¡¡¡HONOR DE SOLDADO Y ORGULLO DE
HIJO!!!
He
hablado, en mis escritos, y seguiré hablando sobre mi pueblo, sobre su historia y sobre sus gentes; pero me
siento obligado a hablar también sobre
una persona de la cual me siento orgulloso; esa persona es Mariano
Díez de las Moras, mi padre.
Mi padre como muchos padres de su
tiempo, fue un hombre honrado, trabajador, sencillo, respetable y
respetado en su pueblo y en todos los
lugares donde fue. Era de esos padres de la mitad del siglo XX que, sin psicólogos, sin escuelas
para padres y sin ningún manual de instrucciones, fue capaz de criar a sus tres
hijos y educarlos para que fueran hombres, con toda la magnitud que la palabra
hombre conlleva. Pero no voy a hablar de Él como hombre trabajador ni como
padre, pues en mi pueblo en aquella época habría muchos como él. Voy a escribir
aquí de una faceta de su vida de la cual él no solía hablar a pesar de que, por
su mutilación, era evidente que había sido soldado. Quizás recordaba las
palabras de su general Muñoz Grandes cuando, dirigiéndose a los heridos que
volvían a España, les dijo: “Cuando vuestra gente se os acerque con el
natural afán de saber de nuestra vida en Rusia, jamás habléis de vuestras
heroicidades, pero sí debéis hablar de
las gloriosas hazañas que realizaron los que aquí han muerto…”.
En
una ocasión, preguntado por mi hijo, su nieto Mariano que tanto quería, sobre
la guerra, le contestó: “Tu abuelo, hijo, ha sido siempre un hombre de paz que
por circunstancias que tu no entenderías, tuvo que luchar en dos guerras”. Y
tenía razón, pues los jóvenes soldados siempre han sido llevados a las guerras
por los políticos o por las circunstancias que estos promueven. Ya el novelista
inglés Samuel Butler decía: “Basta el instante de un abrir y cerrar de ojos,
escuchando a los políticos, para hacer de un hombre pacífico un guerrero
consumado”.
Hoy tengo en mi poder su documentación de
soldado. Viejos papeles, ya amarillentos, que él guardaba como oro en paño, y
que nunca aireó para darse importancia, vetustas fotografías de aquellos duros
años de guerra en España y en Rusia, y títulos y diplomas de cruces y medallas
ganadas con su valentía y con su sangre
derramada. Diplomas, cruces y medallas que hablan por sí solos de la pasta de
que estaba hecho aquel soldado español que, como los viejos soldados de los
tercios de Flandes, supo estar siempre en su puesto defendiendo su Bandera y
sus ideales, sin dar nunca un paso atrás.
Ahora ha llegado el momento en que yo, su hijo,
saque a la luz su historia militar, de la cual, a pesar del odio que tengo a las guerras, me siento
orgulloso como hijo. Sé que resulta muy difícil, en estos tiempos, hablar de un
soldado que fue falangista en nuestra Guerra Civil de 1.936, y que luchó en el
ejército nacional hoy llamado franquista. Y no solamente es difícil esto, sino
que por añadidura este soldado español luchó en Rusia como miembro de la División
Azul, integrada en el ejército alemán del Tercer Reich, cuyo líder
absoluto era Hitler. Pero… ¿Desde cuándo la valentía de un soldado se mide por el bando en el que lucha?; un
soldado es valiente o cobarde si demuestra valentía o cobardía ante el enemigo,
sea éste blanco, negro, azul o colorado. O es que ¿los comuneros Padilla, Bravo
y Maldonado, no fueron valientes a pesar de haberse sublevado contra su propio
Rey?. Los soldados son valientes cuando, venciendo el natural miedo que la
cercanía de la muerte produce, presentan cara al peligro y son capaces de no
perder su honor, que es lo que sucede cuando se actúa con cobardía.
Yo, su hijo, no he podido demostrar
valentía en ninguna guerra pues, gracias a Dios, no ha sido necesario, pero si
tengo ahora la oportunidad de demostrar que no me duelen prendas, exponiendo y
defendiendo los hechos vividos por el soldado Mariano Díez de las Moras, del que
tengo la enorme satisfacción y el grandísimo
orgullo de ser su hijo.
A estas alturas del siglo XXI la extrema
izquierda española saca pecho atribuyéndose para si toda la razón y todas las
bondades; mientras que la derecha llena de cabezas “capitidisminuidas”, teniendo
miedo a defender sus ideales, callan y otorgan. Callan las razones económicas, sociales,
políticas y religiosas que tuvo el
Alzamiento y otorgan toda la razón a una
extrema izquierda cada vez más envalentonada.
En una guerra y menos si es civil, nadie está
en posesión de la verdad absoluta, y las diferencias de ideas han de resolverse
por medio del diálogo y el razonamiento, no a través de la violencia y de los
enfrentamientos armados que solamente producen dolor y muerte.
Don
Gaspar de Guzmán,
Conde de Olivares
amenazó, en cierta ocasión, a D.
Francisco de Quevedo diciéndole que
no escribiera sátiras contra él, porque se lo iba a hacer sentir; y Don
Francisco, sin amilanarse, le contesto con otros versos que empezaban así:
No he de callar por más que con el dedo,
Ya tocando la
boca o ya la frente,
Silencio avises
o amenaces miedo.
¿No ha de haber un espíritu valiente?
¿Siempre se ha de sentir lo que se
dice?
¿Nunca se ha de decir lo que se
siente?.
Yo no he de callar mis sentimientos hacia
el recuerdo paterno, pues a pesar de no tener un espíritu tan valiente como el
suyo, nadie me hará sentir o arrepentir de haber contado su historia como
soldado y siempre diré lo que siento
sobre el tema, pues siempre he estado, estoy y estaré muy orgulloso de mi progenitor.
Un soldado en plena juventud
Mariano
Díez de las Moras nació el 29 de abril de 1919 en Esguevillas de Esgueva , era hijo de
Mariano Díez y Mª Cruz de las Moras, y el 19 de marzo de 1938, sin haber cumplido
los 19 años de edad, fue llamado a la
caja de reclutas de Valladolid, donde se le integró en la 1ª compañía del 1º
batallón con destino a Matapozuelos donde, con solamente un mes de instrucción,
jura bandera el 25 de abril, (faltándole 4 días para cumplir 19 años) y quedó
integrado en el regimiento de San Quintín.
Mariano
Díez de las Moras a los 19 años
HECHOS DE ARMAS EN LA GUERRA ESPAÑOLA
El día 5 de mayo del 1.938, es destinado a
la 3ª compañía, 7º batallón del regimiento
nº 28 de la Victoria; y es trasladado al Frente de Toledo, donde se estaba
dirimiendo una de las más cruentas batallas de nuestra última guerra. Allí
después de ser frenada la ofensiva republicana, que había lanzado innumerables
contraataques en los sectores de Seseña, Illescas y Torrejón de Velasco, el
frente se había estabilizado en el curso del río Tajo, desde Puente del
Arzobispo hasta Aranjuez, donde giraba hacia el norte siguiendo el curso del
río Jarama. Allí se encontraron dos ejércitos de españoles igual de valientes, igual de
patriotas, los dos luchaban por España, pero
cada uno con una idea de la Patria diferente. El choque fue brutal,
desesperado, sangriento y al no poder avanzar
ninguno de ellos, se fortificaron construyendo trincheras, blocaos y
búnqueres, que hicieron que el frente se estableciese allí, sin que ninguno de
los dos adversarios pudiera sobrepasar al otro.
