“LA ALCUBILLA”
Su historia y su leyenda
Cuando
mueren las personas, cuando el tiempo de la historia es ya muy lejano, cuando
los pueblos y castillos se convierten en ruinas y cuando, con el paso de los
siglos, las ruinas también desaparecen…¡¡¡ surge la leyenda!!!. Y la
leyenda vuela sobre el paisaje, se trasmite de boca en boca y va creciendo y
creciendo llenándose de detalles, de colores y de matices tan bellos, que
algunas veces superan los hechos reales que una vez sucedieron. Pero en el corazón
de las leyendas, en lo más profundo de estos misteriosos relatos, siempre
subyace parte de una historia real. Las personas de mi edad, cuando éramos
niños, oíamos contar ensimismados a
nuestros abuelos, la historia de una bella mujer mora que, en la noche de San
Juan y cuando nadie la observaba, salía de una cueva oculta en la ladera del
pico de “La Alcubilla” vestida con vaporosas ropas blancas y,
acercándose silenciosa hasta el río Esgueva, transportaba agua que almacenaba
en la cueva y que le servía para beber durante todo el año. La historia contada
en las noches de invierno al calor de la lumbre, resultaba tan real que hacía
que más de un escalofrío recorriera
nuestra espina dorsal haciéndonos estremecer; máxime cuando nos decían que el “tío
fulano y el tío mengano” que eran muy valientes, se habían escondido
una noche de San Juan en los carrizos del Esgueva y habían llegado a ver a la
hermosa mora que, mirando a un lado y a otro por temor a ser descubierta, había
cogido agua del Río y luego había desaparecido en las sombras de la montaña sin
que hubieran podido descubrir la entrada de la cueva.
Con el paso de los años empecé otra vez a
interesarme por aquella vieja historia, y más cuando descubrí datos
relacionados con la leyenda. Por ejemplo “Alcubilla” es una palabra de origen
árabe, derivada de alkúba, que significa
depósito de agua y, según aquella tradición, pasada de padres a hijos, era en
la Alcubilla donde la mujer mora
almacenaba agua para todo el año. Y así poco a poco fui encontrando en los
libros algunos datos que unidos unos a otros forman una historia realmente interesante
pero que algunas veces confunde la
realidad con el mito.
Como
este relato, que tiene partes históricas y partes de leyenda, abarca
varios siglos, yo intentaré contarlo de tal manera que se pueda distinguir de
una forma clara y concisa la realidad de los hechos históricos, que históricos
son y como tal están documentados, y la
fantasía de la vieja leyenda, no documentada pero sí conocida en Esguevillas
por los mayores del Pueblo y que todavía
la recuerdan.
Dice la historia que los musulmanes capitaneados por Tarik y Muza, invadieron
nuestra Patria el año 711 derrotando a los ejércitos cristianos del rey D.
Rodrigo en la batalla del Río Guadalete; y a partir de ese
momento, como una nube de langosta empujada por el viento del desierto,
avanzaron hacia el norte de la Península arrasando todo a su paso, las ciudades
y los pueblos que se resistían eran destruidos y quemados, sus iglesias
profanadas y derruidas, y sus pobladores muertos si eran hombres y esclavizados
si eran mujeres o niños. Hasta que llegados a las montañas de Asturias son
detenidos por D. Pelayo en la célebre batalla de Covadonga en el año 722,
iniciándose así la reconquista de España que duró 800 años. Los asturianos dirán
con orgullo que al ejército del Islám le derrotaron D. Pelayo y la Santina, pues así llaman en
Asturias a la Virgen de Covadonga.
Con la llegada de los sarracenos a nuestro
Valle Esgueva se produjo una gran despoblación, pues pastores y campesinos
huyeron precipitadamente hacia el norte, abandonando sus casas, tierras y parte
de sus ganados, buscando el amparo de las maltrechas tropas cristianas que
derrotadas, se replegaban buscando la protección de las montañas cántabras y
asturianas. Los musulmanes ocuparon nuestro Valle y lo poblaron para aprovechar
la feracidad de sus tierras, usando como mano de obra a los prisioneros que no
habían querido o no habían podido huir. Construyeron defensas y sobre todo
erigieron torres y fortalezas que dominaban
desde las alturas las partes más llanas. Y así, de esta manera, colocaron una fortaleza
en el “Pico de la Alcubilla” aprovechando quizás algún castro
prerromano allí existente, ya que por estos pagos se encontraron restos de la
civilización vaccea.
