y con catapultas ligeras,
abrieron fuego en cuanto los barcos estuvieron a tiro de ballesta, pero la
numerosa tripulación de la flota contestó con una lluvia de flechas que causó
gran número de bajas en los enemigos. El primero de los buques preparados para
el choque, que se llamaba “La Rosa de Castro”, estaba hecho en
Castro Urdiales y comandado por Ruy González, impactó con tanta fuerza que sin
quebrarlo lo zarandeó de tal manera que derribó a la mayoría de sus defensores
cayendo muchos al agua. El segundo choque fue el de la nave capitana al mando
de Bonifaz que estaba construido en Santander y se llamaba “Carcena”,
y lo hizo con tanta fuerza que partió el puente y pasó navegando al otro lado.
El puente, al ser flotante y quedar roto en dos, abrió por el centro un gran
boquete que los barcos aprovecharon para cruzarlo al tiempo que lo incendiaban
para que el fuego lo destruyera.
Al destruir el
puente que unía Triana con Sevilla, Axataf y la junta de nobles de la ciudad,
perdieron toda esperanza de recibir refuerzos y víveres de parte de sus
hermanos almohades, pero se mantuvieron firmes en la defensa rechazando una y
otra vez los ataques cristianos a sus murallas.
El trabajo en el
asedio de la ciudad por parte de la flota de Ramón Bonifaz era crucial. Por el
río no volvieron a navegar ningún tipo de barcas que pudieran ayudar a los
cercados, además desde los barcos de la flota se atacaban las murallas
sevillanas con catapultas y saetas de asedio, manteniendo siempre la amenaza de
desembarcar tropas para atacar los muros más de cerca. Esto originó que a pesar
de los fracasados asaltos cristianos que una y otra vez se estrellaban contra
las murallas de la ciudad, apareciese un enemigo más letal sin estar armado;
era el hambre que pasados unos meses empezó a hacerse sentir en todos los
sitiados tanto en Sevilla como en la fortaleza de Triana.
El alfaquí Orías
y los alcaides de Triana, bajo bandera blanca, pidieron permiso a Fernando III
para cruzar el río y reunirse con Axataf y los nobles de la ciudad para tratar
sobre que se podría hacer. Fernando se lo concedió y días después unos
emisarios autorizados cruzaron el río para hablar con el rey. Éste después de
haberlos recibido y estando acompañado de su hijo Alfonso y otros nobles
castellanos preguntó:
.- Señores
emisarios, después de la reunión que han celebrado, ¿qué es lo que propone Axataf?
.- Majestad, dijo
el portavoz de los emisarios en perfecto castellano, Axataf y la nobleza
sevillana, proponen entregaros las fortalezas que aún están en nuestro poder y
todas las rentas que Sevilla produzca. A cambio de dejarnos vivir en nuestra ciudad,
seremos vuestros vasallos y pagaremos las parias que vos nos impongáis.
.- Vuestro
pueblo, durante muchos años, ha predicado y practicado la “Yihad” (guerra santa)
contra el cristianismo, pero ahora la situación ha cambiado y somos los
cristianos quienes estamos inmersos en una Santa Cruzada contra
el Islán. Marchad y decid a vuestros nobles que no puedo aceptar su propuesta y
que sólo aceptaré la rendición total y el abandono de la ciudad.
Siguió la lucha y
en uno de los ataques llevados a cabo frente a las murallas de la Macarena, el
rey, que siempre dio muestras de ser un valiente guerrero, se encontraba
dirigiendo el asalto, cuando una saeta de ballesta se fue a clavar en el arzón
de su silla de montar, rasgando el manto donde Fernando III llevaba siempre
envuelta su pequeña imagen de la Virgen. Fracasado el asalto y de vuelta a su
tienda, dicen los cronistas de la época, que el rey pidió hilo y aguja para
coser el corte. Al verlo uno de sus caballeros se atrevió a decirle:
.- Majestad, no
está bien que un rey se ponga a coser,
yo puedo llamar al sastre para que él lo remiende.
.- Gracias por
vuestra oferta pero sabed, que en lo tocante a las ropas de Nuestra Señora,
bien puede el rey de Castilla realizar el trabajo de un humilde sastre.
La anécdota
corrió de boca en boca por todo el campamento, y muchos pensaban que tenían a
un santo por rey. Por este motivo los sastres del ejército lo nombraron hermano
mayor de la hermandad de San Crispín, que es el patrón de los sastres.
En embajadas
sucesivas, los sitiados hicieron otras ofertas tales como ofrecer un tercio de
la ciudad al ejército cristiano y en otra propusieron dividir la ciudad por la
mitad con un muro, ofreciendo una mitad para los cristianos y la otra se la
reservarían los musulmanes, pero Fernando III contestó que la ciudad debía de
quedar libre e intacta. En una última negociación propusieron derribar el
minarete de la torre de la mezquita y el príncipe Alfonso que estaba allí y que
había visto de lejos la torre de la mezquita y conocía su valor arquitectónico,
intervino airado en la negociación diciendo:
.- Si los
musulmanes de Sevilla tocan un solo ladrillo de la mezquita o de su minarete,
las tropas cristianas conmigo a la cabeza pasaremos a cuchillo a todos los
habitantes sin perdonar a ninguno.(dicho minarete es la actual Giralda de
Sevilla).
.- Majestad, dijo
el portavoz musulmán dirigiéndose al rey, decidnos cuales son vuestras
condiciones.
.- Mis
condiciones son las siguientes:
Todos los habitantes
que no acepten la religión cristiana deberán abandonar la ciudad en el plazo de
un mes, con todo lo que puedan llevar consigo.
Para los que
quieran ir a África yo habilitaré 13 naves para que los lleven y tendrán sus
salvoconductos pertinentes.
Y por último, la ciudad de Sevilla ha de ser
entregada con todos sus edificios intactos salvo los deterioros que la guerra
haya ocasionado.
.- Estas son mis
condiciones y deberán ser aceptadas sin discusión.
Al ver la intransigencia de Fernando III
y de su hijo Alfonso, los musulmanes aceptaron las condiciones del vencedor y
el día 23 de noviembre la ciudad de Sevilla se rindió al ejército cristiano,
dejando un mes de plazo, a partir de ese día, para ser evacuada la ciudad.
Muchos de los sevillanos eligieron
marchar hacia Jerez formando una grandísima caravana que fue escoltada por la
Orden de Calatrava con su maestre a la cabeza.
Pasado el mes
justo, el día 23 de diciembre de 1248 entró en Sevilla el rey Fernando III
encabezando una gran comitiva. Se encaminaron hacia la gran mezquita que
previamente había sido consagrada al culto cristiano por el arzobispo de Toledo
Gutierre Ruiz de Olea.
