miércoles, 17 de agosto de 2016

"LA ALCUBILLA" Su Historia y su leyenda.

“LA ALCUBILLA”
Su historia y su leyenda

    Cuando mueren las personas, cuando el tiempo de la historia es ya muy lejano, cuando los pueblos y castillos se convierten en ruinas y cuando, con el paso de los siglos, las ruinas también desaparecen¡¡¡ surge la leyenda!!!. Y la leyenda vuela sobre el paisaje, se trasmite de boca en boca y va creciendo y creciendo llenándose de detalles, de colores y de matices tan bellos, que algunas veces superan los hechos reales que una vez sucedieron. Pero en el corazón de las leyendas, en lo más profundo de estos misteriosos relatos, siempre subyace parte de una historia real. Las personas de mi edad, cuando éramos niños, oíamos  contar ensimismados a nuestros abuelos, la historia de una bella mujer mora que, en la noche de San Juan y cuando nadie la observaba, salía de una cueva oculta en la ladera del pico de “La Alcubilla” vestida con vaporosas ropas blancas y, acercándose silenciosa hasta el río Esgueva, transportaba agua que almacenaba en la cueva y que le servía para beber durante todo el año. La historia contada en las noches de invierno al calor de la lumbre, resultaba tan real que hacía que más de un  escalofrío recorriera nuestra espina dorsal haciéndonos estremecer; máxime cuando nos decían que el “tío fulano y el tío mengano” que eran muy valientes, se habían escondido una noche de San Juan en los carrizos del Esgueva y habían llegado a ver a la hermosa mora que, mirando a un lado y a otro por temor a ser descubierta, había cogido agua del Río y luego había desaparecido en las sombras de la montaña sin que hubieran podido descubrir la entrada de la cueva.

   Con el paso de los años empecé otra vez a interesarme por aquella vieja historia, y más cuando descubrí datos relacionados con la leyenda. Por ejemplo “Alcubilla” es una palabra de origen  árabe, derivada de alkúba, que significa depósito de agua y, según aquella tradición, pasada de padres a hijos, era en la Alcubilla donde  la mujer mora almacenaba agua para todo el año. Y así poco a poco fui encontrando en los libros algunos datos que unidos unos a otros forman una historia realmente interesante pero que algunas veces  confunde la realidad con el mito.

    Como  este relato, que tiene partes históricas y partes de leyenda, abarca varios siglos, yo intentaré contarlo de tal manera que se pueda distinguir de una forma clara y concisa la realidad de los hechos históricos, que históricos son y como tal están documentados,  y  la fantasía de la vieja leyenda, no documentada pero sí conocida en Esguevillas por los mayores del Pueblo y que  todavía la recuerdan.

    Dice la historia que los musulmanes capitaneados por Tarik y Muza, invadieron nuestra Patria el año 711 derrotando a los ejércitos cristianos del rey D. Rodrigo en la batalla del Río Guadalete; y a partir de ese momento, como una nube de langosta empujada por el viento del desierto, avanzaron hacia el norte de la Península arrasando todo a su paso, las ciudades y los pueblos que se resistían eran destruidos y quemados, sus iglesias profanadas y derruidas, y sus pobladores muertos si eran hombres y esclavizados si eran mujeres o niños. Hasta que llegados a las montañas de Asturias son detenidos por D. Pelayo en la célebre batalla de Covadonga en el año 722, iniciándose así la reconquista de España que duró 800 años. Los asturianos dirán con orgullo que al ejército del Islám le derrotaron  D. Pelayo y la Santina, pues así llaman en Asturias a la Virgen de Covadonga.

    Con la llegada de los sarracenos a nuestro Valle Esgueva se produjo una gran despoblación, pues pastores y campesinos huyeron precipitadamente hacia el norte, abandonando sus casas, tierras y parte de sus ganados, buscando el amparo de las maltrechas tropas cristianas que derrotadas, se replegaban buscando la protección de las montañas cántabras y asturianas. Los musulmanes ocuparon nuestro Valle y lo poblaron para aprovechar la feracidad de sus tierras, usando como mano de obra a los prisioneros que no habían querido o no habían podido huir. Construyeron defensas y sobre todo erigieron torres y fortalezas que dominaban  desde las alturas las partes más llanas. Y  así, de esta manera, colocaron una fortaleza en el “Pico de la Alcubilla” aprovechando quizás algún castro prerromano allí existente, ya que por estos pagos se encontraron restos de la civilización vaccea.


