domingo, 3 de septiembre de 2023

 


Segunda parte

 

” FERNANDO III “EL SANTO

 

    Al día siguiente, sin pérdida de tiempo, los proclamados reyes con su séquito y dirigidos por don Lope Díaz de Haro, señor de Vizcaya, emprendieron viaje a Valladolid desde donde doña Berenguela mandó emisarios a todos los nobles y obispos que estaban indecisos a la hora de aceptarla como heredera, pero que al saber que cedería la corona a su hijo Fernando, también acudieron la mayoría.

   Cuenta algún historiador de la época que la ceremonia de coronación así como el traspaso de poderes, se efectúo en la plaza del mercado de la ciudad (hoy Plaza Mayor) y que doña Berenguela colocó a su hijo una corona de laurel, para después desde allí ir en procesión rodeados de nobles y clérigos hasta la colegiata de Santa María, donde después de una misa solemne, doña Berenguela le impuso la corona y le dio el cetro real, celebrándose acto seguido el besamanos de la nobleza en actitud de homenaje mientras  don Lope Díaz enarbolaba el pendón de Castilla.

    Este amor entrañable entre madre e hijo duraría toda la vida; Fernando III reinó en Castilla como rey con plenos poderes, pero el consejo prudente y sabio de su madre siempre le acompañaría cada vez que él tenía que tomar alguna decisión importante, y cuando ya mayor Fernando III se lanzó a la conquista de las tierras andaluzas, doña Berenguela quedaba en Castilla, bien en Valladolid o bien en Burgos, gobernando con sabiduría el reino y apoyando con el envío de refuerzos las campañas de su hijo.

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    El día tres de julio y días sucesivos, Valladolid bullía en fiestas por la coronación de Fernando III. La ciudad era un hormiguero de toda clase de personas y todas con ánimo de divertirse y de mostrar a sus soberanos la fidelidad que por ellos sentían. Lujosos carruajes, briosos corceles, las plazas y calles llenas de tenderetes, charlatanes, trovadores, buhoneros y prostitutas llenaban la ciudad ofreciendo cada uno su cuerpo o su mercancía.  En fin, que desde el más noble al más plebeyo olvidó sus pesares y se dedicó aquellos días a demostrar su alegría por el nuevo y joven rey.

    La reina madre doña Berenguela, no había olvidado a su difunto hermano Enrique I oculto en una torre del castillo de Tariego de Cerrato, por eso, terminadas las fiestas de la coronación decidió recuperar su cadáver.

    Don Tello Téllez, obispo de Palencia, tenía muy bien controlada la diócesis a través de todos los clérigos que estaban a su servicio, y a través de alguno de ellos le había llegado la noticia que muchos tarequenses (habitantes de Tariego de Cerrato) habían observado entrar y salir del castillo a personas que parecían médicos; y si Enrique ya estaba muerto sólo cabía la conclusión de que lo estaban embalsamando. Doña Berenguela ordenó a Lope Díaz de Haro que marchara sobre Dueñas con su ejército y una vez ocupada la ciudad, diera escolta a don Tello Téllez, obispo de Palencia, y a don Mauricio, obispo de Burgos, hasta Tariego de Cerrato y recuperado el cuerpo de Enrique I fuera llevado al Monasterio de las Huelgas Reales de Burgos. Así se hizo y hasta Burgos fue también doña Berenguela, ordenando que se celebrasen solemnes exequias fúnebres por el alma del finado, exequias que ella misma presidió con dolor de hermana y entereza de reina.  Después fue sepultado su cuerpo en un sepulcro al lado de los de sus padres Alfonso VIII y Leonor Plantagenet.

 


Cráneo trepanado de ENRIQUE I

 

    He visitado en la ciudad de Burgos el Monasterio de la Huelgas y como no, las tumbas de las que aquí hablo y puedo asegurar que me impresionó ver al lado del sarcófago de Enrique I, la fotografía de su cráneo perforado por la trepanación que los cirujanos hicieron en Palencia intentando salvar aquella joven vida. También he visitado Tariego de Cerrato y de aquel castillo medieval donde se guardó el cuerpo del joven Enrique no queda nada. Algunos confunden el torreón construido durante la segunda guerra carlista como “telégrafo óptico” que servía, gracias a una sucesión de torres, para comunicar las provincias vascas con Madrid y que prácticamente durante todo el tiempo fue usada por el ejército isabelino.

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    El tiempo manda en la historia de la humanidad. El tiempo transforma los niños en jóvenes, los jóvenes en hombres y los hombres en polvo; y como no podría ser una excepción, Fernando III pronto pasó de adolescente a adulto, aunque en este proceso también le tocó sufrir.

    Enterado el rey de León Alfonso IX, exesposo de Berenguela y padre de Fernando III, de la estratagema que madre e hijo habían hecho para hacerse con la corona de Castilla a la que él también tenía aspiraciones, se puso en contacto con don Álvaro Núñez de Lara y le concedió permiso para atacarlos; y éste reuniendo a sus mesnadas cercó Valladolid a sabiendas de que el rey de León no intervendría ya que había sido burlado. No contento con permitir al de Lara sumir a Castilla en una guerra civil, él con su ejército invadió las tierras castellanas arrasándolas y saqueándolas; ocupando Villalar, Villagarcía, Urueña y San Cebrián de Mazote, llegando hasta Arroyo, muy cerca de Valladolid.

    Fernando III, haciendo gala de ser buen hijo, no quiso mandar sus ejércitos contra su padre, y continuamente le mandaba mensajes haciéndole ver que como hijo suyo que era y debido al amor que le procesaba no pelearía con él a no ser que tuviera que defenderse; y además le decía que Castilla nunca sería enemiga de León mientras él fuera rey. Tantos mensajes recibió el rey leonés, que hicieron mella en su ánimo y cansado de hacer sufrir a las personas que tanto había amado, se retiró a León poniendo fin a sus correrías por tierras castellanas.

    Poco a poco parte de la nobleza que apoyaban a los Lara fueron abandonándolos y pasándose al bando de Fernando III y su ejército acaudillado por Lope Díaz de Haro y el obispo de Palencia Tello Téllez, fueron arrebatando a don Álvaro muchas de las posesiones que tenía, hasta que por último cerca del castillo de Ferreruela, situado entre Palenzuela y Palencia, cogieron prisionero al conde de Lara y lo llevaron preso a Burgos.

    Estando prisionero don Álvaro Núñez de Lara en Burgos, doña Berenguela, que estaba siempre al lado de su hijo le dijo:

    .- Vos sois el rey de Castilla y ahora tenéis preso al noble más poderoso del reino. Es momento de negociar la paz y su libertad a cambio de que él devuelva todos los castillos que tiene en tenencia y te rinda obediencia y lealtad.

    .- Podría arrebatarle todos los castillos que tiene, los que tiene en tenencia y los suyos propios, pues los que tiene en tenencia fueron cedidos por la corona para su disfrute pero no son de su propiedad.

    .- Así es Fernando, pero no debemos olvidar que la misericordia es una virtud que debemos practicar los cristianos y nosotros como tal nos tenemos. Cuando de muy pequeño te encomendé a la Virgen, prometí que siempre te aconsejaría para que obraras con justicia, y como rey que sois, así debéis obrar, pues de otra manera os comportaríais tan injustamente como el rey galo Breno.

    .- ¿Quién era ese rey galo que a mí me suena a bárbaro?

    .- Breno era un rey de los galos que en el año 390 antes de nacer Jesús, venció a los ejércitos de Roma y  puso férreo  sitio a la ciudad. Los romanos viéndose perdidos ofrecieron mil libras de oro a cambio de que levantaran el cerco y se marcharan. Breno aceptó, pero cuando estaban pesando el oro en una balanza, los romanos observaron que esta estaba trucada y protestaron. Breno se echó a reír y arrojando su espada en el lado de las pesas dijo: “Vae victis” (Ay de los vencidos); queriendo decir que el vencido no tenía derecho a protestar.

    .- Tenéis razón madre no seré como el bárbaro Breno y haré huso de la virtud del perdón, pues no puedo olvidar que la Virgen, a quien rezo desde niño, es madre de misericordia.

    Y así se hizo, y después de que don Álvaro devolviese los castillos que se le demandaron y que jurase fidelidad a los reyes, fue puesto en libertad. El Señor de Lara marchó a tierras leonesas y un año después la muerte le sobrevino en Toro.

    Castilla se iba apaciguando, pero doña Berenguela había hecho llegar al Sumo Pontífice el desasosiego que reinaba en los reinos cristianos, y el Papa Honorio III medió entre Castilla y León para que pusieran fin a sus rencillas ya que lo importante era la lucha contra el Islán; así que el día 26 de agosto de 1218 se firmó el llamado Pacto de Toro, con el cual se ponía punto final a las hostilidades entre padre e hijo y entre Castilla y León.

    Apaciguado el reino, doña Berenguela inteligente y previsora se preocupó de buscar esposa para su hijo, pero no quería caer en el error de casarle con ninguna princesa de los reinos hispanos y tampoco de los portugueses, franceses o ingleses pues todas ellas tenían más o menos parte de consanguinidad con su hijo. 

    En junio de 1219, una comitiva de nobles y personas notables de Castilla acompañando al obispo de Burgos don Mauricio y los abades de San Pedro de Arlanza y Santa María de Rioseco, además del camerario (administrador) de Carrión de los Condes, el gran maestre de la Orden de Santiago y el prior de la Orden de San Juan, llegó a Alemania y, recibidos en la corte de Federico II, convinieron en los detalles del casamiento de su hija Beatriz de Suabia con Fernando III.

    Cerca de cuatro meses estuvo la ilustre comitiva en Alemania y al regreso, Beatriz y las damas de su compañía, con algunos de sus servidores, emprendieron el camino de Castilla unidos al séquito castellano que les sirvió de escolta.

    En el otoño de 1219, en Burgos latía fuerte el corazón de Castilla. Toda la nobleza se había concentrado en la ciudad porque el rey iba a ser armado caballero e iba a contraer matrimonio con la princesa Beatriz de Suabia, que no mostraba ningún impedimento de consanguinidad y además era considerada por todos como una dama bella, sabia y recatada.

    La princesa Beatriz tenía veinte años y era, como ya he dicho, una dama bellísima y de gran inteligencia. Quería conocer la ciudad de Burgos que era la ciudad donde iba a cambiar su vida para siempre. Fuertemente escoltada recorrió en compañía de doña Berenguela las partes más importantes de la ciudad y montadas en sendos caballos eran vitoreadas allí por donde pasaban. A doña Beatriz le extrañó mucho el que una ciudad castellana situada en un alto páramo a más de 800 metros sobre el nivel del mar, algunas de sus calles importantes estuvieran recorridas por canales. El señor Obispo don Mauricio que cabalgaba discretamente al lado de las dos damas, intervino en la conversación explicando:

    .- Majestades, esto es obra de un santo. Sí, hace muchos años, San Lesmes viendo que la ciudad estaba sucia y a falta de regadío para sus huertas, canalizó las aguas de los ríos Vena y Pico formando canales que recorrían las calles de nuestra ciudad y que se llaman esguevas. Estas sirven para el riego de huertos, para hacer funcionar pequeños molinos y para recoger las aguas fecales de las casas de la ciudad, que antes eran arrojadas a las calles.

    El joven rey Fernando III, fue armado caballero en el monasterio de Santa María la Real de las Huelgas de Burgos el día 27 de noviembre de 1219, y aquel día le dieron su espada. La noche anterior, la pasó Fernando en oración delante de una imagen de la Virgen a quien, desde su más tierna infancia estaba consagrado por su madre y por él mismo. Del mismo modo la víspera de su enlace matrimonial, celebrado el día 30 del mismo mes en la catedral y oficiado por el obispo don Mauricio, pasó la noche entera rezando y pidiendo a Dios que bendijera su matrimonio y la nueva familia que iba a fundar. A partir de entonces en la mayoría de sus escritos él se declaraba “Caballero de Jesucristo, siervo de la Virgen Santísima y alférez del apóstol Santiago”.

    Las fiestas de la celebración de sus bodas con Beatriz duraron varios días, durante este tiempo, en la ciudad de Burgos, se celebraron banquetes, bailes públicos y privados, justas de caballeros, misas y procesiones solemnes; todos estaban contentos con sus reyes que formaban, Fernando joven y apuesto y Beatriz bella y recatada, una gran pareja que era la esperanza de los castellanos.

    Muchas son las cosas que podríamos decir de este gran rey que a pesar de ser un magnífico guerrero, todos sus actos buscaban la justicia, la misericordia y la obediencia a los mandamientos de Dios. Sirviendo al Señor, como él decía, mandó construir templos y monasterios, sobresaliendo entre todas estas construcciones religiosas, la construcción de las catedrales de Burgos, Toledo y León auténticas joyas del arte gótico; templos que se elevan hacia el cielo como si quisieran tocarlo con sus agujas de piedra.

    Fernando III, no quiso reinar como un rey absoluto, sino que se rodeó de buenos consejeros. Doce varones sabios encabezados por el arzobispo de Toledo don Rodrigo Jiménez de Rada, a los que pedía consejo en todas sus acciones, sin olvidar el apoyo constante de la reina madre doña Berenguela. Fue fiel en su matrimonio, amó la paz y aunque fue un gran guerrero solo concibió la guerra como cruzada cristiana y para lograr la reconquista de todas las tierras de España. La historia cuenta de él que cuando cabalgaba con sus escoltas por los polvorientos caminos y veía en ellos transitar a las gentes del campo que caminaban a pie, él y sus escoltas se salían del camino para que los pobres viandantes no respiraran el polvo que los caballos levantaban. Igualmente, el día de Jueves Santo, imitando a Jesús, lavaba los pies de doce de sus súbditos más pobres y después los sentaba a su mesa. (Esta costumbre la mantuvieron los reyes de España hasta Alfonso XIII). Fueron tantas sus acciones ejemplares que ganó delante de sus hijos, prelados y nobles la fama de santo.

 

CONQUISTA DE BAEZA

    

    La ciudad de Baeza estaba en poder de los musulmanes, y gobernada por un rey moro, amigo de Fernando III, que tenía el apodo de “El Baezano”, mientras que el alcázar de la ciudad estaba defendido por la Orden de Calatrava. A la muerte del rey musulmán, los habitantes de Baeza llamaron a todos correligionarios de las ciudades vecinas con el objeto de apoderarse del alcázar de la ciudad defendido por el maestre de Calatrava don Gonzalo Ibáñez de Noboa.

    Los castellanos resistieron una y cien veces el ataque furibundo de las tropas islámicas, sin dejar que un solo pie enemigo llegara a traspasar la muralla de la fortaleza. Sin embargo, don Gonzalo, no esperando aquel ataque, no había hecho acopio de víveres para los defensores, por lo que, según cuenta una vieja leyenda, decidió abandonar el alcázar al amparo de la noche. Ordenó que durante aquel día se pusieran las herraduras a los caballos del revés, para que cuando abandonasen la fortaleza, en realidad pareciera que habían recibido refuerzos de Castilla.

    La noche era oscura como boca de lobo, pero aquellos caballeros no sentían miedo de la oscuridad sino de la venganza iracunda de las hordas musulmanas, si por casualidad caían en su poder. Salieron por la puerta que se denominaba “Puerta del Postigo” que daba a unos precipicios peñascosos difíciles de transitar de día y por supuesto más difíciles de descender en la oscuridad tétrica de la noche. Habrían andado como media legua amparados por el oscuro manto de las tinieblas, cuando al llegar al cerro de la Asomada, volvieron los ojos hacia Baeza para ver con tristeza su perfil recortado en el cielo nocturno, pero lo que vieron fue una cruz sobre la puerta principal del alcázar que daba gran resplandor; un brillo inexplicable en aquella noche tan oscura y que ellos interpretaron como milagroso. Por lo que el maestre de Calatrava don Gonzalo, mandó alto, cambiar otra vez las herraduras y volver a la fortaleza, no sin antes mandar a su jinete más veloz correr hacia Castilla para decir al rey Fernando que defenderían el alcázar hasta que llegaran refuerzos o hasta la muerte.