La reconquista de Sevilla supuso un duro golpe para el
Islán que ya solamente dominaba el reino de Granada, y este como vasallo de la
corona de Castilla. Fue tan grande la transcendencia que tuvo este hecho que
muchas villas y hombres nobles de la cornisa cantábrica incorporaron en sus
escudos heráldicos imágenes que hacían alusión a la toma de Sevilla, en
especial a la ruptura del puente de barcas de Triana por las naves que de
aquella cornisa habían salido; así se pusieron en sus escudos barcos y cadenas
e incluso alguno de ellos añadió la Torre del Oro como ocurre en el escudo de
Santander.
ESCUDO DE SANTANDER
En la iglesia parroquial de Santa
María de la Asunción, en Laredo, se conserva un trozo de la cadena, que según
la tradición se llevó como recuerdo de aquel célebre triunfo.
Fernando III, como buen militar que
era, se dio cuenta de que sin Sevilla y controlado el río Guadalquivir por la
flota castellana, el poder de los musulmanes en el “Al-Ándalus era
prácticamente nulo, así que, tras conquistar buena parte de pueblos y castillos
del sur de la península, su mayor preocupación fue asegurar los territorios
reconquistados. Para lograr este objetivo repobló los nuevos territorios
donando tierras y castillos a los nobles y Órdenes militares que habían
participado en la reconquista, y dando casas y tierras a los soldados y
castellanos venidos del norte para que pudieran asentarse allí.
Fernando III
además de un gran militar, fue un gran protector de las ciencias y las letras.
Mandó traducir al castellano el “Fuero Juzgo” e inició el “Código
de las siete partidas”. Fue bondadoso con los necesitados
y firme con los poderosos a los cuales doblegó; además llevó siempre una vida
ejemplar y religiosa hasta su muerte que le llegó a la edad de 54 años en el
Alcázar de Sevilla, pidiendo ser enterrado en la catedral sin lujos, deseo este
que no fue respetado, ya que sí fue sepultado en la catedral, pero su sepultura
es muy lujosa. Fue tan y por tantos considerado como santo, que el 4 de febrero
de 1671 fue elevado a los altares por el Papa Clemente X.
Su
hijo y sucesor Alfonso X en el año 1254, dispuso que todos los años el día 23
de noviembre, que se celebra la festividad de san Clemente, se haría una
procesión solemne en la que un representante de la ciudad sacase en procesión
la espada de Fernando III el Santo, llamada espada “Lobera”, y todavía
hoy se sigue haciendo.
ALFONSO X “EL SABIO”
El tiempo corre veloz y las coronas de
los reyes de Castilla se suceden unas a otras como los eslabones de una cadena.
El día 31 de mayo de 1252 falleció Fernando III el Santo y al día siguiente,
fue proclamado rey el infante Alfonso, que reinaría en Castilla y León con el
nombre de Alfonso X, al que la historia posteriormente apodaría con el
sobrenombre de “El Sabio”.
Alfonso X, muerto
ya su padre, siguió la ofensiva contra los musulmanes y para ello se fijó como
objetivo invadir el Magreb, pues estaba seguro de que, si
conquistaba el norte de África, no habría más invasiones musulmanas en la
Península y sobre todo se terminarían las ayudas que desde África llegaban al
reino de Granada.
Mandó construir
grandes atarazanas en Sevilla para la construcción de barcos y
mandó venir a su presencia a Juan García de Villamayor que era un
hombre de la total confianza de Alfonso X, y una vez en su presencia le dijo:
.- Quiero contar
contigo para un proyecto que hace tiempo vengo pensando. He mandado construir
atarazanas en Sevilla a orilla del Guadalquivir y quiero que vos superviséis la
construcción de un gran número de barcos, unos de carga y otros de guerra.
.- Así lo haré
majestad pero. ¿con qué autoridad puedo yo realizar tan importante trabajo? El
Rey de Castilla tiene buenos constructores, buenos pilotos y buenos marinos.
Cualquiera de ellos podría realizar ese cometido.
.- No. Sois vos
la persona que he elegido porque desde hoy seréis nombrado Almirante de
Castilla, y seréis vos quien elija la clase de barcos que vais a necesitar para
invadir el norte de África, y así impedir que el reino de Granada reciba ayuda
de sus hermanos de religión.
.- Señor,
intentaré con todas mis fuerzas ser digno del cargo que me concedéis y
prepararé con minuciosidad la flota que nos permita el paso del estrecho, pero
sabed Majestad que esta empresa costará mucho dinero a las arcas reales.
.- Eso no debe
preocuparos, el Santo Padre ha proclamado una Cruzada y gracias a eso podremos
recibir ayuda económica de todos los reinos cristianos de Europa.
Las atarazanas de
Sevilla en frenético trabajo construyeron barcos nuevos y reformaron y
repararon otros viejos, y en el verano del año 1260, una flamante flota zarpó
del puerto fluvial de Sevilla y descendiendo por el río Guadalquivir, llegó al
mar y se dirige a la ciudad de Salé (actual Rabat) que estaba
fuertemente fortificada. La ciudad fue asaltada y saqueada en medio de una gran
carnicería. A pesar de esta rápida y contundente victoria, la conquista de
parte del norte de África para crear allí una franja castellana permanente, no
se llevó a cabo y después de un tiempo, la flota se vio forzada a regresar a la
Península.
Después de este
fallido asalto al norte africano, Alfonso tuvo que poner orden en los
territorios de Andalucía y Murcia que se habían rendido a cambio de pagar
parias al reino castellano, pero que se les había permitido vivir en sus
ciudades manteniendo su religión y sus costumbres. Los reyes de Granada y Túnez
los incitaron a la rebelión con la promesa de su ayuda.
Alfonso X que ya
estaba casado con Violante, hija de Jaime I “El Conquistador” rey de Aragón,
pidió ayuda a su suegro y este se la concedió. Mientras Alfonso se encargaba de
los territorios del sur peninsular en una guerra de victorias sucesivas, donde
se vuelven a oír disparos de pólvora que, según algunos historiadores, ya se
habían dado en la reconquista de Lebrija y Cádiz. Los historiadores hacen constar
que estos disparos eran más el ruido que su contundencia y todavía no influían
para nada en el resultado de las batallas.
Mientras Alfonso
se había encargado de sofocar la revuelta del sur de la Península, su suegro
Jaime I se encargó de vencer a los sublevados de los reinos de Valencia y
Murcia. Así en pocos meses esta revuelta que la historia reconoce con el nombre
de “Rebelión Mudéjar”, fue aplastada y anulados todos los
anteriores pactos. Sus habitantes tuvieron que abandonar estos lugares y
emigrar a Granada o a otros reinos del norte de África, quedando muchos lugares
despoblados, que él se preocupó de repoblarlos.