Pico de “La Alcubilla”
Era y
es, este promontorio, el lugar más alto y saliente de todos picos que conforman
el perfil del páramo cerrateño que escolta, por el lado izquierdo, el valle de
nuestro río Esgueva; y su forma de proa de barco, da la sensación de querer
cortar en dos la vega que se
extiende a su pie. Según puede
apreciarse por los restos de sus cimientos que aún pueden verse, tenía esta
fortaleza forma rectangular casi perfecta con muralla y cava (foso profundo sin
agua) que cortando de ladera a ladera dejaba la fortificación aislada del páramo. En su parte norte justo en el
lugar más saliente al borde mismo del pico estaba la torre del homenaje, desde
cuyas almenas se divisaba el Valle Esgueva de este a oeste hasta donde la vista
alcanzaba.
Los musulmanes comprendieron pronto que
aquel lugar era estratégico y le
fortificaron y prepararon para resistir en caso de ataque cristiano, pues desde
la batalla de Covadonga los mensajeros traían noticias del avance imparable,
que batalla tras batalla y año tras año, iban haciendo las tropas cristianas.
Para tal situación construyeron graneros y, cómo no, un gran aljibe (depósito
de agua) subterráneo, para resistir en caso de asedio. La construcción de este aljibe
o alcubilla, es con toda seguridad el hecho que dio nombre al pico en
cuestión, llamándose desde entonces “El Pico de la Alcubilla” como, más
de mil años después, le seguimos nombrando.
Con el reinado del rey Alfonso III el Mago, los
ejércitos cristianos dan un enorme empuje a la reconquista venciendo a los
árabes en numerosas batallas. Tal es así que, el emir de Córdoba Muhammad,
envía un gran contingente de tropas para invadir los reinos cristianos, pero el
rey Alfonso III les sale al paso en Polvoraria o Polvorosa, una zona
situada entre los ríos Órbigo y Tera a unos 6 kilómetros de
Benavente
(Zamora). Era el año 878 y, en
esta batalla, el rey cristiano les infringe tan gran derrota a los sarracenos
que, los “hijos del Corán” que pudieron sobrevivir, son dispersados y
lanzados a una precipitada huida. Según algunos historiadores, desde entonces
se hizo famosa la frase de: “Poner pies en polvorosa”, aplicada
a toda persona que huye precipitadamente de algún lugar.
Después de esta batalla, las huestes
victoriosas de Alfonso III llegan a nuestro Valle Esgueva, limpiando de
musulmanes nuestros campos, nuestros pueblos y las defensas que jalonaban el
Valle. En Esguevillas, las tropas cristianas pusieron cerco a la fortaleza de
la Alcubilla que se resistió bravamente, pero al fin las huestes victoriosas de
Alfonso asaltaron a sangre y fuego la
fortaleza pasando a cuchillo a sus defensores y dejándola semiderruida.
Y aquí surge la leyenda, pues pronto se
empezó a decir que el alcaide moro de la fortaleza, tenía una bellísima hija de
esbelto talle de palmera, ojos color de avellana y mirada misteriosa, con una
larga y ondulante cabellera de color caoba oscuro que escondía, al igual que su
hermoso rostro, en gasas, tules y vaporosos velos de seda traídos de oriente.
También se decía que esta bella criatura estaba enamorada de un apuesto capitán
bereber de la guardia de su padre, y que
durante la batalla el alcaide cayó herido de muerte, y antes de expirar, le había encargado defenderla con su vida. Y así lo hizo el bravo
guerrero hijo del Islám, haciendo que la afilada hoja de su alfanje segara más
de una vida cristiana; hasta que acorralado, malherido y cansado aquel tigre
bereber, recibió una flecha de ballesta que le atravesó el corazón. Antes de
morir volvió la vista hacia su amada, y pudo ver con satisfacción como ella le
devolvía la mirada llena de miedo y de amor mientras salvaba su vida desapareciendo
por un pasadizo secreto de la torre.