UNA CRUZ RESPLANDECIENTE

 

    Con la luz del amanecer, todas las huellas que los seguidores de Mahoma vieron indicaban que un número elevado de caballeros había entrado en la fortaleza durante la noche. Pensaron que si difícil había resultado el asalto con pocos defensores, ahora con todas aquellas fuerzas de refuerzo resultaría imposible y por tal motivo cesaron en sus ataques al alcázar.

    Mientras tanto en Toledo, reunido el consejo del rey, el arzobispo don Rodrigo Jiménez de Rada informaba a Fernando III de esta manera.

    .- Majestad, ha llegado un mensajero de Baeza que nos trae malas noticias.

    .- ¿Qué noticias son esas arzobispo, que vos calificáis de malas?

    .- El Maestre de Calatrava don Gonzalo Ibáñez de Noboa, está cercado en el alcázar por millares de infieles que intentan hacerse con su cabeza. El maestre ante esta situación tan desventajosa pensó abandonar el castillo, pero la visión de una cruz resplandeciendo sobre sus murallas, le hizo volver y jurar que defendería la fortaleza hasta que llegaran refuerzos o hasta morir si era necesario.

    .- Vuestro relato me ha conmovido y no hay tiempo que perder, mañana mismo al despuntar el día, don Lope Díaz de Haro con 500 lanzas escogidas de entre los caballeros infanzones  que ahora están en la corte, saldrán a socorrer al maestre de Calatrava y sin ninguna tardanza, yo mismo acudiré con mi ejército a tomar de una vez por todas Baeza.

     Antes que la aurora anunciase el resplandor del nuevo día, los quinientos lanceros de don Lope Díaz de Haro cruzaron el río Tajo por el Puente de Alcántara, para después girar hacia el sur siguiendo el camino real de Consuegra. No había tiempo que perder, la distancia hasta Baeza era de más de 50 leguas castellanas y los días en el mes de noviembre eran muy cortos. Hicieron el camino a marchas forzadas teniendo en cuenta no agotar los caballos, ya que si eran sorprendidos por tropas sarracenas tendrían que combatir. Retroceder no estaba en su ánimo pues el defensor del alcázar de Baeza esperaba su ayuda luchando a vida o muerte sin víveres y con un enemigo muy superior en número. Por fin en la noche del día 29 de noviembre, pudieron ver desde un altozano las antorchas que coronaban la fortaleza y los fuegos del campamento musulmán cercándola.

   .- Dejemos descansar unas horas a nuestras cabalgaduras y nosotros también repongamos fuerzas pues mañana será un día muy duro para todos;  antes de amanecer, romperemos el cerco musulmán y entraremos en el alcázar para socorrer a nuestros hermanos cristianos. Después don Lope continuó diciendo:

    .- Se que la noche es fría pero hoy no prenderemos fuego, pues aunque estamos en esta loma rodeados de olivos centenarios, los atacantes de Baeza verían el resplandor de nuestras hogueras y no deben saber que estamos cerca de ellos, ya que nuestra principal arma será la sorpresa.

    Era todavía noche cerrada cuando don Lope dio la orden de ensillar los caballos y prepararse para la batalla.

    .- Caballeros, os quiero ver a todos armados, sois guerreros profesionales y aunque los atacantes de Baeza son muy numerosos, primero no nos esperan y segundo son gentes de los pueblos y ciudades cercanas que no tienen la experiencia de atacar en formación como nosotros sabemos hacerlo. No ha amanecido todavía y yo os juro por la cruz de San Andrés, santo que hoy se celebra y a quien yo profeso enorme devoción, que hoy almorzaremos dentro del Alcázar.

    Todos asintieron en silencio o con pocas palabras, estaban deseosos de entrar en combate y perfectamente formados emprendieron la marcha hacia Baeza con el Señor de Vizcaya a la cabeza. Poco a poco se iban viendo las hogueras del campamento enemigo cada vez más cercanas, los musulmanes dormían confiados de que la luz del nuevo día les traería la victoria definitiva en el asalto del castillo; pero de pronto, el silencio de la noche se quebró cuando la voz firme y rotunda de don Lope Díaz de Haro ordenó a sus hombres:

    .- ¡¡Lanza en ristre, protéjanse con los escudos, manténganse unidos en la formación y al ataque!!. ¡¡Santiago y cierra España!!.

    La tierra tembló con el galope acompasado y firme de los quinientos caballeros, que enfilaron hacia el centro del campamento musulmán que guardaba las puertas de la ciudad. El ataque cristiano no dio tiempo a que los soldados del Islán se armaran y prepararan para repeler a un enemigo que no esperaban y cuyo número ignoraban. Los caballeros de don Lope atravesaron el campamento quemando tiendas, espantando caballos y matando hombres como la hoz del segador siega las mieses en verano. El campamento islamista estaba sumido en un gran desconcierto, las voces de los sorprendidos, los quejidos de los heridos, el fuego de las tiendas y el relincho de los caballos asustados, formaban una escena verdaderamente apocalíptica.

    Don Lope Díaz, al tiempo que ordenaba a sus hombres seguirle, enfiló directo a las puertas de la ciudad, que aún no se había despertado, y que estaban abiertas ya que no esperaban ningún enemigo de fuera; arrollaron a la guardia con sus lanzas y emprendieron el serpenteante camino que llevaba hasta lo alto del alcázar. En estos momentos, el sol empezó a iluminar el desastre del campamento musulmán y el centinela de la torre del castillo dio la voz de alarma y llamó a don Gonzalo Maestre de Calatrava.

     .- Señor, alguien ha atacado el campamento enemigo y después de sembrar la muerte y el desconcierto se dirige hacia nosotros con toda la caballería, he podido distinguir el pendón de Castilla y el del Señor de Vizcaya ondeando al viento en cabeza de la tropa.

    .- ¡¡Abrid las puertas, subid el rastillo y demos la bienvenida a nuestros libertadores!!.

    La puerta por donde entró en la ciudad el conde don Lope aquel día 30 de noviembre de 1227, después se llamaría “La puerta del Conde” y los historiadores dicen que estaba entre dos torres.

     Reunidos ya en el alcázar sitiados y libertadores, don Lope hizo brillar la cruz de San Andrés en todas las almenas de la fortaleza para celebrar aquel día tan señalado. Durante toda la tarde y la noche de aquel día, desde las almenas del castillo, se pudo observar un continuo ajetreo y un ir y venir de las gentes de Baeza que, con carros, caballerías y a pie, abandonaban sus casas y salían de la ciudad camino de Úbeda llevándose cuanto podían.

    Al amanecer del siguiente día, las fuerzas de don Lope unidas a las del maestre de Calatrava, hicieron una salida del alcázar para atacar, vencer y poner en fuga a todos musulmanes que quedaban cercando la ciudad. La mayoría de ellos eran oriundos de Úbeda y cuando huyendo de las fuerzas cristianas llegaron a su ciudad, no los dejaron entrar y tuvieron que seguir huyendo hasta Granada, donde sí que fueron acogidos y se les cedió un cerro para que edificaran sus casas. Aquel barrio allí construido, le llamaron los granadinos el barrio de los “baezanos” y después con el tiempo se denominó “El Albaicín, que es como ha llegado a nuestros días.

    A los pocos días de esta gran victoria llegó el ejército de Fernando III, que sintiéndose muy satisfecho nombró a don Lope Díaz de Haro “Tenente” de Baeza, para que de esa tenencia se beneficiase. También repartió tierras concejiles entre los caballeros que habían llevado a término aquella conquista; premiando así a todos aquellos que quisieron repoblar aquellas tierras de Baeza, Andújar y Martos. Mandó también que la Cruz de San Andrés se pusiera como divisa en sus banderas y estandartes, y a petición de don Lope le permitió añadir al escudo de armas heredado de su padre, que eran dos lobos, ocho cruces en aspas de oro en campo rojo orlando el escudo. 

    Aquel año 1227, Baeza se convirtió en la primera ciudad que se reconquistó de forma definitiva al Islán y ostentó la capitalidad civil y religiosa del valle alto del río Guadalquivir siendo después sede episcopal (ese es el motivo de que exista catedral en la ciudad).

    Durante los dos años siguientes a la toma de Baeza, Fernando III emprendió varias campañas conquistando castillos y ciudades que dejaba en posesión de las órdenes militares y de la nobleza. Consolidando así las conquistas que se iban haciendo, y repoblando de este modo parte de la cuenca del Guadalquivir. Es en esta época cuando se empiezan a hacer notar en la frontera los “almogávares”, fuerzas de élite que actuaban por su cuenta guiados por sus “adalides”, pero con firme fidelidad a la corona.

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        En el mes de septiembre de 1230, Fernando III tenía cercada la ciudad de Jaén que estaba a punto de caer después de cuatro meses de cerco y de firme resistencia. Una noche fría después de un largo día de lucha bajo una gélida y pertinaz lluvia, estaba el rey en su tienda de campaña rodeado de sus generales, cuando un jinete con el capote calado por la lluvia y con el caballo exhausto por el esfuerzo llegó al campamento cristiano preguntando por el rey Fernando. Los centinelas le dieron el alto y cogiendo el animal por las riendas, dos de ellos, llevaron al recién llegado hasta la tienda real. Fernando III dio orden de que pasase y el mensajero entró en la tienda quitándose el sombreo que traía calado hasta los ojos y de cuya ala cayó algo de agua al suelo. De momento quedó un tanto sorprendido al ver a tantos nobles y clérigos allí reunidos, y también bastante deslumbrado al pasar de la oscuridad de la noche a la luz intensa de las antorchas que iluminaban la tienda real. Descubrió al rey puesto de pie, esperándole delante de su escaño, y dando unos pasos hacia él, hincó su rodilla en tierra al tiempo que con su mano derecha extendida ofrecía a Fernando un pequeño cilindro metálico diciendo:

    .- Majestad, es correo urgente de vuestra madre la reina doña Berenguela, he cabalgado día y noche bajo la lluvia porque así ella me lo ha requerido.

    .- Levantaos soldado, dijo el rey Fernando III al tiempo que recogía aquel cilindro cerrado herméticamente para preservar el contenido de las inclemencias del tiempo, despojaos de esas ropas mojadas y marchad con mis criados; ellos os darán otras secas y os pondrán de comer para reponer las fuerzas. Después volviéndose hacia los dos criados que habían acudido a su llamada, les dijo: “Haced cuanto he dicho y añadir un jarro de buen vino para que al lado del fuego pueda calentarse”.

    Abrió el cilindro cuya tapa estaba cerrada con el sello en lacre de doña Berenguela, y extrayendo el pergamino que venía dentro, lo leyó con calma mientras su rostro iba tomando tintes de pesadumbre y preocupación. Después sin mediar palabra se lo pasó al señor arzobispo de Toledo don Rodrigo Jiménez de Rada; este lo leyó y mientras lo sostenía todavía en la mano, miró a los nobles allí reunidos y dijo:

    .- El mensaje de doña Berenguela no deja lugar a dudas, el rey de León Alfonso IX ha muerto y el hijo varón que está el primero en los derechos de primogenitura es nuestro rey Fernando, por lo que en esta noche fría y lluviosa ante las murallas de Jaén, yo reclamo la corona de León para nuestro rey. ¡¡Viva el rey Fernando III!!. Todos los presentes gritaron al unísono un ¡¡Viva el rey!!, que se oyó en gran parte del campamento. Después don Fernando habló así:

    .- Primeramente señor arzobispo vamos a rezar por el alma de mi difunto padre para que Dios Todopoderoso le acoja en la Gloria. Después dirigiéndose a don Lope continúo: Mañana, señor de Vizcaya, quiero que el ejército levante el cerco de Jaén y a la máxima urgencia viajaremos hacia el norte donde, en el reino de León, reclamaré mis derechos a la corona.

    Camino de León, su madre Berenguela le salió al encuentro en Orgaz, en la noche que pasaron allí, la reina madre le explicó que era necesario acudir a la ciudad de León lo antes posible, pues tenía noticias de que su exesposo y padre de Fernando había manifestado su voluntad de conceder la corona de León a sus dos hijas, doña Sancha y doña Dulce. Hijas que había tenido en su primer matrimonio con Teresa de Portugal. Doña Berenguela, que demostró en esta ocasión y en otras muchas ser una mujer de estado magnífica, tenía noticias de que Teresa de Portugal y sus dos hijas se dirigían también hacia León con objeto de reclamar la corona para ellas siguiendo la voluntad paterna.

     Aquel otoño, en los yermos páramos meseteños, resultó ser frío y lluvioso, los caminos eran auténticos cenagales donde los caballos chapoteaban continuamente al caminar por los múltiples barrizales que se habían formado a causa de la incesante lluvia que parecía no cesar nunca.

    .- Hijo_ le había dicho doña Berenguela a Fernando_ el tiempo está desapacible, el frío sobre las ropas mojadas parece llegar hasta los huesos, pero el llegar a León nos urge y además es necesario que os acompañen todos los nobles y obispos que son fieles a vuestra causa, pues esto y las huestes que nos siguen, harán que vuestros partidarios os reciban con alegría y las villas y ciudades que dudan en apoyaros, lo harán por miedo a las consecuencias.

    .- Vuestra madre tiene razón, dijo el obispo Jiménez de Rada, los objetivos que se logran con esfuerzo y sufrimiento son frutos más sabrosos que aquellos que nos vienen regalados.

    Este mismo obispo que también era historiador, nos cuenta que Fernando III fue reconocido rey y como tal aclamado por todos los lugares que pasaban. Así ocurrió en Villalpando, Toro, Mayorga y Mansilla. Estando en esta villa, llegaron mensajeros de la ciudad de León.

    .- Majestades, dijo el arzobispo Jiménez de Rada, en León tengo desde hace tiempo a algunas personas de mi total confianza y estos han mandado dos mensajeros disfrazados de comerciantes.

    .- ¿Qué dicen esos mensajeros?, preguntó Fernando III, que cada villa que pisaba le hacía sentirse más rey de León.

    .- Dicen que la ciudad de León se halla dividida entre los partidarios de vos y los partidarios de vuestras hermanastras doña Sancha y doña Dulce.

    .- ¿Quiénes son los que se oponen?

    .- El merino mayor ha ocupado con sus huestes el palacio real y Diego Froilaz con las suyas se ha hecho dueño de la iglesia de San Isidoro. De vuestra parte el señor obispo y un gran número de burgueses han ocupado la catedral y el resto de las iglesias de la ciudad.

    Doña Berenguela estaba pensativa mientras oía las noticias que el señor arzobispo de Toledo les iba dando con todo detalle, al final preguntó:

    .- ¿Qué se sabe de doña Sancha y doña Dulce que, con su madre Teresa de Portugal, se dirigían a León?, ¿acaso están ya allí?.

    .- No majestad, parece ser que Sancha y Dulce no han sido bien recibidas por algunos de los lugares que han pasado y se han refugiado con sus huestes en Zamora, donde las respalda el hijo del conde Froilán y otros nobles leoneses. Todo me induce a pensar que habrá guerra.

    .- No la habrá si se puede evitar _intervino el rey Fernando_ me negué a guerrear contra mi padre y ahora, si puedo evitarlo, tampoco guerrearé contra mis hermanastras. Veamos qué pasa cuando entremos en León con mi ejército.