Plano
del frente de Toledo y la Cuesta de la Reina
Durante
los meses de mayo, junio y julio con el 7º
batallón del regimiento nº 28 llamado de
la Victoria, los combates se recrudecen, mostrándose comportamientos heroicos
de uno y otro lado de las trincheras. Por fin, después de romper el frente de La
Cuesta de la Reina, avanza y entra en combate, con su regimiento, en el
frente
de Madrid y más tarde, girando en dirección Este, entra de nuevo en
combate en el Frente de Teruel, en la célebre batalla de la Sierra del Espadán, donde
el día 24 de agosto de 1938, durante una sangrienta refriega, cae herido de
bala regando con su sangre el suelo patrio que él tanto amaba. Es evacuado del
campo de batalla y llevado a los siguientes hospitales: El mismo día 24 de
agosto al hospital de Teruel, el día 28 del mismo mes es trasladado al hospital
de Burgos, donde permanece ingresado hasta el día 1 de septiembre, que es
llevado al hospital de la Coruña, para
después finalizar en Santiago de Compostela donde terminada su recuperación es
dado de alta.
Mariano Díez de las Moras y un amigo
Recuperado
de sus heridas, es trasladado al frente y se incorpora al 4º batallón de su
antiguo regimiento nº 28 de la Victoria
situado esta vez en Robledo de Chabela en la posición de LA
ATALAYA. Actúa durante varios meses con esta unidad en el Frente de Extremadura,
en el Sector Principal de Castuera, Monte Rubio y Peraleda;
destacándose en todo momento por su arrojo en el combate y por permanecer siempre firme en su puesto,
cumpliendo las consignas y órdenes que le fueron encomendadas por sus mandos.
Es obligatorio destacar que, en las
operaciones realizadas en Peraleda, durante un ataque osado,
rápido y valiente se infiltra en las líneas enemigas y en compañía de un
oficial capturan 22 prisioneros. Este
hecho tan destacado, figura en su hoja de servicios y salió publicado en la Orden
del día del Cuerpo, en la ciudad de Salamanca.
Por su
valentía y arrojo en los combates, en que intervino, adquirió suficientes méritos
de guerra para ser ascendido a cabo y
condecorado repetidas veces como más adelante demostraré.
Terminadas las operaciones bélicas en este frente, es enviado con su
unidad a la toma de Madrid. En la capital de España la contienda ya se daba por
perdida, y se rinde incondicionalmente al ejército de Franco el día 28 de marzo
de 1939, dándose por terminada la guerra aunque el parte definitivo se diera el
día UNO de abril.
Al
coronel Casado y al resto de miembros que formaban El Consejo Nacional de
Defensa, excepto a Julián Besteiro que voluntariamente quiso quedarse en
Madrid, se les permitió escapar y embarcar en un buque de guerra inglés que los
esperaba en el puerto de Gandía.
El día
uno de abril Franco daba el siguiente comunicado, escrito de su puño y letra:
“En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército
Rojo,
han alcanzado las tropas nacionales los últimos
objetivos militares.
La guerra ha terminado”.
Sí,
la guerra civil había terminado con
miles de muertos. Miles de jóvenes que ya no vivirían para formar una
familia, miles de niños que ya no nacerían porque quien estaba designado para
ser su padre, había visto truncada su vida en la flor de su juventud. Había
terminado con miles de personas inocentes muertas, sin ni siquiera haber empuñado un arma. Había terminado con
pueblos y ciudades semiderruidos por las bombas y la artillería. Había
terminado con cientos de civiles y religiosos muertos por sus creencias
políticas o religiosas. España había sufrido muchísimo, y sus heridas abiertas
tardarían muchos años en cicatrizar; pero por fin la guerra había concluido y
ahora empezaba el arduo trabajo de, como el Ave Fénix, resurgir de las cenizas
y levantar, entre todos, una nación
devastada, dividida y arruinada.
FIN DE LA GUERRA Y
MARCHA A RUSIA
Terminada
la guerra es integrado en la Columna de Operaciones de Asturias, donde sigue
cumpliendo servicio militar desde el UNO de julio de 1939 hasta el TRES de
octubre del mismo año, en que es trasladado, con su unidad, a la Guarnición de
Tarifa (Cádiz) , y pasa a pertenecer al Regimiento de Infantería de Línea nº 46.
Allí se hace pasar por la academia a todos los que habían ascendido por méritos
de guerra y revalida su nombramiento de cabo el día UNO de Junio de 1.940. Un
mes más tarde, justamente el UNO de julio de 1941, el cabo Díez de las Moras se
alista voluntario a la División Azul para combatir el
comunismo en la propia Rusia.
El
cabo Díez de las Moras formaría parte de los primeros 18.000 soldados que
salieron de España, la mayor parte de ellos falangistas; se la denominó “La División Azul”, debido al color de su camisa que más adelante se negaron a reemplazar
por la camisa del uniforme alemán.
En la Guerra Civil española a este valiente
soldado se le concedieron las siguientes
condecoraciones:
.- UNA MEDALLA DE CAMPAÑA.
.- UNA CRUZ ROJA DEL MÉRITO MILITAR.
.- UNA CRUZ DE GUERRA.
.- UNA CRUZ A LA CONSTANCIA.
.- UNA MEDALLA DE SUFRIMIENTOS POR LA PATRIA.
A
continuación expongo los viejos y deteriorados documentos que lo acreditan así
como la fotografía de las condecoraciones.
LA DIVISIÓN AZUL
Villanos para unos y héroes para otros, estos
soldados españoles protagonizaron hechos insólitos como caminar más de 1.000 Km. para llegar al combate o cruzar el
lago Ilmen con temperaturas de 52 grados bajo cero.
El día 22 de junio de 1941, Hitler atacó
por sorpresa a Rusia en la denominada “Operación Barbarroja”. 119 divisiones de infantería, 19 acorazadas,
y 15 divisiones motorizadas. Un total de 3.050.000 hombres que, con la ayuda de 12 divisiones rumanas y 18 finlandesas, entraron en Rusia desbordando al
ejército soviético y abriendo un frente de casi 2.500 kilómetros, que iba desde
el océano Ártico por el norte hasta el mar Negro por el sur.
En España, acabada la guerra, los ánimos
estaban muy exaltados y no faltaban políticos y altos cargos militares que
animaban a Franco a entrar en la guerra al lado del ejército alemán, pero Franco, que ya tenía el poder
absoluto, declaró a España neutral.
Meses más tarde empezaron conversaciones diplomáticas
entre Berlín y Madrid. En estas conversaciones, Alemania exigía a España que se
implicase en la guerra, compensando de esta manera la ayuda que, el ejército
nacional, había recibido del Tercer
Reich con la Legión Cóndor. Estas
presiones y el hecho de que Italia entrase en la guerra el día 10 de junio de
1940, hicieron que Franco cambiase la posición de neutralidad por la de “no beligerante”. Esto suponía que
España se convertía en aliada de Alemania pero sin entrar físicamente en la
contienda, ya que no existía ninguna declaración de guerra contra la URSS. A
cambio y a propuesta del ministro Ramón Serrano Súñer, le promete a
Alemania mandar una división de voluntarios que será llamada “División
Española de Voluntarios”. Más tarde, a esta división José
Luis Arrese la denominaría “División Azul”.