Sigue contando la leyenda, que los soldados vencedores la buscaron por todas
partes, e incluso quisieron hallar aquel pasadizo secreto que escondía a la
bella mora y quizás también el tesoro del alcaide; pero las piedras, maderas
ardientes y techumbres derribadas, habían cegado en su caída, cualquier posible hueco o pasadizo y nunca
lo encontraron.
Pero volvamos a la historia. En Esguevillas
y en todo el Valle Esgueva, aprovechando la tregua que se firma después de la
victoria de Polvoraria, se realiza una repoblación con gentes venidas de la
zona de Burgos y de otras regiones del norte. Dicen los historiadores, que
después de esta batalla y consolidada la frontera sur en el río Duero, se
producen caravanas con enormes hileras de personas, carros y ganados que
recorren el reino de norte a sur, para repoblar las nuevas tierras liberadas. Alfonso
III, al igual que ya había hecho su padre Ordoño I en otras tierras
conquistadas, crea poblaciones de pequeños y medianos propietarios donde todo
el mundo tenía, al menos, una casa, un pequeño huerto y un solar. También dota
a cada comunidad, de montes y pastos comunes para la ganadería y se empieza a
delimitar los terrenos que pertenecen a
cada población. Además da órdenes de fortificar con murallas todos los pueblos
de nuestro Valle, con el fin de que esta línea defensiva sirviera como
retaguardia y ayuda de la línea fronteriza del Duero, armada con mejores
defensas y más importantes guarniciones de soldados. Este tiempo de repoblación
y fortificación duró varios años y sólo se termina cuando en el año 912 se
ordena al conde de Castilla Nuño Núñez
concluir de fortificar toda la línea del río Esgueva y marcar el alfoz
(término municipal) de cada pueblo y aldea.
Esguevillas se cercó con una poderosa
muralla con varias puertas almenadas y
un profundo foso o cava que la rodeaba en gran parte. Esta muralla
perduró hasta bien entrado el siglo XVIII, pero hoy no queda nada de ella,
solamente el nombre de la cava desaparecida y que, aunque cegada y convertida
en calle con otro nombre, los más viejos del pueblo seguimos llamando “La Cava”, es decir el foso que rodeaba
la muralla. En el día de hoy, cuando escribo esta historia, he podido comprobar
cómo Jesús García López que ha construido su vivienda en esta vía pública, fiel
a la tradición y sabedor del verdadero nombre de la calle, ha puesto en su
fachada y bien visible “Calle de la Cava”,¡¡Cómo debe ser
amigo Chuso!! Pues quienes cambiaron su nombre no estaban bien informados.
En los años sucesivos nuestro Pueblo empezó
a crecer en habitantes y económicamente, pues sus tierras eran fértiles y sus
pastos abundantes, pero siempre se cernía sobre sus gentes el miedo a los “moros”
ya que las fronteras estaban cerca y las algaradas y razias de los musulmanes, en territorio cristiano,
para robar y saquear ganados y cosechas así como para coger y esclavizar
doncellas, se repetían año tras año y hacían que la vida en nuestro Pueblo fuera un
continuo sobresalto. Sus hombres alternaban el uso de la azada con el de la
espada y las labores del campo con el oficio de soldados. Las historias y las
leyendas se mezclaban de tal modo que el miedo hacía creer cosas que ahora a
nosotros nos parecen increíbles; y así se empezó a correr la noticia de que el
fantasma de la doncella mora que había muerto enterrada en la cueva secreta de
“La
Alcubilla”, aparecía algunas
noches sobre las negras ruinas de la
fortaleza y se la veía caminar,
bellísima como siempre, oteando el horizonte como si esperase el regreso de los
suyos.
Regreso que ocurrió cuando en el año 939 tambores de guerra y relinchos
de briosos caballos prorrumpieron en nuestro valle. Se trataba de un poderoso ejército sarraceno, que vencido
pero no destrozado ascendía valle arriba arrasando todo lo que pillaba a su
paso.