    .- Majestad, dijo el arzobispo, el que penséis así me alegra como sacerdote, pues demostráis con ese comportamiento seguir la doctrina de Jesús; pero cuando hay que defender la justicia, se debe hacer la guerra. Propongo que vuestras majestades se queden aquí en Mansilla con don Lope Díaz de Haro y parte de la tropa. Yo con el resto del ejército iré a León, me entrevistaré con el obispo de la ciudad y cuando vea como están las cosas os lo haré saber y os tendré siempre informados de lo que pase en la ciudad ya que de León a Mansilla hay poca distancia.

    Así se hizo, y al día siguiente don Rodrigo Jiménez de Rada arzobispo de Toledo, entraba con sus huestes en León comprobando que tanto el palacio real como la iglesia de San Isidoro estaban fuertemente defendidas. Sin embargo, pronto la situación iba a cambiar a su favor pues Diego Froilaz el defensor de San Isidoro se puso enfermo y una noche abandonó León con todas sus tropas, quedando San Isidoro en poder del arzobispo.

    El arzobispo mandó mensajeros a Mansilla para comunicar a los reyes que serían bien recibidos en León puesto que, si exceptuamos al merino mayor que seguía acuartelado en el palacio real, ya toda la ciudad era partidaria del rey Fernando III.

    La noticia de que Fernando y Berenguela estaban en León con su ejército corrió por todo el reino; los correos a caballo volaban de castillo en castillo y de ciudad en ciudad llevando la noticia de que nobles, obispos y magnates de las ciudades estaban llegando a León para rendir pleitesía al nuevo rey.

    La cabeza de doña Berenguela seguía pensando que, aunque los asuntos de la sucesión parecían ir por buenos caminos, las cosas no estaban bien atadas, pues sabía que existían cartas de su exmarido en las cuales otorgaba por escrito la corona de León a sus hijas Sancha y Dulce. Por tal motivo concertó con Teresa de Portugal una reunión de madre a madre para tratar de los asuntos de sus hijos; dicha reunión se llevó a cabo en la localidad de Valencia de don Juan.

    En aquel encuentro, Berenguela que era una mujer muy inteligente y acostumbrada a tratar los asuntos de estado, hizo ver a Teresa que sumir a Castilla y León en una guerra no era nada bueno para ninguna de las dos partes, además su hijo Fernando III disponía del ejército de Castilla y la mayor parte de la nobleza y el clero leonés.

    Teresa de Portugal, al contrario que su oponente, era una mujer que solamente pensaba en dejar bien situadas a sus hijas, pues ella quería acabar sus días en un convento como así hizo después.


 

    Después de una larga negociación y como, desde que el mundo es mundo, el dinero todo lo compra y por él todo se vende, convinieron en que Doña Sancha y doña Dulce, renunciarían a sus derechos a la corona de León en favor de su hermanastro Fernando, a cambio de recibir una sustanciosa pensión anual de quince mil maravedíes en oro que les producirían diversos señoríos que les eran concedidos. No conforme doña Berenguela con esa renuncia exigió que las cartas de Alfonso IX en las que las concedía el derecho a heredar la corona, debían ser destruidas en su presencia; además si alguna de las infantas contraía matrimonio perdía todas las rentas y si profesaba en algún convento la renta se reduciría a diez mil maravedíes.

    Cerrado el acuerdo, se encargó a los notarios del reino que se redactase el correspondiente documento y que el día 11 de diciembre de 1230, se firmaría por ambas partes y en presencia de los más notables nobles y clérigos del reino, en la villa de Benavente (hoy ciudad de Benavente).

    Después de la solemne firma del convenio que la historia recuerda con el nombre de “Concordia de Benavente”, Alfonso fue coronado rey de León en la Plaza Mayor de dicha villa, uniéndose así y ya definitivamente los reinos de Castilla y de León y quedando Fernando III con las manos libres para continuar con la reconquista.

 

RECONQUISTA DE CÓRDOBA

 

    Pacificado el reino, unidas definitivamente las coronas de Castilla y León bajo su cetro, Fernando III tiene ahora treinta años, está en plenitud de vida, con una esposa fiel y dedicada a la crianza de sus hijos y con una madre capaz de gobernar sus territorios y darles prosperidad. Con todas estas circunstancias a su favor, es el momento de centrarse en continuar con la reconquista.

    Fernando III, como gran estratega que era, se dirige con sus ejércitos hacia los reinos de Córdoba, Jaén y Sevilla, pero no ataca sus capitales, sino que se centra en la toma de castillos y plazas fuertes, que va incorporando a la corona de Castilla, hasta que el emir de Córdoba Ibn Hud, ante la amenaza que suponían las tropas cristianas, firma una tregua de un año en la que se compromete a pagar a Fernando III la cantidad de 430.000 maravedíes de oro.

    En 1235, la reina Beatriz se puso inesperadamente de parto y lo que debería haber sido fácil para una mujer que ya había alumbrado nueve hijos, esta vez resultó muy complicado. Su hija a la que bautizaron con el nombre de María nació con tantos problemas de salud que no consiguió superarlos y la madre tuvo tantas perdidas de sangre y tantas complicaciones, que murió poco después de la niña, el cinco de noviembre de 1235, en la ciudad de Toro.

    Ante estas circunstancias y habiendo firmado el convenio de no agresión con el emir de Córdoba, Fernando III abandonó los campos de batalla y se dirigió hacia el norte para celebrar las exequias de su difunta esposa, dejando las fronteras protegidas por las órdenes militares, algunos nobles y tropas almogávares que le eran extremadamente fieles. Estas tropas a cambio de defender la frontera contra el Islán estaban autorizadas a hacer incursiones de saqueo en territorio enemigo que les proporcionaban, en algunas ocasiones, buenos botines.

    Cuando Ibn Hud, emir de Córdoba, se enteró de que los ejércitos de Fernando III se habían marchado hacia Castilla, decidió no pagar la suma convenida y declararse en rebeldía. En esta situación las tropas de Fernando que guardaban la frontera se vieron con las manos libres para hacer incursiones y saquear villas y poblados del reino cordobés.

    En una de esas incursiones de saqueo cogieron prisioneros musulmanes para después pedir rescate por ellos, cosa muy corriente por ambos bandos durante la reconquista, pero esta vez ocurrió que a cambio de la libertad algunos de aquellos musulmanes, informaron de lo confiada y poco defendida que estaba la ciudad y cual era el lugar más débil de sus defensas. Dicho lugar no era otro que el barrio de la zona Este de llamado la Axarquía.

    Ante noticias tan favorables, se reúnen algunos de los cabecillas de las tropas almogávares , entre otros Martín Ruiz Argote, Domingo y Diego Muñoz, Diego Martínez el Adalid y Álvaro Colodro, y deciden asaltar el arrabal de Córdoba. Sin embargo, las murallas cordobesas eran difíciles de escalar por lo que en la reunión había disparidad de opiniones.

    .- Creo compañeros que, según las informaciones recibidas, ahora es el momento oportuno para atacar Córdoba. Dijo el Adalid Diego Martínez. 

    Todos callaban, pero en sus rostros se veía la indecisión entre atacar o esperar. De pronto se alzó la voz de Martín Ruiz Argote

    .- Córdoba es para los musulmanes su principal ciudad desde que en ella se instaló el califato, y su mezquita es tan importante para ellos como puede ser para nosotros Santiago de Compostela. Por tanto, debemos pensar que estará bien defendida y sólo un gran ejército como el de nuestro rey podría asaltarla.

    .- Porque es importante y porque tiene un gran número de soldados en su interior, se creen seguros y duermen tranquilos. Es nuestro momento y debemos allanar el trabajo a nuestro rey.

    .- ¿Desde cuándo los almogávares tenemos miedo a emprender un ataque?, preguntó Álvaro Colodro que había permanecido callado. No hay empresa que no se pueda realizar ni muralla que no se pueda escalar. Ya sabéis conque facilidad soy capaz de escalar con la ayuda de una simple cuerda; yo me comprometo a escalar la muralla y después facilitar el ascenso con escalas de algunos compañeros voluntarios, y luego con la ayuda de Dios, abriremos las puertas de la ciudad para que entre nuestra caballería.

    Los ánimos se calentaron y Diego Martínez “El Adalid” dio la orden de avanzar sobre la Axarquía cordobesa que era la zona menos protegida de la ciudad.

    La noche del 23 de diciembre de 1235, ocultos por el manto oscuro de una noche sin luna ya que el cielo estaba cubierto por grandes nubarrones que jarreaban agua como si las compuertas del cielo se hubieran propuesto inundar la Tierra, llegaron a las proximidades de las murallas y permanecieron ocultos y en silencio. Álvaro Colodro y una docena de almogávares vestidos con ropas árabes, avanzaron protegidos por la oscuridad y la inclemencia del tiempo; un racheado aire proveniente de las montañas azotaba el rostro de aquellos avezados soldados que de tres en tres portaban unas escalas de madera para facilitar el asalto. Llegados al pie del muro de piedra, se aplastaron contra el suelo encharcado y Álvaro Colodro se adelantó a sus compañeros, lanzó a lo alto un garfio de madera atado a una cuerda y el garfio que entró por entre dos almenas se quedó fuertemente trabado; después sin dejar la tensión de la cuerda, empezó a escalar con tanta facilidad, que a pesar del aire y la lluvia que le zarandeaba contra la pétrea pared, pronto llegó a lo alto de las almenas. Miró a ambos lados del adarve y lo encontró vacío; en lo alto de la muralla el aire era más intenso y el centinela cubierto con su capote aguantaba como podía la ventisca en el cubo de una torre. Se dirigió hacia allí tan sigiloso como el leopardo recechando a la gacela y, cuando el árabe quiso darse cuenta, la daga de Álvaro le había seccionado el cuello, un pequeño ronquido y una bocanada de sangre demostraron la certeza de la muerte. Después se asomó a sus compañeros y les señaló el lugar por donde poner las escaleras y así pronto todos llegaron a lo alto de la muralla para después siguiéndole, avanzar por el adarve e ir haciéndose con las demás torres una a una, aquella oscura noche la muerte no gritaba y en el máximo silencio fueron degollando uno a uno a los centinelas hasta llegar a la puerta de Martos, allí había más soldados pero al ver a los atacantes vestido de musulmanes, pensaron que era el relevo de la guardia y con ese pensamiento y con la sorpresa reflejada en su rostro hallaron la muerte sin tiempo a reaccionar.

    La avanzadilla de Álvaro Colodro abrió la puerta de Martos y don Pedro Ruiz Tafur con la caballería y el resto del pequeño ejército cristiano entró en la Axarquía cordobesa con tal estruendo que todo el barrio se despertó, rindiéndose la mayoría de sus habitantes, huyendo hacia el interior de la vieja Medina (ciudad) y muriendo todos aquellos que ofrecieron resistencia.

    La Axarquía era grande y populosa, pero muchos de sus habitantes eran mozárabes y algunos partidarios de los cristianos. Cuando todo el barrio estuvo conquistado se encontraron con otra dificultad mayor; el alboroto y algarabía ocasionados por la lucha, el relinchar y el ruido producido por los cascos de los caballos que al galope recorrían las calles estrechas de aquel extenso barrio, y algún que otro incendio producido en alguna de las casas que se resistieron a la conquista, despertó a toda la ciudad de Córdoba que rápidamente puso todas sus tropas en alerta, poblando de lanzas  las murallas que separaban la ciudad del barrio de la Axarquía. Una y otra vez los cristianos intentaron el asalto al casco histórico de la ciudad, pero una y otra vez fueron rechazados por unas fuerzas bien organizadas y numerosas que defendían valientemente las murallas. Los nobles almogávares habían luchado como leones, pero Córdoba resultaba ser un bocado demasiado grande para un pequeño número de leones. Así que, dominada y asegurada la Axarquía, los nobles almogávares decidieron pedir ayuda al rey Fernando para culminar con la toma de la ciudad.

    Fernando III se encontraba con algunas de sus tropas en la ciudad de Benavente donde había pasado las fiestas de la Natividad del Señor, cuando llegó un correo de Córdoba que quería ser recibido urgentemente por el rey.

    El rey estaba, en aquellos momentos, reunido con el arzobispo Jiménez de Rada, don Lope Díaz de Haro y otros nobles, y hasta allí fue llevado el mensajero.

    .- ¿De dónde venís y porque tenéis  tanta prisa en verme?, a judgar por vuestra apariencia el camino que habéis recorrido ha sido largo, pues dais muestras de agotamiento y vuestras ropas están sucias y embarradas.  

    .- Majestad hace días que salí de Córdoba enviado por don Diego Martínez “El Adalid” con la misión de comunicaros que las fuerzas de la frontera, al saber que el Emir de la ciudad se negaba a pagaros, hemos tomado la Axarquía de Córdoba y reclamamos vuestra ayuda para dar el definitivo asalto a la ciudad.

    .- No veo que me traigas ningún pergamino escrito. ¿Cómo sabré si es cierto lo que decís?

    .- Señor he pasado muchos peligros para llegar hasta aquí, de haber muerto o cogido prisionero, el mensaje ahora estaría en manos de vuestros enemigos. Lo que he contado es cierto y en ello empeño mi palabra de almogávar, fiel a vos hasta la muerte; por eso pido volver con vuestras tropas hasta el lugar donde están mis compañeros.

    Después de este relato, convencido el rey de que lo que decía aquel soldado era cierto, consultó con los presentes y el señor arzobispo intervino diciendo:

    .- Majestad, si lo que el mensajero ha dicho es cierto y estoy seguro de que lo es, debemos partir hacia Córdoba lo más rápido posible. No debemos olvidar que dicha ciudad es para el Islán muy importante, en ella está la Gran Mezquita y en su interior las campanas que un no por lejano menos aciago día, arrancó Almanzor de la catedral de Santiago de Compostela, con el agravante de que se las hizo llevar a hombros de los prisioneros cristianos.

    Las palabras del arzobispo causaron gran impacto entre los presentes, se encendieron sus ánimos y todos de acuerdo esperaron órdenes del rey para marchar hacia Córdoba.

    Fernando III, mandó mensajeros a ciudades y villas como León, Salamanca, Zamora y Toro entre otras, además de a las órdenes militares para juntar fuerzas con las que poder socorrer a los que habían tomado la Axarquía cordobesa y al mismo tiempo reconquistar la ciudad.

    A pesar de ser lo más crudo del invierno, Fernando III hizo avanzar a su ejército a marchas forzadas atravesando los campos yermos de Castilla, con muchos arroyos helados y soportando los vientos racheados del norte que helaban a los soldados hasta los huesos.

    Al cruzar el Sistema Central, la nieve teñía de blanco las cumbres de las montañas y la ventisca helada formaba carámbanos en las crines de los caballos y escarcha en el pelo y barbas de los hombres que, embutidos en sus capas, intentaban ocultar el rostro del impacto de las celliscas. El esfuerzo fue ímprobo, pero merecía la pena, todos confiaban en aquel rey que invariablemente iba a la cabeza de todos y que en las paradas siempre rezaba a la Virgen cuya imagen llevaba consigo y cuya protección infaliblemente le había dado la victoria. Entre la soldadesca se corría el rumor de que en las batallas algunos habían visto pelear al Apóstol Santiago al lado de su rey protegiéndolo y ayudándole a conseguir la victoria. Por todos estos motivos algunos ya le llamaban santo.

    El ejército castellano-leonés llegó a Córdoba el día 7 de febrero de 1236 pero no entra en la Axarquía conquistada, Fernando manda a los ocupantes resistir allí y él cruza el río y coloca su campamento en la orilla izquierda, sirviendo de muro de contención del puente romano por el que podían llegar los refuerzos provenientes de Écija o Sevilla.