La División
Azul española se convirtió en la 250ª
División de infantería al servicio de las fuerzas armadas alemanas en el
Frente del Este. ¡¡¡Caro fue el pago del favor a la ayuda alemana!!!, pues de
los 45.482 hombres que la
integraron, España sufrió en la estepa rusa las siguientes bajas: 4.950 muertos, 9.520 heridos, 1512 con
miembros congelados, 5.510 enfermos
y más de 350 prisioneros. Alemania
había perdido en la guerra española poco más de 300 soldados, una cantidad minúscula comparada con los números de
bajas que acabamos de ver. Pero así ha sido siempre la nación española, pródiga
en dar hijos que derraman su sangre por defender sus ideales. Esta vez se
trataba de combatir al comunismo ruso en su propia tierra, perseguir al oso
dentro de su propia guarida, pero ¡¡Rusia era tan grande!!.
Ramón Serrano Súñer, el día 24 de junio de
1941, había arengado a los jóvenes falangistas diciendo, desde el balcón de la
Calle Alcalá de Madrid, que Rusia era la culpable de todos los males acaecidos
en nuestra guerra, incluida la muerte de José Antonio, fundador de la falange.
Estas palabras hicieron hervir la sangre de aquellos jóvenes, y en pocos días sobraban
voluntarios dispuestos para morir en Rusia. Hasta tal punto alcanzó esta obsesión por ir a la guerra, que había quien
pedía recomendaciones para formar parte de aquellos primeros 18.000 hombres que, desde todos los sitios de
España, se concentraban en Hendaya para iniciar el largo viaje que les había de
llevar a la muerte o a la gloria.
Allí
en la frontera con Francia, en los Pirineos Atlánticos, estaba el cabo Mariano
Díez de las Moras de Esguevillas de Esgueva; sólo, ilusionado
pero también abrumado. ¿Qué pensamientos tendría entonces en su cabeza aquel
joven muchacho de pueblo?; a mí, en alguna ocasión, me dijo que cuando el tren
inició la marcha rumbo a lo desconocido, se acordó de su Pueblo, de su casa, de
su madre viuda y de sus cinco hermanos menores que él… y un dolor agudo le
mordió el corazón hasta tal punto que las lágrimas le afloraron a sus ojos,
como afloraron en los ojos de muchos de
aquellos soldados que iban a la guerra, arrancados de su casa, de su familia y
de su tierra.
Antes de partir, todos los soldados
recibieron una ducha caliente mientras sus ropas y equipos eran desinfectados,
después se los sometió a controles médicos y por último se efectuó el
transbordo a los trenes alemanes, cuyos vagones eran más limpios y más cómodos
que los españoles.
EMPIEZA EL VIAJE
Cuando los trenes salieron de la estación
de Hendaya, ésta estaba engalanada con estandartes y banderas, se oían himnos y
canciones militares alemanes y españoles y el trato alemán hacia nuestros
soldados fue cortés y servicial, se notaba el agradecimiento del Tercer
Reich hacia nuestros hombres. El viaje tomó otro cariz cuando el tren
cruzaba la Francia ocupada, pues se les increpaba y en más de una ocasión
llegaron a impactar piedras contra los vagones de los trenes, en protesta de
que tropas españolas fueran a ayudar al ejército alemán, que les había
derrotado y ocupado su nación. El convoy de guerra siguió imparable paralelo a
la costa atlántica, y así atravesó las ciudades de Burdeos y Poitiers hasta
llegar a Tours. Pasada esta ciudad
la línea férrea giró hacia el este enfilando el valle del Loira, y cruzando Blois
y Orleans, hasta llegar a Troyes. Después cruzaron las regiones
de Lorena y Alsacia que habían sido anexionadas a Alemania; y tras pasar por Nancy y Luneville, cruzaron el río Rhin
a través de la ciudad de Estrasburgo.
Cuando el convoy ferroviario discurrió por
territorio alemán la situación cambió drásticamente, pues aquí los
divisionarios son aclamados por todos los lugares por donde pasan, y se dan
casos de ciudades como Karlsruhe, donde
una multitud de más de 10.000 personas se situaron en los andenes de la
estación para saludar a los españoles y agasajarlos, en mesas preparadas para
ello, con un típico almuerzo alemán.
Después la expedición siguió hacia las ciudades de Heilbron y Núremberg
(donde acabada la guerra se celebraría el célebre juicio contra los nazis). Por
fin, después de miles de kilómetros en tren, cruzan Weiden y llegan a la base militar de Grafenwörhr (era el 17 de julio de 1941).
Viaje en tren de la División Azul (3.300km)
Nada más llegar a esta base militar, se
preparó a los soldados en el manejo de las nuevas armas alemanas y se
proporcionaron los nuevos uniformes alemanes, aunque los falangistas no
quisieron cambiar su camisa azul por la camisa alemana.
El
día 31 del mismo mes de julio se produjo el “Juramento al Führer”, para este acto se dispuso el campo de
instrucción de Kramemberg, donde
toda la División formó acompañada de una
compañía de honor del ejército alemán. Presidían la ceremonia las banderas
de España y de Alemania, junto a ellas estaban el general Muñoz Grandes con su Estado Mayor y los generales Fromm y Von Cochenhausen como jefe
de la ceremonia. El texto de la jura también fue modificado a instancia de los
españoles para hacer constar que la División Española solamente iba a luchar
contra el comunismo ruso y no contra otros pueblos o naciones. El juramento
decía así: “
¿Juráis ante Dios y por vuestro honor de españoles, absoluta obediencia
al jefe de las Fuerzas Armadas alemanas, Adolf Hitler, en la lucha contra el
comunismo, y juráis combatir como valientes soldados, dispuestos a dar vuestra
vida en cada instante por cumplir este juramento?”
La
División juró con un ¡¡SÍ!! Que retumbó en todo el campo de Kramemberg y quedó
integrada definitivamente en el ejército alemán.
El no querer cambiar de camisa y tener que
modificar la letra del juramento hizo
que, las tropas alemanas que se creían superiores por su disciplina y por su
raza aria, mirasen con cierta antipatía a los españoles.
Cada soldado recibió una placa
identificativa y al cabo Díez de las Moras se le dio está, cuya fotografía
pongo. Está placa ahora está en mi poder
y su cordón algo deshilachado y sucio, aún conserva seco el sudor de su cuerpo;
sudor producido por los largos días de marcha, por el sufrimiento en las
batallas y por ese sudor frío que la presencia de la muerte produce hasta en
los hombres más valientes. En caso de muerte, la placa se cortaba y se dejaba
la parte de arriba en el cadáver para ser identificado posteriormente.
Placa identificativa del cabo Mariano Díez
de las Moras
Constituida la 250 división de infantería
de la Wehrmacht, durante tres semanas se
hizo una instrucción intensiva y práctica para familiarizar a los españoles con
el novedoso armamento alemán; después se trasladó a la División hasta la ciudad
polaca de Suwalki, para dejarlos
descansar unos días e iniciar la larga marcha a pie hasta el frente ruso.
En
Polonia, la guerra, había quedado destruidas todas las carreteras y vías
férreas, por lo que no quedaba otro remedio que caminar. Recorrían una media de
40 kilómetros diarios por un recorrido muy complicado: frecuentes lluvias que
hacían intransitables los caminos, espesos bosques donde las carreteras eran
apenas unas estrechas veredas, que dificultaban en gran manera la marcha de la
División; la dureza del calzado y el excesivo peso de los equipos, producían
llagas en los pies y en los hombros de los soldados.
Tras dejar atrás las ciudades de Grodno y Lida, llegaron a Vilna,
capital de Lituania, el día 8 de
septiembre de 1.941.
En el mes de agosto del año 2.015 estuve,
con mi esposa, en Polonia e hicimos en coche esta misma ruta en compañía de D. Andrew Gasowski y D. Grzegorz Łoński.