Si
leemos al gran historiador Pedro Chalmeta Gendrón, especialista en
temas de la reconquista, en el tomo segundo páginas 36 y 37 de su “Historia del
Valladolid Medieval”, sabremos que en este año Abderramán III, sultán de Córdoba, cruzó el Duero con un
ejército de 100.000 hombres, el mayor hasta entonces conocido, e intentando
recuperar los territorios perdidos se dirigió hacia Zamora, por entonces el
corazón de las tierras reconquistadas, pero para ello primero había que
tomar Simancas que altiva y fuerte se
encumbraba en la margen derecha del Pisuerga. Allí le esperaba el ejército cristiano comandado por el rey de León Ramiro
II, con las tropas castellanas de los condes Fernán González y Ansur Fernández,
las tropas navarras de García Sánchez I y un gran
contingente de tropas gallegas y asturianas. La batalla, que duró cuatro días,
fue reñida y sangrienta y, dice la leyenda, que de no ser porque en el
transcurso de ella se aparecieron Santiago y San Millán montando
sendos blancos corceles,
Representación del Apóstol Santiago en la batalla
el resultado pudiera haber sido otro. Lo
cierto es que después de varios días de contienda, Abderramán III ordenó la
retirada, dejando en el campo de batalla muchos muertos y grandes riquezas. Pero
consciente, el gran sultán cordobés, de
que su ejército iba en derrota y perseguido por las tropas cristianas, evitó
seguir el valle del Duero, (como dice J.M. Ruiz Asensio) ya que allí las
fortalezas eran más poderosas, y eligió seguir la calzada romana que seguía el
curso del río Esgueva.
Los
habitantes de Esguevillas, que aquel mes de agosto estaban en plena recolección, oyeron las campanas de
su iglesia tocar a arrebato y dejando sus campos, se refugiaron dentro de las fuertes murallas
de nuestro pueblo, y cambiando la hoz por la espada, se aprestaron a la batalla
en espera de lo peor, pues cuando vieron aquella enorme masa de soldados que
como un gran enjambre cubría los campos de lado a lado de la vega, supieron que
su fin estaba cerca.
No hay noticias escritas de lo que pasó en
nuestro pueblo en tan singular y peligrosa situación, pero es de suponer que Abderramán III sabedor de que el ejército del
rey cristiano le perseguía de cerca no puso gran empeño en el asalto de una fortificación que sus habitantes, sabiendo que
les iba la vida en ello, defendían como leones y donde además no esperaba encontrar grandes
riquezas. Por tal motivo, y digo que no hay documento escrito sobre el tema, tras
algunos intentos de asalto que se estrellaron contra las murallas de la villa y
el valor de sus defensores, se conformó con apoderarse de las cosechas que estaban en las eras y que
sirvieron para alimentar al ejército del Islám; y después de asolar sus campos
continuó valle arriba, dejando nuestro pueblo condenado a pasar hambruna en aquel año 939, ya que
todas sus tierras habían sido arrasadas; pero la población quedó libre de un
asalto que habría supuesto la muerte, la esclavitud y la destrucción total.
Ya por aquel entonces existiría, según puede leerse en el libro “Las
ruinas de Dios” de la arquitectura olvidada de la provincia de
Valladolid, la pequeña población de Alcubilla de Valdesgueva; cuyos habitantes
también se habrían refugiado en Esguevillas y de la misma manera, cuando el
peligro musulmán pasó, volverían a reconstruir su pequeño poblado, ya que como
veremos más adelante el pueblo siguió existiendo siglos después e incluso tenía
una pequeña iglesia. Digo que ya existía el pueblo de Alcubilla de Vadesgueva,
pues según el libro antes mencionado podemos leer que en un pequeño cotarro, en
la base del monte Alcubilla, en su ladera norte se encontraba la mencionada
población. Para ser más exacto os diré como
G. Martínez Díez sitúa con exactitud el lugar donde estaba
enclavado. Dice así: “El poblado de Alcubilla, en el término
municipal de Esguevillas, se encontraba situado en un cerrito o loma en la base
del monte Alcubilla en su ladera norte a menos de 60 metros a la izquierda del camino que va de Villafuerte a Piña
(Camino Real) y a unos 650 metros, valle abajo, desde el cruce de este camino
con el que va de Esguevillas a Castrillo Tejeriego.”
A este poblado también se le conocía con el nombre de Alcubiella y según
algunos relatores de la leyenda dicen que en las cercanías de este poblado
tenía salida la cueva o pasadizo secreto
de la fortaleza. Otros decían que salía junto al río, pero si difícil es lo primero más
increíble resulta lo segundo.