Pico de “La Alcubilla”

    Era y es, este promontorio, el lugar más alto y saliente de todos picos que conforman el perfil del páramo cerrateño que escolta, por el lado izquierdo, el valle de nuestro río Esgueva; y su forma de proa de barco, da la sensación de querer cortar en dos la vega  que se extiende  a su pie. Según puede apreciarse por los restos de sus cimientos que aún pueden verse, tenía esta fortaleza forma rectangular casi perfecta con muralla y cava (foso profundo sin agua) que cortando de ladera a ladera  dejaba la fortificación aislada  del páramo. En su parte norte justo en el lugar más saliente al borde mismo del pico estaba la torre del homenaje, desde cuyas almenas se divisaba el Valle Esgueva de este a oeste hasta donde la vista alcanzaba.

    Los musulmanes comprendieron pronto que aquel lugar era estratégico  y le fortificaron y prepararon para resistir en caso de ataque cristiano, pues desde la batalla de Covadonga los mensajeros traían noticias del avance imparable, que batalla tras batalla y año tras año, iban haciendo las tropas cristianas. Para tal situación construyeron graneros y, cómo no, un gran aljibe (depósito de agua) subterráneo, para resistir en caso de asedio. La construcción de este aljibe o alcubilla, es con toda seguridad el hecho que dio nombre al pico en cuestión, llamándose desde entonces “El Pico de la Alcubilla” como, más de mil años después, le seguimos nombrando.

    Con el reinado del rey Alfonso III el Mago, los ejércitos cristianos dan un enorme empuje a la reconquista venciendo a los árabes en numerosas batallas. Tal es así que, el emir de Córdoba Muhammad, envía un gran contingente de tropas para invadir los reinos cristianos, pero el rey Alfonso III les sale al paso en Polvoraria o Polvorosa, una zona situada entre los ríos Órbigo y Tera a unos 6 kilómetros de Benavente (Zamora).  Era el año 878 y, en esta batalla, el rey cristiano les infringe tan gran derrota a los sarracenos que, los “hijos del Corán” que pudieron sobrevivir, son dispersados y lanzados a una precipitada huida. Según algunos historiadores, desde entonces se hizo famosa la frase de: “Poner pies en polvorosa”, aplicada a toda persona que huye precipitadamente de algún lugar.

   Después de esta batalla, las huestes victoriosas de Alfonso III llegan a nuestro Valle Esgueva, limpiando de musulmanes nuestros campos, nuestros pueblos y las defensas que jalonaban el Valle. En Esguevillas, las tropas cristianas pusieron cerco a la fortaleza de la Alcubilla que se resistió bravamente, pero al fin las huestes victoriosas de Alfonso  asaltaron a sangre y fuego la fortaleza pasando a cuchillo a sus defensores y dejándola semiderruida.

    Y aquí surge la leyenda, pues pronto se empezó a decir que el alcaide moro de la fortaleza, tenía una bellísima hija de esbelto talle de palmera, ojos color de avellana y mirada misteriosa, con una larga y ondulante cabellera de color caoba oscuro que escondía, al igual que su hermoso rostro, en gasas, tules y vaporosos velos de seda traídos de oriente.



 También se decía que esta bella criatura  estaba enamorada de un apuesto capitán bereber  de la guardia de su padre, y que durante la batalla el alcaide cayó herido de muerte, y antes de expirar,  le había encargado  defenderla con su vida. Y así lo hizo el bravo guerrero hijo del Islám, haciendo que la afilada hoja de su alfanje segara más de una vida cristiana; hasta que acorralado, malherido y cansado aquel tigre bereber, recibió una flecha de ballesta que le atravesó el corazón. Antes de morir volvió la vista hacia su amada, y pudo ver con satisfacción como ella le devolvía la mirada llena de miedo y de amor mientras salvaba su vida desapareciendo  por un pasadizo secreto de la torre. Sigue contando la leyenda, que los soldados vencedores la buscaron por todas partes, e incluso quisieron hallar aquel pasadizo secreto que escondía a la bella mora y quizás también el tesoro del alcaide; pero las piedras, maderas ardientes y techumbres derribadas, habían cegado en su caída,  cualquier posible hueco o pasadizo  y  nunca lo encontraron.