    No se había equivocado el rey castellano, pues los cordobeses ya habían pedido ayuda al rey Ibn Hud, que con un poderoso ejército salió de Murcia y ya cerca de Córdoba acampó en Écija sabiendo que el rey Fernando III, cortaba la entrada a la ciudad, pero sin saber que su ejército era mucho más numeroso que el cristiano. 

    La estrategia de los cristianos era buena, pero teniendo en cuenta el gran número de combatientes del ejército musulmán, era muy comprometida. Otra vez la Santísima Virgen, a la que continuamente rezaba e invocaba pidiendo amparo, o simplemente la fortuna, estuvo de parte del rey castellano. Militaba por entonces en el ejército del Ibn Hud un caballero cristiano que capitaneaba una mesnada de doscientos hombres armados, dicho caballero había sido desterrado de Castilla por su mala conducta y el rey agareno le quiso aprovechar como mensajero y a la vez espía. Le ordenó que fuera a parlamentar al campamento cristiano y que se enterase bien de las fuerzas cristianas que integraban el ejército de Fernando III y cómo estaban situadas. Lorenzo Suárez, que así se llamaba dicho caballero llegó con bandera blanca al campamento cristiano y se entrevistó con el rey castellano.

    .- ¿Cómo os atrevéis vos a venir a parlamentar en nombre de un rey musulmán sabiendo que habéis sido desterrado de nuestros reinos?. ¿Cómo puede un cristiano servir de emisario a un rey que profesa la religión del profeta Mahoma?

    .- Majestad, quizás por ser castellano de profundas raíces, quizás por haberme arrepentido de mi conducta pasada, quizás por ser cristiano de corazón y además sabiendo  que vos, rey justo y bondadoso, nunca maltrataríais a un mensajero aunque tal mensajero fuera un desterrado como yo, quizás por todo lo señalado es por lo que he aceptado esta ingrata misión que, por lo que he visto, será una más de las bendiciones que Dios os viene concediendo.

    .- No entiendo don Lorenzo, de que bendiciones me habláis por el hecho de haber sido vos y no otro el que ha venido a parlamentar.

    .- Alteza, digo bien que el haber sido yo el enviado, ha sido una bendición que Dios nuestro Señor os ha dispensado. He atravesado vuestro campamento y he podido apreciar con mis ojos de guerrero, que vuestro ejército es muy inferior al del rey Ibn Hud. En un encuentro en batalla campal con toda seguridad el ejército cristiano sería arrollado por completo.

    Fernando III pasó de tener una actitud de intransigencia a quedar profundamente pensativo.

    .- Me habéis dicho que los hijos del Islán son mucho más numerosos que los seguidores de la Cruz. Pero aún no veo donde está la bendición de que me habláis.

    .- La bendición consiste en que he sido yo el mensajero que además de parlamentar debía espiar vuestro ejército para informar al rey musulmán. De haber sido otro, en dos días habríais sido atacado y derrotado con toda seguridad.

    .- Y siendo así ¿qué es lo que proponéis?

    .- Señor, esta noche y las sucesivas, cuando yo ya me haya ido, vuestros soldados triplicarán el número de hogueras en el campamento y fuera de él para dar la sensación de que ocupan más extensión, y que  parezca que es verdad el informe que yo daré de vuestro gran número de guerreros.

    .- ¿Por qué he de fiarme de vos, que sois un desterrado?

    .- Yo fui desterrado, quizás con razón, y debido a las circunstancias vivo con mi mesnada de 200 hombres y lucho como mercenario bajo unas banderas que no son las mías. Daría mi vida por poder volver a Castilla y recuperar la dignidad perdida y ahora os pediría quedarme con vos, pero eso sería abandonar a mis hombres y condenaros a ser derrotado por el inmenso ejército agareno.

    .- Don Lorenzo, me fío de vuestras palabras y de vuestras intenciones, volved al campamento enemigo e informad a Ibn Hud como habéis dicho. A partir de hoy las puertas del reino castellano estarán abiertas para vos y vuestros hombres.

    De vuelta al campamento musulmán, Lorenzo Suárez informó a Ibn Hud del gran número de soldados y caballería que tenía el ejército cristiano, y para que se fiara más de él, recomendó que de noche algunos jinetes espiaran las luces del campamento cristiano; y estos dijeron que eran tan numerosas como las estrellas del cielo.

    Ibn Hud, ante tal noticia y estando, como en verdad estaba, muy preocupado por la suerte que podía correr Valencia amenazada por Jaime I de Aragón, decidió abandonar Córdoba a su suerte y partir para Valencia.

   Cuando los habitantes de Córdoba supieron que las tropas de su rey los abandonaban, decidieron negociar la paz con Fernando III, pidiendo que les dejase marchar con cuantos enseres y propiedades pudieran llevar; pero en las negociaciones se dieron cuenta de que las tropas castellano-leonesas no eran tan numerosas como ellos creían y de vuelta a la ciudad decidieron seguir resistiendo.

    Fernando III libre ya del ejército de Ibn Hud, siguió apretando el cerco hasta que la ciudad hambrienta y desgastada se rindió, el día 29 de junio de 1236, fiesta de los santos apóstoles Pedro y Pablo. Era triste ver, para los musulmanes, como mientras famélicos y desfallecidos la multitud abandonaba su ciudad, su príncipe Abu-i Hassan, entregaba las llaves de la ciudad al rey castellano que, como primera orden mandó que sobre la altísima torre de la Mezquita, después de quitar la media luna, se colocara la cruz de Cristo en un lugar más alto que el pendón Real. Este hecho llenó de luz los ojos y de gozo los corazones cristianos y de tinieblas y dolor los corazones musulmanes. Córdoba la que había sido capital del emirato y más tarde califato había sido conquistada.



RENDICIÓN DE CÓRDOBA (José Mª Rodríguez Losada)

    Fernando III llamó a su lado al señor obispo de Osma y al Maestre don Lope Fitero, este último había sido el primero en subir a la torre de la Mezquita para colocar en lo más alto la cruz de Cristo, símbolo de la cristiandad.

    .- Señores, hemos ocupado las murallas de la ciudad y el Alcázar andalusí, por cierto bella construcción palaciega que desde mañana tomaré como mi residencia, pero no entraré en la Gran Mezquita hasta que vos, señor obispo y vos don Lope, no hagáis lo necesario para purificarla y sacralizarla, pues quiero convertir la Gran Mezquita, símbolo del Islán, en una gran catedral símbolo de nuestra religión cristiana, y le daré como advocación la de “La Asunción de la Virgen María”.

 El mismo día 29, cuando el sol vespertino iluminaba la cruz de Jesús instalada en lo más alto de la Mezquita, el obispo de Osma y el Maestre don Lope Fitero, acompañados de un gran número de religiosos, entraron en la Mezquita rezando salmos, aplicando exorcismos y diciendo letanías, al tiempo que rociaban por aspersión de agua bendita el suelo y paredes de la misma, hasta que terminada la ceremonia consideraron que el templo había sido purificado.

    .- Majestad, dijo el señor obispo de Osma, el templo ha sido exorcizado y bendecido. Mañana mismo estará todo preparado para poder celebrarse la santa misa, pero tengo que informaros de algo que ha causado asombro y gran admiración a todos los asistentes a la bendición.

    .- Hablad, por Dios, hablad que me tenéis en ascuas.

    .- Señor, mientras recorríamos la inmensa y maravillosa mezquita, derramando agua bendita y prodigando exorcismos y bendiciones, hemos encontrado unas campanas que puestas hacia arriba y conteniendo aceite servían de grandes pebeteros para iluminar una parte de la mezquita. Todos quedamos maravillados pues, por las inscripciones de sus advocaciones, no pueden ser otras que las que el diabólico Almanzor arrancó en el año 997 de la catedral del apóstol en Santiago de Compostela, y las hizo traer hasta Córdoba a hombros de los prisioneros cristianos.

    .- Esa es una gran noticia que aunque sorprendente yo tenía esperanza de que ocurriera. Pues bien, si esas campanas fueron robadas a la iglesia catedral de nuestro apóstol Santiago, allí serán restituidas, y si vinieron a hombros de prisioneros cristianos, a hombros de prisioneros musulmanes regresarán, y cada vez que suenen, cantarán a los cuatro vientos la gran victoria de la Cruz sobre la media luna.

    El día 30 de junio entraba Fernando III en la ciudad de Córdoba.  La inmensa medina aparecía desierta, no había muertos por las calles pues, a pesar de que algunos nobles habían pedido pasar a cuchillo a sus habitantes, Fernando III había dejado marchar con los bienes que pudieron llevarse a cuantos cordobeses quisieron, que fue un inmenso número de ellos. El rey se instaló en el Alcázar y en día sucesivos repartió las casas más nobles y lujosas entre sus nobles y capitanes, los soldados tenían tantas donde elegir, que hasta años después cuando Fernando III repartió tierras y posesiones a quienes acudieran a repoblar la ciudad, esta no se vio del todo poblada.

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RECONQUISTA DE SEVILLA

   

    Fernando III permaneció en Córdoba hasta el mes de agosto. Córdoba era una ciudad bulliciosa y muy bella y el alcázar, donde vivía el rey, era un magnífico palacio con bellos jardines llenos de murmuradoras fuentes y frescas alamedas por donde paseaban los nobles y doncellas de la corte. La reina Berenguela sabía que su hijo ya viudo, pero con 36 años era todavía un hombre joven. Sabía de las tentaciones carnales a las que no tardando se vería sometido y él, que había llevado una vida ejemplar de casado con Beatriz, podía caer en alguna relación inapropiada para  un rey que como hombre había consagrado su vida a la Virgen María.

    Berenguela decidió encontrar otra esposa para su hijo y lo consiguió casándolo con Juana de Ponthieu, después de haber obtenido dispensa papal ya que ambos eran descendientes de Alfonso VII de León. Juana era una doncella de diecisiete años de bellas facciones y porte muy gentil, No tenía este matrimonio la prioridad de tener hijos que heredasen el reino, pues Fernando III ya había tenido con Leonor 10 hijos de los cuales le vivían ocho, sin embargo, Juana vivió siempre junto a su esposo acompañándolo incluso en el campamento mientras el asedio de Sevilla, y también le dio 5 hijos más.

    Con su vida sentimental bien asentada y con su madre Berenguela rigiendo y administrando muy bien el reino, Fernando III al que ya algunos empezaban a llamar “El Santo”, se dedicó de lleno a la reconquista de la parte del al-Ándalus que iba quedando en posesión de los hijos del Islán; Así cayeron: Jaén, Écija, Marchena, Zafra y Morón de la Frontera entre otras plazas. Se trataba de ir desmembrando poco apoco los territorios enemigos con el único fin de acabar reconquistando Sevilla que era para el rey castellano su objetivo principal. Habría atacado antes, pero la muerte de Berenguela le sorprendió después de conquistar Alcalá de Guadaira y dejando el mando a don Rodrigo Álvarez, él marchó hacia el norte para las exequias de su querida madre en las Huelgas Reales de Burgos.

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    Terminados los actos fúnebres celebrados en Burgos por la reina Berenguela, Fernando III pasó un tiempo desolado. Había perdido uno de los pilares más firmes que sustentaban el reino y la consejera más fiel y sincera que pudiera tener. Sin embargo, la vida seguía y sus tropas esperaban impacientes que la célebre espada “Lobera” (así se llamaba la espada de Fernando III) volviera a brillar delante de sus tropas para llevarlas a la victoria.

    El rey de Castilla dejó Burgos y se dirigió a Jaén donde pasó el invierno preparando la que sería su mayor operación militar, la reconquista de Sevilla. Pero esta no era una ciudad cualquiera, su muralla medía siete kilómetros y medio y encerraba dentro de sus fuertes muros una extensión de más de 300 hectáreas. Tenía doce puertas almenadas y muy bien protegidas y en muchos lugares la muralla era doble. Sevilla estaba circundada por el río Guadalquivir y el Tagarete que es un afluente del primero, también estaba jalonada por potentes fortalezas que la rodeaban sobresaliendo entre todas la de Triana que estaba unida a la ciudad por un puente de barcas unidas con fuertes cadenas; y la fortaleza o castillo de Gabir al que los cristianos después de su conquista le dieron el nombre de San Jorge. Todo esto la convertía en una ciudad prácticamente inexpugnable.

    Para conquistar Sevilla Fernando III reunió el más poderoso ejército hasta entonces conocido, con casi un centenar de generales y más de cien famosos caudillos, destacando entre ellos los maestres de las Órdenes de caballería de Calatrava, Santiago, Alcántara, el maestre de la Orden del Temple y de la Orden de San Juan. Allí estaban también el príncipe Alfonso y el infante Fadrique con gran cantidad de nobles castellano-leoneses y todos los concejos de los reinos pertenecientes a la corona de Castilla.

    El obispo Jiménez de Rada realizó gestiones con el Papa Inocencio IV y obtuvo de él una bula de cruzada, que permitía a Fernando III aprovecharse de las tercias de la Iglesia (los dos novenos de los diezmos que recaudaba la Iglesia), dinero que el rey empleó en financiar los gastos de la guerra. Fue tan famosa esta cruzada que hasta Francia, Alemania e Italia contribuyeron con apoyos económicos y de soldados.

    Sevilla, la gran ciudad que se pretendía conquistar, además de estar bien fortificada y defendida por un gran número de tropas, tenía el río Guadalquivir por donde le llegaban todo tipo de suministros e incluso podrían llegarle refuerzos. Ante esta situación Fernando III llamó a Jaén al marino Ramón Bonifaz y le dio cartas reales con el mandato de preparar una flota en los puertos del norte y, bordeando la península, entrar por la desembocadura del Guadalquivir hasta Sevilla.

    El gran marino así lo hizo y reunida su flota entre las villas de Santander, Laredo, Castro Urdiales y San Vicente de la Barquera, puso rumbo hacia Galicia donde reclutó nuevos barcos y gran número de tripulantes. Sin demora y fiel al mandato recibido, Bonifaz llegó a la desembocadura del Guadalquivir a principios del mes de agosto de 1247.

    Los nobles musulmanes cercados en Sevilla nombraron jefe del ejército al joven Axataf, que era hijo del príncipe almohade Abu Alí, y este esperaba que los barcos almohades del norte de África mantuvieran expedito el curso del río Guadalquivir. Mientras tanto él tomó la decisión de defender las torres y murallas de la ciudad con gran número de soldados, mandando también un buen contingente de tropas a las fortalezas de Triana y Aznalfarache.

    Fernando III ya ante Sevilla, reunió en su tienda a todos sus principales generales para explicarles, delante de un mapa colocada en medio de todos sobre una gran mesa circular, su plan de ataque y recibir de ellos sus consejos y opiniones.

    .- .- He contemplado Sevilla desde el cerro de Cuarto y he podido comprobar cuan valiosa y grande es la ciudad, pero también me he dado cuenta de lo difícil que va a resultar su conquista. El ejército que sus muros encierran es muy numeroso y está bien preparado para la lucha, por tal motivo me he encomendado a la Santísima Virgen con la expresión “¡Valme, Señora, que si te dignas hacerlo, en este lugar te labraré una capilla, en la que a tus pies depositaré como ofrenda, el pendón que a los enemigos de España y de nuestra Santa Fe conquiste” !, y prometo que si conseguíamos la ciudad construiré en este cerro una capilla. Aquí estáis reunidos los generales y grandes hombres de la corona de Castilla, si la ciudad cayera y yo muriera quiero que esta promesa también se cumpla.

    Como un solo hombre todos asintieron, aunque algunas voces dijeron que la muerte no alcanzaría a su rey.