Alfonso X no fue
como sus antepasados que llegaron a reyes siendo aún niños. Alfonso que había
nacido el 23 de noviembre de 1221, no es coronado rey hasta el día 1 de junio
de 1252, con treinta años cumplidos; quizás por este motivo fueron célebres sus
amoríos juveniles, pues hay que tener en cuenta que un príncipe heredero de la
corona de Castilla, de elevada estatura, agraciado de facciones, con una gran
cultura y exquisitos modales, tenía que ser a la fuerza el centro de atracción
de las bellísimas damas de la corte.
Sabemos que este rey tuvo numerosas amantes
de las que podemos destacar aquí a los 19 años se enamoró de María Alonso de
León; que era su tía carnal e hija del rey de León Alfonso IX. Esta había
estado casada, y al quedarse viuda se enamoró de su sobrino y fruto de esta
relación concupiscente, nació una hija llamada Berenguela.
Poco tiempo
después, sus ojos se fijaron en Elvira Rodríguez de Villada; y de sus amores
con esta dama nació Alfonso Fernández apodado “El Niño”. El rey se preocupó de
proporcionarle un futuro digno de un hijo de rey, aunque este hijo fuera
bastardo, y le casó con su prima Blanca Alfonso de Molina.
Más tarde, pero
no muy alejada en el tiempo se enamoró de la mujer que posiblemente fue el amor
de su vida, doña Mayor Guillén de Guzmán con la que fue padre de Beatriz, con
toda seguridad su hija predilecta y que consiguió casar con Alfonso III de
Portugal, por lo que llegó a ser reina del país lusitano.
Con este
matrimonio surgió un conflicto importante ya que el rey de Portugal estaba
casado con Matilde de Bolonia. ¿Por qué hizo esto el rey portugués?, lo hizo
porque su esposa Matilde no le daba un hijo que pudiera ser heredero al trono.
Matilde al ver ese acto tan feo y pecaminoso de su marido, le denunció por
bigamia ante el Papa Alejandro IV, y éste le condenó por adulterio exigiéndole
que devolviera la dote que la condesa Matilde había aportado al matrimonio.
Era tan grande
el poder de la Iglesia en aquellos siglos, que hasta los reyes tenían miedo de
las decisiones papales que en alguna de las veces llegaban a excomulgarles. En
esta ocasión la suerte o el destino jugó a su favor pues al poco tiempo murió
la esposa que había repudiado y un poco más tarde, también murió, el Papa
Alejandro IV. El nuevo Papa Urbano IV ante hechos consumados como las dos
muertes y el haber tenido ya tres hijos fruto del matrimonio con Beatriz, dio
por legítimo el matrimonio.
Aunque estas
fueron las tres amantes más conocidas de Alfonso X, se sabe que tuvo algunas
más, pues él que era cuidadoso a la hora de proteger a sus vástagos, aunque
estos no fueran hijos legítimos, en su testamento reconoce y favorece a otros
dos hijos cuyas madres no nombra: a don Martín Alfonso que fue Abad en
Valladolid y a Urraca Alfonso.
MATRIMONIO Y DESCENDENCIA DEL REY
Después de todos los escarceos amorosos
que he relatado y que el rey Alfonso X llevó en su juventud cuando todavía era
infante, pues su padre no había muerto, le llegó por fin la hora de contraer
matrimonio.
Fernando III “El
Santo” había logrado prometer a su hijo dos veces. La primera, siendo aún niño,
con la infanta Blanca hija del rey Teobaldo de Navarra, pero este compromiso no
se llevó a efecto; como tampoco se llevó a efecto el segundo compromiso con
Felipa de Ponthieu. Posteriormente a estos compromisos fallidos, en el año
1240, se acordó su matrimonio con la hija de Jaime “El conquistador” rey
de Aragón, llamada Violante que era una niña de 4 años. Este compromiso
era muy beneficioso para Castilla y para Aragón, ya que esta unión los
convertía en la mayor fuerza de la Península. Del mismo modo también le parecía
bien al Papado que veía en esta unión el fin de las guerras intestinas entre
los estados cristianos que a partir de ahora unirían sus fuerzas para luchar
contra el Islán.
Como Violante
tenía cuatro años, hubo que esperar seis años más para la entrega formal de la
princesa. Esta entrega se realizó en Valladolid el día 26 de noviembre de 1246,
firmando el contrato matrimonial entre ambos contrayentes que a la vez
recibieron la bendición nupcial. Por último, según el historiador Francisco de
Moxó, especializado en la historia de Aragón, Violante era tan niña que hubo
que esperar hasta el día 29 de enero de 1249, cuando ya tenía 12 años
cumplidos, para celebrar las bodas en la colegiata de Valladolid, con la
consiguiente consumación del matrimonio según el Derecho Canónico de la Santa
Madre Iglesia Romana.
Todos los
cronistas de la época están de acuerdo en que Alfonso X, un hombre en plena
juventud, con casi treinta años, no era feliz casado con aquella niña que era
incapaz de quedarse en estado a pesar de llevar casados ya más de dos años. El
rey Fernando III también deseaba ver antes de morir al primogénito de su hijo,
pues, aunque conocía a algunos de sus nietos bastardos, no los consideraba
dignos de heredar la corona de Castilla.
Llegó el año 1252
en que muere Fernando III, y Alfonso coronado rey de Castilla, no aguanta más
sin tener descendencia, y como su propia fertilidad estaba sobradamente
demostrada, echó la culpa a su esposa Violante acusándola de estéril.
Algunas historias
cuentan que queriendo una esposa fértil que le diera hijos sanos y pronto, se
puso en relación con el rey Haakon IV de Noruega, y concertó matrimonio
con una hija de éste llamada Kristina Hákonsdatter (conocida en España
como Cristina de Noruega). Según he podido comprobar, eso no fue así, pues las
fechas no cuadran, ya que el primer contacto que se tiene con Noruega es en el
año 1255 y por entonces la reina Violante ya era madre de al menos dos hijos de
los once que llegó a dar al rey de Castilla, demostrando que sí que era fértil,
y que si no había concebido antes, no había sido por falta de fertilidad si no
por exceso de precocidad.
CRISTINA DE NORUEGA (Covarrubias)
Brit Sorensen (escultor noruego)
Las primeras
relaciones que el rey Alfonso X tiene con Noruega se inician con la llegada a
Castilla en el otoño de 1255, de una embajada de aquellas tierras nórdicas para
tratar de establecer una alianza entre Noruega y Castilla que resultase
beneficiosa a los dos reyes Alfonso X y Haakon IV. Este último quería apoyar al
rey castellano en sus pretensiones a lograr la corona imperial ya que la muerte
de Federico II había dejado vacante el trono. Quería el rey noruego que después
de que Alfonso la consiguiera, que éste le cediera el control de la ciudad
imperial de Lübeck y así poder controlar Noruega los cereales del mar Báltico.
Los integrantes
de la embajada noruega traían numerosos regalos entre los que se destacaban
preciosos gerifaltes (halcones casi blancos) y azores mudados con ojos rojos
como rubíes, además de preciadas y delicadas pieles. Los castellanos los
recibieron con todos los honores y los colmaron de agasajos durante su
permanencia en Castilla que fue todo un año.