    Pero volvamos a la historia. En Esguevillas y en todo el Valle Esgueva, aprovechando la tregua que se firma después de la victoria de Polvoraria, se realiza una repoblación con gentes venidas de la zona de Burgos y de otras regiones del norte. Dicen los historiadores, que después de esta batalla y consolidada la frontera sur en el río Duero, se producen caravanas con enormes hileras de personas, carros y ganados que recorren el reino de norte a sur, para repoblar las nuevas tierras liberadas. Alfonso III, al igual que ya había hecho su padre Ordoño I en otras tierras conquistadas, crea poblaciones de pequeños y medianos propietarios donde todo el mundo tenía, al menos, una casa, un pequeño huerto y un solar. También dota a cada comunidad, de montes y pastos comunes para la ganadería y se empieza a delimitar  los terrenos que pertenecen a cada población. Además da órdenes de fortificar con murallas todos los pueblos de nuestro Valle, con el fin de que esta línea defensiva sirviera como retaguardia y ayuda de la línea fronteriza del Duero, armada con mejores defensas y más importantes guarniciones de soldados. Este tiempo de repoblación y fortificación duró varios años y sólo se termina cuando en el año 912 se ordena al conde de Castilla  Nuño Núñez concluir de fortificar toda la línea del río Esgueva y marcar el alfoz (término municipal) de cada pueblo y aldea.

    Esguevillas se cercó con una poderosa muralla con varias puertas almenadas y  un profundo foso o cava que la rodeaba en gran parte. Esta muralla perduró hasta bien entrado el siglo XVIII, pero hoy no queda nada de ella, solamente el nombre de la cava desaparecida y que, aunque cegada y convertida en calle con otro nombre, los más viejos del pueblo seguimos llamando “La Cava”, es decir el foso que rodeaba la muralla. En el día de hoy, cuando escribo esta historia, he podido comprobar cómo Jesús García López que ha construido su vivienda en esta vía pública, fiel a la tradición y sabedor del verdadero nombre de la calle, ha puesto en su fachada y bien visible  “Calle de la Cava”,¡¡Cómo debe ser amigo Chuso!! Pues quienes cambiaron su nombre no estaban bien informados.   

    En los años sucesivos nuestro Pueblo empezó a crecer en habitantes y económicamente, pues sus tierras eran fértiles y sus pastos abundantes, pero siempre se cernía sobre sus gentes el miedo a los “moros” ya que las fronteras estaban cerca y las algaradas y razias  de los musulmanes, en territorio cristiano, para robar y saquear ganados y cosechas así como para coger y esclavizar doncellas, se repetían año tras año y  hacían que la vida en nuestro Pueblo fuera un continuo sobresalto. Sus hombres alternaban el uso de la azada con el de la espada y las labores del campo con el oficio de soldados. Las historias y las leyendas se mezclaban de tal modo que el miedo hacía creer cosas que ahora a nosotros nos parecen increíbles; y así se empezó a correr la noticia de que el fantasma de la doncella mora que había muerto enterrada en la cueva secreta de “La Alcubilla”, aparecía algunas noches  sobre las negras ruinas de la fortaleza  y se la veía caminar, bellísima como siempre, oteando el horizonte como si esperase el regreso de los suyos.

   Regreso que ocurrió cuando en el año 939 tambores de guerra y relinchos de briosos caballos prorrumpieron en nuestro valle. Se trataba de  un poderoso ejército sarraceno, que vencido pero no destrozado ascendía valle arriba arrasando todo lo que pillaba a su paso.