    .- Señor, dijo López de Haro, todos los aquí presentes sabíamos de esa promesa y todos estamos decididos a que se cumpla, pues algunos también hemos oído que vos Majestad hicisteis brotar una fuente como Moisés en el desierto, de ser así ¡es un milagro Señor!.

    El rey calló, todos callaron y permanecieron expectantes, pero Pelay Correa habló:

    .- Eso fue así caballeros, su Majestad, después de hacer la promesa descrita y viendo que en aquel secarral faltaba agua para su ejército me ordenó a mí clavar la espada en el suelo, lo hice así y en aquel mismo momento brotó una fuente que dio agua para todos. Yo estaba allí, yo lo hice y de todo ello hoy y ahora doy testimonio.

    Todos quedaron admirados y miraban a Fernando III como el santo que llegaría a ser, sin embargo, el rey siguió hablado como si nada hubiera oído.

    .- Como hemos podido ver, la ciudad tiene 12 puertas  jalonadas por varias fortalezas que las defienden, que junto con el Guadalquivir y las torres albarranas, hacen más difícil aproximarse a sus muros. Su legua y media de murallas hace casi imposible cercarla por completo, así que propongo dividir el ejército y levantar campamentos frente a las principales puertas y colocar destacamentos de vigilancia delante de las otras, y así podremos saber si alguien intenta salir o entrar en la ciudad.

    .- Majestad, dijo Pelay Correa maestre de la Orden de Santiago, Puesto que mis mesnadas están ya al otro lado del río y con vuestra ayuda nos hemos apoderado de la fortaleza de Aznalfarache, pido trasladar mi campamento ante el castillo fortaleza de  Triana que es el más poderoso.

    .- Sea así, dijo el rey, y siguió. En la puerta de la Macarena pondrá su campamento don Diego López de Haro. El señor de Vizcaya asintió con la cabeza al tiempo que se golpeaba el pecho con el puño derecho.

    Poco a poco fue disponiendo en qué lugar serían instalados los diferentes campamentos, de tal forma que unos cerca de los otros pudieran socorrerse en caso de necesidad. Cuando hubo terminado la distribución de las tropas, continuó diciendo:

    .- Como todos sabéis el mayor problema con el que nos encontramos es el río Guadalquivir cuya anchura hace imposible vadear, por lo que he mandado venir desde las villas cántabras a Ramón Bonifaz con una flota de barcos preparados para el combate, y como se le ordenó ha cumplido, aunque no han sido pocas las vicisitudes que ha tenido que afrontar.


RECONSTRUCCIÓN DEL CERCO DE SEVILLA

   

    Cuando la flota castellana llegó a la desembocadura del Guadalquivir, se encontraron con que una flota almohade enviada por el emir Abu Zakariyya cerraba el paso. Bonifaz que contaba con menos barcos, pero más grandes y mejor armados viró y dirigió su flota a mar abierto. Los barcos musulmanes pensando que huían se lanzaron como lebreles en su persecución, pero cuando el almirante castellano se vio en altamar, hizo frente a la flota musulmana hundiendo algunos barcos, apresando tres galeras y poniendo en fuga al resto.

    .- Majestad, ¿Dónde se encuentra ahora la flota castellana?. Preguntó don Diego López de Haro.

    .- Ramón Bonifaz, siguiendo órdenes mías, ha anclado la flota a la altura de Aznalfarache para dar un descanso a sus hombres y hacer reparaciones en algunos de sus barcos. No obstante, he mandado llamar al almirante y a alguno de sus hombres para que vengan a esta reunión y no tardarán.

    Todavía estaba hablando el rey cuando uno de los centinelas anunció desde la puerta al almirante de Castilla.

    El rey mandó pasar a los marinos que después de saludar respetuosamente tomaron asiento formando un círculo junto a los demás nobles y eclesiásticos. Después, a una invitación de Fernando III para que hablara, ramón Bonifaz se expresó en los siguientes términos:

    .- Majestad, nobles y religiosos de la Corona de Castilla, antes de llegar a esta reunión he recorrido a caballo, escoltado por caballeros de la Orden de Santiago, la margen del Guadalquivir y he podido ver que Sevilla será muy difícil tomarla sin cercarla totalmente también por el río. Pues además del puente de Triana, por el que entra mucho avituallamiento a la ciudad, hay un montón de pequeñas barcazas que, aprovechando la oscuridad de la noche, también traen víveres, armas y soldados para los cercados. La única forma de solucionar este inconveniente es que mi flota se haga la dueña del río y no deje transitar por él ni una sola lancha. Limpiado este de enemigos, podremos atacar las almenas de las murallas desde los barcos con saetas y catapultas, y si fuera necesario hacer un desembarco de hombres para atacar alguna de las puertas.

    Todos los asistentes eran guerreros profesionales y sabían que era cierto lo que el marino decía, pero su mente estaba pendiente de algo que Bonifaz había mencionado de pasada y que para ellos resultaba crucial, por eso haciéndose eco del pensamiento de todos, el arzobispo de Santiago don Juan Arias, que tenía su campamento cerca del Tagarete, tomó la palabra y dijo:

    .- Señor almirante, habéis hecho una exposición del plan de batalla, en todo lo que a la flota se refiere, diáfana y exhaustiva, pero habéis mencionado el puente de barcas de Triana que une la fortaleza y la ciudad, al parecer sin darle mucha importancia y habéis de saber que no solamente sirve para la llegada de víveres, sino que dicho puente convierte a Triana en inexpugnable, ya que en caso de necesidad recibe a través de él  armas y soldados de la ciudad.

    .- Señor arzobispo, claro que doy importancia al puente de Triana, pero la ruptura de ese puente lo considero cosa mía y ya en este momento se están preparando las dos naves de mayor tamaño, reforzando su quilla y armándolas con todo lo necesario para tal misión. Fijaos, señor arzobispo si lo considero de vital importancia, que una de esas naves la mandaré yo mismo.

    Después dirigiéndose a Fernando III, dijo con voz calmada y segura como habla todo aquel que sabe lo que se ha de hacer.

    .- Majestad, para que mi flota llegue al puente de barcas de Triana (este puente estaba donde está ahora el puente que lleva su mismo nombre) , ha de pasar lugares peligrosos donde se nos puede atacar desde las orillas, sobre todo me intranquiliza el paso junto a la torre albarrana que defiende la ciudad y que los musulmanes llaman “Burj Aldhahab” (“Torre del Oro”) ; esa torre está muy bien armada y puede causarnos mucho daño, por lo que propongo que antes de llegar las naves al recodo del río, esa maldita torre debe ser atacada para distraer las fuerzas y que no puedan concentrarse todas en la orilla del Guadalquivir por donde vamos a pasar.

    .- Así se hará, dijo el rey, antes que vuestras naves sean avistadas por los vigías de la torre, mis tropas ya estarán atacándola, y por el lado derecho del río los caballeros de la Orden de Santiago, se encargarán de que ningún sarraceno se acerque a la orilla. Quiero que en el palo mayor de las dos naves que atacarán el puente, se ponga bien visible la cruz de Cristo y que él os guie.

    .- Lo haré Majestad. Ante algunos bulos que corren diciendo que las barcas que hacen de pilares del puente están todas ellas unidas por una fuerte cadena, me he informado bien y no es así. Las barcas están unidas unas a otras por gruesos tablones de madera y atadas con fuertes nudos marineros (así ha estado el puente de Triana hasta mediados del siglo 19); las cadenas solamente están en las dos orillas, mas no debemos olvidar que su anchura es de 7 metros, y sobre él nos encontraremos un buen número de soldados dispuestos a morir antes de que seamos capaces de romper ese cordón umbilical que une Triana con Sevilla. No obstante, mis hombres y yo lo intentaremos.

    .- No resultará fácil, dijo el señor arzobispo de Santiago, pues supongo que sabéis que tendréis que navegar contra corriente y eso hará más difícil vuestra empresa.

    .- Con ello cuento, mas eso son problemas de marinería y los problemas de marinos somos los marinos los que los tendremos que resolver.

    .- Señor almirante, dijo el rey Fernando III, marchad y haced como habéis dicho, sólo quiero que cuando consideréis oportuno iniciar el ataque, un mensajero vuestro me informe con suficiente tiempo para poder acometer contra la torre.

    Así se hizo, y el día tres de mayo la flota se puso en marcha remontando el curso del Guadalquivir. Bonifaz había esperado a que subiera la marea para que esta contrarrestase la corriente del río, y como si un milagro de la Virgen que tanto veneraba Fernando III se realizase, un viento favorable a las naves arreció con fuerza imprimiendo en ellas gran velocidad.

    Todo marchaba bien aquel día de primavera, el sol brillaba claro en un cielo azul y hacía resplandecer las cruces colocadas en lo alto de los mástiles. Ramón Bonifaz había dicho a sus marinos y a los soldados embarcados con él, que el primer ataque vendría de la Torre del Oro, pero que su principal preocupación debía de ser defenderse de las flechas que de ella vendrían, ya que no iban a intentar repeler el ataque. También advirtió que si les llegaba el fuego griego, no intentasen apagarlo con agua pues era peor, para lo cual les proveyó de mantas para taparlo y extinguirlo.

    Las naves avanzaban en silencio más cerca del lado derecho del río donde la caballería de la Orden de Santiago escoltaba la navegación. De pronto, un silbido agudo y estridente rasgó el aire de la mañana y una flecha enorme disparada por una ballesta de asedio se fue a clavar con gran estruendo en el palo mayor de la nave capitana. Había empezado el combate y desde las almenas de la torre empezaron a disparar flechas, grandes piedras con catapultas y alguna que otra bola de fuego griego. Pero la torre estaba siendo atacada por el ejército de Fernando III, y sus defensores tenían que dividir sus fuerzas para repeler el ataque. Esto hizo más fácil el paso de la flota que con pocos desperfectos, aunque con las cubiertas, las velas y los mástiles erizados de saetas, enfilaron río arriba, ahora por todo el centro de la corriente con las dos naves preparadas para el impacto navegando en cabeza de la formación.

    En el puente, un gran número de musulmanes armados hasta los dientes y con catapultas ligeras, abrieron fuego en cuanto los barcos estuvieron a tiro de ballesta, pero la numerosa tripulación de la flota contestó con una lluvia de flechas que causó gran número de bajas en los enemigos. El primero de los buques preparados para el choque, que se llamaba “La Rosa de Castro”, estaba hecho en Castro Urdiales y comandado por Ruy González, impactó con tanta fuerza que sin quebrarlo lo zarandeó de tal manera que derribó a la mayoría de sus defensores cayendo muchos al agua. El segundo choque fue el de la nave capitana al mando de Bonifaz que estaba construido en Santander y se llamaba “Carcena”, y lo hizo con tanta fuerza que partió el puente y pasó navegando al otro lado. El puente, al ser flotante y quedar roto en dos, abrió por el centro un gran boquete que los barcos aprovecharon para cruzarlo al tiempo que lo incendiaban para que el fuego lo destruyera.

    Al destruir el puente que unía Triana con Sevilla, Axataf y la junta de nobles de la ciudad, perdieron toda esperanza de recibir refuerzos y víveres de parte de sus hermanos almohades, pero se mantuvieron firmes en la defensa rechazando una y otra vez los ataques cristianos a sus murallas.

    El trabajo en el asedio de la ciudad por parte de la flota de Ramón Bonifaz era crucial. Por el río no volvieron a navegar ningún tipo de barcas que pudieran ayudar a los cercados, además desde los barcos de la flota se atacaban las murallas sevillanas con catapultas y saetas de asedio, manteniendo siempre la amenaza de desembarcar tropas para atacar los muros más de cerca. Esto originó que a pesar de los fracasados asaltos cristianos que una y otra vez se estrellaban contra las murallas de la ciudad, apareciese un enemigo más letal sin estar armado; era el hambre que pasados unos meses empezó a hacerse sentir en todos los sitiados tanto en Sevilla como en la fortaleza de Triana.

    El alfaquí Orías y los alcaides de Triana, bajo bandera blanca, pidieron permiso a Fernando III para cruzar el río y reunirse con Axataf y los nobles de la ciudad para tratar sobre que se podría hacer. Fernando se lo concedió y días después unos emisarios autorizados cruzaron el río para hablar con el rey. Éste después de haberlos recibido y estando acompañado de su hijo Alfonso y otros nobles castellanos preguntó:

    .- Señores emisarios, después de la reunión que han celebrado, ¿qué es lo que propone Axataf?

    .- Majestad, dijo el portavoz de los emisarios en perfecto castellano, Axataf y la nobleza sevillana, proponen entregaros las fortalezas que aún están en nuestro poder y todas las rentas que Sevilla produzca. A cambio de dejarnos vivir en nuestra ciudad, seremos vuestros vasallos y pagaremos las parias que vos nos impongáis.

    .- Vuestro pueblo, durante muchos años, ha predicado y practicado  la Yihad” (guerra santa) contra el cristianismo, pero ahora la situación ha cambiado y somos los cristianos quienes estamos inmersos en una Santa Cruzada contra el Islán. Marchad y decid a vuestros nobles que no puedo aceptar su propuesta y que sólo aceptaré la rendición total y el abandono de la ciudad.

    Siguió la lucha y en uno de los ataques llevados a cabo frente a las murallas de la Macarena, el rey, que siempre dio muestras de ser un valiente guerrero, se encontraba dirigiendo el asalto, cuando una saeta de ballesta se fue a clavar en el arzón de su silla de montar, rasgando el manto donde Fernando III llevaba siempre envuelta su pequeña imagen de la Virgen. Fracasado el asalto y de vuelta a su tienda, dicen los cronistas de la época, que el rey pidió hilo y aguja para coser el corte. Al verlo uno de sus caballeros se atrevió a decirle:

   .- Majestad, no está bien que un rey se ponga a coser,  yo puedo llamar al sastre para que él lo remiende.

    .- Gracias por vuestra oferta pero sabed, que en lo tocante a las ropas de Nuestra Señora, bien puede el rey de Castilla realizar el trabajo de un humilde sastre.

    La anécdota corrió de boca en boca por todo el campamento, y muchos pensaban que tenían a un santo por rey. Por este motivo los sastres del ejército lo nombraron hermano mayor de la hermandad de San Crispín, que es el patrón de los sastres.

    En embajadas sucesivas, los sitiados hicieron otras ofertas tales como ofrecer un tercio de la ciudad al ejército cristiano y en otra propusieron dividir la ciudad por la mitad con un muro, ofreciendo una mitad para los cristianos y la otra se la reservarían los musulmanes, pero Fernando III contestó que la ciudad debía de quedar libre e intacta. En una última negociación propusieron derribar el minarete de la torre de la mezquita y el príncipe Alfonso que estaba allí y que había visto de lejos la torre de la mezquita y conocía su valor arquitectónico, intervino airado en la negociación diciendo:

    .- Si los musulmanes de Sevilla tocan un solo ladrillo de la mezquita o de su minarete, las tropas cristianas conmigo a la cabeza pasaremos a cuchillo a todos los habitantes sin perdonar a ninguno.(dicho minarete es la actual Giralda de Sevilla).

    .- Majestad, dijo el portavoz musulmán dirigiéndose al rey, decidnos cuales son vuestras condiciones.

    .- Mis condiciones son las siguientes:

    Todos los habitantes que no acepten la religión cristiana deberán abandonar la ciudad en el plazo de un mes, con todo lo que puedan llevar consigo.

     Para los que quieran ir a África yo habilitaré 13 naves para que los lleven y tendrán sus salvoconductos pertinentes.

    Y por último, la ciudad de Sevilla ha de ser entregada con todos sus edificios intactos salvo los deterioros que la guerra haya ocasionado.