El peligro a los ataques sarracenos fue
disminuyendo según los ejércitos cristianos iban avanzando hacia el sur de la
península, pero los aldeanos, propensos a seguir con sus fantasías, pronto
empezaron a contar que la bella mora no se había marchado con
los suyos, que no había querido abandonar nuestro valle, ni su cueva, y que aún
se la veía a ella o a su espíritu pasear por las noches hasta el río para
recoger agua en un cántaro.
Con el paso del tiempo la leyenda fue ganado
adeptos y cada vez había más personas que decían haberla visto y así llegó el
año 1.181, en el que al poblado de Alcubilla llegaron los caballeros de la Orden
de San Juan de Jerusalén.
LA
PERMUTA
Cuenta Ambrosio de Morales, historiador y cronista del rey Felipe
II que queriendo el rey Alfonso VIII construir un gran
monasterio cisterciense en Matallana, se
encontró con que este lugar estaba ocupado por los caballeros de la Orden del Hospital de San
Juan
de Jerusalén, por lo cual el Rey negoció con su prior el cambio de
aquellos terrenos por el lugar de Alcubilla, en el término municipal
de Esguevillas, en el valle del río Esgueva. Morales afirma que había tomado estos datos de una escritura
fechada el día 25 de agosto de 1.181, y que tres meses y medio más tarde,
Alfonso VIII, por escritura datada en Burgos, hacía donación de los terrenos de
Matallana al noble Tello Pérez de Meneses y a su esposa Gontroda, quienes se
encargaron de fundar allí dicho monasterio cisterciense. Alfonso VIII confirmó
la fundación y tomó el monasterio por suyo en un privilegio dado en 1185
De este modo llegaron a nuestras tierras los mencionados caballeros de la
Orden de San Juan, pero… ¿quiénes eran estos caballeros?.
La Orden de los
Caballeros Hospitalarios, fue fundada con fines benéficos y puramente
piadosos, salpicando de castillos y hospitales todas las rutas de los
peregrinos, a los cuales atendían, curaban y protegían. Años más tarde se
convirtieron en un cuerpo armado que
adquirió gran fama por los hechos bélicos en los que participaron. A los
miembros de esta orden se le conocía como “monjes con espuelas”, llegando a
disputarse, con otras órdenes militares, el privilegio de entrar en combate en
la vanguardia de los ejércitos cristianos. Su mayor honor era pelear en la
primera línea de los ejércitos, buscando siempre el lugar de mayor peligro y
donde el combate era más duro y peligroso. La
orden adoptó la regla de San Agustín, el
hábito negro y una cruz de paño blanco con ocho puntas, las ocho
bienaventuranzas que ellos promulgaban. La orden de San Juan de
Jerusalén se convirtió en una fuerza militar poderosa que intervino
continuamente contra el Islam, buscando siempre la
lucha contra los ejércitos musulmanes a los que consideraban los grandes
enemigos de nuestra fe. Fue tan grande su poder que no sólo se
conformaron con eso, sino que, por la codicia de algunos de sus maestres
(jefes de la Orden), emprendieron expediciones de conquista para apoderarse de
tierras y riquezas.
En resumen,
estos eran los “Caballeros de San Juan”; y la permuta que os he contado fue la
causa de su venida a nuestro valle y a nuestras tierras.
Con la venida de la Orden de San Juan a Alcubilla,
que los más mayores de Esguevillas todavía le nombran como Alcubillo, el rey Alfonso
VIII aseguraba más estas tierras, pues en caso de alguna incursión sarracena,
la poderosa “Orden” enviaría sus caballeros a defenderlas.
La vida de
nuestras gentes, a partir de las postrimerías del siglo XII y comienzos del
XIII, fue haciéndose más y más tranquila. La frontera ya no era el río Duero
sino que se había llevado mucho más al
sur; y para que los ejércitos árabes llegaran aquí, tenían que enfrentarse con
la cada vez más poderosa ciudad de Toledo. Por este motivo la vida familiar se
intensificó y las historias reales de las batallas pasadas y los cuentos de
abuelas al calor del fogón se mezclaban de tal manera, que ya era difícil
distinguir la verdad de la fantasía, la historia de la leyenda. Y cuando la
historia y la leyenda se fundían en una sola cosa, como ocurría con la “Mora
de la Alcubilla”, la imaginación se desbordaba y la leyenda crecía y
crecía de tal modo, que ya era conocida por todas las villas y poblados de la
comarca.