En el viaje hacia
el norte, Alfonso X mandó a Sira Ferrant, que ostentaba el cargo de
notario mayor de Castilla y que además era el consejero de su majestad, que
formara un grupo de delegados para negociar el tratado y las bodas de la
princesa Cristina con uno de sus hermanos. Esto demuestra que la boda no estaba
pensada para el rey, pues en el año 1256 ya habían nacido: Berenguela,
Beatriz y Fernando, y por lo tanto Alfonso ya no tenía disculpa para exigir
la nulidad matrimonial.
Las embajadas
noruega y castellana viajaron juntas a Noruega en el año 1256, y allí se trató
con toda minuciosidad la alianza entre los dos reinos, teniendo como acto
principal la boda de Cristina con uno de los cuatro hermanos de Alfonso X.
La lengua era
para los consejeros de una y otra parte un obstáculo muy grande a la hora de
entenderse, por tal motivo, el rey castellano había delegado en Sira
Ferrant, pues había estudiado en la Universidad de la Sorbona de París y
conocía a Pedro de Mar, obispo y consejero del rey Haakon IV. Los dos cultos
políticos hablaban perfectamente, además de sus lenguas maternas, el latín y el
francés.
.- Majestad, dijo
Sira Ferrant, cabeza de la delegación castellana, mi señor el rey Alfonso X de
Castilla os ofrece el casamiento de uno de sus hermanos con vuestra hija
Cristina, y a cambio os pide vuestro voto e intervención ante el Papa para que
éste le conceda el título de Emperador.
Haakon IV y sus
delegados oyeron aquella propuesta sin entenderla la mayoría de ellos, pero
Pedro de Mar le explicó al rey en su lengua, con todo detalle la oferta hecha
por el castellano. El rey conversó con él un corto rato al tiempo que
gesticulaba con las manos como si ya hubiera tomado una resolución
inquebrantable.
.- Mi Señor, dijo
a la asamblea el señor obispo noruego, está de acuerdo en la propuesta del rey
de Castilla pero con una exigencia y con un matiz.
.- ¿Cuáles son
esos dos puntos que suponen impedimento para la firma de nuestra alianza?.
.- El rey Haakon
IV exige que, en caso de necesidad bélica, el rey Alfonso X de Castilla le
ayude con las tropas necesarias para lograr sus fines, pues de todos es sabido
que el rey de Castilla dispone de una gran flota, y si sus barcos no son tan
rápidos como nuestros drakkares (nave vikinga), sí son lo
suficientemente grandes como para transportar gran número de soldados.
Sira Ferrant
conversó unos momentos con los miembros de su delegación, y llegaron a la
conclusión de que aquella exigencia podía ser aceptada por su monarca Alfonso
X, y así se lo expuso al rey Haakon IV.
.- Tenemos
potestad para afirmaros que vuestra
propuesta es aceptada por nuestro rey, pero ¿Cuál es el otro matiz que hace
inviable la firma definitiva de nuestra alianza?.
.- El matiz que el
rey Haakon IV hace constar y que para él es condición “sine qua non”,
consiste en que su hija Cristina tendrá la última palabra a la hora de elegir
esposo entre los cuatro hermanos del rey de Castilla, y todo ello supeditado a
mi consejo, según ha dispuesto nuestro rey.
.- Como ministro,
que soy del Señor, y teniendo en cuenta que el matrimonio es un hecho que debe
hacerse en plena libertad, puedo aseguraros que así se hará.
Puestos de
acuerdo en todos los puntos del tratado de alianza, se levantó acta por parte
de los notarios reales y se firmaron y sellaron todos los manuscritos, faltando
ya sólo, para ser ratificada dicha alianza, la boda de Cristina con el hermano
del rey Alfonso que ella eligiese.
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La princesa
Cristina era una joven espectacular, de estatura superior a lo normal, estrecha
de cintura, facciones más que agraciadas, largos y abundantes cabellos de áureo
color que sobrepasaban la cintura, labios de fresa y unos ojos tan grandes y
tan azules que parecían reflejar en ellos el azul de las aguas de los fríos
fiordos de su patria.
En el año 1257
las densas y frías nieblas, tan temidas por los navegantes noruegos, se
adueñaron de los fiordos y las tierras de Noruega, y navegar en aquella
situación era demasiado arriesgado; pero con la llegada del verano, las nieblas
se disiparon y el mar se tornó propicio para la navegación.
Dos enormes Drakkares
salieron del puerto de Tönsberg (Noruega). Uno de ellos llevaba a la
princesa Cristina con cuantiosos tesoros y un gran séquito de nobles y
diplomáticos, a cuya cabeza iba el embajador noruego Leoinn Leppur
que era miembro principal del Hird (consejo del rey de Noruega).
En el otro barco, un gran número de guerreros noruegos escoltaba a su princesa.
Navegaron, con la maestría de quienes se sabían descendientes de los antiguos
vikingos, a través de las frías aguas del mar del norte, durante el primer día
y el segundo, pero a medianoche de este segundo día el mar embraveció; las olas
alcanzaban gran altura y una terrible tormenta puso en gran peligro las
embarcaciones. No se veían las estrellas que eran importantes para la
navegación, y en su lugar grandes nubarrones descargaban intensa lluvia, entre
el estruendo de los truenos y la deslumbrante luz de los relámpagos que
iluminaban las olas espumosas, como si fueran las fauces de una gigantesca
bestia dispuesta a tragarse las embarcaciones y las vidas de cuantos iban en
ellas. Algunos de los viejos remeros, ante aquellos truenos y aquellos rayos,
aunque hacía tiempo que Noruega era cristiana, pensaron en Thor el dios
mitológico del trueno y del rayo. Por más de que ellos eran valientes soldados
y expertos navegantes, al resplandor de la pálida luz de los relámpagos se
podía ver en sus curtidos y barbudos rostros el signo de la preocupación
mientras, aferrados a los remos y empapados por la lluvia y la salada espuma
del mar, luchaban con todas sus fuerzas por dominar la situación.
.- Majestad, le
dijo a la princesa Cristina el embajador Leoinn Leppur, guardaos con vuestras
doncellas en el camarote y rezad por todos nosotros. Estad segura que la
tripulación que tenemos es de lo mejor de Noruega, y con ellos y la ayuda de
Dios nos salvaremos.
.- Señor
embajador, allí nos recogeremos mis doncellas y yo y juntas rezaremos a San Olav
patrón de nuestra patria, para que interceda por todos nosotros ante Dios
Nuestro Señor.
Después de una
noche en la que parecía que todas las fuerzas del Averno se habían puesto de acuerdo
para acabar con las embarcaciones, el mar se tranquilizó, el viento amainó y la
luz del nuevo día calmó los ánimos de todos los viajeros.