La carretera era aún bastante mala pero puedo asegurar que en cada vuelta del
camino, en cada pueblo que pasábamos, en cada paisaje que miraba, a través de
Polonia y Lituania, recordaba aquella marcha impresionante hecha por la
División Azul en la que estaba mi padre, y el corazón me latía de una forma
especial. Y de forma aún más especial cuando entramos en la catedral del Vilna,
de la que tanto me había hablado él. Allí me di cuenta de que aunque nuestro
cuerpo muere, el espíritu permanece en el tiempo; pues en el interior de la
Catedral me pareció sentir la presencia paterna que, 74 años atrás, con cientos
de compañeros habían oído misa entre aquellos muros.
En Polonia no encontré a nadie que me
hablara mal de aquellos españoles y, es más, algunos me contaron que habían
oído decir a sus mayores, que aquellos soldados eran muy religiosos y no se
metían con nadie, que era fácil reconocerlos en medio del paisaje, pues cada
unidad de infantería estaba encabezada por un abanderado; cada pieza de
artillería lucia una medalla, o de la Virgen del Pilar, de Covadonga o de la Virgen
de la Paloma; y sobre todo sus canciones que alegraban la dura marcha.
Los alemanes criticaban a nuestros soldados
tachándolos de indisciplinados pues, en aquellas largas marchas, no cuidaban el
brillo de sus botas, llevaban desabrochados los botones de la guerrera, no se
afeitaban e incluso metían las manos en los bolsillos del pantalón. Craso error,
pues después de la batalla del Vóljov,
Los alemanes quedaron impresionados por el
heroísmo y la capacidad de sacrificio de la infantería española. Se demostró
con creces que es en el combate y no en la retaguardia, donde se demuestran las cualidades de un buen
soldado. Hasta tal punto Alemania quedó impresionada por la heroicidad de las
tropas españolas, que el mismo Adolf
Hitler dijo de ellos: “Los españoles no han cedido nunca una
pulgada de terreno…Es difícil poder imaginar a soldados más valientes, duros
contra las privaciones, apenas se cubren, e impávidos desafían a la muerte. Sé
que, de todas formas, nuestros hombres están siempre encantados de tenerlos
como vecinos en su sector.”
Marcha a pie de la División Azul (más de 1.000 Km)
La División dejó
Vilna y, después de pasar por Molodezno
y Minsk llegaron a Borisov, ya en tierras soviéticas. Los
caminos estaban intransitables, haciendo aparición por primera vez la célebre “rasputitsa”, que no era otra cosa que
la gran cantidad de lodo que se producía
por la incesante lluvia y la nieve
derretida. De Borisov se encaminaron
a Orsha y cuando ya faltaba poco
para llegar a Smolensk, ocurrieron
unos hechos que iban a cambiar por completo el destino de la División Azul.
Los ejércitos
rusos habían dejado de retroceder y lanzaron un potente contraataque en el
sector de Leningrado. Por este
motivo el general alemán Von Leeb
pidió refuerzos a Hitler y éste decidió trasladar tres divisiones a socorrer el
frente norte; siendo la División Azul una de las tres seleccionadas. De este
modo los españoles fueron separados del 9º ejército e integrados en el
decimosexto que lucharía en el Grupo Norte, allí donde más frío hacía.
Todo el convoy
tuvo que dar media vuelta y dirigirse, en dirección contraria hasta el cruce de
Orsha con Vítebsk, para después tomar dirección norte y, pasando por esta
última, llegar a la ciudad de Dno
para terminar, después de más de 50 días de marcha, en la histórica ciudad de Novgorod que era el lugar donde
estaba situado el frente.
La División Azul se desplegó a lo largo de la
margen oeste del río Wolchow o Vóljov correspondiendo
al Coronel Esparza con su regimiento 269, donde militaba el cabo Díez de las Moras, el lugar más al
norte. Donde el frío era más intenso y donde se iba a dirimir una de las
batallas más importantes de la Segunda Guerra Mundial.
Aquel invierno de
1.941 fue el más frío que se había conocido durante décadas, las temperaturas
descendieron a más de 30º bajo cero, a pleno día, provocando la obstrucción de muchas armas y
más de 100 soldados hospitalizados por congelación de algunos de sus miembros.
Por fortuna, el ejército español había previsto aquella situación y había
mandado 18.000 abrigos y pasamontañas. Por cierto, los pasamontañas habían sido
encontrados en los depósitos de las Brigadas Internacionales de nuestra Guerra
Civil, y curiosamente habían sido fabricados en la URSS.
La División Azul
en el Wolchow (Vóljov). Marcado en rojo
el lugar donde fue herido el Cabo Díez de las
Moras.
El vÓLJOV
El
Vóljov es uno de los grandes ríos europeos que conecta el lago Ilmen con el lago
Ladoga. Cuando los españoles llegaron a su orilla oeste, quedaron admirados
por la gran anchura que tenía, que aunque no era el más ancho de Rusia (unos
300 m), sí era muy superior a cualquier río de España. Este río se congela
a primeros de noviembre y permanece
helado hasta el mes de abril, permitiendo el paso de personas y animales por
encima del hielo, como si de una pista helada se tratase. Por aquellas fechas,
aunque el frío era intenso, solamente se habían helado las márgenes del río y,
como los rusos habían volado los puentes, era necesario cruzarlo en botes
neumáticos con capacidad para 8 personas.
El mismo día 12 de octubre, fiesta del
Pilar, los rusos lanzaron un fortísimo ataque sobre el frente defendido por la
División Azul. Pero los hombres del regimiento 269 se emplearon a fondo y el
ataque fue repelido por las tropas
españolas causando a los soviéticos 50 muertos y 80 prisioneros.
Pronto el alto mando alemán se da cuenta que
el paso del río es demasiado arriesgado pues en la otra orilla los rusos tienen
numerosos puestos fuertemente guarnecidos, con ametralladoras y morteros además
de un gran polvorín fuertemente defendido por gran número de soldados. Pero
como la ubicación de estos lugares era
totalmente desconocida, se encarga a la División Azul que dé diversos golpes de
mano para coger prisioneros que puedan informar del campo enemigo, antes de dar
el salto definitivo al otro lado del Vóljov. El general Muñoz Grandes
ordenó al coronel Esparza la autoría
de estos golpes de mano, para más tarde dirigir el paso del río. Había
comenzado “La Batalla del Vóljov” que tantos muertos y heridos causaría en
los dos bandos.
Siguiendo las órdenes cursadas por el
General, el coronel Esparza pone al teniente Galiana al mando de una sección de asalto formada por soldados escogidos, entre los
cuales estaba el cabo Díez de las Moras
que ya se había distinguido por su valentía y arrojo peleando contra los
bolcheviques el día que estos atacaron el frente por el lugar donde estaba el
regimiento 269. Estos dos hombres protagonizarían uno de los hechos más gloriosos de
los que puede presumir la División Azul.
Durante varias noches, en esas noches
largas oscuras y frías que se dan en esas latitudes, con las cejas cargadas de
escarcha y el aliento helándose al salir de la boca, la sección de asalto
pasaba el río en botes de goma y, sin hacer ruido, intentaba infiltrarse en territorio enemigo
para sacar la información necesaria que permitiera el ataque definitivo. Pero
los escuchas y vigías rusos, que hacían guardia pegados al frío suelo de la
estepa, semienterrados en la nieve que a primeros de octubre ya era abundante,
y aguantando temperaturas extremas, pronto descubrían a los intrépidos
españoles, y estos eran recibidos con fuego de morteros, ametralladoras y
ráfagas de fusiles naranjeros. Por este
motivo la sección de asalto era diezmada una noche si y otra también, ocupando
cada día otros soldados el lugar de los caídos. Así ha sido siempre la nación
española, luchando por todo el mundo y llenando de tumbas de héroes todas las
tierras por donde pasa.