Pero ahora, al
pie del Pico de la Alcubilla, estaba la “Orden de San Juan” y sus miembros
mitad monjes, mitad guerreros y sobre todo perseguidores de la religión de la “Media
Luna” hasta las últimas consecuencias, no podían permitir que en sus tierras
se propagase esta leyenda. Intentaron convencer a todos los habitantes de la
comarca que aquellos avistamientos eran producto de la fantasía y que creer en
estos espíritus podía ser juzgado como brujería. Pero cuando una idea se
prohíbe o se persigue, se hace más poderosa e imparable, y así sucedió con la
leyenda de la “Cueva de la Mora” que todos decían que
existía, aunque nadie podía descubrir su emplazamiento.
LA NOCHE DE SAN JUAN
Ocurrió en una
calurosa noche de San Juan en que en el pueblo de Alcubilla se celebraba la
festividad de este Santo con gran bullicio y grandes hogueras, alrededor de las
cuales se cantaba, se saltaba, se bailaba y se bebía; y en la que todos los
hombres, mujeres e incluso los caballeros de la Orden rebosaban de alegría y
vino, pues ellos, además de celebrar la llegada del solsticio de verano,
también celebraban la onomástica de su Santo Patrón. En esa noche mágica sin
luces artificiales y donde la única luz de la noche era el gran resplandor de
las llamas del fuego, que proyectaban sobre el terreno tenebrosas sombras donde
la luz acaba y empieza la oscuridad, alguien en el fragor del baile, fatigado,
sudoroso y ebrio de vino, dirigiendo su mirada hacia lo alto del pico de “La Alcubilla”, grito enloquecido : “La mora,
he visto la mora , allí está” , y apuntaba con su índice diestro a lo alto del Pico donde no llegaba la luz de
las hogueras. Todos miraban hacia lo alto y aunque nadie la veía, muchos creían
verla y pronto la noche fue un clamor popular, con multitud de personas que
juraban haberla visto.
Esto fue la
gota que colmó el vaso de la paciencia de los caballeros de la Orden de San
Juan; y a la mañana siguiente, subieron a las ruinas de la fortaleza y con la
ayuda forzada de los habitantes del pueblo, derribaron sus muros hasta no
quedar más que los cimientos que aún hoy se pueden apreciar, cegaron cualquier
hoyo, indicio de cueva o galería
subterránea y prohibieron hablar del tema, de allí en adelante, bajo la pena de
ser castigados duramente. Pero cuando cada año llegaba la noche de San Juan, en
Esguevillas, Piña y Alcubilla siempre había alguien que “sotto voce” recordaba la
leyenda de la mora y, en la intimidad del hogar relataba a los más pequeños
aquella fantástica historia.
Pasan los años
y la frontera con el Islam estaba ya al sur del Tajo, por lo que los caballeros
de San Juan, siempre deseosos de combatir al infiel, van buscando siempre el
fragor de las grandes batallas y recibiendo importantes donaciones que los reyes les conceden en agradecimiento a
los servicios prestados. Esto suponía el abandono de algunas posesiones más
pobres, para ocupar castillos y territorios que recibían en donación de los
reyes castellanos. Por esta razón cuando la Orden de San Juan recibió como
recompensa a la ayuda prestada en la conquista de Andalucía, un suculento
patrimonio en aquellas tierras, abandonaron los pequeños enclaves que ellos
tenían en el norte del Duero. Así que el poblado de Alcubilla que aún existía
en el siglo XIV fue poco a poco abandonado y al final desapareció. Mas no
desapareció la leyenda que, las gentes de Esguevillas y Piña, seguían contando
de padres a hijos o más bien de abuelos a nietos.
La leyenda de
la “Cueva
de la Mora” había variado un poco en su relato, pues desde aquella dura
intervención de los Caballeros de la Orden, la salida de la Mora
solamente se producía la noche de San Juan y nunca otras noches; como si aquel
ser fantástico quisiera demostrar que ni la fuerza de aquellos temibles
enemigos de los hijos de Mahoma había podido domeñarla.