    .- Estas son mis condiciones y deberán ser aceptadas sin discusión.

    Al ver la intransigencia de Fernando III y de su hijo Alfonso, los musulmanes aceptaron las condiciones del vencedor y el día 23 de noviembre la ciudad de Sevilla se rindió al ejército cristiano, dejando un mes de plazo, a partir de ese día, para ser evacuada la ciudad.

    Muchos de los sevillanos eligieron marchar hacia Jerez formando una grandísima caravana que fue escoltada por la Orden de Calatrava con su maestre a la cabeza.

    Pasado el mes justo, el día 23 de diciembre de 1248 entró en Sevilla el rey Fernando III encabezando una gran comitiva. Se encaminaron hacia la gran mezquita que previamente había sido consagrada al culto cristiano por el arzobispo de Toledo Gutierre Ruiz de Olea.

La reconquista de Sevilla supuso un duro golpe para el Islán que ya solamente dominaba el reino de Granada, y este como vasallo de la corona de Castilla. Fue tan grande la transcendencia que tuvo este hecho que muchas villas y hombres nobles de la cornisa cantábrica incorporaron en sus escudos heráldicos imágenes que hacían alusión a la toma de Sevilla, en especial a la ruptura del puente de barcas de Triana por las naves que de aquella cornisa habían salido; así se pusieron en sus escudos barcos y cadenas e incluso alguno de ellos añadió la Torre del Oro como ocurre en el escudo de Santander.

 


ESCUDO DE SANTANDER

 

    En la iglesia parroquial de Santa María de la Asunción, en Laredo, se conserva un trozo de la cadena, que según la tradición se llevó como recuerdo de aquel célebre triunfo.

    Fernando III, como buen militar que era, se dio cuenta de que sin Sevilla y controlado el río Guadalquivir por la flota castellana, el poder de los musulmanes en el “Al-Ándalus era prácticamente nulo, así que, tras conquistar buena parte de pueblos y castillos del sur de la península, su mayor preocupación fue asegurar los territorios reconquistados. Para lograr este objetivo repobló los nuevos territorios donando tierras y castillos a los nobles y Órdenes militares que habían participado en la reconquista, y dando casas y tierras a los soldados y castellanos venidos del norte para que pudieran asentarse allí.

    Fernando III además de un gran militar, fue un gran protector de las ciencias y las letras. Mandó traducir al castellano el “Fuero Juzgo” e inició el “Código de las siete partidas”. Fue bondadoso con los necesitados y firme con los poderosos a los cuales doblegó; además llevó siempre una vida ejemplar y religiosa hasta su muerte que le llegó a la edad de 54 años en el Alcázar de Sevilla, pidiendo ser enterrado en la catedral sin lujos, deseo este que no fue respetado, ya que sí fue sepultado en la catedral, pero su sepultura es muy lujosa. Fue tan y por tantos considerado como santo, que el 4 de febrero de 1671 fue elevado a los altares por el Papa Clemente X.

    Su hijo y sucesor Alfonso X en el año 1254, dispuso que todos los años el día 23 de noviembre, que se celebra la festividad de san Clemente, se haría una procesión solemne en la que un representante de la ciudad sacase en procesión la espada de Fernando III el Santo, llamada espada “Lobera”, y todavía hoy se sigue haciendo.

 

ALFONSO X “EL SABIO”

    El tiempo corre veloz y las coronas de los reyes de Castilla se suceden unas a otras como los eslabones de una cadena. El día 31 de mayo de 1252 falleció Fernando III el Santo y al día siguiente, fue proclamado rey el infante Alfonso, que reinaría en Castilla y León con el nombre de Alfonso X, al que la historia posteriormente apodaría con el sobrenombre de “El Sabio”.

    Alfonso X, muerto ya su padre, siguió la ofensiva contra los musulmanes y para ello se fijó como objetivo invadir el Magreb, pues estaba seguro de que, si conquistaba el norte de África, no habría más invasiones musulmanas en la Península y sobre todo se terminarían las ayudas que desde África llegaban al reino de Granada.

    Mandó construir grandes atarazanas en Sevilla para la construcción de barcos y mandó venir a su presencia a Juan García de Villamayor que era un hombre de la total confianza de Alfonso X, y una vez en su presencia le dijo:


 

    .- Quiero contar contigo para un proyecto que hace tiempo vengo pensando. He mandado construir atarazanas en Sevilla a orilla del Guadalquivir y quiero que vos superviséis la construcción de un gran número de barcos, unos de carga y otros de guerra.

    .- Así lo haré majestad pero. ¿con qué autoridad puedo yo realizar tan importante trabajo? El Rey de Castilla tiene buenos constructores, buenos pilotos y buenos marinos. Cualquiera de ellos podría realizar ese cometido.

    .- No. Sois vos la persona que he elegido porque desde hoy seréis nombrado Almirante de Castilla, y seréis vos quien elija la clase de barcos que vais a necesitar para invadir el norte de África, y así impedir que el reino de Granada reciba ayuda de sus hermanos de religión.

    .- Señor, intentaré con todas mis fuerzas ser digno del cargo que me concedéis y prepararé con minuciosidad la flota que nos permita el paso del estrecho, pero sabed Majestad que esta empresa costará mucho dinero a las arcas reales.

    .- Eso no debe preocuparos, el Santo Padre ha proclamado una Cruzada y gracias a eso podremos recibir ayuda económica de todos los reinos cristianos de Europa.

   Las atarazanas de Sevilla en frenético trabajo construyeron barcos nuevos y reformaron y repararon otros viejos, y en el verano del año 1260, una flamante flota zarpó del puerto fluvial de Sevilla y descendiendo por el río Guadalquivir, llegó al mar y se dirige a la ciudad de Salé (actual Rabat) que estaba fuertemente fortificada. La ciudad fue asaltada y saqueada en medio de una gran carnicería. A pesar de esta rápida y contundente victoria, la conquista de parte del norte de África para crear allí una franja castellana permanente, no se llevó a cabo y después de un tiempo, la flota se vio forzada a regresar a la Península.

    Después de este fallido asalto al norte africano, Alfonso tuvo que poner orden en los territorios de Andalucía y Murcia que se habían rendido a cambio de pagar parias al reino castellano, pero que se les había permitido vivir en sus ciudades manteniendo su religión y sus costumbres. Los reyes de Granada y Túnez los incitaron a la rebelión con la promesa de su ayuda.

    Alfonso X que ya estaba casado con Violante, hija de Jaime I “El Conquistador” rey de Aragón, pidió ayuda a su suegro y este se la concedió. Mientras Alfonso se encargaba de los territorios del sur peninsular en una guerra de victorias sucesivas, donde se vuelven a oír disparos de pólvora que, según algunos historiadores, ya se habían dado en la reconquista de Lebrija y Cádiz. Los historiadores hacen constar que estos disparos eran más el ruido que su contundencia y todavía no influían para nada en el resultado de las batallas.

    Mientras Alfonso se había encargado de sofocar la revuelta del sur de la Península, su suegro Jaime I se encargó de vencer a los sublevados de los reinos de Valencia y Murcia. Así en pocos meses esta revuelta que la historia reconoce con el nombre de “Rebelión Mudéjar”, fue aplastada y anulados todos los anteriores pactos. Sus habitantes tuvieron que abandonar estos lugares y emigrar a Granada o a otros reinos del norte de África, quedando muchos lugares despoblados, que él se preocupó de repoblarlos.

    Alfonso X no fue como sus antepasados que llegaron a reyes siendo aún niños. Alfonso que había nacido el 23 de noviembre de 1221, no es coronado rey hasta el día 1 de junio de 1252, con treinta años cumplidos; quizás por este motivo fueron célebres sus amoríos juveniles, pues hay que tener en cuenta que un príncipe heredero de la corona de Castilla, de elevada estatura, agraciado de facciones, con una gran cultura y exquisitos modales, tenía que ser a la fuerza el centro de atracción de las bellísimas damas de la corte.

    Sabemos que este rey tuvo numerosas amantes de las que podemos destacar aquí a los 19 años se enamoró de María Alonso de León; que era su tía carnal e hija del rey de León Alfonso IX. Esta había estado casada, y al quedarse viuda se enamoró de su sobrino y fruto de esta relación concupiscente, nació una hija llamada Berenguela.

    Poco tiempo después, sus ojos se fijaron en Elvira Rodríguez de Villada; y de sus amores con esta dama nació Alfonso Fernández apodado “El Niño”. El rey se preocupó de proporcionarle un futuro digno de un hijo de rey, aunque este hijo fuera bastardo, y le casó con su prima Blanca Alfonso de Molina.

    Más tarde, pero no muy alejada en el tiempo se enamoró de la mujer que posiblemente fue el amor de su vida, doña Mayor Guillén de Guzmán con la que fue padre de Beatriz, con toda seguridad su hija predilecta y que consiguió casar con Alfonso III de Portugal, por lo que llegó a ser reina del país lusitano.

     Con este matrimonio surgió un conflicto importante ya que el rey de Portugal estaba casado con Matilde de Bolonia. ¿Por qué hizo esto el rey portugués?, lo hizo porque su esposa Matilde no le daba un hijo que pudiera ser heredero al trono. Matilde al ver ese acto tan feo y pecaminoso de su marido, le denunció por bigamia ante el Papa Alejandro IV, y éste le condenó por adulterio exigiéndole que devolviera la dote que la condesa Matilde había aportado al matrimonio.

     Era tan grande el poder de la Iglesia en aquellos siglos, que hasta los reyes tenían miedo de las decisiones papales que en alguna de las veces llegaban a excomulgarles. En esta ocasión la suerte o el destino jugó a su favor pues al poco tiempo murió la esposa que había repudiado y un poco más tarde, también murió, el Papa Alejandro IV. El nuevo Papa Urbano IV ante hechos consumados como las dos muertes y el haber tenido ya tres hijos fruto del matrimonio con Beatriz, dio por legítimo el matrimonio.

    Aunque estas fueron las tres amantes más conocidas de Alfonso X, se sabe que tuvo algunas más, pues él que era cuidadoso a la hora de proteger a sus vástagos, aunque estos no fueran hijos legítimos, en su testamento reconoce y favorece a otros dos hijos cuyas madres no nombra: a don Martín Alfonso que fue Abad en Valladolid y a Urraca Alfonso.

 

MATRIMONIO Y DESCENDENCIA DEL REY

   

    Después de todos los escarceos amorosos que he relatado y que el rey Alfonso X llevó en su juventud cuando todavía era infante, pues su padre no había muerto, le llegó por fin la hora de contraer matrimonio.

    Fernando III “El Santo” había logrado prometer a su hijo dos veces. La primera, siendo aún niño, con la infanta Blanca hija del rey Teobaldo de Navarra, pero este compromiso no se llevó a efecto; como tampoco se llevó a efecto el segundo compromiso con Felipa de Ponthieu. Posteriormente a estos compromisos fallidos, en el año 1240, se acordó su matrimonio con la hija de Jaime “El conquistador” rey de Aragón, llamada Violante que era una niña de 4 años. Este compromiso era muy beneficioso para Castilla y para Aragón, ya que esta unión los convertía en la mayor fuerza de la Península. Del mismo modo también le parecía bien al Papado que veía en esta unión el fin de las guerras intestinas entre los estados cristianos que a partir de ahora unirían sus fuerzas para luchar contra el Islán.

    Como Violante tenía cuatro años, hubo que esperar seis años más para la entrega formal de la princesa. Esta entrega se realizó en Valladolid el día 26 de noviembre de 1246, firmando el contrato matrimonial entre ambos contrayentes que a la vez recibieron la bendición nupcial. Por último, según el historiador Francisco de Moxó, especializado en la historia de Aragón, Violante era tan niña que hubo que esperar hasta el día 29 de enero de 1249, cuando ya tenía 12 años cumplidos, para celebrar las bodas en la colegiata de Valladolid, con la consiguiente consumación del matrimonio según el Derecho Canónico de la Santa Madre Iglesia Romana.

    Todos los cronistas de la época están de acuerdo en que Alfonso X, un hombre en plena juventud, con casi treinta años, no era feliz casado con aquella niña que era incapaz de quedarse en estado a pesar de llevar casados ya más de dos años. El rey Fernando III también deseaba ver antes de morir al primogénito de su hijo, pues, aunque conocía a algunos de sus nietos bastardos, no los consideraba dignos de heredar la corona de Castilla.

    Llegó el año 1252 en que muere Fernando III, y Alfonso coronado rey de Castilla, no aguanta más sin tener descendencia, y como su propia fertilidad estaba sobradamente demostrada, echó la culpa a su esposa Violante acusándola de estéril. 

    Algunas historias cuentan que queriendo una esposa fértil que le diera hijos sanos y pronto, se puso en relación con el rey Haakon IV de Noruega, y concertó matrimonio con una hija de éste llamada Kristina Hákonsdatter (conocida en España como Cristina de Noruega). Según he podido comprobar, eso no fue así, pues las fechas no cuadran, ya que el primer contacto que se tiene con Noruega es en el año 1255 y por entonces la reina Violante ya era madre de al menos dos hijos de los once que llegó a dar al rey de Castilla, demostrando que sí que era fértil, y que si no había concebido antes, no había sido por falta de fertilidad si no por exceso de precocidad.

 


CRISTINA DE NORUEGA (Covarrubias)

Brit Sorensen (escultor noruego)

     Las primeras relaciones que el rey Alfonso X tiene con Noruega se inician con la llegada a Castilla en el otoño de 1255, de una embajada de aquellas tierras nórdicas para tratar de establecer una alianza entre Noruega y Castilla que resultase beneficiosa a los dos reyes Alfonso X y Haakon IV. Este último quería apoyar al rey castellano en sus pretensiones a lograr la corona imperial ya que la muerte de Federico II había dejado vacante el trono. Quería el rey noruego que después de que Alfonso la consiguiera, que éste le cediera el control de la ciudad imperial de Lübeck y así poder controlar Noruega los cereales del mar Báltico.

    Los integrantes de la embajada noruega traían numerosos regalos entre los que se destacaban preciosos gerifaltes (halcones casi blancos) y azores mudados con ojos rojos como rubíes, además de preciadas y delicadas pieles. Los castellanos los recibieron con todos los honores y los colmaron de agasajos durante su permanencia en Castilla que fue todo un año.

    En el viaje hacia el norte, Alfonso X mandó a Sira Ferrant, que ostentaba el cargo de notario mayor de Castilla y que además era el consejero de su majestad, que formara un grupo de delegados para negociar el tratado y las bodas de la princesa Cristina con uno de sus hermanos. Esto demuestra que la boda no estaba pensada para el rey, pues en el año 1256 ya habían nacido: Berenguela, Beatriz y Fernando, y por lo tanto Alfonso ya no tenía disculpa para exigir la nulidad matrimonial.

    Las embajadas noruega y castellana viajaron juntas a Noruega en el año 1256, y allí se trató con toda minuciosidad la alianza entre los dos reinos, teniendo como acto principal la boda de Cristina con uno de los cuatro hermanos de Alfonso X.

    La lengua era para los consejeros de una y otra parte un obstáculo muy grande a la hora de entenderse, por tal motivo, el rey castellano había delegado en Sira Ferrant, pues había estudiado en la Universidad de la Sorbona de París y conocía a Pedro de Mar, obispo y consejero del rey Haakon IV. Los dos cultos políticos hablaban perfectamente, además de sus lenguas maternas, el latín y el francés.

    .- Majestad, dijo Sira Ferrant, cabeza de la delegación castellana, mi señor el rey Alfonso X de Castilla os ofrece el casamiento de uno de sus hermanos con vuestra hija Cristina, y a cambio os pide vuestro voto e intervención ante el Papa para que éste le conceda el título de Emperador.