.- Señor, dijo el
capitán del drakkar donde viajaba la princesa al embajador, los daños que la
tormenta a producido en la embarcación no son de consideración, pero los
vientos y las olas nos han apartado de nuestra ruta y estamos cerca de las
costas de Inglaterra. Además, hemos dejado de tener contacto visual con el
drakkar donde viajan los guerreros de la escolta.
.- Bien capitán,
lo importante es que hemos salvado la vida de la princesa y las nuestras
propias, y por eso damos gracias a Dios Todopoderoso. Navegaremos hacia las
costas inglesas y después buscaremos un puerto donde parar y reparar los daños
del barco. Quizás en este tiempo aparezca el barco que nos escoltaba.
.- Así lo haremos
señor, siguiendo la costa llegaremos a Yarmouth (Inglaterra),
que es un puerto seguro y con todo lo necesario para lo que queremos.
Al poco tiempo de
estar navegando a la vista de la costa inglesa avistaron al otro drakkar que
debido a la violencia de la galerna también le había llevado cerca de
Inglaterra. Las dos naves se aproximaron y así siguieron juntas hasta llegar al
puerto antes mencionado de Yarmouth, donde fueron bien recibidos y se tomaron
el tiempo suficiente para descansar en tierra y hacer las reparaciones
oportunas.
Estando las
embarcaciones preparadas para zarpar, marinos ingleses se presentaron ante los
capitanes de las dos naves diciéndoles:
.- Señores, como marinos que también somos
nosotros, y habiendo oído que tenéis intención de partir hacia las costas
españolas, nos vemos en la obligación de informaros de que el golfo de Vizcaya
está frecuentado por naves piratas que a
estas alturas, ya habrán sido informados del personaje que transportáis y de
los tesoros que se encierran en vuestras bodegas.
.- Gracias por
vuestra información, dijo el embajador Leoinn Leppur. Si es así como nos decís,
proyectaremos otra ruta menos peligrosa. Sin embargo, a nadie dijo el camino
que seguirían ni cuando saldrían, pues de las costas inglesas podrían partir
pequeñas embarcaciones que pondrían en alerta a los barcos piratas. Cuatro días
después de ser avisado, reunió a los dos capitanes de los drakkares y les dijo:
.- Mañana al
despuntar el día zarparemos hacia las costa de Normandía
(Francia), pero esta orden no debe saberla nadie de vuestras tripulaciones
hasta el momento de partir, pues aunque nuestra escolta es lo suficientemente
numerosa y aguerrida para salir victoriosos en una confrontación con los
piratas del mar, no quiero derramamientos de sangre innecesarios. Hace días
mandé una pequeña embarcación con un mensaje para el rey de Francia pidiéndole
permiso para desembarcar en sus tierras, y hoy mismo me ha llegado la
contestación autorizándonos.
Los dos
drakkares, totalmente equipados y reparados, salieron al amanecer de Yarmouth
con sus afiladas quillas cortando las aguas del Canal de la Mancha, y ese mismo
día llegaban a las costas francesas de Normandía, donde fueron muy bien
recibidos por el rey Luis IX de Francia, el cual les proporcionó un salvoconducto
real y un capitán con seis lanceros que caminando a la cabeza de la
expedición, y llevando uno de ellos el pendón del rey francés, les permitió cruzar todo el país
desde Normandía hasta Narbona, en la costa mediterránea.
Desde Francia
pasaron a la Península cruzando los Pirineos por la frontera del reino de
Aragón, pasaron por las ciudades de Gerona y Barcelona donde el rey Jaime I “El
Conquistador” los recibió con todos los honores quedando prendado de la
hermosura de aquella joven princesa que, como una nívea flor de las montañas
noruegas, deslumbraba con su belleza a todo aquel varón que era capaz de mirar
sus limpios ojos azules.
Todo el reino de
Castilla esperaba con ansiedad la llegada de la princesa Cristina, ya que la
fama de su belleza le precedía como la luz de la aurora precede a la salida del
sol. Por fin, a mediados de diciembre, entraron en Castilla por las tierras de
Soria, provincia que en invierno muestras sus campos desnudos y yermos, donde
los vientos racheados del norte barren la paramera congelando el rostro de los
valientes que se atreven a transitar por ella. Soria, con sus montes casi
pelados y barrancos congelados donde solamente los lobos viven acechando los
rebaños que se alimentan en sus pobres pastos. Los expedicionarios, aunque eran
hombres del frío norte, cabalgaban envueltos en sus capotes de piel, soportando
el gélido viento con los ojos semicerrados, mientras la ventisca perlaba de
escarcha las crines de los caballos.
Tardaron pocos
días en atravesar las frías tierras sorianas, y justo el día de Nochebuena del
año 1257 entraban en Burgos alojándose en el Monasterio de las Huelgas, donde
fueron recibidos por la hermana del rey doña Berenguela, que era por entonces
señora de dicho monasterio. Allí pasaron la Nochebuena y la Navidad, y el día
28 de diciembre salieron hacia Valladolid.
El rey Alfonso X,
que ya muchos apodaban “El Sabio”, esperaba impaciente en Palencia la
llegada del séquito de la princesa Cristina, pero al saber por un mensajero de
la proximidad de las “gentes del norte” y ansioso por conocer la belleza de
aquella princesa tan bella que enamoraba a cuantos la contemplaban, se rodeó de
un pequeño grupo de caballeros y montando un magnífico alazán salió a recibirla
antes de llegar a la ciudad.
Alfonso X,
encontró a los expedicionarios muy cerca de Palencia en una fría mañana del día
uno de enero de 1258 y, a pesar de la baja temperatura, cuentan quienes
presenciaron el encuentro, que el rey quedó prendado de la belleza de aquella
hermosa princesa y que al coger la mano que Cristina, con gentil delicadeza le
tendió para que Alfonso besara, el calor que el rey depositó en aquel beso hizo
vibrar las fibras más sensibles del corazón de la princesa. Y cuentan que,
desde aquel día, cada vez que sus miradas se cruzaban, los ojos de ambos
brillaban con una luz especial.
La noche de fin
de año y el día de año nuevo, Cristina y sus más de cien caballeros noruegos,
los pasaron en Palencia. Ciudad esta que se vistió de fiesta para acoger a toda
aquella gente de hablar extraño y costumbres diferentes que habían venido de la
lejana Noruega, otrora temida a causa de los terribles vikingos, y que ahora
habían llegado en son de paz escoltando a su joven princesa que, si quizás
había soñado con ser reina de Castilla, ahora sería infanta de la misma.
El día 2 de
enero, unido Alfonso X con todo su séquito a la expedición extranjera formaron
un pequeño ejército de nobles, religiosos y caballeros, que salieron de Palencia
en dirección a Dueñas donde
hicieron alto y se alojaron en su castillo, que se alzaba sobre un cerro
vigilando la ciudad y que apoyado por las fortalezas de Tariego, Magaz y Cevico
de la Torre, dominaba una amplísima zona de la vega y tierras del Pisuerga y
Cerrato.