   Si leemos al gran historiador Pedro Chalmeta Gendrón, especialista en temas de la reconquista, en el tomo segundo páginas 36 y 37 de su “Historia del Valladolid Medieval”, sabremos que en este año Abderramán III,  sultán de Córdoba, cruzó el Duero con un ejército de 100.000 hombres, el mayor hasta entonces conocido, e intentando recuperar los territorios perdidos se dirigió hacia Zamora, por entonces el corazón de las tierras reconquistadas, pero para ello primero había que tomar  Simancas que altiva y fuerte se encumbraba en la margen derecha del Pisuerga. Allí  le esperaba el ejército cristiano  comandado por el rey de León Ramiro II, con las tropas castellanas de los condes Fernán González y Ansur Fernández, las tropas navarras de García Sánchez I y un gran contingente de tropas gallegas y asturianas. La batalla, que duró cuatro días, fue reñida y sangrienta y, dice la leyenda, que de no ser porque en el transcurso de ella se aparecieron Santiago y San Millán montando sendos blancos corceles,



Representación del Apóstol Santiago en la batalla

 el resultado pudiera haber sido otro. Lo cierto es que después de varios días de contienda, Abderramán III ordenó la retirada, dejando en el campo de batalla muchos muertos y grandes riquezas. Pero consciente, el gran sultán cordobés,  de que su ejército iba en derrota y perseguido por las tropas cristianas, evitó seguir el valle del Duero, (como dice J.M. Ruiz Asensio) ya que allí las fortalezas eran más poderosas, y eligió seguir la calzada romana que seguía el curso del río Esgueva.

    Los habitantes de Esguevillas, que aquel mes de agosto estaban  en plena recolección, oyeron las campanas de su iglesia tocar a arrebato y dejando sus campos,  se refugiaron dentro de las fuertes murallas de nuestro pueblo, y cambiando la hoz por la espada, se aprestaron a la batalla en espera de lo peor, pues cuando vieron aquella enorme masa de soldados que como un gran enjambre cubría los campos de lado a lado de la vega, supieron que su fin estaba cerca.

     No hay noticias escritas de lo que pasó en nuestro pueblo en tan singular y peligrosa situación, pero es de suponer que  Abderramán III sabedor de que el ejército del rey cristiano le perseguía de cerca no puso gran empeño en el asalto de una  fortificación que sus habitantes, sabiendo que les iba la vida en ello, defendían como leones y  donde además no esperaba encontrar grandes riquezas. Por tal motivo, y digo que no hay documento escrito sobre el tema, tras algunos intentos de asalto que se estrellaron contra las murallas de la villa y el valor de sus defensores, se conformó con apoderarse de  las cosechas que estaban en las eras y que sirvieron para alimentar al ejército del Islám; y después de asolar sus campos continuó valle arriba, dejando nuestro pueblo condenado  a pasar hambruna en aquel año 939, ya que todas sus tierras habían sido arrasadas; pero la población quedó libre de un asalto que habría supuesto la muerte, la esclavitud y la destrucción total.

    Ya por aquel entonces existiría, según puede leerse en el libro “Las ruinas de Dios” de la arquitectura olvidada de la provincia de Valladolid, la pequeña población de Alcubilla de Valdesgueva; cuyos habitantes también se habrían refugiado en Esguevillas y de la misma manera, cuando el peligro musulmán pasó, volverían a reconstruir su pequeño poblado, ya que como veremos más adelante el pueblo siguió existiendo siglos después e incluso tenía una pequeña iglesia. Digo que ya existía el pueblo de Alcubilla de Vadesgueva, pues según el libro antes mencionado podemos leer que en un pequeño cotarro, en la base del monte Alcubilla, en su ladera norte se encontraba la mencionada población. Para ser más exacto os diré como  G. Martínez Díez sitúa con exactitud el lugar donde estaba enclavado. Dice así: “El poblado de Alcubilla, en el término municipal de Esguevillas, se encontraba situado en un cerrito o loma en la base del monte Alcubilla en su ladera norte a menos de 60 metros a la izquierda  del camino que va de Villafuerte a Piña (Camino Real) y a unos 650 metros, valle abajo, desde el cruce de este camino con el que va de Esguevillas a Castrillo Tejeriego.”
    A este poblado también se le conocía con el nombre de Alcubiella y según algunos relatores de la leyenda dicen que en las cercanías de este poblado tenía salida la cueva o  pasadizo secreto de la fortaleza. Otros decían que salía junto al  río, pero si difícil es lo primero más increíble resulta lo segundo.
    El peligro a los ataques sarracenos fue disminuyendo según los ejércitos cristianos iban avanzando hacia el sur de la península, pero los aldeanos, propensos a seguir con sus fantasías, pronto empezaron a contar que la bella mora no se había marchado con los suyos, que no había querido abandonar nuestro valle, ni su cueva, y que aún se la veía a ella o a su espíritu pasear por las noches hasta el río para recoger  agua en un cántaro.
     Con el paso del tiempo la leyenda fue ganado adeptos y cada vez había más personas que decían haberla visto y así llegó el año 1.181, en el que al poblado de Alcubilla llegaron los caballeros de la Orden de San Juan de Jerusalén.