Cementerio
español en Grigorovo (Rusia)
Hay unos versos, sobre España, de Bernardo López García, muy bellos y que sirven para ratificar esta afirmación. Son los siguientes:
Doquiera
la mente mía
sus alas rápidas lleva,
allí un sepulcro se eleva
contando tu valentía.
Desde la cumbre bravía
que el sol indio tornasola,
hasta el África, que inmola
sus hijos en torpe guerra,
¡¡¡no hay un puñado de tierra
sin una tumba española!!!
Hasta tal punto sufría bajas la sección,
que el coronel Esparza, muy duro con los oficiales pero con corazón sensible
para los soldados, en una ocasión, llegó a decir muy serio y enfadado por los
hombres perdidos, al valiente teniente Galiana:
-“¿Qué ocurre que cada día tiene más bajas y a
usted no le pasa nada?.
Respondiendo el teniente, con humildad pero
sereno y valiente:
-“Mi
coronel el cabo de las Moras, que
siempre está a mi lado, puede dar testimonio de que peleo en primera línea y delante de todos mis
hombres.”
Mi padre me contó que fue verdad esta
conversación y que también era verdad la
valentía del teniente, cuya bravura no tenía límites y nunca exigía a sus soldados
aquello que él no hiciera.
NOCHE
DE HÉROES
Lo
que aquella noche pasó, se puede leer en varios libros y documentos oficiales,
algunos de los cuales yo tengo en mi
poder. Pero dispongo del mejor de los relatos dado por uno de los dos
protagonistas de aquel célebre hecho de armas; el cabo Mariano Díez de las Moras, mi padre. Bien es verdad que también me
atendré a los hechos contados según el Diario
Oficial del Ministerio del Ejército nº
227, el libro “Con la División Azul en Rusia” escrito por
el mismo coronel José Martínez Esparza y
otras publicaciones.
El alto mando del
Ejército del Norte, da la orden de avanzar a la División Azul pero la situación
del enemigo era totalmente ignorada por las tropas comandadas por el Coronel
Esparza, pues como antes ya dije, al otro lado del río, en territorio enemigo,
había un gran polvorín fuertemente fortificado y protegido por una guarnición
muy numerosa de tropas.
El
teniente Galiana recibió la orden de, con su sección de asalto, localizar y
volar aquel polvorín que tanto impedía el avance del regimiento; y el día 18 de octubre, hacia las dos
horas de la mañana, en una noche oscura y fría como todas las vividas por
aquellas fechas en aquel lugar, El teniente
Galiana y el cabo Díez de las Moras, cruzan
con su sección de asalto el Vóljov en botes neumáticos. Las orillas estaban ya
muy heladas y el resto de la corriente empezaba a congelarse, por lo que el río
parecía una sierpe de plata dispuesta a engullir en su gélidas aguas a aquellos
osados soldados. El paso se realizó en silencio, sin chapoteo de remos y con
los cinco sentidos pendientes de la otra orilla. Nadie los había descubierto y
asegurados los botes, empezaron la
progresión aprovechando la oscuridad y todos los accidentes que aquel terreno les ofrecía.
Teniente Jaime Galiana Camilla
Cabo Mariano Díez de las Moras
Avanzaban en silencio absoluto, con los ojos bien abiertos y las pupilas
dilatadas por la oscuridad pues aquella noche no había luna. A pesar de que la
escarcha cubría sus ropas y sus pies pisaban la nieve helada, no sentían frío
ya que la adrenalina que segregaba su organismo, aumentaba su frecuencia
cardíaca y preparaba todo su cuerpo para una lucha inminente. De pronto, de un
lugar indeterminado de la oscuridad una voz lanzó el grito de ¡¡¡Hurra!!!, ¡¡¡Hurra!!!,
¡¡¡Hurra!!! (Grito de guerra de los rusos); y acto seguido el “tartamudeo” de
dos ametralladoras empezó a barrer la tierra por donde avanzaban. Nuevas voces
y más disparos de fusiles ametralladores, al mismo tiempo que los proyectiles
de mortero caían por doquier iluminando
la noche y abriendo boquetes en la nieve helada. Es verdad que disparaban a
ciegas pero, era tan intenso y potente el fuego enemigo que se hacía imposible
contenerlos; poco a poco la sección retrocedió y, sin perder la cara al enemigo, haciendo uso
de sus fusiles, se replegó hasta el río. De pronto cesó el fuego y el silencio
volvió a reinar en la noche. El teniente Galiana
y el cabo de las Moras no habían retrocedido, estaban uno cerca del
otro, pegados al terreno, con el cuerpo casi cubierto por la nieve y sin saber
qué hacer, pero con la decisión de continuar marcada en el semblante.
El teniente rompió su mutismo y con el
coraje de los valientes susurró:
.- Me han dejado todos.
.- Yo estoy aquí mi teniente. Contestó
el cabo Díez de las Moras, desde el hoyo que un proyectil de mortero había abierto en el suelo.
.- ¿Estás dispuesto a seguir?
.-
Le seguiré a usted hasta el final.
.-
¿Tienes aún los explosivos?
.-
Los tengo.
.- Pues adelante,
mañana el regimiento tiene que pasar el Vóljov y con ese fortín ahí puede
resultar una autentica carnicería para nuestros hombres.
Cuando cuento esta escena, me viene a la mente
lo que decía un veterano capitán de los tercios del siglo XVI : “Un
soldado debe siempre evitar la batalla
pero, si entra en combate, antes de pensar en salvar su vida debe pensar en salvar
su honor”.
No hubo más palabras y cargados de
explosivos, los dos avanzaron hacia su objetivo buscando la gloria o la muerte,
o las dos cosas a la vez.
En silencio, cruzaron un bosquecillo;
solamente el leve crujir de la nieve al ser pisada les hacía saltar el corazón
dentro del pecho. Por fin vieron tres “isbas”(casa
rusa de madera) con luz, de una de ellas salía el ruido de hombres hablando en
voz alta. Eran soldados rusos que bebían y charlaban relajados sabiendo que
habían rechazado el ataque enemigo. Un poco más allá vieron el polvorín; se
trataba de un gran búnker subterráneo difícilmente detectable por la aviación y
fuertemente protegido por una numerosa guarnición de soldados que, por fortuna,
después de la refriega que habían protagonizado, dormían tranquilos y confiados,
en una dependencia aneja al polvorín.
Avanzaron bajo el manto oscuro de la noche y
encontraron unas chimeneas de ventilación, que comunicaban directamente con el
lugar donde se almacenaban grandes cantidades de armas y explosivos. Por dicho
lugar introdujeron las cargas explosivas que el teniente y el cabo llevaban, y
con la mayor cautela iniciaron la retirada hasta llegar al bosquecillo que
antes habían cruzado, y esperaron el resultado.
La explosión fue brutal y fue seguida por
otras más en cadena que abrieron un inmenso cráter en la tierra. El teniente
miró hacia el cabo y levantó el dedo pulgar en señal de victoria, pues
considerando que las pérdidas en armamento y las bajas en hombres habían sido
numerosas, la brecha estaba abierta para que, al día siguiente, el 2º Batallón
del Regimiento 269 al mando del comandante Miguel Román Garrido, cruzase el río
y estableciera la cabeza de puente que el Alto Mando exigía.