No obstante
aquella cautivadora historia volvió a ser reprimida cuando, el 1 de noviembre
de 1478 el Papa Sixto IV promulgó la bula “Exigit sincerae devotionis
affectus”, por lo que quedaba constituida la inquisición en la Corona
de Castilla.
Escudo de la
Inquisición
EXPLICACIÓN DEL ESCUDO: a un lado de la cruz está la espada que simboliza
el castigo a los herejes, y al otro la rama de olivo como signo de
reconciliación con los arrepentidos.
El lema en latín dice así: “Álzate, oh Dios, a defender tu causa”
(Salmo 73)
Y así pronto llegó
a Esguevillas el largo brazo del Santo Oficio, prohibiendo las malas
creencias y todo aquello que se desviase del recto pensar de la fe católica.
Esta afirmación la hago porque he encontrado
documentos que atestiguan la presencia en nuestro Pueblo de dos “Familiares
de la Inquisición” hasta el año 1727 en que solamente había uno. La
palabra Familiar, no implica parentesco sino que era el nombre que recibían ciertos miembros, cuya
misión era la de informar de todo lo que fuera de interés en la sociedad donde
estaban integrados. Convertirse en familiar era considerado un honor, ya que suponía un
reconocimiento público de limpieza de sangre y llevaba además aparejados ciertos privilegios, entre ellos, que podían portar armas. Estos
informadores se beneficiaban económicamente de sus delaciones, y además, el
hecho de que los acusadores no fueran conocidos por los acusados, les convertía
en hombres temidos y temibles. Por estas razones la leyenda de “La
cueva de la Mora” volvió a convertirse en un tema tabú, ya que todo
aquel cristiano que fuera sospechoso de malas creencias o de practicar
brujería, podía ser denunciado al Santo Oficio y sufrir grandes penas
y castigos, corriendo el peligro de terminar con sus huesos en la hoguera.
LIMPIEZA DE SANGRE
Y FE FIRME EN ESGUEVILLAS
La limpieza de sangre, así como no haber
sido acusado nunca por la Santa Inquisición, fueron dos condiciones impuestas
por el rey Felipe II en 1.595, a DON GASPAR DE ZÚÑIGA y ACEVEDO para elegir a todas aquellas
personas que habían de acompañarlo al Nuevo Mundo cuando fue nombrado Virrey
de Nueva España. El Rey dio la orden a la Casa de Contratación de Sevilla,
encargada de supervisar los permisos de embarque para las tierras de ultramar,
en los siguientes términos: “Ordeno que
dejéis pasar a la Nueva España a Don Gaspar de Zúñiga y Acevedo, Conde de Monterrey, a quien he nombrado Virrey de
aquella tierra y que pueda llevar SETENTA
CRIADOS, cincuenta y ocho de ellos solteros y los doce restantes casados,
llevando estos últimos a sus mujeres e hijos”. Y parece ser que en nuestro
pueblo sí había hombres y mujeres de fe recta y limpieza de sangre probada;
pues como puede leerse en el libro “Luces Olvidadas del Nuevo Mundo”,
(en su página 80), en la relación de personas casadas que viajan en compañía del Virrey, se encuentra
Gaspar
Gallego López, de 30 años de edad, natural de Esguevillas del Valle
Esgueva, hijo de Gaspar Gallego y María López; casado con María Pina Martínez, de 26 años de edad, natural
de Población, hija de Pedro Pina e Inés
Martínez. No llevaban hijos consigo, pues o no los tenían o quizás, dada su
joven edad, el hijo o los hijos serían demasiado pequeños para ser embarcados
en tan singular travesía, pues no olvidemos que estamos hablando del siglo XVI.
Por último en 1.834 se declara suprimido
definitivamente, en España, el Tribunal de la Inquisición, que ya había sido
abolido otras tres veces y vuelto a restaurar. Con esta supresión, el
pensamiento es muchísimo más libre y la leyenda de la Mora, vuelve a aflorar y
a trasmitirse, de mayores a niños, con toda libertad.