LA PERMUTA

   Cuenta Ambrosio de Morales, historiador y cronista del rey Felipe II que queriendo el rey Alfonso VIII construir un gran monasterio cisterciense  en Matallana, se encontró con que este lugar estaba ocupado por  los caballeros de la Orden del Hospital de San Juan de Jerusalén, por lo cual el Rey negoció con su prior el cambio de aquellos terrenos por el lugar de Alcubilla, en el término municipal de Esguevillas, en el valle del río Esgueva. Morales afirma que había tomado estos datos de una escritura fechada el día 25 de agosto de 1.181, y que tres meses y medio más tarde, Alfonso VIII, por escritura datada en Burgos, hacía donación de los terrenos de Matallana al noble Tello Pérez de Meneses y a su esposa Gontroda, quienes se encargaron de fundar allí dicho monasterio cisterciense. Alfonso VIII confirmó la fundación y tomó el monasterio por suyo en un privilegio dado en 1185
   De este modo llegaron a nuestras tierras los mencionados caballeros de la Orden de San Juan, pero… ¿quiénes eran estos caballeros?.













                         Caballeros hospitalarios de la Orden de San Juan de Jerusalén

   La  Orden de los Caballeros Hospitalarios, fue fundada con fines benéficos y puramente piadosos, salpicando de castillos y hospitales todas las rutas de los peregrinos, a los cuales atendían, curaban y protegían. Años más tarde se convirtieron  en un cuerpo armado que adquirió gran fama por los hechos bélicos en los que participaron. A los miembros de esta orden se le conocía  como “monjes con espuelas”, llegando a disputarse, con otras órdenes militares, el privilegio de entrar en combate en la vanguardia de los ejércitos cristianos. Su mayor honor era pelear en la primera línea de los ejércitos, buscando siempre el lugar de mayor peligro y donde el combate era más duro y peligroso. La orden adoptó la regla de San Agustín, el hábito negro y una cruz de paño blanco con ocho puntas, las ocho bienaventuranzas que ellos promulgaban. La orden de San Juan de Jerusalén se convirtió en una fuerza militar poderosa que intervino continuamente contra el Islam, buscando siempre la lucha contra los ejércitos musulmanes a los que consideraban los grandes enemigos de nuestra fe.  Fue tan grande su poder que no sólo se conformaron con eso, sino que, por la codicia de algunos de sus maestres (jefes de la Orden), emprendieron expediciones de conquista para apoderarse de tierras y riquezas.
    En resumen, estos eran los “Caballeros de San Juan”; y la permuta que os he contado fue la causa de su venida a nuestro valle y a nuestras tierras.
    Con la venida de la Orden de San Juan a Alcubilla, que los más mayores de Esguevillas todavía le nombran como Alcubillo, el rey Alfonso VIII aseguraba más estas tierras, pues en caso de alguna incursión sarracena, la poderosa “Orden”  enviaría  sus caballeros a defenderlas.
    La vida de nuestras gentes, a partir de las postrimerías del siglo XII y comienzos del XIII, fue haciéndose más y más tranquila. La frontera ya no era el río Duero sino que se  había llevado mucho más al sur; y para que los ejércitos árabes llegaran aquí, tenían que enfrentarse con la cada vez más poderosa ciudad de Toledo. Por este motivo la vida familiar se intensificó y las historias reales de las batallas pasadas y los cuentos de abuelas al calor del fogón se mezclaban de tal manera, que ya era difícil distinguir la verdad de la fantasía, la historia de la leyenda. Y cuando la historia y la leyenda se fundían en una sola cosa, como ocurría con la “Mora de la Alcubilla”, la imaginación se desbordaba y la leyenda crecía y crecía de tal modo, que ya era conocida por todas las villas y poblados de la comarca.
    Pero ahora, al pie del Pico de la Alcubilla, estaba la “Orden de San Juan” y sus miembros mitad monjes, mitad guerreros y sobre todo perseguidores de la religión de la “Media Luna” hasta las últimas consecuencias, no podían permitir que en sus tierras se propagase esta leyenda. Intentaron convencer a todos los habitantes de la comarca que aquellos avistamientos eran producto de la fantasía y que creer en estos espíritus podía ser juzgado como brujería. Pero cuando una idea se prohíbe o se persigue, se hace más poderosa e imparable, y así sucedió con la leyenda de la “Cueva de la Mora” que todos decían que existía, aunque nadie podía descubrir su emplazamiento.