Iniciado el regreso, sin saber de dónde, les
salieron al paso dos soldados rusos que se abalanzaron sobre ellos con ánimo de
cogerlos prisioneros. La lucha era cuerpo a cuerpo y aunque los rusos gritaban,
era tan grande el desconcierto que las explosiones habían causado, que nadie
oía los gritos. El cabo de las Moras pronto “dio cuenta de su enemigo” y acudió
en ayuda del Teniente que, aunque se batía como un tigre, llevaba la peor parte
ante un adversario que le dominaba en altura y peso. El soldado ruso al verse
atacado por los dos españoles emprendió la huida hacia donde se oían las voces
de sus compañeros y el Cabo corrió tras él con objeto de que no pidiera ayuda. En el momento de alcanzarlo e intentarlo derribar
observó que algo caía de la mano derecha del soldado y la explosión le hizo
perder el conocimiento.
El Teniente se acercó al lugar donde yacían
los dos cuerpos; el ruso estaba muerto y
en un principio pensó que el Cabo también, pero a pesar de ello el bravo
Teniente no quería dejar allí a quien le había seguido hasta aquel infierno y
tanto le había ayudado. Haciendo un esfuerzo titánico, como pudo, cargó con el
cuerpo del Cabo, haciendo constar, (dice el D.O. nº 227 del Ministerio del
Ejército) que mientras el cabo Díez de las Moras era alto y corpulento,
el Teniente era de complexión física débil.
Al poco rato de caminar (cuento la historia
de primera mano), el Cabo despertó y lo primero que vio fueron los talones de
las botas del Teniente, después oyó su
jadeo ya que el peso era demasiado para él.
.- ¿Qué ha pasado mi
Teniente?
.-¡ Ya has despertado!, que
susto me diste, al principio creí que habías muerto, luego me di cuenta que no.
¿Puedes andar?
.- No lo sé.
El Teniente lo dejó en el suelo y el Cabo
intentó caminar cayendo al suelo sin poder dar siquiera un paso.
.- Creo, mi Teniente, que
tengo el pie izquierdo destrozado por completo aunque, si usted me ayuda,
intentaré caminar. Pero no sé bien lo que ha pasado.
.- El ruski que perseguías, mientras huía, iba preparando una granada de
mano para arrojárnosla hacia atrás, pero tú dándole alcance se lo has impedido
y a él le ha costado la vida.
Los dos habían perdido las armas, solamente
el Teniente conservaba su pistola de oficial, y aunque aparentemente nadie les perseguía, se oían
tiros por todas partes y había mucho camino que recorrer hasta la orilla del
Río. El Cabo pasó el brazo izquierdo por los hombros del Teniente y empezaron a
avanzar.
El Cabo, ayudado por su Teniente, iba medio
arrastras y dejando un reguero de sangre en la nieve fácil de seguir. Paraban
de vez en cuando pues los dos estaban agotados y en una de las paradas
observaron que el pie había dejado de sangrar. La Divina Providencia y el
gélido aliento de la noche esteparia a muchos grados bajo cero, había coagulado
la sangre que, hasta ese momento, había manado abundantemente.
Llegaron por fin al Vóljov y sujeto al
hielo de la orilla, había un bote neumático que los compañeros habían dejado.
Se arrojaron a él y remaron con avidez hasta llegar a la orilla propia, donde
estaban sus camaradas; los disparos de orilla a orilla habían empezado a
recrudecer.
Sigo ahora literalmente el relato que el coronel
Esparza hace en su diario de guerra en la página 227: “La escena, a la sola luz de una lamparilla de gasolina, resultaba
tétrica. Entonces tuvimos ocasión de abrazar al cabo de las Moras, que lloró de
emoción al verse felicitado por su comportamiento”.
Después de hacer las primeras curas
urgentes al cabo Díez de las Moras, el coronel Esparza dispuso que, dada la
gravedad y al no contar con medios en aquel refugio, el herido fuera evacuado
urgentemente. Para lo cual se ordenó a un campesino ruso que ya había hecho
otros trabajos a los españoles, y que conocía el terreno como la palma de su
mano, que con su trineo tirado por un caballo, llevase al hospital de campaña
de Podberesje al maltrecho Cabo que
había empezado a sangrar otra vez. Se le colocó en la parte trasera del trineo
vendado el pie, bien tapado para soportar el viaje y además se le dio un fusil.
El
teniente Galiana se acercó para despedirse y los dos heroicos soldados se
abrazaron con lágrimas en los ojos. Esa fue la última vez que el cabo de las
Moras vio a su Teniente pues, cuatro días más tarde, el día 22 del mismo mes, aquel
valiente oficial, murió asaltando un nido de ametralladoras enterrado en el
lindero de un bosque.
El golpe había sido un éxito y, al amanecer
de aquel mismo día, el comandante Miguel Román Garrido cruzó el Río al
mando del 2º Batallón del Regimiento 269 sin tener enfrente la pesadilla de
aquel fortín.
El
coronel Esparza propuso por aquella acción, al cabo Mariano Díez de las Moras,
para ser ascendido a sargento y
solicitó para él: la Cruz Roja al Mérito
Militar que se uniría a Una Cruz de
Guerra concedida en días anteriores y como colofón, también le propuso para
la Cruz Laureada de San Fernando
individual (La más alta condecoración que se puede tener en España). Además el
Alto Mando alemán le concedió La Cruz de
Hierro de 2ª Clase y un Diploma de Herido Distinguido.
El trineo se deslizaba rápidamente sobre el suelo helado
y el Herido solamente podía ver la espalda fornida del conductor. Se trataba de
un campesino de edad madura, con abrigo y gorro de pieles, anchas espaldas y
barba muy poblada. No hablaba nada, solamente de vez en cuando chasqueaba la
lengua para avivar el paso del caballo y dirigirlo por un campo nevado, sin
caminos y sin luz, hacia un lugar que él sólo en su cabeza tenía marcado, y al
que se dirigía como si un poderoso imán lo atrajera. El cabo de las Moras,
acurrucado en la parte posterior del trineo mordía la manta, que le cubría,
para soportar el inmenso dolor y se aferraba
a su fusil. Tenía orden de disparar al ruso si observaba alguna cosa extraña en
él; pero en aquella interminable noche todo era tan extraño, que decidió rezar
y ponerse en manos de Dios y de aquel hombre desconocido que, en verdad, le
estaba ayudando.
Antes de que apuntaran las primeras luces
del alba, el trineo paró delante del Hospital de Sangre de Podberesje
donde ya los estaban esperando y donde rápidamente el personal sanitario se
hizo cargo del herido que ya estaba muy débil por la pérdida de sangre. Al
momento se le puso una transfusión y se cortó de forma eficiente la hemorragia;
pero allí no se decidieron a intervenir y acordaron trasladarlo en ambulancia,
al día siguiente, al hospital de Grigorovo,
donde le amputaron el pie izquierdo 12 centímetros, más o menos, por encima del
tobillo.
EL LARGO CAMINO DE
REGRESO
Aún no estaba bien despierto, cuando se
acercaron dos cirujanos (uno era alemán) y una enfermera; con ellos había
también un intérprete. El médico alemán le dijo, poniéndole la mano sobre el hombro:
“Muchacho,
me han contado tu hazaña, has sido muy valiente pero, si te sirve de consuelo, para ti la guerra ya ha terminado. Hemos
salvado la mayor longitud de pierna que hemos podido, pues cada centímetro será
vital para poder caminar, el día de
mañana, con un aparato ortopédico.”