    Haakon IV y sus delegados oyeron aquella propuesta sin entenderla la mayoría de ellos, pero Pedro de Mar le explicó al rey en su lengua, con todo detalle la oferta hecha por el castellano. El rey conversó con él un corto rato al tiempo que gesticulaba con las manos como si ya hubiera tomado una resolución inquebrantable.

    .- Mi Señor, dijo a la asamblea el señor obispo noruego, está de acuerdo en la propuesta del rey de Castilla pero con una exigencia y con un matiz.

    .- ¿Cuáles son esos dos puntos que suponen impedimento para la firma de nuestra alianza?.

    .- El rey Haakon IV exige que, en caso de necesidad bélica, el rey Alfonso X de Castilla le ayude con las tropas necesarias para lograr sus fines, pues de todos es sabido que el rey de Castilla dispone de una gran flota, y si sus barcos no son tan rápidos como nuestros drakkares (nave vikinga), sí son lo suficientemente grandes como para transportar gran número de soldados.

    Sira Ferrant conversó unos momentos con los miembros de su delegación, y llegaron a la conclusión de que aquella exigencia podía ser aceptada por su monarca Alfonso X, y así se lo expuso al rey Haakon IV.

    .- Tenemos potestad para afirmaros que  vuestra propuesta es aceptada por nuestro rey, pero ¿Cuál es el otro matiz que hace inviable la firma definitiva de nuestra alianza?.

    .- El matiz que el rey Haakon IV hace constar y que para él es condición “sine qua non”, consiste en que su hija Cristina tendrá la última palabra a la hora de elegir esposo entre los cuatro hermanos del rey de Castilla, y todo ello supeditado a mi consejo, según ha dispuesto nuestro rey.

    .- Como ministro, que soy del Señor, y teniendo en cuenta que el matrimonio es un hecho que debe hacerse en plena libertad, puedo aseguraros que así se hará.

    Puestos de acuerdo en todos los puntos del tratado de alianza, se levantó acta por parte de los notarios reales y se firmaron y sellaron todos los manuscritos, faltando ya sólo, para ser ratificada dicha alianza, la boda de Cristina con el hermano del rey Alfonso que ella eligiese.

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    La princesa Cristina era una joven espectacular, de estatura superior a lo normal, estrecha de cintura, facciones más que agraciadas, largos y abundantes cabellos de áureo color que sobrepasaban la cintura, labios de fresa y unos ojos tan grandes y tan azules que parecían reflejar en ellos el azul de las aguas de los fríos fiordos de su patria.

    En el año 1257 las densas y frías nieblas, tan temidas por los navegantes noruegos, se adueñaron de los fiordos y las tierras de Noruega, y navegar en aquella situación era demasiado arriesgado; pero con la llegada del verano, las nieblas se disiparon y el mar se tornó propicio para la navegación.

    Dos enormes Drakkares salieron del puerto de Tönsberg (Noruega). Uno de ellos llevaba a la princesa Cristina con cuantiosos tesoros y un gran séquito de nobles y diplomáticos, a cuya cabeza iba el embajador noruego Leoinn Leppur que era miembro principal del Hird (consejo del rey de Noruega). En el otro barco, un gran número de guerreros noruegos escoltaba a su princesa. Navegaron, con la maestría de quienes se sabían descendientes de los antiguos vikingos, a través de las frías aguas del mar del norte, durante el primer día y el segundo, pero a medianoche de este segundo día el mar embraveció; las olas alcanzaban gran altura y una terrible tormenta puso en gran peligro las embarcaciones. No se veían las estrellas que eran importantes para la navegación, y en su lugar grandes nubarrones descargaban intensa lluvia, entre el estruendo de los truenos y la deslumbrante luz de los relámpagos que iluminaban las olas espumosas, como si fueran las fauces de una gigantesca bestia dispuesta a tragarse las embarcaciones y las vidas de cuantos iban en ellas. Algunos de los viejos remeros, ante aquellos truenos y aquellos rayos, aunque hacía tiempo que Noruega era cristiana, pensaron en Thor el dios mitológico del trueno y del rayo. Por más de que ellos eran valientes soldados y expertos navegantes, al resplandor de la pálida luz de los relámpagos se podía ver en sus curtidos y barbudos rostros el signo de la preocupación mientras, aferrados a los remos y empapados por la lluvia y la salada espuma del mar, luchaban con todas sus fuerzas por dominar la situación.

    .- Majestad, le dijo a la princesa Cristina el embajador Leoinn Leppur, guardaos con vuestras doncellas en el camarote y rezad por todos nosotros. Estad segura que la tripulación que tenemos es de lo mejor de Noruega, y con ellos y la ayuda de Dios nos salvaremos.

    .- Señor embajador, allí nos recogeremos mis doncellas y yo y juntas rezaremos a San Olav patrón de nuestra patria, para que interceda por todos nosotros ante Dios Nuestro Señor.

    Después de una noche en la que parecía que todas las fuerzas del Averno se habían puesto de acuerdo para acabar con las embarcaciones, el mar se tranquilizó, el viento amainó y la luz del nuevo día calmó los ánimos de todos los viajeros.

    .- Señor, dijo el capitán del drakkar donde viajaba la princesa al embajador, los daños que la tormenta a producido en la embarcación no son de consideración, pero los vientos y las olas nos han apartado de nuestra ruta y estamos cerca de las costas de Inglaterra. Además, hemos dejado de tener contacto visual con el drakkar donde viajan los guerreros de la escolta.

    .- Bien capitán, lo importante es que hemos salvado la vida de la princesa y las nuestras propias, y por eso damos gracias a Dios Todopoderoso. Navegaremos hacia las costas inglesas y después buscaremos un puerto donde parar y reparar los daños del barco. Quizás en este tiempo aparezca el barco que nos escoltaba.

    .- Así lo haremos señor, siguiendo la costa llegaremos a Yarmouth (Inglaterra), que es un puerto seguro y con todo lo necesario para lo que queremos.

    Al poco tiempo de estar navegando a la vista de la costa inglesa avistaron al otro drakkar que debido a la violencia de la galerna también le había llevado cerca de Inglaterra. Las dos naves se aproximaron y así siguieron juntas hasta llegar al puerto antes mencionado de Yarmouth, donde fueron bien recibidos y se tomaron el tiempo suficiente para descansar en tierra y hacer las reparaciones oportunas.

    Estando las embarcaciones preparadas para zarpar, marinos ingleses se presentaron ante los capitanes de las dos naves diciéndoles:

    .- Señores, como marinos que también somos nosotros, y habiendo oído que tenéis intención de partir hacia las costas españolas, nos vemos en la obligación de informaros de que el golfo de Vizcaya está  frecuentado por naves piratas que a estas alturas, ya habrán sido informados del personaje que transportáis y de los tesoros que se encierran en vuestras bodegas.

    .- Gracias por vuestra información, dijo el embajador Leoinn Leppur. Si es así como nos decís, proyectaremos otra ruta menos peligrosa. Sin embargo, a nadie dijo el camino que seguirían ni cuando saldrían, pues de las costas inglesas podrían partir pequeñas embarcaciones que pondrían en alerta a los barcos piratas. Cuatro días después de ser avisado, reunió a los dos capitanes de los drakkares y les dijo:

    .- Mañana al despuntar el día zarparemos hacia las costa de Normandía (Francia), pero esta orden no debe saberla nadie de vuestras tripulaciones hasta el momento de partir, pues aunque nuestra escolta es lo suficientemente numerosa y aguerrida para salir victoriosos en una confrontación con los piratas del mar, no quiero derramamientos de sangre innecesarios. Hace días mandé una pequeña embarcación con un mensaje para el rey de Francia pidiéndole permiso para desembarcar en sus tierras, y hoy mismo me ha llegado la contestación autorizándonos.

    Los dos drakkares, totalmente equipados y reparados, salieron al amanecer de Yarmouth con sus afiladas quillas cortando las aguas del Canal de la Mancha, y ese mismo día llegaban a las costas francesas de Normandía, donde fueron muy bien recibidos por el rey Luis IX de Francia, el cual les proporcionó un salvoconducto real y un capitán con seis lanceros que caminando a la cabeza de la expedición, y llevando uno de ellos el pendón del rey  francés, les permitió cruzar todo el país desde Normandía hasta Narbona, en la costa mediterránea.

    Desde Francia pasaron a la Península cruzando los Pirineos por la frontera del reino de Aragón, pasaron por las ciudades de Gerona y Barcelona donde el rey Jaime I “El Conquistador” los recibió con todos los honores quedando prendado de la hermosura de aquella joven princesa que, como una nívea flor de las montañas noruegas, deslumbraba con su belleza a todo aquel varón que era capaz de mirar sus limpios ojos azules. 

    Todo el reino de Castilla esperaba con ansiedad la llegada de la princesa Cristina, ya que la fama de su belleza le precedía como la luz de la aurora precede a la salida del sol. Por fin, a mediados de diciembre, entraron en Castilla por las tierras de Soria, provincia que en invierno muestras sus campos desnudos y yermos, donde los vientos racheados del norte barren la paramera congelando el rostro de los valientes que se atreven a transitar por ella. Soria, con sus montes casi pelados y barrancos congelados donde solamente los lobos viven acechando los rebaños que se alimentan en sus pobres pastos. Los expedicionarios, aunque eran hombres del frío norte, cabalgaban envueltos en sus capotes de piel, soportando el gélido viento con los ojos semicerrados, mientras la ventisca perlaba de escarcha las crines de los caballos.

    Tardaron pocos días en atravesar las frías tierras sorianas, y justo el día de Nochebuena del año 1257 entraban en Burgos alojándose en el Monasterio de las Huelgas, donde fueron recibidos por la hermana del rey doña Berenguela, que era por entonces señora de dicho monasterio. Allí pasaron la Nochebuena y la Navidad, y el día 28 de diciembre salieron hacia Valladolid.

    El rey Alfonso X, que ya muchos apodaban “El Sabio”, esperaba impaciente en Palencia la llegada del séquito de la princesa Cristina, pero al saber por un mensajero de la proximidad de las “gentes del norte” y ansioso por conocer la belleza de aquella princesa tan bella que enamoraba a cuantos la contemplaban, se rodeó de un pequeño grupo de caballeros y montando un magnífico alazán salió a recibirla antes de llegar a la ciudad.

    Alfonso X, encontró a los expedicionarios muy cerca de Palencia en una fría mañana del día uno de enero de 1258 y, a pesar de la baja temperatura, cuentan quienes presenciaron el encuentro, que el rey quedó prendado de la belleza de aquella hermosa princesa y que al coger la mano que Cristina, con gentil delicadeza le tendió para que Alfonso besara, el calor que el rey depositó en aquel beso hizo vibrar las fibras más sensibles del corazón de la princesa. Y cuentan que, desde aquel día, cada vez que sus miradas se cruzaban, los ojos de ambos brillaban con una luz especial. 

    La noche de fin de año y el día de año nuevo, Cristina y sus más de cien caballeros noruegos, los pasaron en Palencia. Ciudad esta que se vistió de fiesta para acoger a toda aquella gente de hablar extraño y costumbres diferentes que habían venido de la lejana Noruega, otrora temida a causa de los terribles vikingos, y que ahora habían llegado en son de paz escoltando a su joven princesa que, si quizás había soñado con ser reina de Castilla, ahora sería infanta de la misma.

    El día 2 de enero, unido Alfonso X con todo su séquito a la expedición extranjera formaron un pequeño ejército de nobles, religiosos y caballeros, que salieron de Palencia en dirección a           Dueñas donde hicieron alto y se alojaron en su castillo, que se alzaba sobre un cerro vigilando la ciudad y que apoyado por las fortalezas de Tariego, Magaz y Cevico de la Torre, dominaba una amplísima zona de la vega y tierras del Pisuerga y Cerrato.

     Al escribir estas líneas y visitar estos lugares, que pena me dio comprobar que de los cuatro castillos que aquí menciono ninguno ha llegado a nuestros días. Esta Castilla que tanto amo y que ha sido protagonista de tan bellas páginas de nuestra historia, con que facilidad olvida su pasado, y cómo algunas de sus hazañas gravadas en las piedras de sus castillos, en sus murallas o en sus monasterios, no han logrado sobrevivir al tiempo y a las manos de los hombres que los han destruido. Sin ir más lejos, el castillo de Dueñas que otrora se levantaba soberbio y altivo sobre la ciudad que en el siglo XII fue donado por el rey al Cid Campeador, nombrándolo como “El castro de Domnas”, nombre que hace referencia a las monjas que fundaron el imponente cenobio de “Santa María de Remolino” en el siglo IX,  que eran conocidas por el ya mencionado nombre de domnas, y que dieron nombre a la ciudad, desapareció del todo, al ser husadas las nobles piedras de sus murallas y castillo para la construcción, en el año 1829, del Canal de Castilla. Los más versados, al leer esta historia, dirán: Por qué si el nombre de Dueñas viene de las monjitas denominadas domnas, ¿a qué se debe que el gentilicio de sus habitantes sea “eldanenses”? Pues el motivo es que la historia de Dueñas se remonta a tiempos aún más pretéritos de los que estamos hablando. La historia nos dice en la pluma del historiador griego Ptolomeo, que antes de la venida a España de los romanos, en este lugar ya existía una ciudad con el nombre de “Eldana” y este es el motivo y no otro por el cual sus habitantes se llaman “eldanenses.”

    El día 4 de enero de 1258, la caravana de noruegos y castellanos salió de Dueñas en dirección a Valladolid. El rey Alfonso X montando con gallardía su magnífico corcel, encabezaba con sus castellanos la expedición. La mañana era fría y una densa niebla se cernía sobre el curso del Pisuerga, envolviendo a castellanos y noruegos con su gélido y húmedo aliento. La princesa Cristina viajaba en una confortable carroza tirada por cuatro caballos castaños, fuertes de remos y dóciles a las riendas de su cochero. Ya cerca de Valladolid, el sol pudo con la espesa niebla quedándose una tarde soleada y sin viento. Cristina, viendo el tiempo que hacía y divisando a lo lejos las torres de Santa María “La Antigua” y de la colegiata, mandó parar al cochero y reclamando su caballo, se apeó de la carroza y montó un magnífico corcel blanco como la nieve, de largas y onduladas crines, poblada cola y fuertes remos. Alfonso X que atento a la marcha de la expedición se dio cuenta de lo ocurrido, frenó su caballo y dando órdenes a sus hombres de seguir, volvió grupas y se puso al lado de la princesa para cabalgar a su lado.

    A la ciudad de Valladolid había llegado la noticia de la proximidad del rey escoltando a la princesa, mucho antes que los propios viajeros avistaran la ciudad. Por ese motivo cuando la real comitiva enfilaba el Puente Mayor, que daba y da acceso a la villa, cientos y cientos de ciudadanos de todas condiciones y clases sociales, se agolpaban a orillas de la carretera y calles de la urbe. Cabalgaban rey y princesa uno al lado del otro, vestidos con lujosas ropas, y sus vistosas y amplias capas caían sobre las grupas de sus briosos caballos, guiados ambos por sendos espoliques para evitar cualquier contratiempo. Así entre vítores y batir de palmas, llegó la comitiva hasta el Alcázar Real; también hoy desaparecido y cuyos restos pueden apreciarse aledaños a la Plaza del Poniente. Los hermanos del rey, la guardia de honor y gran parte de la servidumbre, estaban a la puerta del palacio para dar la bienvenida a la regia comitiva. También allí estaba doña Violante, esposa de Alfonso X, que, al ver a aquella bellísima doncella nórdica, gentilmente acompañada de su esposo, que la llenaba de agasajos y cortesías, sintió que los celos arraigaban en su corazón, y la sonrisa que dedicó a los recién llegados fue fría y forzada. Ella era todavía una mujer bella pero los embarazos y los partos que había tenido dando hijos al rey, la dejaban en una situación de desventaja para competir con la princesa nórdica.