LA NOCHE DE SAN JUAN

    Ocurrió en una calurosa noche de San Juan en que en el pueblo de Alcubilla se celebraba la festividad de este Santo con gran bullicio y grandes hogueras, alrededor de las cuales se cantaba, se saltaba, se bailaba y se bebía; y en la que todos los hombres, mujeres e incluso los caballeros de la Orden rebosaban de alegría y vino, pues ellos, además de celebrar la llegada del solsticio de verano, también celebraban la onomástica de su Santo Patrón. En esa noche mágica sin luces artificiales y donde la única luz de la noche era el gran resplandor de las llamas del fuego, que proyectaban sobre el terreno tenebrosas sombras donde la luz acaba y empieza la oscuridad, alguien en el fragor del baile, fatigado, sudoroso y ebrio de vino, dirigiendo su mirada hacia lo alto del pico de  “La Alcubilla”, grito enloquecido : “La mora, he visto la mora , allí está” , y apuntaba con su índice diestro  a lo alto del Pico donde no llegaba la luz de las hogueras. Todos miraban hacia lo alto y aunque nadie la veía, muchos creían verla y pronto la noche fue un clamor popular, con multitud de personas que juraban haberla visto.
    Esto fue la gota que colmó el vaso de la paciencia de los caballeros de la Orden de San Juan; y a la mañana siguiente, subieron a las ruinas de la fortaleza y con la ayuda forzada de los habitantes del pueblo, derribaron sus muros hasta no quedar más que los cimientos que aún hoy se pueden apreciar, cegaron cualquier hoyo,  indicio de cueva o galería subterránea y prohibieron hablar del tema, de allí en adelante, bajo la pena de ser castigados duramente. Pero cuando cada año llegaba la noche de San Juan, en Esguevillas, Piña y Alcubilla siempre había alguien que “sotto voce” recordaba la leyenda de la mora y, en la intimidad del hogar relataba a los más pequeños aquella fantástica historia.
    Pasan los años y la frontera con el Islam estaba ya al sur del Tajo, por lo que los caballeros de San Juan, siempre deseosos de combatir al infiel, van buscando siempre el fragor de las grandes batallas y recibiendo importantes donaciones que  los reyes les conceden en agradecimiento a los servicios prestados. Esto suponía el abandono de algunas posesiones más pobres, para ocupar castillos y territorios que recibían en donación de los reyes castellanos. Por esta razón cuando la Orden de San Juan recibió como recompensa a la ayuda prestada en la conquista de Andalucía, un suculento patrimonio en aquellas tierras, abandonaron los pequeños enclaves que ellos tenían en el norte del Duero. Así que el poblado de Alcubilla que aún existía en el siglo XIV fue poco a poco  abandonado y al final desapareció. Mas no desapareció la leyenda que, las gentes de Esguevillas y Piña, seguían contando de padres a hijos o más bien de abuelos a nietos.
     La leyenda de la “Cueva de la Mora” había variado un poco en su relato, pues desde aquella dura intervención de los Caballeros de la Orden, la salida de la Mora solamente se producía la noche de San Juan y nunca otras noches; como si aquel ser fantástico quisiera demostrar que ni la fuerza de aquellos temibles enemigos de los hijos de Mahoma había podido domeñarla.
    No obstante aquella cautivadora historia volvió a ser reprimida cuando, el 1 de noviembre de 1478 el Papa Sixto IV promulgó la bula “Exigit sincerae devotionis affectus”, por lo que quedaba constituida la inquisición en la Corona de Castilla.