Al escribir
estas líneas y visitar estos lugares, que pena me dio comprobar que de los
cuatro castillos que aquí menciono ninguno ha llegado a nuestros días. Esta
Castilla que tanto amo y que ha sido protagonista de tan bellas páginas de
nuestra historia, con que facilidad olvida su pasado, y cómo algunas de sus
hazañas gravadas en las piedras de sus castillos, en sus murallas o en sus
monasterios, no han logrado sobrevivir al tiempo y a las manos de los hombres
que los han destruido. Sin ir más lejos, el castillo de Dueñas que otrora se
levantaba soberbio y altivo sobre la ciudad que en el siglo XII fue donado por
el rey al Cid Campeador, nombrándolo como “El castro de Domnas”, nombre
que hace referencia a las monjas que fundaron el imponente cenobio de “Santa
María de Remolino” en el siglo IX,
que eran conocidas por el ya mencionado nombre de domnas, y que dieron
nombre a la ciudad, desapareció del todo, al ser husadas las nobles piedras de
sus murallas y castillo para la construcción, en el año 1829, del Canal de
Castilla. Los más versados, al leer esta historia, dirán: Por qué si el nombre
de Dueñas viene de las monjitas denominadas domnas, ¿a qué se debe que el
gentilicio de sus habitantes sea “eldanenses”? Pues el motivo es que la
historia de Dueñas se remonta a tiempos aún más pretéritos de los que estamos
hablando. La historia nos dice en la pluma del historiador griego Ptolomeo, que
antes de la venida a España de los romanos, en este lugar ya existía una ciudad
con el nombre de “Eldana” y este es el motivo y no otro por el cual sus
habitantes se llaman “eldanenses.”
El día 4 de enero
de 1258, la caravana de noruegos y castellanos salió de Dueñas en dirección a
Valladolid. El rey Alfonso X montando con gallardía su magnífico corcel,
encabezaba con sus castellanos la expedición. La mañana era fría y una densa
niebla se cernía sobre el curso del Pisuerga, envolviendo a castellanos y
noruegos con su gélido y húmedo aliento. La princesa Cristina viajaba en una
confortable carroza tirada por cuatro caballos castaños, fuertes de remos y
dóciles a las riendas de su cochero. Ya cerca de Valladolid, el sol pudo con la
espesa niebla quedándose una tarde soleada y sin viento. Cristina, viendo el
tiempo que hacía y divisando a lo lejos las torres de Santa María “La Antigua”
y de la colegiata, mandó parar al cochero y reclamando su caballo, se apeó de
la carroza y montó un magnífico corcel blanco como la nieve, de largas y
onduladas crines, poblada cola y fuertes remos. Alfonso X que atento a la
marcha de la expedición se dio cuenta de lo ocurrido, frenó su caballo y dando
órdenes a sus hombres de seguir, volvió grupas y se puso al lado de la princesa
para cabalgar a su lado.
A la ciudad de
Valladolid había llegado la noticia de la proximidad del rey escoltando a la
princesa, mucho antes que los propios viajeros avistaran la ciudad. Por ese
motivo cuando la real comitiva enfilaba el Puente Mayor, que daba y da acceso a
la villa, cientos y cientos de ciudadanos de todas condiciones y clases
sociales, se agolpaban a orillas de la carretera y calles de la urbe.
Cabalgaban rey y princesa uno al lado del otro, vestidos con lujosas ropas, y
sus vistosas y amplias capas caían sobre las grupas de sus briosos caballos,
guiados ambos por sendos espoliques para evitar cualquier
contratiempo. Así entre vítores y batir de palmas, llegó la comitiva hasta el
Alcázar Real; también hoy desaparecido y cuyos restos pueden apreciarse
aledaños a la Plaza del Poniente. Los hermanos del rey, la guardia de honor y
gran parte de la servidumbre, estaban a la puerta del palacio para dar la
bienvenida a la regia comitiva. También allí estaba doña Violante, esposa de
Alfonso X, que, al ver a aquella bellísima doncella nórdica, gentilmente
acompañada de su esposo, que la llenaba de agasajos y cortesías, sintió que los
celos arraigaban en su corazón, y la sonrisa que dedicó a los recién llegados
fue fría y forzada. Ella era todavía una mujer bella pero los embarazos y los
partos que había tenido dando hijos al rey, la dejaban en una situación de
desventaja para competir con la princesa nórdica.
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El salón real del alcázar estaba abarrotado por la nobleza
castellana, gran número de obispos y la no menos numerosa nobleza noruega con
algunos también de sus clérigos. La sesión, que había sido convocada por el rey
de la corona de Castilla Alfonso X “El Sabio”, era presidida por él mismo,
teniendo a su lado a tres de sus cuatro hermanos solteros en aquel momento. La
representación noruega estaba presidida por la princesa Kristina Hakonsdatter
(Cristina de Noruega) y el consejero de su padre Lodinn Leppur. El rey Alfonso
X requirió silencio y después de saludar a la princesa, habló así:
.- Hoy, en este
gran salón del alcázar de Valladolid, está reunida lo más granado de la nobleza
castellano-leonesa y los más insignes representantes de nuestra Santa Madre
Iglesia de la corona de Castilla. Estamos aquí por dos motivos: el primero de
ellos, para dar la bienvenida a la princesa Kristina Hakonsdatter y a todo su
séquito formado por los no menos nobles caballeros del reino de Noruega y sus
obispos y eclesiásticos, también cristianos como nosotros, que los acompañan.
El segundo motivo es para que pueda cumplirse y quede ratificado el compromiso
que ya hace años, el rey Haakon IV y yo firmamos a través de nuestras
respectivas embajadas. En dicho compromiso se decía, entre otras cosas de las
que luego hablaremos, que la princesa Cristina, su hija, contraería matrimonio
con uno de mis hermanos, todos ellos infantes de Castilla, y así se hará.
.- Majestad, dijo
Lodinn Leppur; en el tratado se decía, que mi señora la princesa Kristina
Hakonsdatter, tendría la potestad de ser ella quien eligiera marido entre los
infantes, y que en esta elección sería tenida en cuenta también la opinión del
consejo noruego, y sobre todo la mía misma como representante de mi soberano.
.- Y así se hará,
señor embajador, no está en mi intención mover ni siquiera una coma de lo
acordado con vuestro rey Haakon IV a quien Dios guarde muchos años. Aunque no
estuviera escrito y sellado en el tratado, la palabra del rey de Castilla es
ley y como tal sería cumplida.
.- Nos satisface
a todos que así sea, aunque no esperábamos otra cosa de vos, pero nos habíais
hablado de cuatro hermanos en edad de contraer matrimonio y a vuestro lado sólo
veo tres. ¿Cuál es el motivo de esa ausencia?