Los
hombres de nuestro Pueblo buscaron, en estos últimos años, la entrada de la
cueva: unos por curiosidad, otros por demostrar que aquella galería subterránea
existía, o por encontrar los restos mortales de aquella bellísima mujer; y por
último, algunos quizás buscando el tesoro escondido del alcaide. Lo cierto es
que nadie, que se haya sabido, ha encontrado la cueva. Tomás López me dijo un
día, hablando sobre el tema, que al final de
la década de los años cincuenta y principios de los sesenta, Pablo
Niño, Mariano García, Adriano Moro y algunos otros cavaron buscando la cueva, sin resultado
positivo; pero a los que yo personalmente recuerdo, en la década de los
setenta, es a Julio Rojo y Ángel Parro cavando con verdadero ardor juvenil,
durante muchos días, y cuando creían haberla descubierto, el excesivo trabajo,
la magia de la montaña o el embrujo del espíritu de la Mora, los confundió, los
derrotó y los hizo desistir. De entonces a nuestros días, nadie ha cavado en el
“Pico
de la Alcubilla” para intentar desvelar el secreto que la montaña
guarda en sus entrañas.
Excavación
de Julio Rojo y Ángel Parro
La
excavación que estos dos esguevanos realizaron en su juventud, aún puede verse
en el ya, para todos nosotros, famoso pico de “La Alcubilla”. Esta
excavación espera otros brazos juveniles que, bien en el mismo lugar o bien en
otro, sigan esforzándose en encontrar el secreto que el pico, celosamente
guarda en sus entrañas.
Quizás no exista nada o quizás exista la
cueva y nunca se llegue a descubrir; pero lo que si debemos a nuestros jóvenes es
contarles esta bella historia que, durante tantos siglos, se fue trasmitiendo
de generación en generación sin que el tiempo, los Caballeros de San Juan o la
Santa Inquisición pudieran acabar con ella.
Todos los años, cuando llega la mágica
noche de San Juan y la primavera muere para dar nacimiento al verano, recuerdo
la leyenda y, si puedo, dirijo mi mirada hacia “La Alcubilla” y me imagino
el blanco espíritu de la Mora con su cántaro a la cadera llevando agua del río
Esgueva hasta las profundidades de su cueva secreta.
Nunca he creído en historias de fantasmas y
aparecidos, pero la tarde que fui a sacar algunas fotos para ilustrar estas líneas, me ocurrió
algo curioso. El sol se había puesto y la tarde caía rápida para dar paso a la
noche, cuando yo que caminaba ya por el Camino
Real en dirección a Esguevillas, dando vueltas en mi cabeza la historia que había escrito, experimenté
algo raro; se trataba de esa sensación que se tiene cuando estás seguro de que
alguien te está mirando, y un escalofrío recorrió mi espina dorsal hasta la
parte alta del cuello. Me giré de repente y dirigí la mirada hacia la
Alcubilla; la ladera del Pico estaba ya invadida por las sombras del crepúsculo,
dos cornejas volaban del Río hacia la ladera buscando refugio en la fronda para pasar la noche, y nada vi que fuera
extraño para mí, pero aquella rara sensación no me abandonó hasta que hube
caminado durante un buen rato.
M. Díez
Bibliografía consultada:
.- Valladolid Medieval (Pedro Chalmeta
Gendrón)
.- Inquisidores de Castilla (A. de
Prado Mousa)
.- Diccionario Etimológico de la R.A.E.
.- Las Ruinas de Dios (G. Martínez
Díez)
.- Crónicas de España (Ambrosio
Morales)
.- El Cerrato Castellano (M. Vallejo
del Busto)
.- España en tiempo de Felipe II
(Espasa Calpe S.A.)
.- Luces Olvidadas del Nuevo Mundo (E.
Fuertes y E. Pardo de Guevara)
.- Arqueología Vallisoletana (T.
Mañanes)
Muchas gracias Don Mariano por haber creado este blog y dotarle de tan interesante contenido.
ResponderEliminarEntre los temas, tan variados, que nos presenta, de su aportación sobre la epidemia de cólera es extraordinaria; y puedo afirmar que es la mejor contribución que he leído sobre el tema enb el mareci de la Historia Local (la parte más apasionante y acaso más importante de la Historia, de una pequeña población como era entonces Esguevillas de Esgueva.
Por otra parte, tengo noticia de sus profundas investigaciones sonbre el templo parroquial de Esguevillas, ¿conoceremos pronto sus conclusiones?
Mil gracias de nuevo don Mariano
José Luis Mingo Zapatero