El doctor español le comunicó que había
habido disparidad de opiniones, por miedo a la gangrena y que había quien
opinaba que era mejor asegurar su vida amputando más arriba, incluso por la
rodilla. Yo también opino, siguió diciendo el doctor español, que mi colega
alemán tiene razón y que vigilaremos la herida pues para volver a cortar tiempo habrá.
Al cabo de las Moras, el mundo se
le vino encima, a cuatro mil kilómetros de su casa, en un hospital de Rusia y
lisiado para toda la vida, no encontraba consuelo para su pena. Se obsesionó
con que alguien quería cortar su pierna por la rodilla y se propuso morir antes
que permitirlo. Su carácter siempre jovial, se volvió taciturno, no quería
dormir y cuando el sueño le vencía se despertaba sobresaltado y se tocaba su
pierna izquierda. Se negaba a comer otra comida que él no viera que era servida
de la misma perola que a los demás heridos, pues creía que con otros alimentos
le iban a dormir para después operarle. Al quinto día de estar allí, vino hacia
su cama una enfermera española; le traía unos dulces con el único objeto de
hacerle un poco de compañía hablando en castellano, y consolarlo por la pérdida
de su pie. El cabo de las Moras, desconfiando de que aquellos dulces fueran
para dormirle, montó en cólera y, sin hacer caso a razones, le arrojó, a la simpática
enfermera, la única bota que tenía al lado de la cama, dándole en la cabeza. Se
formó un gran revuelo y no se le sancionó por dos motivos: el primero por
encontrarse en aquella situación a causa de su heroico comportamiento y el
segundo porque resultó que aquella
enfermera no sólo era española, sino que también era de Valladolid; su nombre
era Rafaela Cuesta Sanz y no quiso
exigir ningún castigo para aquel soldado herido. No volvió a ver a aquella
enfermera, pero nunca olvidó su cara ni su nombre como más adelante veremos.
A los cuatro días de este incidente fue
trasladado al hospital de Soltsy,
donde permaneció 5 días hasta ser llevado al de Porjov, aún dentro de Rusia pero ya muy lejos del frente de
combate. En este hospital, con muy buenas instalaciones, estuvo ingresado hasta
el día 7 de febrero (aproximadamente dos meses). Durante este tiempo su
curación progresó muchísimo y los doctores le aseguraron que la pierna ya no
habría que tocarla. Se le dieron dos muletas y él empezó a dar los primeros
pasos. Primero por dentro del hospital y después por fuera del mismo. También
empezó a recobrar su alegre y juvenil
humor confraternizando con otros compañeros también mutilados.
El cabo “de las Moras” con otros compañeros heridos
Un árbol solitario, un hombre solo y un solo pie.
Durante su
permanencia en Porjov, la operación cicatrizó perfectamente y el cabo “de las
Moras” empezó a ganar peso, pues había adelgazado en extremo, practicaba el
caminar con muletas y volvió a ser la misma persona que era. Hasta el hospital
llegaban noticias del frente y hasta allí también llegaban nuevos heridos de
bala o soldados con miembros congelados por el frío. Oyó hablar de varios
soldados españoles que, no queriendo retroceder ante el enemigo, habían luchado
bravamente varios días con tan bajas temperaturas, que habían sufrido diferentes tipos de
congelación.
Un día
paseando con sus muletas por el hospital, vio como a un soldado español le estaban
dando de comer. Tenía los pies y, sobre todo, las dos manos congeladas y
apoyadas en un cabestrillo, se le había
caído parte de la piel y parte de la carne y daba la impresión de que aquellas
manos, ahora de un color indescriptible y tremendamente ulceradas, nunca
podrían realizar su función e incluso, en el peor de los casos, corrían el
riesgo de ser amputadas. Se acercó para charlar con él y…¡¡¡Oh casualidad!!! Aquel soldado era de su pueblo, si, ni más ni menos que de Esguevillas de Esgueva. Se
llamaba Mauro Camino y se abrazó a
él con esa alegría y ese calor fraternal que se siente cuando dos personas del
mismo pueblo, se encuentran a cuatro mil kilómetros de su lugar natal, y en
unas circunstancias tan difíciles como aquellas. Ninguno de los dos sabía que
el otro estaba en Rusia, pero a partir de aquel momento, se pasaban los días hablando
de España, de las gentes de Esguevillas, de su familia y de lo dura que era
aquella guerra. Aquella amistad comenzada en Rusia, nunca la perdieron y la
siguieron manteniendo hasta su muerte, a pesar de que Mauro, curado
perfectamente, vivía en Madrid y venía a Esguevillas, para ver a su familia, de
tarde en vez.
Mariano y Mauro ya casi recuperados.
(Mauro aún oculta sus manos)
El día 7 de febrero de 1.941 fue
trasladado al hospital de Riga en
Letonia y desde allí cruzando Lituania
y Polonia, fue llevado a Königsberg y después a Hof, estos dos últimos lugares ya en Alemania. De este último
hospital partió para España, cruzando Alemania y Francia para entrar en nuestra
Patria por la frontera de Hendaya el día 16 de abril de 1.942.
Continuó su viaje en tren hasta el hospital de Tarifa en Cádiz; ciudad de donde había partido cuando se alistó a
la División Azul. Desde allí, a los tres días fue trasladado al hospital
“Queipo de Llano” en Sevilla, donde
pasó Tribunal Médico y fue dado de alta con la debida documentación para
regresar a casa.
Aquel joven
esguevano que, en marzo de 1.938 había salido de su casa con la firme
determinación de servir a su Patria allí donde el deber se lo demandase, volvía
ahora, después de 4 años de lucha y
penurias, después de haber recorrido miles de kilómetros y haber cruzado, dos
veces, todo el continente Europeo, para
descansar en su hogar y terminar de curar sus heridas al lado de su madre y
hermanos. En sus oídos todavía retumbaba el fragor de los combates, el lamento
de los heridos y aquel frío polar de la estepa rusa, aún le helaba el corazón
con sólo su recuerdo. Pero en lo más profundo de su alma sentía la satisfacción
de haber sabido mantener su honor de
soldado más allá del deber, y las condecoraciones recibidas así lo demostraban:
RECOMPENSAS
ALEMANAS:
.- Una Cruz de Hierro de Segunda
Clase.
.- Un Diploma de Herido Distinguido.
RECOMPENSAS
DADAS POR ESPAÑA POR SUS ACCIONES EN RUSIA:
.- Una Cruz Roja del Mérito Militar.
.- Una Cruz de Guerra.
Ya en la posguerra, entra en el Benemérito Cuerpo de Mutilados de Guerra por la Patria se le concede el ingreso en la Real y Militar Orden de San Fernando y San Hermenegildo y se le concede la correspondiente medalla.
AÑOS DESPUÉS
Ya en casa, su vida cambió por completo, la paz del Pueblo, el amor maternal y el calor del hogar, lograron poco a poco la transformación de aquel aguerrido soldado, en un hombre joven con la mentalidad de un hombre maduro. Los años de guerra pasados y sobre todo la dureza de la campaña en Rusia le dieron la capacidad necesaria para distinguir lo que es importante y lo que es superfluo en la vida. Quien ha visto de cerca la muerte de sus compañeros, quien sabe lo que es sufrir un frío que arrebata la vida y quien ha vivido los duros combates cuerpo a cuerpo teniendo que usar el frío acero de la bayoneta, mientras mira de cerca los ojos de su enemigo, sabe lo bello que es vivir en paz. Se da cuenta que los problemas que el curso de la vida cotidiana genera, son superables y carecen de gran importancia. Por eso Mariano Díez de las Moras vivió una vida de hombre de paz, respetable y respetado.