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    El salón real del alcázar estaba abarrotado por la nobleza castellana, gran número de obispos y la no menos numerosa nobleza noruega con algunos también de sus clérigos. La sesión, que había sido convocada por el rey de la corona de Castilla Alfonso X “El Sabio”, era presidida por él mismo, teniendo a su lado a tres de sus cuatro hermanos solteros en aquel momento. La representación noruega estaba presidida por la princesa Kristina Hakonsdatter (Cristina de Noruega) y el consejero de su padre Lodinn Leppur. El rey Alfonso X requirió silencio y después de saludar a la princesa, habló así:

    .- Hoy, en este gran salón del alcázar de Valladolid, está reunida lo más granado de la nobleza castellano-leonesa y los más insignes representantes de nuestra Santa Madre Iglesia de la corona de Castilla. Estamos aquí por dos motivos: el primero de ellos, para dar la bienvenida a la princesa Kristina Hakonsdatter y a todo su séquito formado por los no menos nobles caballeros del reino de Noruega y sus obispos y eclesiásticos, también cristianos como nosotros, que los acompañan. El segundo motivo es para que pueda cumplirse y quede ratificado el compromiso que ya hace años, el rey Haakon IV y yo firmamos a través de nuestras respectivas embajadas. En dicho compromiso se decía, entre otras cosas de las que luego hablaremos, que la princesa Cristina, su hija, contraería matrimonio con uno de mis hermanos, todos ellos infantes de Castilla, y así se hará.

    .- Majestad, dijo Lodinn Leppur; en el tratado se decía, que mi señora la princesa Kristina Hakonsdatter, tendría la potestad de ser ella quien eligiera marido entre los infantes, y que en esta elección sería tenida en cuenta también la opinión del consejo noruego, y sobre todo la mía misma como representante de mi soberano.

    .- Y así se hará, señor embajador, no está en mi intención mover ni siquiera una coma de lo acordado con vuestro rey Haakon IV a quien Dios guarde muchos años. Aunque no estuviera escrito y sellado en el tratado, la palabra del rey de Castilla es ley y como tal sería cumplida.

    .- Nos satisface a todos que así sea, aunque no esperábamos otra cosa de vos, pero nos habíais hablado de cuatro hermanos en edad de contraer matrimonio y a vuestro lado sólo veo tres. ¿Cuál es el motivo de esa ausencia?

    .- Mi hermano, el infante Enrique, se encuentra en estos momentos en viaje por Inglaterra pero, aunque está ausente, puede considerarse como un candidato más.

    .- Así será considerado. Solamente pedimos unos días para que, teniendo todos los informes de los cuatro infantes, podamos reunirnos en consejo con nuestra princesa y elegir el que creamos más adecuado. La decisión de nuestra princesa, asesorada por nuestro consejo, se os comunicará lo antes posible. 

    Disuelta la reunión, en la que también se trataron otros temas concernientes al tratado concertado entre el rey de Castilla y el de Noruega, la princesa Cristina y sus consejeros se reunieron, días después en privado, y se pusieron a sopesar uno por uno los pros y los contras de cada uno de los infantes.

    El hermano mayor, Fadrique, tenía 35 años y esa edad a la princesa le pareció excesiva, además el infante ya estaba casado y aunque su esposa estaba en Italia y en vías de separación, a los miembros del consejo real, no les parecía marido apropiado para su princesa, y así se lo hicieron saber a ella, que les respondió diciendo:

    .- Estoy de acuerdo en desechar ese candidato pues además de todos esos detalles hay otro que a mí me desagrada sobremanera.

    .- ¿Cuál es ese detalle si es que puede saberse?. Dijo sonriendo Lodinn Leppur.

    .- Pues que tiene una fea cicatriz en el labio superior  que afea su rostro y le proporciona  una expresión un tanto desagradable aun cuando sonríe.

    Algunos miembros del consejo rieron la objeción de su joven y bella princesa; y el embajador Lodinn Leppur dando la razón a Cristina, pues efectivamente el infante Fadrique había sufrido un accidente de caza que le había dejado una fea cicatriz, siguió hablando.

    .- Del infante Enrique tengo buenas referencias, pero no lo conocemos en persona, sabemos que tiene 28 años, buena edad para vuestro matrimonio, pero es demasiado belicoso y de fuerte carácter, por lo que puede ser uno de los candidatos, pero primero veamos como son los restantes.

    .- No contraeré matrimonio con nadie a quien no conozca en persona, y si es posible tenga algunas conversaciones, bien sean públicas o bien sean  privadas, me es indiferente, pero el conversar con él, me dará una idea de cómo es su personalidad. Aparentemente el infante Felipe me causó buena impresión. Es apuesto, agraciado en el rostro y de modales educados. ¿Qué sabéis de él?

    .- Los infantes que restan, son Felipe  de 26 años y Sancho de 24. Los dos han sido destinados a la carrera eclesiástica, aunque al infante Felipe a pesar de ser abad de la colegiata de Covarrubias y estar esperando ser nombrado arzobispo de Sevilla, no le gustan los hábitos y estaría dispuesto a ser liberado de ellos para contraer matrimonio con vos. Es un hombre culto, habla varios idiomas y recibió clases en Paris nada menos que del propio Alberto el Magno (futuro santo), que dejó en su alma una impronta de buena educación.

    .- ¿Qué me podéis decir de Sancho?

    .- Del infante Sancho, puedo deciros que tiene la misma edad que vos, es un hombre culto, pues también estudió en París y también está dedicado a la vida religiosa. Ostenta en estos momentos el cargo de administrador perpetuo de la archidiócesis de Toledo y espera con ansiedad su nombramiento de Arzobispo. Está tan aferrado a su vida religiosa que, si fuera obligado a dejarla para contraer matrimonio, posiblemente afectaría demasiado a su vida y a su relación conyugal.

    Después de esta reunión y en días posteriores, la princesa Cristina y su consejero, tuvieron largas entrevistas con el rey Alfonso X y sus hermanos, llegando a la conclusión, y así se lo comunicaron al rey de Castilla, que el candidato elegido era el infante Felipe. Esta decisión también fue comunicada al rey de Noruega Haakon IV.

    El infante don Felipe fue autorizado por su hermano, el rey Alfonso X “El Sabio”, a abandonar su carrera eclesiástica, y libre ya de los votos que le ataban como clérigo de la iglesia católica, pudo prepararse para el matrimonio con la princesa Cristina, que se celebraría con la llegada de la primavera.


RUINAS DE LA ANTIGUA COLEGIATA DE SANTA MARÍA

    Los esponsales se celebraron el 31 de marzo de 1258 en la Colegiata de Santa María de Valladolid, que fue la principal iglesia de la urbe hasta el siglo XVI, y cuya construcción se debe a Pedro Ansúrez en el siglo XI. Muchas veces he visitado el lugar donde estuvo tan importante iglesia, y con tristeza sólo me cabe decir que hoy solamente unas pocas ruinas dan testimonio del gran templo que allí existió. Su ubicación está entre la inconclusa catedral y la iglesia de Santa María “La Antigua”. Unos cipreses perfectamente alineados nos señalan el lugar donde estaban situadas las columnas que dividían las tres naves. Al contemplar dicho solar, ¡cuántos pensamientos se agolpan en mi mente!, ¡cuántas ceremonias importantes se han celebrado en aquel lugar!, ¡cuántos matrimonios y cuántas coronaciones reales! Sin embargo, el tiempo y los hombres han borrado todo vestigio de lo que fue aquella magna colegiata que fue el orgullo de Valladolid durante 5 siglos.

    Los esponsales del infante Felipe de Castilla y la princesa Cristina de Noruega duraron varios días, en los cuales la villa (aún no era ciudad) se llenó de nobles, caballeros, obispos y toda clase de gentes importantes de Castilla, León y otros reinos. Terminadas las fiestas, Cristina se despidió con gran tristeza de Lodinn Leppur y toda su corte de caballeros noruegos que volverían para su patria, y ella y su esposo marcharon hacia Sevilla junto con los reyes y otras personalidades de la corte castellana.

    En Sevilla, se instalaron en el bellísimo palacio de Biorraguel, con suntuosos salones, luminosas habitaciones y maravillosos jardines llenos de olorosas y multicolores flores, árboles llenos de pájaros canoros, y fuentes que con el murmullo de sus aguas infundían paz en el alma y descanso al cuerpo. Pero estas maravillas no eran bastante para consolar a la bella princesa que había venido del norte. Ella echaba de menos: las montañas nevadas de su tierra, los profundos fiordos donde las nieblas invernales se señoreaban de sus aguas y sus laderas llenándolas de misterio, y cómo no a su familia y sus santos. En Castilla no había visto a san Olav el santo patrón de Noruega y le rogó a su esposo que construyera una capilla para él, y así ella podría rezarle. Felipe así se lo prometió, pero se olvidó de tal promesa. Él solamente pensaba en fiestas y cacerías dejando a Cristina en su palacio sola y cada vez más triste. Al principio recibía visitas del rey Alfonso, y cuando esto ocurría sus azules ojos se iluminaban y a su bello rostro volvía la alegría. Pero la reina Violante no estaba dispuesta a ver como su esposo visitaba a la bella cuñada, y estas visitas se fueron terminando. Algunos historiadores dicen que según se terminaban las visitas reales, se iba apagando la luz de aquellos bellos ojos y se iba escapando la salud de aquel joven cuerpo. Ni los regalos de su esposo el infante Felipe, ni la sabiduría de los galenos que preocupados intentaban sanar aquella débil salud, ni los lujos ni las comodidades, fueron suficientes para impedir que aquella juvenil vida se extinguiera como se extingue una vela cuando se termina la cera. Así Cristina, la blanca flor venida de los nórdicos fiordos de Noruega murió sin consuelo en la ciudad de Sevilla.

    El infante Felipe, desconsolado, después de los funerales, ordenó trasladar su cadáver a la Colegiata de Covarrubias, donde él había sido abad, y lo depositaron en un sarcófago de piedra en el claustro de dicha colegiata.

    Las gentes, al ver como sin motivo aparente se trasladaba tan lejos el cuerpo de la princesa, empezaron a crear una leyenda con diferentes causas de su muerte. Unos aseguraban que había muerto de tristeza al no poder aclimatarse al clima caluroso de Sevilla. Otros decían que la princesa había muerto de dolor de oídos, pues algunos de los médicos habían dejado escapar la noticia de que Cristina, antes de morir se ponía las

 


TUMBA DE LA PRINCESA CRISTINA

EN LA COLEGIATA DE COVARRUBIAS

 

manos sobre ellos. Por último, algunos murmuraban en voz baja y a escondidas que la reina Violante la había mandado envenenar por celos y envidia de su belleza, y que por eso había obligado al rey Fernando a decir a Felipe que se llevase el cadáver de su esposa lejos de Sevilla. ¿En qué se fundaban estos últimos rumores?, se fundaban en que los sevillanos decían que en Sevilla era imposible morir de tristeza, pues su ciudad era y es la ciudad donde habita la alegría. De dolor de oídos nadie muere y menos la princesa que tenía a su disposición los mejores médicos de la corona de Castilla; y en cuanto al veneno, las sospechas se fundaban en que se sabía que la reina Violante, ya había envenenado a su hermana Constanza solamente llevada por la envidia. Si había sido capaz de envenenar a su propia hermana por envidia, bien habría podido envenenar a su cuñada por celos, y haber influido en que se la sepultara lejos para que su tumba no pudiera ser visitada con frecuencia.

    El tiempo que todo lo hunde en el profundo abismo del olvido, hizo que poco a poco la princesa Cristina dejase de ser recordada. ¿Cómo es posible? Lo imposible sería lo contrario. ¿Acaso alguna persona recuerda a sus tatarabuelos? Muy pocos serán capaces de hacerlo. Pues pasaron los años, los lustros y los siglos y nadie volvió a recordar a la bella doncella que desde la lejana Noruega vino a España para ser feliz, y sólo encontró la muerte en la flor de la vida. Solamente los Racheles (habitantes de Covarrubias), fueron pasando esta historia de padres a hijos y de hijos a nietos, hasta llegar a un tiempo en que los niños escuchaban la historia como el que oye un cuento de hadas, sin dar autentica veracidad a lo que les contaban.

    Pero el tiempo, al igual que el mar devuelve los muertos a la playa, también suele destapar la verdad por muy profundamente que se haya escondido. Y si Cristina había muerto en España sin familia que llorase su pérdida, en Noruega sí que la lloraron cuando llegó la fatal noticia. No sólo la lloraron, sino que la recordaron pues ella pertenecía a la familia real y en su biografía constaban todos los detalles de su vida, viaje a Castilla, casamiento y muerte.

     Siete siglos después, en el año 1958, unos investigadores de la institución académica burgalesa “Fernán González”, mandaron abrir el sepulcro a unos albañiles que estaban realizando obras de mantenimiento del claustro. Uno de ellos llamado Sáez de Lorenzo, fue el encargado de tal acción y, ¿qué apareció en aquel sepulcro cerrado y olvidado durante setecientos años? Apareció el cadáver momificado de una joven que aún conservaba una larga cabellera amarilla, uñas rosadas y todos los dientes blancos. Sus ropas milagrosamente incorruptas, tenían bellísimos bordados simbolizando su alto linaje, y por último hechas las mediciones oportunas, la talla de aquella dama era de 1,72 metros; una altura impensable para cualquier mujer de la Castilla del siglo XIII. En la tumba también se encontraron: Un pergamino con versos de amor y una receta para los dolores de oídos. Con todas estas pruebas los arqueólogos e historiadores Manuel Ayala y José Luis Monteverde, llegaron a la conclusión de que la joven allí sepultada era Kristina Hakonsdatter, conocida por los castellanos como “Cristina de Noruega”.

    El 13 de mayo de aquel año 1958, se celebró en Covarrubias el 700 aniversario de las bodas de Cristina de Noruega y el infante Felipe de Castilla. Se restauró el sepulcro y se puso una placa conmemorativa en homenaje y recuerdo de aquel hecho. Veinte años más tarde, en 1978 se realizó un segundo homenaje, colocando frente a la entrada de la colegiata una estatua de bronce de la princesa, realizada por el escultor noruego Brit Sorensen; fortaleciendo así las relaciones entre la ciudad de Tönsberg y Covarrubias. Además, la embajada de Noruega se preocupó mucho de mantener estas relaciones, y en 1992 se creó la “Fundación Princesa Cristina”, teniendo como fin principal la construcción de una capilla en honor a San Olav, patrón de Noruega y que el infante Felipe de Castilla había prometido construir 700 años antes.


CAPILLA DE SAN OLAV

    . La capilla, hecha de placas de hierro por fuera y de buena madera por dentro, se construyó en la sierra en un lugar llamado “Valle de los lobos” y se inauguró el 18 de septiembre del 2011 cerca de Covarrubias, acogiendo a un gran número de curiosos, así como miembros de la embajada noruega.

    Muchas veces he viajado a Covarrubias, cuna de mi querida Castilla, y nunca he dejado de visitar la colegiata y en ella el sepulcro de Cristina. Siempre me he parado a contemplar la bella estatua de bronce que representa a la princesa noruega, y últimamente también he subido al “Valle de los Lobos” para ver la peculiar ermita de San Olav, que fue guerrero vikingo, rey de Noruega y santo patrón de aquella nación.

M. Díez

Continuará

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