Escudo de la Inquisición
    EXPLICACIÓN DEL ESCUDO: a un  lado de la cruz está la espada que simboliza el castigo a los herejes, y al otro la rama de olivo como signo de reconciliación con los arrepentidos.
     El lema en latín dice así: “Álzate, oh Dios, a defender tu causa” (Salmo 73)
     Y así pronto llegó a Esguevillas el largo brazo del Santo Oficio, prohibiendo las malas creencias y todo aquello que se desviase del recto pensar de la fe católica.
     Esta afirmación la hago porque he encontrado documentos que atestiguan la presencia en nuestro Pueblo de dos “Familiares de la Inquisición” hasta el año 1727 en que solamente había uno. La palabra Familiar, no implica parentesco sino que  era el nombre que recibían ciertos miembros, cuya misión era la de informar de todo lo que fuera de interés en la sociedad donde estaban integrados. Convertirse en familiar era considerado un honor, ya que suponía un reconocimiento público de limpieza de sangre y llevaba además aparejados ciertos privilegios, entre ellos, que podían portar armas. Estos informadores se beneficiaban económicamente de sus delaciones, y además, el hecho de que los acusadores no fueran conocidos por los acusados, les convertía en hombres temidos y temibles. Por estas razones la leyenda de “La cueva de la Mora” volvió a convertirse en un tema tabú, ya que todo aquel cristiano que fuera sospechoso de malas creencias o de practicar brujería, podía ser denunciado al Santo Oficio y sufrir grandes penas y castigos, corriendo el peligro de terminar con sus huesos en la hoguera.

LIMPIEZA DE SANGRE Y FE FIRME EN ESGUEVILLAS

    La limpieza de sangre, así como no haber sido acusado nunca por la Santa Inquisición, fueron dos condiciones impuestas por el rey Felipe II en 1.595, a   DON GASPAR DE ZÚÑIGA y ACEVEDO para elegir a todas aquellas personas que habían de acompañarlo al Nuevo Mundo cuando fue nombrado Virrey de Nueva España. El Rey dio la orden a la Casa de Contratación de Sevilla, encargada de supervisar los permisos de embarque para las tierras de ultramar, en los siguientes términos: “Ordeno que dejéis pasar a la Nueva España a Don Gaspar de Zúñiga y Acevedo, Conde  de Monterrey, a quien he nombrado Virrey de aquella tierra y que pueda llevar SETENTA CRIADOS, cincuenta y ocho de ellos solteros y los doce restantes casados, llevando estos últimos a sus mujeres e hijos”. Y parece ser que en nuestro pueblo sí había hombres y mujeres de fe recta y limpieza de sangre probada; pues como puede leerse en el libro “Luces Olvidadas del Nuevo Mundo”, (en su página 80), en la relación de personas casadas  que viajan en compañía del Virrey, se encuentra Gaspar Gallego López, de 30 años de edad, natural de Esguevillas del Valle Esgueva, hijo de Gaspar Gallego y María López; casado con María Pina  Martínez, de 26 años de edad, natural de Población,  hija de Pedro Pina e Inés Martínez. No llevaban hijos consigo, pues o no los tenían o quizás, dada su joven edad, el hijo o los hijos serían demasiado pequeños para ser embarcados en tan singular travesía, pues no olvidemos que estamos hablando del siglo XVI.

    Por último en 1.834 se declara suprimido definitivamente, en España, el Tribunal de la Inquisición, que ya había sido abolido otras tres veces y vuelto a restaurar. Con esta supresión, el pensamiento es muchísimo más libre y la leyenda de la Mora, vuelve a aflorar y a trasmitirse, de mayores a niños, con toda libertad.