En el año 1.945 contrajo matrimonio con Macedonia Loisele Ruiz y de esta unión nacimos tres hijos que, por orden de nacimiento somos: Mariano (que es quien escribe esta historia), Moisés (que nació un 18 de octubre, el mismo día que su padre perdió el pie en Rusia) y José Luis (el menor de los tres). Por estas fechas, el cabo de las Moras iba ya olvidando la guerra pero de vez en cuando recordaba que su Coronel había pedido para él el ascenso a sargento y la concesión de la Cruz Laureada.
He leído bastantes artículos sobre el coronel Esparza; no todos buenos por cierto, pero lo que yo puedo contar, es lo que mi padre me decía de él. El coronel Esparza era un hombre de palabra y aunque duro en el trato con los oficiales y con los cobardes, nunca olvidaba a los valientes. Yo tengo en mi poder varias cartas dirigidas a mi padre interesándose por su salud y recordándole que estaba pendiente de aquellas propuestas que había solicitado a su favor en Rusia. No voy a relatar aquí el contenido de las cartas pues son privadas, pero sí que pondré la fotografía dedicada de su puño y letra cuando fue ascendido a general. En ella trata al cabo de las Moras con el calificativo de Laureado, ya que lo consideraba seguro al interesarse él mismo en ello.
Al laureado cabo de las Moras en recuerdo del primer
Golpe de mano del 269 en el Wolchov. De su coronel.
José M. Esparza
Las cartas y esta fotografía dedicada por el mismísimo, ya general, D. José Martínez Esparza, alentaban la esperanza del valiente divisionario, pero el día 3 de junio de 1.949 la trágica noticia de la muerte de su General en accidente de tráfico, le hizo perder toda esperanza.
¡¡¡ EL MUNDO ES UN PAÑUELO!!!
Pasaron los años y, allá por 1.960, llegó al Pueblo una cátedra de la Sección Femenina, con objeto de impartir clases a las muchachas adolescentes sobre Cultura General, Taller de costura, Bailes Tradicionales, Deportes y otras actividades. En aquellos años, el poder viajar de la ciudad al pueblo y del pueblo a la ciudad, era algo complicado ya que los automóviles eran bastante escasos; por este motivo aquel equipo femenino se hospedó en una casa del pueblo durante más de un mes, ya que la duración de estos cursos solían durar 45 días más o menos.
La Jefa de la Cátedra, había estado en Rusia y cuando supo que mi padre era divisionario fue a visitarlo acompañada de una de las profesoras. Fueron recibidas por mi madre y, con esa natural cortesía propia de los hogares castellanos, sacó un café para acompañar la conversación.
Llevaban ya unos minutos charlando cuando, mi Padre que no había apartado la vista de una de ellas, interrumpió la conversación y ante la sorpresa de todos dijo, dirigiéndose a la mayor de las mujeres:
.- Creo que, aunque un poco tarde, ha llegado el momento de que te pida perdón (los falangistas tenían como norma tutearse).
Todos callaron sorprendidos y ante la cara de estupor que ponían, él continuó diciendo:
.- Me has dicho que te llamas Rafaela y estuviste de enfermera en Rusia, ¿no es así?
.- Efectivamente ese es mi nombre, Rafaela Cuesta Sanz y allí estuve, pero no se qué quieres decir.
.- ¿No recuerdas a un soldado que, estando herido, te soltó su bota a la cabeza?
.- Claro que me recuerdo; como que casi me noquea, pero ¡¡¡no me digas que eras tú!!!
.- Yo era, y por eso te pido perdón; el perdón que entonces no te pedí.
Todos rieron y celebraron aquel reencuentro comentando lo pequeño que es el mundo y las vueltas que da la vida. Y pasaron muchísimo rato hablando, en aquella agradable velada.
Yo, por aquel entonces, era un muchacho que estaba estudiando interno en Valladolid y un día me fue a visitar una señora que yo no conocía, me dijo que era amiga de mis padres y que había conocido, en la guerra de Rusia, a mi padre. Me habló de lo valiente que había sido peleando en el río Vóljov y como había perdido allí su pie. Yo escuchaba orgulloso todo aquello y me hubiera gustado que lo oyeran mis amigos, pero aquella mujer me dejó unos dulces y se marchó. No volví a ver nunca más a aquella señora y me consta que mi padre tuvo, en adelante, poca o ninguna relación con ella. Pero resulta una anécdota tan curiosa que no he querido pasar la ocasión de recordarla en mi Blog.
Las propuestas de su coronel Esparza aún andaban por las oficinas del ejército, y el 1 de diciembre del año 1.973 se le concede el ascenso a Sargento Efectivo y se le niega la cruz laureada de San Fernando, que fue concedida al teniente Galiana por tener mayor graduación y haber resultado muerto. Ya que su Coronel y máximo defensor había fallecido en el año 1.949, nadie defendió en aquel “Juicio contradictorio” al cabo de las Moras”, diciendo que en aquel hecho de armas no había muerto el Teniente, sino cuatro días después en otra batalla.
Cuando esta decisión le fue comunicada, mi padre no se enfadó; simplemente la aceptó y en el escrito cuya copia poseo se puede leer lo que contestó: “Descanse en paz mi inolvidable amigo, a quien es verdad que tengo que agradecerle la vida”.
Las medallas son solamente chatarra, me dijo en cierta ocasión, el verdadero valor está en los títulos concedidos y sobre todo en el honor de haberlos ganado. Y ese honor con mayúsculas era de lo que siempre estuvo orgulloso el cabo de las Moras; aquel joven soldado que tantas veces expuso su vida en los combates, regando con su juvenil sangre la sagrada tierra de su Patria y la inhóspita estepa de la fría Rusia; y que en medio de la batalla solamente pensó en salvar su honor, haciendo real la célebre frase, que Calderón de la Barca, pone en boca de don Pedro Crespo: “El honor es patrimonio del alma y el alma sólo es de Dios.”
Mi padre, en vida, pocas veces contó esta historia a nadie, pero yo, haciéndome portavoz del orgullo que sus hijos y nietos sentimos, me he sentido obligado a rendir a este heroico militar el HONOR que se merece, contando su apasionante historia de soldado. Y hago mía la frase de Juan Luis Vives: "¡¡Cuán grande riqueza es, aún entre los pobres, el ser hijo de un buen padre!!.
M. Díez
AL CABO de las MORAS
Héroe en el río Vóljov
Llegaste, Mariano, a la Rusia fría,
llevando en tu semblante el sol de España
y buscando la gloria en la campaña,
derrochaste valor y bizarría.
Uno más de la “fiel infantería”,
que en el río Vóljov, luchó con saña;
y teniendo a la muerte por compaña,
fuiste abatido sin perder la hombría.
¡¡¡Cuán noble es el soldado que en combate,
desafiando a la muerte cara a cara,
no teme, del enemigo, el embate
y en proteger su vida no repara!!!.
Y si entre la vida y la muerte se debate,
al salvar el honor, su Dios le ampara.
M. Díez
Bibliografía:
.- Declaración Jurada del 28 de abril de 1.992
.- Con La División Azul en Rusia (Coronel José Martínez Esparza)
.- Añoranza de Guerra (Blanco Corredeira)
.- Historia Militar del Ejército (Nº 4 del año 2000)
.- Hemeroteca de A.B.C.
.- Hemeroteca del Norte de Castilla
.- Leningrado 1941-44 (F. Martínez Canales)
.- Mujeres en Penumbra (Cristina Gómez Cuesta)
.- Bajo el fuego y sobre el hielo (Juan M. Poyato)