.- Mi hermano, el
infante Enrique, se encuentra en estos momentos en viaje por Inglaterra pero,
aunque está ausente, puede considerarse como un candidato más.
.- Así será
considerado. Solamente pedimos unos días para que, teniendo todos los informes
de los cuatro infantes, podamos reunirnos en consejo con nuestra princesa y
elegir el que creamos más adecuado. La decisión de nuestra princesa, asesorada
por nuestro consejo, se os comunicará lo antes posible.
Disuelta la
reunión, en la que también se trataron otros temas concernientes al tratado
concertado entre el rey de Castilla y el de Noruega, la princesa Cristina y sus
consejeros se reunieron, días después en privado, y se pusieron a sopesar uno
por uno los pros y los contras de cada uno de los infantes.
El hermano mayor,
Fadrique, tenía 35 años y esa edad a la princesa le pareció excesiva,
además el infante ya estaba casado y aunque su esposa estaba en Italia y en
vías de separación, a los miembros del consejo real, no les parecía marido apropiado
para su princesa, y así se lo hicieron saber a ella, que les respondió
diciendo:
.- Estoy de
acuerdo en desechar ese candidato pues además de todos esos detalles hay otro
que a mí me desagrada sobremanera.
.- ¿Cuál es ese
detalle si es que puede saberse?. Dijo sonriendo Lodinn Leppur.
.- Pues que tiene
una fea cicatriz en el labio superior
que afea su rostro y le proporciona
una expresión un tanto desagradable aun cuando sonríe.
Algunos miembros
del consejo rieron la objeción de su joven y bella princesa; y el embajador
Lodinn Leppur dando la razón a Cristina, pues efectivamente el infante Fadrique
había sufrido un accidente de caza que le había dejado una fea cicatriz, siguió
hablando.
.- Del infante Enrique
tengo buenas referencias, pero no lo conocemos en persona, sabemos que tiene 28
años, buena edad para vuestro matrimonio, pero es demasiado belicoso y de
fuerte carácter, por lo que puede ser uno de los candidatos, pero primero
veamos como son los restantes.
.- No contraeré
matrimonio con nadie a quien no conozca en persona, y si es posible tenga
algunas conversaciones, bien sean públicas o bien sean privadas, me es indiferente, pero el
conversar con él, me dará una idea de cómo es su personalidad. Aparentemente el
infante Felipe me causó buena impresión. Es apuesto, agraciado en el rostro y
de modales educados. ¿Qué sabéis de él?
.- Los infantes
que restan, son Felipe de 26 años
y Sancho de 24. Los dos han sido destinados a la carrera eclesiástica,
aunque al infante Felipe a pesar de ser abad de la colegiata de Covarrubias y
estar esperando ser nombrado arzobispo de Sevilla, no le gustan los hábitos y
estaría dispuesto a ser liberado de ellos para contraer matrimonio con vos. Es
un hombre culto, habla varios idiomas y recibió clases en Paris nada menos que
del propio Alberto el Magno (futuro santo), que dejó en su alma una
impronta de buena educación.
.- ¿Qué me podéis
decir de Sancho?
.- Del infante
Sancho, puedo deciros que tiene la misma edad que vos, es un hombre culto, pues
también estudió en París y también está dedicado a la vida religiosa. Ostenta
en estos momentos el cargo de administrador perpetuo de la archidiócesis de
Toledo y espera con ansiedad su nombramiento de Arzobispo. Está tan aferrado a
su vida religiosa que, si fuera obligado a dejarla para contraer matrimonio,
posiblemente afectaría demasiado a su vida y a su relación conyugal.
Después de esta
reunión y en días posteriores, la princesa Cristina y su consejero, tuvieron
largas entrevistas con el rey Alfonso X y sus hermanos, llegando a la
conclusión, y así se lo comunicaron al rey de Castilla, que el candidato
elegido era el infante Felipe. Esta decisión también fue comunicada al rey de
Noruega Haakon IV.
El infante don
Felipe fue autorizado por su hermano, el rey Alfonso X “El Sabio”, a abandonar
su carrera eclesiástica, y libre ya de los votos que le ataban como clérigo de
la iglesia católica, pudo prepararse para el matrimonio con la princesa
Cristina, que se celebraría con la llegada de la primavera.
RUINAS DE LA ANTIGUA COLEGIATA DE SANTA MARÍA
Los esponsales se
celebraron el 31 de marzo de 1258 en la Colegiata de Santa María de Valladolid,
que fue la principal iglesia de la urbe hasta el siglo XVI, y cuya construcción
se debe a Pedro Ansúrez en el siglo XI. Muchas veces he visitado el lugar donde
estuvo tan importante iglesia, y con tristeza sólo me cabe decir que hoy
solamente unas pocas ruinas dan testimonio del gran templo que allí existió. Su
ubicación está entre la inconclusa catedral y la iglesia de Santa María “La
Antigua”. Unos cipreses perfectamente alineados nos señalan el lugar donde
estaban situadas las columnas que dividían las tres naves. Al contemplar dicho
solar, ¡cuántos pensamientos se agolpan en mi mente!, ¡cuántas ceremonias
importantes se han celebrado en aquel lugar!, ¡cuántos matrimonios y cuántas
coronaciones reales! Sin embargo, el tiempo y los hombres han borrado todo
vestigio de lo que fue aquella magna colegiata que fue el orgullo de Valladolid
durante 5 siglos.
Los esponsales
del infante Felipe de Castilla y la princesa Cristina de Noruega duraron varios
días, en los cuales la villa (aún no era ciudad) se llenó de nobles, caballeros,
obispos y toda clase de gentes importantes de Castilla, León y otros reinos.
Terminadas las fiestas, Cristina se despidió con gran tristeza de Lodinn Leppur
y toda su corte de caballeros noruegos que volverían para su patria, y ella y
su esposo marcharon hacia Sevilla junto con los reyes y otras personalidades de
la corte castellana.
En Sevilla, se
instalaron en el bellísimo palacio de Biorraguel, con suntuosos salones,
luminosas habitaciones y maravillosos jardines llenos de olorosas y multicolores
flores, árboles llenos de pájaros canoros, y fuentes que con el murmullo de sus
aguas infundían paz en el alma y descanso al cuerpo. Pero estas maravillas no
eran bastante para consolar a la bella princesa que había venido del norte.