     Los hombres de nuestro Pueblo buscaron, en estos últimos años, la entrada de la cueva: unos por curiosidad, otros por demostrar que aquella galería subterránea existía, o por encontrar los restos mortales de aquella bellísima mujer; y por último, algunos quizás buscando el tesoro escondido del alcaide. Lo cierto es que nadie, que se haya sabido, ha encontrado la cueva. Tomás López me dijo un día, hablando sobre el tema, que al final de  la década de los años cincuenta y principios de los sesenta, Pablo Niño, Mariano García, Adriano Moro y algunos  otros  cavaron buscando la cueva, sin resultado positivo; pero a los que yo personalmente recuerdo, en la década de los setenta, es a Julio Rojo y Ángel Parro cavando con verdadero ardor juvenil, durante muchos días, y cuando creían haberla descubierto, el excesivo trabajo, la magia de la montaña o el embrujo del espíritu de la Mora, los confundió, los derrotó y los hizo desistir. De entonces a nuestros días, nadie ha cavado en el “Pico de la Alcubilla” para intentar desvelar el secreto que la montaña guarda en sus entrañas.


Excavación de Julio Rojo y Ángel Parro

     La excavación que estos dos esguevanos realizaron en su juventud, aún puede verse en el ya, para todos nosotros, famoso pico de “La Alcubilla”. Esta excavación espera otros brazos juveniles que, bien en el mismo lugar o bien en otro, sigan esforzándose en encontrar el secreto que el pico, celosamente guarda en sus entrañas.

    Quizás no exista nada o quizás exista la cueva y nunca se llegue a descubrir; pero lo que si debemos a nuestros jóvenes es contarles esta bella historia que, durante tantos siglos, se fue trasmitiendo de generación en generación sin que el tiempo, los Caballeros de San Juan o la Santa Inquisición pudieran acabar con ella.

    Todos los años, cuando llega la mágica noche de San Juan y la primavera muere para dar nacimiento al verano, recuerdo la leyenda y, si puedo, dirijo mi mirada hacia “La Alcubilla” y me imagino el blanco espíritu de la Mora con su cántaro a la cadera llevando agua del río Esgueva hasta las profundidades de su cueva secreta.

    Nunca he creído en historias de fantasmas y aparecidos, pero la tarde que fui a sacar algunas  fotos para ilustrar estas líneas, me ocurrió algo curioso. El sol se había puesto y la tarde caía rápida para dar paso a la noche, cuando yo que  caminaba ya por el Camino Real en dirección a Esguevillas, dando vueltas en mi cabeza  la historia que había escrito, experimenté algo raro; se trataba de esa sensación que se tiene cuando estás seguro de que alguien te está mirando, y un escalofrío recorrió mi espina dorsal hasta la parte alta del cuello. Me giré de repente y dirigí la mirada hacia la Alcubilla; la ladera del Pico estaba ya invadida por las sombras del crepúsculo, dos cornejas volaban del Río hacia la ladera buscando refugio en la fronda  para pasar la noche, y nada vi que fuera extraño para mí, pero aquella rara sensación no me abandonó hasta que hube caminado durante  un buen rato.

 M. Díez
Bibliografía consultada:
.- Valladolid Medieval (Pedro Chalmeta Gendrón)
.- Inquisidores de Castilla (A. de Prado Mousa)
.- Diccionario Etimológico de la R.A.E.
.- Las Ruinas de Dios (G. Martínez Díez)
.- Crónicas de España (Ambrosio Morales)
.- El Cerrato Castellano (M. Vallejo del Busto)
.- España en tiempo de Felipe II (Espasa Calpe S.A.)
.- Luces Olvidadas del Nuevo Mundo (E. Fuertes y E. Pardo de Guevara)
.- Arqueología Vallisoletana (T. Mañanes)
   

                                                    


1 comentario:

  1. Muchas gracias Don Mariano por haber creado este blog y dotarle de tan interesante contenido.

    Entre los temas, tan variados, que nos presenta, de su aportación sobre la epidemia de cólera es extraordinaria; y puedo afirmar que es la mejor contribución que he leído sobre el tema enb el mareci de la Historia Local (la parte más apasionante y acaso más importante de la Historia, de una pequeña población como era entonces Esguevillas de Esgueva.

    Por otra parte, tengo noticia de sus profundas investigaciones sonbre el templo parroquial de Esguevillas, ¿conoceremos pronto sus conclusiones?

    Mil gracias de nuevo don Mariano
    José Luis Mingo Zapatero

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