Ella echaba de menos: las montañas nevadas de su tierra, los profundos fiordos
donde las nieblas invernales se señoreaban de sus aguas y sus laderas
llenándolas de misterio, y cómo no a su familia y sus santos. En Castilla no
había visto a san Olav el santo patrón de Noruega y le rogó a su esposo que
construyera una capilla para él, y así ella podría rezarle. Felipe así se lo
prometió, pero se olvidó de tal promesa. Él solamente pensaba en fiestas y
cacerías dejando a Cristina en su palacio sola y cada vez más triste. Al
principio recibía visitas del rey Alfonso, y cuando esto ocurría sus azules
ojos se iluminaban y a su bello rostro volvía la alegría. Pero la reina
Violante no estaba dispuesta a ver como su esposo visitaba a la bella cuñada, y
estas visitas se fueron terminando. Algunos historiadores dicen que según se
terminaban las visitas reales, se iba apagando la luz de aquellos bellos ojos y
se iba escapando la salud de aquel joven cuerpo. Ni los regalos de su esposo el
infante Felipe, ni la sabiduría de los galenos que preocupados intentaban sanar
aquella débil salud, ni los lujos ni las comodidades, fueron suficientes para
impedir que aquella juvenil vida se extinguiera como se extingue una vela
cuando se termina la cera. Así Cristina, la blanca flor venida de los nórdicos
fiordos de Noruega murió sin consuelo en la ciudad de Sevilla.
El infante
Felipe, desconsolado, después de los funerales, ordenó trasladar su cadáver a
la Colegiata de Covarrubias, donde él había sido abad, y lo depositaron en un
sarcófago de piedra en el claustro de dicha colegiata.
Las gentes, al
ver como sin motivo aparente se trasladaba tan lejos el cuerpo de la princesa,
empezaron a crear una leyenda con diferentes causas de su muerte. Unos
aseguraban que había muerto de tristeza al no poder aclimatarse al clima
caluroso de Sevilla. Otros decían que la princesa había muerto de dolor de
oídos, pues algunos de los médicos habían dejado escapar la noticia de que
Cristina, antes de morir se ponía las
TUMBA DE LA PRINCESA CRISTINA
EN LA COLEGIATA DE COVARRUBIAS
manos sobre ellos. Por último, algunos murmuraban en voz
baja y a escondidas que la reina Violante la había mandado envenenar por celos
y envidia de su belleza, y que por eso había obligado al rey Fernando a decir a
Felipe que se llevase el cadáver de su esposa lejos de Sevilla. ¿En qué se
fundaban estos últimos rumores?, se fundaban en que los sevillanos decían que
en Sevilla era imposible morir de tristeza, pues su ciudad era y es la ciudad
donde habita la alegría. De dolor de oídos nadie muere y menos la princesa que
tenía a su disposición los mejores médicos de la corona de Castilla; y en
cuanto al veneno, las sospechas se fundaban en que se sabía que la reina
Violante, ya había envenenado a su hermana Constanza solamente llevada por la
envidia. Si había sido capaz de envenenar a su propia hermana por envidia, bien
habría podido envenenar a su cuñada por celos, y haber influido en que se la
sepultara lejos para que su tumba no pudiera ser visitada con frecuencia.
El tiempo que
todo lo hunde en el profundo abismo del olvido, hizo que poco a poco la
princesa Cristina dejase de ser recordada. ¿Cómo es posible? Lo imposible sería
lo contrario. ¿Acaso alguna persona recuerda a sus tatarabuelos? Muy pocos
serán capaces de hacerlo. Pues pasaron los años, los lustros y los siglos y
nadie volvió a recordar a la bella doncella que desde la lejana Noruega vino a
España para ser feliz, y sólo encontró la muerte en la flor de la vida.
Solamente los Racheles (habitantes de Covarrubias), fueron pasando esta
historia de padres a hijos y de hijos a nietos, hasta llegar a un tiempo en que
los niños escuchaban la historia como el que oye un cuento de hadas, sin dar
autentica veracidad a lo que les contaban.
Pero el tiempo,
al igual que el mar devuelve los muertos a la playa, también suele destapar la
verdad por muy profundamente que se haya escondido. Y si Cristina había muerto
en España sin familia que llorase su pérdida, en Noruega sí que la lloraron
cuando llegó la fatal noticia. No sólo la lloraron, sino que la recordaron pues
ella pertenecía a la familia real y en su biografía constaban todos los
detalles de su vida, viaje a Castilla, casamiento y muerte.
Siete siglos
después, en el año 1958, unos investigadores de la institución académica
burgalesa “Fernán González”, mandaron abrir el sepulcro a unos
albañiles que estaban realizando obras de mantenimiento del claustro. Uno de
ellos llamado Sáez de Lorenzo, fue el encargado de tal acción y, ¿qué apareció
en aquel sepulcro cerrado y olvidado durante setecientos años? Apareció el
cadáver momificado de una joven que aún conservaba una larga cabellera
amarilla, uñas rosadas y todos los dientes blancos. Sus ropas milagrosamente
incorruptas, tenían bellísimos bordados simbolizando su alto linaje, y por
último hechas las mediciones oportunas, la talla de aquella dama era de 1,72
metros; una altura impensable para cualquier mujer de la Castilla del siglo
XIII. En la tumba también se encontraron: Un pergamino con versos de amor y una
receta para los dolores de oídos. Con todas estas pruebas los arqueólogos e
historiadores Manuel Ayala y José Luis Monteverde, llegaron a la conclusión de
que la joven allí sepultada era Kristina Hakonsdatter, conocida por los
castellanos como “Cristina de Noruega”.
El 13 de mayo de
aquel año 1958, se celebró en Covarrubias el 700 aniversario de las bodas de
Cristina de Noruega y el infante Felipe de Castilla. Se restauró el sepulcro y
se puso una placa conmemorativa en homenaje y recuerdo de aquel hecho. Veinte
años más tarde, en 1978 se realizó un segundo homenaje, colocando frente a la
entrada de la colegiata una estatua de bronce de la princesa, realizada por el
escultor noruego Brit Sorensen; fortaleciendo así las relaciones
entre la ciudad de Tönsberg y Covarrubias. Además, la embajada de Noruega se
preocupó mucho de mantener estas relaciones, y en 1992 se creó la “Fundación
Princesa Cristina”, teniendo como fin principal la construcción de una
capilla en honor a San Olav, patrón de Noruega y que el infante Felipe de
Castilla había prometido construir 700 años antes.
CAPILLA DE SAN OLAV
. La capilla,
hecha de placas de hierro por fuera y de buena madera por dentro, se construyó
en la sierra en un lugar llamado “Valle de los lobos” y se inauguró el 18 de
septiembre del 2011 cerca de Covarrubias, acogiendo a un gran número de
curiosos, así como miembros de la embajada noruega.
Muchas veces he
viajado a Covarrubias, cuna de mi querida Castilla, y nunca he dejado de
visitar la colegiata y en ella el sepulcro de Cristina. Siempre me he parado a
contemplar la bella estatua de bronce que representa a la princesa noruega, y
últimamente también he subido al “Valle de los Lobos” para ver la peculiar
ermita de San Olav, que fue guerrero vikingo, rey de Noruega y santo patrón de
aquella nación.
M. Díez
Continuará
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